domingo, 29 de marzo de 2020

LA SELFIE DE SÓCRATES

 Jeremías Ramírez V.


Según narra Platón, en la Apología de Sócrates, que este ilustre filósofo, después de una ardua investigación, tuvo que aceptar que él era el hombre más sabio de Grecia. Y no por petulancia o vanidad, sino todo lo contrario.
       La cosa empezó así: un día Querofonte, un amigo de Sócrates, “…fue a Delfos[1] y tuvo la audacia de preguntar al oráculo… si había alguien más sabio que [Sócrates]. La Pitia[2] le respondió que nadie era más sabio”.
Si Sócrates hubiera vivido en nuestra era, y hubiera tenido una bajísima autoestima, no se habría desconcertado con la noticia, sino que de inmediato habría sacado su celular y se tomaría una selfie con su amigo Querofonte y de inmediato la subiría a sus redes sociales y etiquetaría a todos sus contactos. Y quizá lo mandaría a los medios diciendo: “El oráculo afirma que Sócrates es el hombre más sabio de Grecia”. Caramba, el mismo dios Apolo afirmaba este hecho relevante, como no se iba a poner orgulloso.
Pero no, Sócrates no se pavoneó con la noticia, sino que se sacó de onda. Y después de meditar y preguntarse por qué el oráculo decía tal cosa, se dio a investigar y demostrar que había en Grecia hombres más sabios que él. No dudaba del oráculo, que en ese tiempo su palabra era ley, sino que algo no andaba bien. No podía ser que él, un preguntón lleno de dudas, fuera el hombre más sabio de Grecia.
            Entonces se dio a la tarea de ir con todos aquellos que decían que sabían y los fue interrogando, como era su costumbre. Al final del día, como dice la muletilla actual, descubrió que todos aquellos que afirmaban ser hombres sabios, en realidad, eran unos ignorantes. Y lo peor era que tampoco sabían que eran ignorantes: se creían sabios.
            Ante su lamentable fracaso no le quedó más remedio que aceptar que sí, él, Sócrates, era el hombre más sabio de Grecia, porque era el único que sabía que no sabe.
            Hoy en día pululan en las redes sociales, en los medios impresos y electrónicos, periodistas, opinólogos, expertos en todo, y muchos de ellos conferencistas afamados que se ostentan como hombres doctos (sabios) y cobran jugosos dividendos. Son hombres y mujeres que, según ellos, son capaces voltear el mundo al derecho y al revés. Pero basta analizar con atención sus doctas palabras para darnos cuenta que son unos palurdos ignorantes, que hablan con tal arrogancia de temas que en realidad desconocen. Es decir, son gente que no sabe que no sabe.
            Cristo dijo de los sacerdotes, de los fariseos, de los saduceos y los escribas, es decir, de los que se creían sabios en Israel: “Ciegos guías de ciegos”. Y agregó: “y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo"[3]. Y en el apocalipsis encontramos a una iglesia que se creí non plus ultra, pero el Espíritu le baja los humos: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”[4].
            Cuando escucho toda esa alharaca de los sabios de hoy que zumban como mosquitos todos los días, me llegan estas sabias palabras remontando siglos: ciegos guías de ciego... porque tú eres un desventurado, pobre, ciego y desnudo. Y muchos de estos que ostentan los más altos títulos de prestigiosas universidades extranjeras o nacionales. Y amparados en esos papeles van a las universidades, a los medios, a las conferencias esparciendo su ignorancia.
            Hay una sentencia en la entrada de la universidad de Salamanca, en España, muy reveladora: Quod natura non dat, Salmantica non præstat (Lo que la naturaleza no da, Salamanca no (lo) otorga). “Este proverbio latino significa que una universidad no puede darle a nadie lo que le negó la naturaleza. De este modo, ni la inteligencia, ni la memoria ni la capacidad de aprendizaje son cosas que una universidad pueda ofrecer a sus alumnos”, nos dice Jesús Cantera Ortiz en El Refranero Latino[5]
            Pero allá van, buscando las mejores universidades para repetir el lamentable caso del hombre de hojalata ante en Mago de Oz. Ese pobre hombrecito se sabía ignorante y va en busca del mago para que le dé un cerebro, y este, como lo hace cualquier universidad moderna (no puede hacer otra cosa), le extiende un título.
            Es posible que, si el hombre de hojalata no estuviera tan ensimismado buscando un cerebro, habría descubierto qué pudo haber sido el hombre más sabio de la tierra de Oz, pues tenía conciencia de su ignorancia.
            En este siglo XXI, las universidades deberían darse a la tarea de enseñar la materia más importante en el currículo de una persona: aprender a conocer su ignorancia, es decir, a desarrollar la humildad intelectual al enfrentarlos al vasto universo del conocimiento.
            Si alguien se sabe ignorante, no tan fácil emitirá una opinión categórica e irresponsable. Esto haría que sólo quien tiene algo de valor que decir y sería prudente teniendo en cuenta su ignorancia. De esta forma, creo firmemente en ello, nos llevaría a un mundo mejor.
            Y en nuestro México, nos falta, en grandes cantidades, esa humildad socratiana de no aceptar las loas, ni los títulos sin antes no tener la seguridad de merecerlo.
            Es el momento de decirle adiós a las selfies doctas e intelectuales a las que somos muy afectos los que hemos abierto un libro o hemos pisado una universidad creyendo falsamente que ello nos ha hecho sabios.


[1] En Delfos estaba el oráculo y estaba situado en un gran recinto sagrado consagrado al dios Apolo, fue uno de los principales oráculos de la Antigua Grecia. Estaba ubicado en el valle del Pleisto, junto al monte Parnaso, cerca de la actual villa de Delfos, en Fócida (Grecia).
[2] También llamada “Pitonisa”, sacerdotisas del templo de Apolo, quienes eran las que en estado de trance decían los mensajes del dios Apolo.
[3] Evangelio según san Mateo 15:14
[4] Apocalipsis 3:17
[5] Jesús Cantera Ortiz de Urbina (16 de noviembre de 2005). Refranero Latino. Ediciones AKAL. pp. 200.

lunes, 23 de marzo de 2020

LA PANDEMIA INFORMATIVA


Una de las pandemias que puede hacer que el impacto de coronavirus sea más grave e, incluso, fatal, es la pandemia informativa. Diversos medios masivos y opinadores de redes electrónicas y plataformas de video que —por ignorancia o por mala fe—, han estado difundiendo información falsa o distorsionada sobre el problema y muchos de ellos lanzan a diestra y siniestra expresiones viscerales de sus filias y fobias, dirigidas a los que gobiernan México.
            Este barullo maligno está confundiendo a la gente y, lo peor, los están empujando a que tomen malas decisiones que es posible pongan en peligro su integridad, su salud, su dinero y, en algunos casos, su vida.
            Todo esto me hizo recordar una que vi película a principios de los noventa: Pescador de ilusiones (1991) realizada por el afamado director norteamericano Terry Gilliam, que perteneció al grupo Monty Pyton, y admirado por películas como Brazil, una libre adaptación de la novela 1984, de George Orwell.  
La película inicia mostrándonos a un locutor de radio, Jack Lucas, popular, exitoso, que obtiene buenas ganancias con su programa. En su cabina es todo poderoso y con el influjo de su voz hace y deshace el mundo, da órdenes, descalifica a quien puede. Uno de sus seguidores habla a cabina y le dice que irá a cierto restaurante donde van gentes de negocios, jóvenes ejecutivos. Lucas lo regaña y le dice que, si quiere hacerle un bien al mundo, debería destruirlos, tomar una escopeta y dispararles. Obviamente, es una balandronada, no cree que sus consejos serán obedecidos, pero este radioescucha hace exactamente lo que dice.
Cuando Jack Lucas recibe la noticia lo derrumba. Su carrera, su fama se va al caño y se hunde en el alcohol; arrinconado vive en la casa de su novia —quien lo mantiene—. Una noche sale a la calle y ebrio llega hasta los márgenes de un río. De pronto se ve rodeado por un grupo de jóvenes de clase pudiente que se dedican a golpear indigentes. Los jóvenes empiezan a agredirlo, pero de pronto aparece un personaje singular: un hombre vestido como guerrero con una tapadera de un bote como escudo y armado con unas calcetas o medias que dentro tienen una piedra, y las usa como boleas. Se enfrenta a los jóvenes y logra ahuyentarlos. Luego, levanta a Jack Lucas y se lo lleva a unas cavernas en el subsuelo de la ciudad donde vive. Jack se da cuenta que el tipo está deschavetado, pero agradecido con él trata de recompensarlo. Pero cuando descubre quien es este hombre, su vida da un giro. Este enfermo mental se llama Perry y es un profesor universitario de historia, que quedó afectado cuando murió su novia precisamente por ese loco que siguió las órdenes de Lucas. El exprofesor, y su novia había estado en ese bar ese día. Su novia fue una de las víctimas y él quedó dañado para siempre. Jack se siente culpable y tratará de resarcir el daño en este hombre que vive en las cloacas y a quien paradójicamente le ha salvado la vida.
Esta película nos muestra el impacto devastador de una información irresponsable. Pareciera que las palabras son inocuas, o que son menos peligrosas que una pistola o una metralleta, pero no es así. Las palabras puedes tan letales como una bala.
Por eso decía en mi introducción que una de las pandemias que pueden hacer más grave y hasta letal esta pandemia viral es esa irresponsabilidad informativa.  
Este contagio viral que crece día a día como un Godzilla y amenaza con engullirnos, es posible desactivar con sencillas medidas de protección como la sana distancia, el lavado de manos frecuente con jabón (el gel no inactiva al virus), la reclusión voluntaria, podrán hacernos que las víctimas mortales sean muy pocas. Pero los informadores malignos pueden dar al traste con las medidas de seguridad, creando pánico y por ende generando una conducta irracional y enloquecida.
En este momento nuestras filias y fobias (en caso de que no podemos contenernos) deben quedar en el ámbito privado, no salpiquemos con nuestra ignorancia o con nuestra fobia al presidente y al gobierno actual (en algunos casos se nota un odio irracional) dañen a gentes que con poca capacidad de análisis no sabrán ver la peligrosidad de la información.
Este es el momento que todos los que tenemos el privilegio de un micrófono, una cámara de TV o de video o una página de papel o electrónica de ser sumamente responsables.
Pensemos antes de publicar: ¿Esto que he escrito ayuda a mis receptores? Si sólo es un ataque al gobierno (local o federal), si sólo es nuestra fobia, si sólo pretende inclinar a mediano plazo el voto en la siguiente contienda, tengamos un poco de pudor y vergüenza, y dejemos de destruir al país.
No digo que le cantemos loas al gobierno (nadie debe hacerlo), sino que todo lo que escribamos sea información útil a nuestros receptores, y le haga tener una vida mejor o bien tomar decisiones valiosas. Provocar el odio no es benéfico para nadie, tampoco la adoración al gobierno en turno.
Tal vez incomode esto que escribo, pero siento que es mi responsabilidad hacer un llamado a la cordura en estos momentos tan delicados que estamos viviendo.

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...