Este es un libro catalogado para
“lecturas infantiles”. Los diseños de portada van en ese sentido: dibujos de
burritos, a veces con un hombre de barba montado en él paseando por un camino
de terracería.
Sin
embargo, un lector incauto pronto se dará cuenta de su imagen errónea; pues cuando
nos internamos en su lectura encontramos un lenguaje poético de muy alto nivel,
un tanto complejo en ciertos momentos, que no es de fácil lectura para alguien
que apenas empieza a dominar el lenguaje.
El
mismo Juan Ramón Jiménez escribe en su “Prologuillo”: “Suele creerse que yo
escribí Platero y yo para niños. No.
En 1913 La lectura (la editorial española que lo publicó por primera vez), que
sabía que yo estaba con ese libro, me pidió que yo adelantase un conjunto de
sus páginas más idílicas para su Biblioteca Juvenil”. Y esta selección, que
mostraba un aspecto enternecedor del libro, creo una falsa imagen. Imagen
reforzada por esta tendencia de quedarnos con las primeras frases. El primer
capítulo, por ejemplo, dice: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por
fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de
azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto
y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas
rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con
un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...”.
Y
esta confusión ha llevado a que muchos maestros de primaria, (que tampoco han
leído el libro), lo dejen de lectura a sus alumnos quienes se verán vacunados
para siempre contra la lectura, la poesía y los libros de Juan Ramón Jiménez.
Y
a medida que nos adentramos en el libro, advertimos, además, que no nos cuenta
una historia tierna de manera cronológica. Para que se tenga una mejor idea,
hay que señalar con mayúsculas que Platero
y yo está estructurado en 138 semblanzas o estampas poéticas en las que el
poeta plasma su relación amorosa con un burrito (o mejor aún, con muchos
burritos que al final Platero es un ideal de todos ellos). Pero, además, hay
también una relación amorosa del poeta con el entorno natural, bucólico,
campirano, nostálgico, solitario, en el que no hay un desarrollo temporal
(aunque hacia los capítulos finales se sienta de pronto la presencia temporal)
sino espacial y emotivo.
Es
como un collar de perlas en lo que cada cuenta se puede cambiar de lugar sin
alterar la historia. Su engarzamiento en este collar literario es un tanto
caprichoso o al azar, siguiendo tal vez la ruta creativa del autor.
Por
las páginas de este libro pasan, como las nubes, blanquísimas, en lenta
procesión, la vida y costumbre de su pueblo natal: Moguer, España.
Juan Ramón
Jiménez nació en ese pueblo, de la región de Huelva, el 23 de diciembre de
1881, y murió en San Juan, Puerto Rico, el 29 de mayo de 1958. Es decir, vivió
77 años, y tras su exilio viajó por el mundo sin encontrar un lugar donde se
sintiera en casa. Su intensa labor literaria le valió ganar el Premio Nobel
de Literatura en 1956.
Escribió Platero y yo cuando tenía alrededor de
25 a 30 años, en un largo periodo de reclusión de unos 6 años en Moguer.
Publica el libro en 1914 en Ediciones La lectura, con una extensión de 136
páginas. En 1917 se publica la edición completa, compuesta por 138 capítulos y
con 142 páginas (Editorial Calleja, Madrid). Y en esos capítulos adicionales
narra su situación emocional después de la muerte de Platero. Se dice que el
poeta tenía la intención de ampliar el texto hasta 190 capítulos; de hecho, los
tres capítulos adicionales fueron escritos en la década de los veinte. Y Juan
Ramón Jiménez planeó también una segunda parte titulada Otra vida de Platero, de la que incluso esbozó algunos títulos. Un
proyecto que, como el de publicar Platero
y yo en cuadernos sueltos, no llegaría nunca a ver la luz.
En
su casa paterna, en Moguer, la convirtieron en un museo en el que se exhiben
diversos objetos del poeta y hay en ese lugar un pequeño texto que responde a
una pregunta que seguramente muchos lectores de Platero le hicieron: ¿Existió
Platero? El responde afirmativamente, aunque el Platero literario es la
condensación de varios burritos con los que convivió Juan Ramón.
Quedaba claro que
Platero y yo era un texto para adultos,
aunque por su ternura y transparencia se cree que se adecúa a la imaginación y
al gusto de los niños. Sin embargo, algunos capítulos encierran una cierta
crítica social, revelando una dimensión del autor que muchos tardaron en
advertir. El propio Juan Ramón Jiménez, en un «prologuillo» a la edición
aclaraba: «Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el
niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que
a todos se le ocurren».
Plateo
y yo es sumamente encantador y disfrutable, pero se requiere leerlo lentamente,
como se bebe un buen vino, a sorbos pequeños, y paladeando cada uno de ellos. Y
pronto advertimos que queda resonando en la memoria gustativa el sabor profundo
de una gran literatura.
Platero y yo se consigue en librería (y
hasta en las tiendas departamentales), sobre todo al inicio de los ciclos
escolares, a un precio sumamente barato, virtud que tienen todos los libros los
clásicos.
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