Por Jeremías Ramírez Vasillas
Prácticamente no hubo escritor en el siglo XX que se haya resistido a los encantos del
cine. Algunos fueron críticos (Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Cabrera
Infante), otros argumentistas o guionistas (José Revueltas, Juan de Cabada, Mauricio
Magdaleno, García Márquez, José Agustín) y otros, incluso, directores de cine
como Guillermo Arriaga (The Burning Plain,
2008) o el norteamericano Paul Auster (Smoke,).
Efrén
Hernández no fue la excepción. Si su literatura es prácticamente desconocida
(pocos, creo yo, han leído su obra) su incursión en el cine o en el teatro son
francamente insospechadas. Cuando revisaba el segundo tomo de sus Obras Completas (FCE, 2012) fue una
sorpresa encontrarme en la sección denominada “teatro” con un guión de
largometraje: Dicha y desdichas de
Nicocles Méndez. Tragiburledia cinematográfica.
Dice
Alejandro Toledo, prologuista de esta edición de las Obras completas de Hernández, que es “un libreto fílmico escrito o
concebido a ocho manos por Dolores Castro, Rosario Castellanos, Marco Antonio
Millán y Efrén Hernández”. Agrega Toledo que este guión “Al parecer fue un
encargo de Andrés Serra Rojas, que dirigía el Banco Cinematográfico, quien
propuso a Efrén trabajar un guión para el comediante Mario Moreno Cantinflas”.
Este guión
debió escribirlo a finales de los cuarenta, cuando Cantinflas era ya una
celebridad, cuya fama había empezado al menos diez años antes cuando figuró
tres notables películas: ¡Así es mi
tierra! (1937), Águila o sol
(1937) y El signo de la muerte (1938),
y ya había realizado su obra maestra, Ahí
está el detalle (1940). Para 1948 ya había actuado en 20 películas.
Por qué le
pidieron a Efrén este trabajo si no tenía experiencia cinematográfica, no se
sabe, pero al parecer había gran expectativa sobre esta obra pues hasta
apareció una nota periodística que calificaba este trabajo como “obra cumbre
para Cantinflas”. Dice la nota: “Los
cuatro [se refiere a Dolores Castro, Rosario Castellanos, Marco Antonio Millán
y el propio Efrén Hernández], por su lado, idearon situaciones de fina
comicidad y luego se reunieron para comunicarse lo que habían elaborado. Para
esto ya Efrén había construido la base, la columna dorsal del asunto: la vida
de un hombre provinciano muy ingenioso, que poco a poco se va abriendo paso, en
diferentes actividades, hasta llegar a triunfar en lo que es su vocación. El
teatro. En cierto modo es la biografía del propio Mario. Muchos hechos
verídicos de su vida están recogidos ahí”.
También, en
cierto modo, es la biografía del propio Efrén, dice Toledo, pues esa era una
constante en su obra, el alto sentido autobiográfico. Y agrega Toledo que Efrén
“encontró en el comediante una suerte de alter
ego, por el retrato de un provinciano algo pícaro e incluso por la
mezcolanza caricaturesca del habla popular con una lengua pretendida (en un
caso) o auténticamente culta o literaria (en el otro), que caracterizó a ambos
en las diferentes esferas donde se movieron”.
Cuando me
tropecé con este trabajo fílmico me saltaron de inmediato las acotaciones
técnicas del guión. Esto me llamó la atención no sólo por mi experiencia
fílmica sino además por el desconocimiento absoluto que tenía de Efrén
Hernández en el cine. Leí, por ejemplo, en una de la cabezas de la primer
secuencia: “ACERCAMIENTO PROGRESIVO / (CÁMARA EN GRÚA DESCENDIENTE OBLICUA). Correlativa a la progresión del
acercamiento, y a partir de cierto punto, empieza a entrar, y va creciendo en
sonoridad la voz de un pregonero.
Si bien no
tenía experiencia en la creación fílmica en cualquiera de sus especialidades, sabemos
que tuvo un acercamiento con este arte (no sé si antes o después de escribir
este guión, pero me inclino a creer que fue antes), según relata su hija
Valentina Hernández, quien dice que “fue supervisor en cinematografía (censor
de películas). En este trabajo —agrega
Valentina— también viajó bastante, pues tenía que estar presente en el rodaje
de las películas en la locación que les tocara. Esto le divertía, pues se
relacionó con un medio interesante y que le era totalmente desconocido. A su
regreso de estas salidas, nos contaba anécdotas sumamente divertidas. Como la
vez que estuvieron filmando en la selva
de Yucatán, unos moscos ponzoñosos le picaron en la manos, y la mesera de una fonda
de por allá le preguntó asombrada:
—Ay, señor, ¿qué le
pasó a usted en las manos que las tiene tan hinchadas?
Mi padre, muy serio y
viéndoselas con ternura le contestó:
—Es que van a tener
manitas.”[1]
Esta
experiencia seguramente le dio visión para abordar el guión, aunque tuvo que
complementar su conocimiento por medio de la investigación y del estudio. Dice
la nota periodística que se reproduce en la introducción de este II volumen de
sus Obras Completas (cuya fuente no indica): “Efrén, que no había escrito nunca
para el cine y que no es un técnico en este arte, elaboró el argumento con una
intuición sorprendente. Consultando libros especializados y haciendo rendir un
jugo inusitado a sus experiencias de espectador cinematográfico, está por terminar,
no sólo el asunto, sino también el script
(hoy se le llama a este documento shooting
script o guión técnico, es decir, es donde ya van indicaciones específicas
de tamaño de encuadre, movimientos de cámara, etc.), el guión. Y su perfección
es tal —según
personas competentes y autorizadas para juzgar— que al director de la cinta ya
no le costará trabajo realizarla. Todo está previsto, está en su lugar”.
Y ¿qué
sucedió con este trabajo? Pues nunca se filmó. Dice Alejandro Toledo: “No
sabemos si el mejor guión que Cantinflas iba a tener en sus manos llegó alguna
vez a ellas”. Ante la imposibilidad de que se filmara la película (nos hace
falta una investigación sobre el por qué no se realizó, qué sucedió, a quién le
llevó el guión, cuáles fueron las razones del rechazo), Efrén Hernández la
publicó en la revista América (no.
65, abril de 1951) como obra colectiva, en cuyos créditos iban los nombres de
los escritores que colaboraron en la confección del argumento. Pero “seis años
después Efrén lo presentó bajo su nombre, según consta en un certificado de
registro del libreto del 28 de enero de 1957 que firma Luis Echeverría,
abogado, como oficial mayor de la Secretaría de Educación Pública”.
Esta
decisión de Efrén genera dudas de sus propósitos de registrarla sólo a su
nombre, a un año antes de su muerte. Escribe Toledo: “Dolores Castro opina que
en cuanto a ella y a Rosario Castellanos la invitación a participar en ese
proyecto fue un acto de generosidad con dos jóvenes que se iniciaban en el
mundo de las letras; generosidad también respecto de Millán, que era su mejor
amigo. Sin embargo, considera que el
guión puede acreditarse casi enteramente a Efrén Hernández”.[2]
Ahora es
difícil que alguien se interese en filmarlo: el tono, los personajes, el medio
que retrata, es de un México que ya no existe salvo quizá en pequeños poblados
alejados de las ciudades. Y su humorismo, exigiría la complicidad de un público
que ahora tampoco existe pues requieren de una legibilidad audiovisual
prácticamente de analfabetas.
Y aunque no
haya sido su propósito, es posible
disfrutar de esta obra en su forma escrita, literaria; y les aseguro que se van
a encontrar con una obra realmente sabrosa —como diría don Quijote—,
con un personaje memorable que, aunque haya sido escrito para Cantinflas, no
puedo imaginármelo diciendo estos parlamentos.
Efrén Hernández, ¿crítico
de cine?
Prácticamente no hay nada que me haga suponer que haya
ejercido la crítica, pues no he localizado en mi búsqueda en el internet nada
al respecto, salvo, en la recopilación de sus Obras Completas, donde consignan en
la bibliografía dos artículos periodísticos. Uno titulado Vindicación del argumentista y el otro El mal cine hace campo al buen teatro, ambos de septiembre de 1950 y
publicados en el Suplemento Cinematográfico de la revista América. En este libro sólo se publica el segundo artículo, donde
vaticina dos hechos hoy harto conocidos: la omnipresencia del cine en el
consumo de historias en la gente desplazando otras formas narrativas y la
crisis que se avecinaba en cine nacional.
Dice Efrén:
“Quienquiera que se lo proponga puede, con la mayor facilidad, ir encontrando
múltiples razones con que explicarse el hecho consistente en que desde el
advenimiento, ya por ahora reciente sólo relativamente, el cine comenzará a
apoderarse en progresión creciente del favor de los públicos, con visible e
irreparable detrimento del milenario y ranciamente ennoblecido espectáculo de
teatro”.
“El
creciente favor de los público”, vaticina Efrén, y hoy podemos verlo como un
hecho incuestionable, palpable, a veces, triste. El cine hoy por hoy es el
vehículo principal escénico en el gusto del público, moviendo con su atractivo
un público compuesto por millones de espectadores, suma inalcanzable para el
teatro.
Respecto
del segundo tema escribe: “Hace un año (se refiere a 1949) todavía hubiera
parecido de poco fundamento la aventura de alguna conjetura; pero para ahora ya
no lo parece tanto. La cosa es cada vez más clara: amen de que literalmente estamos
ascendiendo hacia la madurez, no hay duda de que la gente ya empieza a
encontrar intolerable, y a cansarse de la desvergüenza, y de la falta notable
de dignidad, y de la absoluta ausencia de sustancia humana en la producción de nuestro cine”, características
del cine de consumo masivo.
Como todo
negocio, se usa y abusa de la fórmula redituable hasta el hartazgo sin que sus
productores se den cuenta, engolosinados con su éxito. Y tal parece que en ese
tiempo la realidad les daba la razón pues todavía el cine (pese a que ya había
concluido la II Guerra Mundial, razón de que Estados Unidos le dejará en sus
manos el mercado latinoamericano) vendrían algunos años más de éxitos, como lo
reflejan el número de producciones que en el año de 1954 alcanzara la cifra récord
de 118 películas[3]. Pese
a ello, el cine mexicano empezaba a entrar en una crisis espoleada por el
regreso del cine norteamericano de la cual nunca más hemos podido salir.
“A finales de los años 1950, una vez que
Hollywood se vio desatado de sus compromisos como máquina propagandística, la
industria mexicana comenzó a vivir serias dificultades y, aunque se continuaron
haciendo películas de interés, su número y su calidad disminuyeron
considerablemente”.[4]
Este
artículo, es importante señalar, Efrén Hernández no pretendía hacer un análisis
del fenómeno fílmico y su crisis inminente, sino de, ante la pobreza del cine
nacional, alertar al deprimido teatro nacional, a que aprovechara este vacío
para resurgir y volver a brillar en le gusto del público mexicano. No sé si
alguien oyó a Efrén Hernández, pero este artículo señala el fino olfato de este
hombre para otear el rumbo de vientos en el arte.
[2] Todas las notas de Alejandro
Toledo han sido tomadas del Prólogo de Efrén Hernández, Obras completas II, FCE, México, 2012.