martes, 25 de febrero de 2020

CAMINO A ROMA: UNA MIRADA AL UNIVERSO INTERIOR DEL CINE

Netflix acaba de estrenar el documental Camino a Roma. Si usted vio la película Roma se encontró, seguramente, con varias sorpresas: una película en blanco y negro, la servidumbre que hablaban en un idioma indígena como protagonista, una historia que empieza en el micro cosmos de una familia y se abre para incluir a la sociedad y sus conflictos, entre otras.
Quienes alguna vez hemos estado detrás de la lente nos dábamos cuenta que detrás de esos planos sencillos, abiertos y con leves paneos lentos, se escondía una complejidad y una dificultad tremenda, pero este documental nos muestra que nuestra imaginación se quedó corta, pues su complejidad es monumental, casi una hazaña imposible, pues Alfonso Cuarón, su director, buscaba no sólo retratar una acción sino ir mucho más a fondo, retratar a la vida in fraganti. Quería planos verdaderos no verosímiles.
            El documental nos muestra como fueron filmadas las escenas más interesantes y emotivas de la película. Inicia con el magistral plano del piso enjabonado, en cuyo reflejo vemos que cruza un avión (aunque esta escena no muestra como filmó el avión y nos deja con la duda de si este plano fue real o un montaje en posproducción. El rigor con el que filmó Cuarón me hace pensar que no hubo truco, que en un instante afortunado pasó el avión por ahí ese momento, dándole una pincelada maestra a la toma). Llama la atención, en esa secuencia inicial el detalle que le imprime Cuarón, al grado de indicar con precisión como debe verse esas cubetadas de agua jabonosa.
            Embriagado en al torbellino de sus recuerdos reconstruye los escenarios de su infancia: su casa, sus muebles, la calle (su calle), la avenida Insurgentes, las fachadas de los negocios, la entrada del Cine Américas (que estaba en la esquina de las avenidas Baja California e Insurgentes), tal y como estaban. Como esos escenarios han cambiado, recurrió a fotos históricas para reconstruir a detalle de los negocios que había a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta.
            Y para tener ante la cámara un realismo exquisito contrata ejércitos de extras buscando la presencia multirracial y económica (las caras morenas se mezclan con los rostros pálidos de la gente de raza blanca), y diseña vestuarios fieles a la época. Y a cada uno de los actores ambientales le indica, en términos generales, su tarea escénica de modo que recrea momentos muy vívidos de esa convivencia social en las calles o en los cines. Quienes vivimos esa época, nos estremecimos del verismo extraordinario, hasta el vendedor de las ciriacas estaba allí.
            Llama la atención la manera en que dirige a sus actores. A pesar de que escribió un guión detallado, en el rodaje no lo usa y les sugiere los parlamentos a sus actores, dejando que estos improvisen. Además, oculta acciones que realizarán los demás actores para buscar reacciones genuinas y no sólo mera mímica. Dirigir así a los actores hay un enorme riesgo de que las escenas se resquebrajen cuando los actores se saquen de onda y paren la acción. Pero Cuarón, con gran habilidad, no dejó que se le hiciera agua la nave. Con un delicado equilibrio logra imágenes inusitadas.
            Quizá, en este sentido, una de las secuencias más emotivas es la del parto. Primero, utilizó uno de los edificios viejos del Centro Médico que estaba por derrumbarse y lo reconstruyó como estaban en esa época. Contrató a médicos y enfermeras de a de veras para que actuaran, de modo que cada acción fuera real, es decir, tal y como lo hacen en su labor cotidiana; tercero, no le dijo a Yalitza que el bebé que usarían era un muñeco. Siempre creyó que era un bebé real de modo que sus reacciones emotivas tuvieran una mayor profundidad. Cuando filmaron la escena, el ambiente se electrizó de modo que cuando le dan la noticia que su hija nació muerta, llora inconsolable de verdad y lloran también con ella el personal médico. Y su estado emocional era tan fuerte que Alfonso Cuarón, cuando terminó la toma, tuvo que abrazarla varias veces para calmarla. Fue una escena increíblemente realista.
            Algo que le da mucho valor al documental es que Alfonso Cuarón va explicando qué buscaba en cada escena, y qué fue lo que hizo para lograr ese verismo sorprendente. Cuando el documental termina nos damos cuenta que nos ha dado una clase magistral de cine, de un cine que está más allá de la técnica fría y calculada, y que tuvo la virtud, como director, de empujar a todo el crew y a sus actores a rebasar con mucho los límites del cine convencional, aunque los espectadores no entendieran o no sospecharán hasta dónde estaba llegando este gran cineasta mexicano.
            Esta experiencia nos hace valorar aún más a Roma. Esta película no es sólo una buena película, sino una pieza maestra construida por un director que no le interesa un cine espectacular, un cine taquillero, un cine de vanguardia, un cine apantallador, sino crear una visión real (como si viajáramos al pasado y al interior del pulso emocional de los personajes y de una sociedad golpeada por las masacres de 1968 y 1971) cuya resonancia llega hasta quienes vivían ajenos a los movimientos estudiantiles.
            Yo le recomiendo este documental, pero primero vean Roma y luego el documental. Estas dos películas nos permitirán asomarnos a las profundidades del arte cinematográfico. Vemos a un gran artista construir su obra maestra. Esta experiencia es como si estuviéramos presentes en el proceso de creación de la Capilla Sixtina por Miguel Ángel. En verdad. Es un raro privilegio pero que está al alcance de nuestra mano… claro, si tenemos Netflix.

           

domingo, 9 de febrero de 2020

CARTAGHE Joyce Carol Oates

Jeremías Ramírez Vasillas

Cressida Mayfield, una joven de 19 años, se ha perdido en las montañas de Adirondack, en el estado de New York. Cerca de ahí está ubicada la pequeña ciudad de Cartaghe donde ella vive con sus padres y su hermana.
Una noche sale a ver a una amiga y no regresa. En la madrugada Arlette, su madre, despierta y va a su cuarto para ver cómo está. Está segura que la encontrará envuelta en sus cobijas, como siempre, pero al abrir la puerta advierte que su cama está vacía. En ese momento presiente que algo extraño, desagradable y funesto está pasando. Empieza a buscar si está en alguna otra parte de la casa, pero no la encuentra. Entonces empieza a hacer llamados telefónicos. La amiga a la que fue a visitar le dice que como a las 11 de la noche Cressida salió de su casa y que no quiso que la llevaran. La amiga supuso que regresaría a casa, que estaba a un kilómetro. Arlette despierta a su hija mayor, Juliette, y luego a Zeno, su marido, y los tres empiezan a buscarla, a preguntar con los conocidos, en los hospitales, dan aviso a la policía.
Al día siguiente se forman grupos de búsqueda. Creen que posiblemente Cressida se extravío en el bosque. La policía, por su parte, empieza a investigar y descubre que Cressida esa noche, en vez de regresar a su casa fue al bar Roebuck Inn a buscar Brett Kinkaid, el ex prometido de su hermana Juliette cuyo compromiso recién acaban de terminar. Brett había regresado de la guerra con severos daños físicos y psicológicos y no se sentía con ánimos de casarse. En el jeep de Brett encuentran rastros de sangre. Lo detienen, pero no logran conseguir pruebas suficientes y lo sueltan. Tiempo después él se confiesa culpable y es detenido. Brett no recuerda si la enterró o si la tiró al río, y a pesar de buscar el cadáver guiados por él. no aparece.
Después de ese nudo dramático en el que Carol Oates se ha extendido más de 200 páginas, la novela da un giro dramático para llevarnos fuera de Cartaghe a un paseo de más de 150 páginas por las entrañas oscuras de la justicia y de una cárcel de alta seguridad. Esta es la sección más estremecedora de la novela. El detalle casi fotográfico, y en momentos en cámara lentísima, nos sumerge en el terrible infierno carcelario para horrorizarnos con el aspecto más desagradable del ser humano. La descripción del lugar y los mecanismos de la pena capital en Florida son estremecedores. Este es un tour en las que disecciona las pútridas entrañas de justicia norteamericana, el desequilibrio social y psicológico de los delincuentes.
La novela está compuesta de tres grandes secciones. En la última empieza a cerrar todos los cabos para revelarnos como la tragedia tiene el efecto de una bomba expansiva que vulnera los lazos familiares provocando efectos devastadores, pero que al final hay un cierto sentido de redención, de perdón, de evolución, pero las cicatrices que ha dejado serán imborrables.
            Joyce Carol Oates es una de las más reconocidas escritoras y una de las más prolíficas. Su obra es sumamente voluminosa pues además de la narrativa ha escrito poesía, cuento, ensayo, teatro, libros para niños... Ha publicado alrededor de 58 novelas, muchas de ellas muy voluminosas, y más de 50 relatos, además novelas breves.
            Algunos analistas señalan que uno de sus defectos es que se extiende muchísimo, haciendo de pronto que su escritura sea farragosa. Yo difiero porque su estilo narrativo no cae en excesivas acotaciones descriptivas o en reflexiones filosófica o en retorcidas descripciones, aunque en este afán expansivo, propio de la novela, si hay momentos en que un lector como yo se siente agotado y con la necesidad de volver a la trama principal y saber qué está sucediendo con los otros personajes. En su defensa podemos decir que esta tendencia a extenderse tiene una virtud: permite la familiarización a fondo con los personajes, con el drama en que viven, con el espacio geográfico o histórico en el que se desenvuelven, con la psicología de los personajes, a veces no tan simple como el de Cressida, una muchacha con una inteligencia sobresaliente y un enorme talento para el dibujo, pero con un conflicto interno terrible. Y aunque sus padres o su hermana han tratado de entenderla, no lo logran y mucho menos sus amigos o sus compañeros de escuela.
            Cartaghe fue publicado por Carol Oates en el 2014, es decir, es reciente, y fiel a su estilo la novela tiene una extensión de 530 páginas que a pesar de que el estilo de Carlo Oates es muy visual, fluido, apasionante, es un reto esa enorme extensión.
            Aunque el drama de la novela es muy similar a los casos de desaparición en México, hay una enorme diferencia en cómo se ve un caso de este tipo en Estados Unidos. Y ese contraste nos revela la gravedad de las desapariciones en nuestro país.
            Es una gran novela de una gran escritora, aunque a pesar de su carácter expansivo deja algunos cabos sueltos que nos hubiera gustado que los desarrollara.
           

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...