sábado, 29 de agosto de 2020

YURI GAGARIN, EL PRIMER COSMONAUTA

 Jeremías Ramírez Vasillas

En 1969 yo vivía en un pequeño poblado del Estado de México, en el municipio de Huixquilucan. Recién habían introducido la luz eléctrica y la televisión no era común en la mayoría de las casas. Así que los que queríamos ver algún programa teníamos que pagar la entrada de quien tenía un televisor.
            De esa manera vi, el 20 de julio de 1969, la llegada de Neil Armstrong y Edwin F. Aldrin, a la luna imprimiendo sus primeras huellas en el Mar de la Tranquilidad, donde el módulo Eagle había alunizado.
            Las imágenes temblorosas en blanco y negro y con una narración tipo pelea de box no opacaron mi fascinación por esa hazaña, la cual ha corrido la leyenda que fue un montaje filmado nada menos que por el genio del cine Orson Welles. La verdad, no lo creo. Tal vez esta hazaña vista en pequeño televisor me sembró la pasión por el espacio y por la ciencia ficción.
            Hace unos días recordé esta anécdota cuando descubrí en el catálogo de estrenos de Netfix (no soy fan de los estrenos, cabe decir) una película sobre el primer cosmonauta: el soviético Yuri Gagarin.
            Yo no supe de esta hazaña sino muchos años después del primer alunizaje, pero jamás me enteré de los detalles. Así que al ver una película sobre Gagarin decidí verla; para mí era como saldar una cuenta pendiente en mi curiosidad.
            La película abre con la imagen de un hombre mayor caminando en la oscuridad a escasas siete horas de empezar ese primer vuelo histórico. Era la madrugada del 12 de abril de 1961. Este hombre era Serguei Korolev (ingeniero y diseñador de cohetes, uno de los artífices de la conquista del cosmos) que se dirige a supervisar los últimos detalles antes del despegue. Primero, supervisa si los pilotos (primero y segundo, aunque sólo viajaría el primero) están descansando. Luego se dirige a la plataforma dónde está instalado el cohete Vostok 1, en el que viajará por primera vez en la historia por un ser humano.
            Todo el proyecto fue realizado en el más estricto hermetismo pues competía en ese momento con los EU en la carrera espacial. Ya los rusos, el 3 de noviembre de 1957, habían puesto en órbita a una perrita, la famosa Laika (ladradora), y ahora estaban por adelantarse a los Estados Unidos en poner en el espacio a un ser humano.
Y lo lograron pues fue hasta el 5 de mayo de 1961 que Alan Shepard, el primer astronauta norteamericano, viajó al espacio: 23 días después de Yuri Gagarin.
            La película cuenta ese momento culminante para los que tenían 20 candidatos en entrenamiento riguroso: uno de ellos era Yuri Gagarin. La película avanza alternando las escenas de este proceso con la historia personal de Yuri desde su infancia, y su desempeño y desarrollo como piloto.
Gagarin nació en Klúshino (un pequeño poblado rural cercano a Moscú), el 9 de marzo de 1934, en una familia de campesinos pobres.
Antes de alistarse en las fuerzas aéreas trabajó como matricero en una fundición y después en una fábrica de tractores agrícolas, dice un reportaje de National Geographic.
Dice este mismo reportaje que Gagarin descubrió que quería ser piloto, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando un avión soviético fue derribado cerca de su pueblo. Él y un amigo (ambos aun niños de 8 o 10 años) rescataron al piloto y lo escondieron de las tropas nazis hasta que lo recogió el ejército. Sin embargo, en la película insertan secuencias donde se ve a Gagarin de unos 5 años jugando con avioncitos y contemplando la profundidad del cielo.
            En 1955 fue admitido en la Primera Escuela Superior Chkalovsky de Pilotos de la Fuerza Aérea, una escuela de aviación en Oremburgo, donde comenzó la formación.
Fue electo como piloto del primer vuelo espacial por su interés en participar en los proyectos espaciales y por su capacidad como piloto, y tuvo que someterse a una serie de experimentos y pruebas para determinar su resistencia física y psicológica durante el vuelo.
La película muestra a detalle este proceso y la tensión que se mantuvo hasta el último momento, pues no se decidían en seleccionar al elegido. La probabilidad de fallar era muy alta pues los controles técnicos automáticos funcionarían bien. Este no era un vuelo tripulado sino un intento por saber cómo resistiría el cuerpo humano bajo las condiciones de alta aceleración y cero gravedad espacial. 
El despegue estuvo cargado de tensión y cada paso era celebrado como un logro. Para su fortuna todo funcionó como lo tenían planeado y diseñado. Cuando entró la nave en órbita Gagarin se comunicó por radio para certificar que todo estaba bien y que no le afectaba la gravedad cero, pero además, emocionado, les reportaba que estaba viendo el más grande espectáculo que un ser humano nunca había visto: la majestuosidad de la Tierra vista desde el espacio, aunque lo hiciera a través de una pequeña ventanita redonda.
La duración total del vuelo fue de 108 minutos: nueve para entrar en órbita y el resto del tiempo para cubrir la órbita alrededor de la Tierra y descender.
Durante el descenso, de nuevo, la tensión nerviosa se apoderó de todos. Los controles automáticos no se activaron a tiempo. Si bien habían provisto a la nave de controles manuales que Gagarin debería activar en caso de emergencia, y estuvo a punto de hacerlo, pero segundos antes del tiempo límite se activaron y se encendieron los cohetes de corrección de trayectoria para empezar el descenso.
Este error de maniobra desvió el aterrizaje que estaba establecido a 110 kilómetros de Stalingrado, la actual Volgogrado, y lo hizo a 350 kilómetros, en un campo cercano del pueblo Smelovka.
La secuencia del aterrizaje también fue dramática, pues le costó trabajo a Gagarin liberarse de la cápsula y accionar los paracaídas. Pero finalmente logró aterrizar con suavidad.
Cuando iba descendiendo una campesina y su hija corrieron para ver qué era eso que caía del cielo. Pero cuando vieron a Gagarin con su traje naranja y el casco luchando por liberarse del paracaídas, se asustaron y emprendieron la huida. Gagarin les gritó: "Por favor, esperen, soy uno de ustedes, soy un soviético".
            La secuencia final no recrea el recibimiento y la gloria que logró por su hazaña. Sólo muestran a la gente saliendo a las calles a festejar un logro que los ponía en la delantera de la carrera espacial.
            La película concluye con una serie de fotos en blanco y negro de algunos momentos de su recibimiento. En ese momento Yuri Gagarin tenía 27 años y nunca más volvió al espacio.
            En 1967, en el segundo vuelo espacial, el Soyuz 1, y el primero tripulado, lo colocaron en segundo lugar pues para entonces era una gloria nacional y cuidaban de no ponerlo en riesgo. Y acertaron pues este vuelo tuvo un final trágico. En el descenso los paracaídas no se abrieron y el piloto, Vladímir Mijáilovich Komarov, amigo de Gagarin, murió.
             Parecía que iba a tener una vida llena de homenajes pues tan pronto completó su hazaña lo nombraron diputado y luego senador y siguió participando en los proyectos espaciales. Sin embargo, el 27 de marzo de 1968, cuando tenía 34 años, pilotando el caza MiG-15, cayó en picado cerca de la ciudad de Kirzhach y murió junto a su instructor de vuelo, Vladimir Seryogin. Las circunstancias misteriosas del accidente convirtieron en leyenda a este primer cosmonauta y no le tocó presenciar la llegada del hombre a la luna.
La película fue estrenada el 6 de junio de 2013, en Rusia. Y fue dirigida por Pavel Parkhomenko, un veterano director. Algunos críticos elogiaron la actuación, la dirección y la narración de la película, mientras que otros mencionaron los efectos visuales ‘baratos’.
Para mí son lo de menos los efectos. Es una buena película que nos permite acercarnos a un héroe cuyo carácter decidido, su arrojo y su templanza, forjada en una dura infancia, le permitió afrontar todos los obstáculos y salir airoso.
Véanla, vale la pena. Yo creo que estará un buen tiempo disponible en Netflix.

LAS TRES ETAPAS DE LA VIDA: PAUL VERLAINE


Jeremías Ramírez

Paul Verlaine fue un poeta francés del siglo XIX que influyó en muchos escritores y por ello es mencionado con frecuencia.
            Muchos lectores van descubriendo autores importantes y se acercan a sus obras porque son mencionados en reseñas literarias o en comentarios de escritores famosos y de esa forma se van haciendo conocidos, de modo que cuando vamos a una librería son fácilmente percibidos y es uno de los caminos como vamos seleccionando los libros que compramos.
El libro de Verlaine que en esta ocasión comento contiene tres poemarios: Fiestas galantes, Romanzas sin palabras y Sensatez, y lo encontré en un bazar que vendía regalos y chucherías y que extrañamente tenía algunos libros usados a la venta. Parece que el dueño de la tienda sólo buscaba deshacerse de objetos indeseables.
El libro estaba sumamente maltratado, pero el nombre me era conocido y lo compré con la idea de acercarme a la obra de este autor. Pagué por él 10 pesos. Cuando llegué a mi casa lo guardé y por varios años ahí se quedó sin que se me antojara leerlo. No tenía motivo alguno, ni había leído nada de él que me llevara a tratar de profundizar en su trabajo.
            Hace unos días, cuando estaba buscando otro libro, lo vi, lo saqué de su lugar porque noté que estaba aún más deteriorado. Me dije: un poco de resistol y algunos parches de cinta mágica evitarán que se siga deteriorando. Cuando terminé de repararlo leí el prólogo por curiosidad.
            Estos tres poemarios (dentro de la extensa obra de Verlaine que consta de 26 libros de poemas y diez de prosa) fueron seleccionador por el editor porque marcaban tres etapas en la vida del poeta. Luis Guarner, su prologuista, afirma: “Puede decirse que la estética y la ética del poeta se condensan en la trilogía de estos tres libros singulares, que tanta repercusión habían de tener en toda la moderna poesía universal”.
            En el primer poemario, Fiestas galantes (1869), lo escribió cuando tenía 25 años, y en él “encontramos los temas, al parecer, frívolos, de una corte galante y preciosista”, dice Guarner, pues expresan su vida desenfrenada, cuando sólo le interesaba la obtención del placer. De ahí que haya utilizado las figuras de la Comedia del Arte: Arlequín, Colombina, Polichinela… como personajes de su expresión poética.
            En el segundo poemario, Romanzas sin palabras (1874), lo escribió cuando tenía 30 años y se advierte que la frivolidad ha dado paso a la contemplación, pues, afirma Gurner, “encierra los poemas más aéreos y sutiles… a modo de una maravillosa sinfonía en que los ritmos y las cadencias hacen vivo el milagro de una poesía que parece que no ha necesitado palabras para expresar aún en sus más recónditos sentimiento”.
            Finalmente, Sensatez (1891), lo escribió cuando tenía 47 años, a cinco años antes de su muerte. Guarner afirma que este libro “marca no sólo en la estética del poeta sino en su misma vida el paso hacia otra etapa poética y vital…” donde, "el alma pura y palpitante del poeta está en estos versos sinceros, que son el eco del más profundo gemido del alma humana moderna, angustiada por todas las dudas y mordida por todos los pecados". Y agrega, aquí “…nos entrega el alma entera, desnuda y viva, ingenua y complicada a la vez, con vibraciones de nervios humanos, para mostrarnos todos sus ardores, todos sus pecados, todos sus remordimientos, todos sus temores de la vida, pero también todas sus esperanzas de salvación…” en busca de la Verdad suprema.
            En el prefacio de Sensatez el mismo Verlaine nos dice: "El autor de este libro no siempre ha pensado como ahora piensa. Mucho tiempo anduvo errante en la corrupción contemporánea, con su parte de ignorancia y de culpa. Penas muy merecidas le advirtieron luego, y Dios le ha hecho la gracia de comprender la advertencia. Prosternado ante el altar, tanto tiempo olvidado, adora la Suma Bondad..."
            Después de haber leído el prólogo y el prefacio ya no tuve el deseo de guardar el libro, sino que de inmediato me sumergí en su lectura. A medida que avanzaba se despertó en mí el interés de conocer más la vida del poeta.
            Descubrí que Paul Verlaine había tenido, de joven, una vida tremendamente desordenada. Nació en Metz el 30 de marzo de 1844 y murió en París, 8 de enero de 1896). En París trabajó brevemente como agente de seguros antes de dar inicio a la carrera de Derecho, que abandonó para vivir en la bohemia y compartir ansias literarias con poetas parnasianos como Leconte de Lisle y Louis Xavier de Ricard.
            En el año 1870 se casó con Matilde Mauté de Fleurville, con quien tuvo un hijo, pero se separó de ella cuando se enamoró del poeta Arthur Rimbaud, quien tenía en ese entonces 18 años y Verlaine, 28. Ambos se fugaron en 1872 a Londres, donde vivieron una apasionada, pero tormentosa historia de amor, con continuos encuentros y desencuentros. Esa relación, su vida bohemia, su afición a la absenta (bebida altamente alcohólica popular entre los artistas de esa época) y su desequilibrio nervioso, mermaron su salud.
            La relación con Rimbaud era tan conflictiva que, en 1873, en Bruselas, Verlaine lo agredió a balazos y le hirió una mano. Por este hecho fue condenado a dos años de prisión.
En reclusión escribió Romanzas Sin Palabras (1874).
Tras una última riña con Rimbaud en Stuttgart, regresó a Inglaterra en 1875, donde se dedicó a la enseñanza hasta que regresó a Francia en 1877. Después de una recaída en el alcoholismo, volvió a Inglaterra con su alumno favorito, Lucien Létinois.
Parecía que entraba en una etapa de serenidad, pero su pasado le mordía los talones. En 1883, tras la muerte de Létinois, recayó y llevó una vida escandalosa. De este período data la publicación de Los poetas malditos (1884), en que dio a conocer a Rimbaud, Tristan Corbière y Stéphane Mallarmé. Tras una nueva estancia en la cárcel por haber intentado estrangular a su madre hallándose bajo los efectos del alcohol, pasó a residir definitivamente en París (1885), donde fue a menudo hospitalizado.
Aparte de obras en prosa, como Mis hospitales (1892), destacan en esta última etapa de su vida obras poéticas de tema religioso: Amor, 1888; Liturgias íntimas, 1892.
En sus últimos años gozó de gran prestigio literario (dio conferencias en Bélgica y Gran Bretaña y fue elegido «Príncipe de los poetas» en 1894), lo que contrasta con la miseria y el estado de degradación en que vivía.
Verlaine murió en París el 8 de enero de 1896 y está enterrado en el cementerio de Batignolles de París.
Este es uno de sus poemas de Sensatez:

En adelante ya, el Sensato,
que con exceso amó las cosas,
prudente ya hasta lo infinito,
mas sin precauciones morosas,

y a más, volviéndose al Señor,
que hizo a sus ojos la luz ver,
honor y gloria y el ocaso
candor que en su alma puede haber,

puede el Sensato prevenir
ya las escenas de este mundo
y la canción oír del viento
y contemplar el mar profundo.

Irá tranquilo, y pasará
por las ciudades más feroces,
como el muchacho va a la Ópera
cansado de danzas y goces.

Y él —por poder así humillar
su orgullo que enviudó su alma—
¡va remontando su pasado,
como un perverso río en calma!

Verá las hierbas y las márgenes,
y oirá el agua cómo llora
sobre una dicha muerta ya
en una fecha, en una hora…

Y él amará el cielo y los campos,
la bondad, el orden, la armonía,
y será dulce aún para el malo,
para alcanzar la muerte pía.

Delicado, mas no exclusivo,
será el día en que ahora estamos:
su corazón, contemplativo,
obra será de los humanos.

De vuelta ya de las pasiones,
Por miedo al uso y los paisajes
de vuestras civilizaciones
ha de preferir los paisajes.

sábado, 15 de agosto de 2020

ANNE WITH AN E Una serie televisiva sobre las aventuras y desventuras de una huérfana

Jeremías Ramírez Vasillas

Vladimir Nabokov, en su libro Curso sobre literatura europea, afirma que “las grandes novelas son grandes cuentos de hadas”.
            No lo había considerado así, pero tiene razón: una novela (o cualquier arte narrativo de ficción), por más realista que sea, en realidad es un constructo imaginativo, una historia idealizada, imaginaria, cuya arquitectura se puede parecer a la realidad, pero no es la realidad, en todo caso, es el summum de la realidad, entiendo este como el conjunto de anhelos, sueños, de sentimientos que toda obra narrativa expresa, independientemente del vehículo que use; puede ser una historia de ciencia ficción (como 1984, de George Orwell), o ubicada en una ficticia edad media (como en El Señor de los anillos, de Tolkien) o en un mundo fantástico (como Crónicas de Narnia de C.S. Lewis) o en Marte (como Crónicas marcianas) o en la Luna (como Los primero hombres en la luna, de H.G. Wells), pero todas estas obras tienen algo en común: todas hablan de los anhelos, los sentimientos de justicia o frustración, de los sueños, o quizá de los contrario, de ese sustrato de maldad, de injusticia que también se alberga en el alma humana.
            Anne with an E, la serie que lanzó Netflix y se convirtió en un fenómeno, es justo un cuento de hadas, donde, a pesar de las dificultades, frustraciones, sufrimiento de la protagonista, la huérfana Anne, “mágicamente” ángeles corpóreos aparecen para ayudarla a conseguir sus anhelos de libertad, de amor, de fraternidad, de gozo, de vivir la vida con intensidad, al grado de rayar en la inverosimilitud con tal de abonar a la intensidad emocional que lleve a las lágrimas a los espectadores.
            La historia se ubica en una isla canadiense a finales del siglo XIX y comienza cuando un par de hermanos (Matthew y Marilla), dueños de una granja, ya viejos y ambos solterones, deciden adoptar a un niño, pero del orfanato les mandan una niña de unos doce años, pecosa, pelirroja, flaca que no para de hablar y de fantasear. Marilla quiere devolverla, pero Matthew se ha encariñado con esa parlanchina y no quiere. Un malentendido hace que la manden al orfanato de regreso, pero pronto descubrirán el error y tratarán de enmendarlo, aunque les cuesta lograrlo. Una vez que Anne está de regreso, casi de inmediato la adoptan formalmente como hija. Sin embargo, el pasado de Anne choca con las buenas costumbres del pueblo y sufre constantes rechazos de adultos y jóvenes que le dificultan insertarse en esa sociedad cerrada y ser aceptada incluso en la escuela. Pero el ingenio, la imaginación y la tozudez de Anne le permite imponerse a las dificultades e incluso convertirse en heroína en varios capítulos hasta convertirse en líder. La historia concluye en tres series cuando Anne finalmente termina su educación básica y es aceptada para cursar estudios universitarios.
            Yo me he preguntado muchas veces por qué un personaje pobre, desvalido, desafortunado se vuelve entrañable para el público.
            Hace muchos años, en una clase de cine en la universidad, un maestro, explicando los gags cinematográficos (secuencias cómicas) nos decía que, si tiramos una cáscara de plátano y pasa un hombre rico, soberbio, pedante y la pisa y resbala y cae, es un gag pues toda la gente se ríe. Pero si quien resbala es una anciana pobre, el público no se ríe. Entonces es una desgracia. Y esto es así porque, al parecer, hay en el alma de la gente un anhelo de justicia, del bien. Y cuando la búsqueda de este anhelo de justicia es encarnada por un personaje débil y triunfa se vuelve entrañable. Tal vez e todos nosotros, seres insignificantes, queremos que nuestra vida tenga valor y admiramos a quien simbólicamente lo logra.
            Anne es una niña cuya orfandad hace que anhele con mayor ímpetu la libertad, la paz, el amor, la fraternidad, la amistad, y lucha con inteligencia para lograrlo. Capítulo a capítulo vemos sus peripecias en los que sus anhelos a veces se logran, pero en otras fracasa, pero al final, siempre obtiene un saldo a favor.
            Pero en cada capítulo la historia flota en un ambiente de ensueño, con bellísimos paisajes, fragmentos de grandes obras, personas afables rayando en lo imposible, y alcanzando sueños que llegan a parecerse los finales de los cuentos de hadas.
            Todo ello hace que Anne with E sea una entrañable serie que tiene miles de seguidores quienes perdonan los fallos narrativos o sus cuñas (capítulos forzados que están fuera de época y de lógica), con sus giros dramáticos a modo o con el abuso excesivo de la elipsis. Se notaba que tenían prisa por avanzar. También hay personajes que parecen monigotes de cartón, o estatuas de decoración: jamás cambian ni evolucionan. Parecen los parajes imperturbables donde Anne vive y se desarrolla.
            Lo que sorprende es que de pronto aparezcan capítulos donde claramente se nota el apañamiento del autor, la mano negra, la introducción de temas incluso anacrónicos, es decir, fuera de época, o argumentos que es difícil que se plantearan a finales del siglo XIX. Habrá que leer la obra original, Ana la de Tejas Verdes, la cual fue escrito en 1908 por la novelista canadiense Lucy Maud Montgomery (1874-1942) cuyas tramas se desarrollan principalmente en la isla del Príncipe Eduardo, donde la autora vivió su infancia en casa de sus abuelos maternos. De hecho, la novela tiene fuertes tintes autobiográfico, pues la autora se quedó huérfana de niña y vivió con sus abuelos. El éxito de este libro permitió que la autora, luego de casarse, siguiera escribiendo varias secuelas, además de escribir otras obras literarias, pero ninguna tuvo el impacto de su ópera prima.
            La serie termina abruptamente en la tercera temporada (pese a que se habían planeado cuatro) y por ello deja cabos sueltos (como el destino de la indígena amiga de Anne que es recluida en un orfanato religioso como si estuviera prisionera) y abusa en el último capítulo bárbaramente de la elipsis para tratar de terminar y atar algunos cabos dramáticos y llegar a la meta con un final feliz ultra endulcorado. De esta manera los espectadores se quedan en paz, pero anhelando un poco más de pastel, pues simbólicamente, los anhelos que encarnaba Anne han sido cumplidos y pueden dormir en paz.
            La terminación abrupta, se dice, fue por un conflicto entre los realizadores y Netflix los llevó a romper el contrato y cerrar la serie. Y no valieron las miles de firmas de los seguidores de la serie.
            Ahora se dice que está en puerta la reanudación de la serie, pero también se dice que los realizadores están tratos con otras empresas de streaming que les ofrezcan mejores condiciones.
            A pesar de algunos aspectos inaceptables o poco creíbles, hay cosas interesantes en esta serie que bien le pueden ayudar a pasar de mejor manera una pandemia que se alarga infinitamente como hebra de aceite.
            Hasta la próxima.

sábado, 8 de agosto de 2020

QUÉ SE NECESITA PARA SER UN BUEN ESCRITOR

 Jeremías Ramírez Vasillas

1.
No hay oficio en el mundo o profesión sin herramientas. Las herramientas son una extensión del cuerpo o del cerebro. Un campesino está ligado al tractor o a la yunta, un carpintero, al serrucho y al martillo; un músico, a su instrumento; un médico al estetoscopio, la jeringa, etc.
            ¿Y un escritor? Muchos creen que sólo necesita una pluma, aunque hace muchos años que éstas han caído en el desuso. Primero fueron desplazadas por las máquinas de escribir y luego por las computadoras u otros dispositivos electrónicos. Sin embargo, hay otras herramientas que pasan inadvertidas, pero son tan propias e importantes del oficio del escritor: los libros.
            Quizá esta poca visibilidad de los libros lleva a una idea errónea: que se puede ser escritor sin necesidad de los libros, de leerlos. La verdad, es que detrás de un buen escritor hay una amplísima cantidad de libros leídos. Podríamos decir que no hay escritor sin biblioteca. Borges incluso decía que el paraíso era una biblioteca. Y Borges era un gran escritor y afirmaba que estaba más orgulloso de los que había leído que de lo que había escrito.
            Pero ¿por qué es importante leer para quien quiere dedicarse a escribir? Uno de los efectos básicos de la lectura es la ampliación de los conocimientos y el desarrollo de la imaginación. Entre mejor entrenada tenga la imaginación mejor podrá crear los mundos en los que viven sus personajes.
            Esto quiere decir que un escritor tiene que ser primero un lector, pero no un lector cualquiera, un lector distraído o consumista que pasa volando sobre el texto sin detenerse en los detalles, en las imágenes. Vladimir Nabokob, el autor de Lolita, su novela más famosa, en un curso que dictó en las universidades de Wellesley y Cornell dijo que “Al leer debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos… Debemos tener siempre presente que la obra de arte es invariablemente la creación de un mundo nuevo, de manera que la primera tarea consiste en estudiar ese mundo nuevo con la mayor atención, abordándolo como algo absolutamente desconocido, sin conexión evidente con el mundo que conocemos”[1].  Y continúa su disertación diciendo: “Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un RELECTOR”, es decir que vuelve a leer los libros que ha leído dos o más veces. Dicen que Faulkner cada año leía El Quijote de la Mancha. Cuando leemos, dice Nabokob: “Tenemos que ver cosas y oír cosas: visualizar las habitaciones, las ropas, los modales de los personajes de un autor”.
            Esta lectura atenta, profunda, detallista, potenciará enormemente la imaginación de manera que baste encontrar una fotografía rota en la calle y, al observarla, imaginarse lo que hay detrás, los protagonistas y la historia que los envuelve.
Entonces, para desarrollar la imaginación no hay mejor instrumento que leer, y leer como dice Navokob, ya sean cuentos, novelas, minificción, poesía, ensayos o libros científicos. Y repito, ser un buen lector es ir más allá del mero desciframiento de signos. Cuando un autor dice. “En el bulevar [de París] resplandecían los cafés; la gente reía, pasaba o bebía”[2] de inmediato podemos imaginarnos una calle (aunque nunca hayamos estado en París y mucho menos en ese París del siglo XIX al cual alude el autor de la cita) en los que se ven los cafés con sus mesitas sobre las banquetas llenas de gente feliz. No vemos un café sino varios cafés, como si camináramos por esas calles y oyéramos las voces, las risas.
            Entre más se lee el músculo imaginativo se va desarrollando más y más de modo que cuando escribimos, aunque no nos acordemos de los detalles de muchas lecturas o de plano hayamos olvidado muchas de las lecturas, nuestra cabeza puede crear esos mundos imaginarios. Y lo que hace el escritor, una vez que los ve, es transcribirlos.
            Digamos que los libros son la plataforma básica de un aspirante a escritor. Truman Capote, revela en su correspondencia le recomendaba a un joven que quería escribir que leyera buenos autores. Esta es una buena recomendación. Hay que tratar de forjar la imaginación con los mejores escritores. Estos son algunos de los cuentistas que no sólo me impulsaron a escribir sino a vivir las experiencias más intensas como lector: Juan Rulfo (El llano en llamas, Pedro Páramo), Edgar Allan Poe (Narraciones extraordinarias), Chejov (La dama del perrito y otros cuentos), Nicolai Gogol (El capote y otros cuentos, Almas muertas). El Capote fue mi libro favorito mucho tiempo; Horacio Quiroga (Cuentos de amor, locura y muerte y Cuentos de la selva). Y tiempo después mis dos grandes pilares fueron: Jorge Luis Borges y Julio Cortazar, sin olvidar a los grandes novelistas: Flaubert, Faulkner, Hemingway, García Márquez, Tolstoi, Dostoievski, Stendhal, etc.
            Ah, los narradores no deben olvidar los libros de poesía, ni los que quieran escribir poesía deben dejar de lado los libros narrativos. En poesía hay grandes autores: García Lorca, Neruda, López Velarde, Miguel Hernández, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Octavio Paz…

2.
Ahora bien, una vez que las historias ya empiezan a bullir en nuestra imaginación y le hemos tomado gusto a las palabras, la segunda herramienta son los libros de redacción. Si bien es cierto que leer nos ayuda a tener un gran acervo de palabras y a aprendemos cómo las usan los escritores, y eso nos da ciertas habilidades, no nos permite tener conciencia cómo se construye correctamente una oración, cómo se deben encadenar las oraciones complejas, cómo usar los verbos o los signos de puntuación, entre otras cosas. Por ello, son importantes los libros y manuales de redacción. Consideremos que las palabras son la materia prima de un escritor. Las palabras son como las piedras en un escultor o los colores y pinceles en un pintor, o las notas musicales en un compositor.
            Ahora bien, hay muchos manuales de redacción, algunos mejores que otros. El más recomendable que yo he encontrado es Redacción sin dolor de Sandro Cohen. Este es un excelente manual, si bien como todo libro de este tipo es algo difícil, pero importante y por ello debe leerse a fondo, haciendo los ejercicios, y volver a leerlo cuantas veces tengamos dudas de cómo escribir una frase o dónde colocar un signo de puntuación o como conjugar un verbo.
Sirven de apoyo los libros de gramática incluso los que usamos en la secundaria o la prepa. Si hay alguno arrumbado en casa, hay que sacarlo y colocarlo a la mano, son muy importantes. En mi caso tengo dos valiosos tomos de esa época: La lengua española a través de los grandes autores, de María Edmé Álvarez. Entre más sepamos de gramática y de sintaxis, mayor dominio tendremos de la materia prima.

3.
En tercer lugar, están los libros de teoría literaria. Si les interesa el cuento, es altamente recomendable los cuatro libros de Teorías del Cuento de Lauro Zavala. En estos libros los grandes escritores hablan sobre cómo escribir un cuento, desde los clásicos como Poe, Mauppasant, Chejov o Gogol, hasta los más recientes escritores anglosajones o sudamericanos. Además, recomiendo el libro de Guillermo Samperio Después apareció una nave: recetas para nuevos cuentistas, de editorial Alfaguara o el de Alberto Chimal Como empezar a escribir historias [3], que se puede obtener gratuitamente de su página: Las historias.com
Para la literatura en general, está el libro Lecciones de Literatura de Julio Cortazar. Este libro son las transcripciones de las clases que impartió en la Universidad de Berckley en 1980. Casi se oye la voz sabia de Cortazar.
Si les interesa la poesía, aparte de leer prosa y muchos libros de grandes poetas, un libro imprescindible es El arte de la poesía, de Ezra Pound, donde expone como se puede desarrollar este arte. Este libro es altamente recomendable. Y para aprender el secreto del verso rimado y toda la técnica al respecto está el libro Arte del verso, de T. Navarro Tomás, Colección Málaga, o el libro Óscar Wong El secreto del verso (Edit. Chicome, La Paz, Edoméx., 2013).
            Y para la novela, recomiendo ampliamente El arte de la ficción, de David Lodge, quien cada elemento usual en la novela lo muestra a detalle de modo que podemos apropiarnos de herramientas más importantes de un narrador.
            Para terminar, siempre hay que acompañarse de un buen diccionario general, uno de sinónimos y antónimos y yo recomiendo particularmente el Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio. Es caro, pero vale la pena.  
            Este es el herramental básico de todo aquel que se quiera dedicar al noble oficio de las letras. Y, por supuesto, hay muchos más libros sobre estos temas, pero estos sirven para empezar.
            Y así como son importante las herramientas también lo es liberarse de los obstáculos; el mayor de ellos es el ego, el hambre de fama, de ser publicado, de ser reconocido y aplaudido. El mejor arte es el que se hace en silencio fuera de todas luces, pues como dice el gran poeta T.S. Eliot: “For us, there is only trying. The rest is not our business” (Para nosotros no hay sino el intento. Lo restante no es de nuestra incumbencia)[4].


[1] Curso de literatura europea, ediciones Grupo Zeta.
[2] Esta frase es del cuento La noche, de Guy de Maupassant.
[3] Este libro se puede bajar gratuito de la página Las historias.com (https://app.box.com/s/ly1zoayc3ukh5boq0o9h5rx7bdfnlnd9

[4] Tomado del verso IV de East Cocker, el segundo de Los cuatro cuartetos, edición bilingüe publicado por la Red Editorial Iberoamericana, colección Letras Universales, México, 1991.

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...