sábado, 27 de noviembre de 2021

EL ESBIRRO



Jeremías Ramírez

Las narraciones testimoniales de Richard Wurmbrand, Haralan Popov, Watchman Nee y del Hermano Yun —quienes fueron perseguidos y torturados por su fe—, nos relatan la persecución de los cristianos en los países comunistas desde la óptica de quienes la han padecido, pero es completamente extraño encontrar una narración desde el punto de vista de los perseguidores.

El esbirro es justamente ese punto de vista. El libro fue escrito por Serguei Kourdakov, un joven militar soviético, quien, como miembro destacado de la policía especial, estuvo al frente de grupos paramilitares dedicados a perseguir a los cristianos en los años setenta, cuando el comunismo ruso aún estaba vigente e internacionalmente mantenía una guerra fría contra Estados Unidos. 

Es justo decir que Kourdakov escribió el libro no cuando estaba en el servicio activo, sino después de que desertó de la Unión Soviética y se había unido a un grupo de cristianos que apoyaban desde el exterior a los perseguidos.

Su relato inicia cuando una noche fría, Kourdakov, escapa del barco militar en el que estaba enrolado como marino. El barco navegaba en el Atlántico cerca de la costa canadiense. Kourdakov decide huir de la URSS porque ya no está de acuerdo con el régimen. Al menos eso trata de sostener.

La huida es narrada en un largo texto con sumo detalle y con buen pulso dramático, tenso, emocionante, difícil, donde Kourdakov lucha denodadamente contra el agua helada, pues sabe que si no sale rápido morirá en es mar embravecido en el cual a ratos se siente perdido y sus posibilidades de sobrevivir son mínimas, a pesar de que había preparado bien su fuga. El tiempo corre y el frio amenaza con matarlo de hipotermia si no logra llegar, en el poco tiempo que le queda, a la costa canadiense. 

Cuando leemos su dramática fuga nos preguntamos: ¿Por qué huye? La pregunta no es respondida de inmediato, pues para contarnos cómo llega a tierra, hace una pausa de muchas páginas para contarnos su vida desde que era niño justo un poco antes de que sus padres han muerto.

Tan pronto queda huérfano es recogido por una familia de intelectuales, amigos de sus padres, que lo tratan bien y le dan todo lo necesario. Pero el niño lo que quiere es regresar con sus padres: no sabe que han muerto. 

Si bien este matrimonio lo recibe bien; el hijo de ellos no, pues intenta matar a Serguei. Para evitarlo huye, pero en poco tiempo es capturado y enviado a una escuela-orfanato, porque se niega a regresar con los que buscan ser sus padres adoptivos. 

A pesar de que no está desamparado en esa escuela, no le gusta la rígida disciplina y huye de nuevo, pero otra vez es recapturado y va pasando de un orfanato-escuela a otro a medida que va creciendo. Pronto se da cuenta que no tiene más opciones sino la de permanecer y destacar en estos lugares para obtener ciertos privilegios. 

Cuando termina su formación básica desea desarrollarse como militar pues advierte que es en la milicia donde tendrá un mejor futuro, particularmente si desea hacer carrera en la milicia naval, a la cual aspira.

A pesar de las dificultades en la escuela militar por su extrema disciplina su destacado desempeño como estudiante y su participación sobresaliente en las células juveniles del partido comunista, le permiten lograr sus metas. Los reconocimientos y los privilegios poco a poco van llegando, aunque advierte que las proclamas de las bondades del comunismo no se cumplen en la sociedad, lo cual le genera sentimientos encontrados. También advierte que, a pesar de la proclamación de la libertad religiosa, ésta no existe, pues los cristianos son perseguidos, encarcelados, torturados y muchas veces, asesinados. A pesar de ello, los grupos cristianos van en aumento, paradójicamente.

Su brillante liderazgo como joven comunista y su buen desempeño estudiantil pronto llama la atención de la policía de la ciudad en donde estudia, Kamtchaka, y es reclutado para formar un grupo especial cuya tarea es desarticular, perseguir, golpear y arrestar a los cristianos. 

A estas alturas del relato aun no encontramos respuesta a nuestra interrogante inicial: ¿por qué huyó?

Al parecer su cambio de opinión respecto a los cristianos se genera al conocer a Natacha, una joven inteligente, hermosa y temeraria, que es reconocida en su trabajo como una empleada, pero es también es una cristiana valerosa que no le teme ser golpeada ni arrestada. En varias de las incursiones de Serguei la encuentra siempre firme. Esta actitud lo lleva a cuestionarse si lo que le han enseñado en sus clases de comunismo es verdad o es verdad en lo que creen los cristianos, pues esta mujer arriesga el trabajo, los estudios, la comodidad, la familia y hasta la vida.  

Esta lucha interna es la que lo lleva a cuestionarse sus ideas contra el cristianismo y decide ya no formar parte de la policía, y enrolarse como marino, pues sus estudios han concluido. 

A pesar de estar fuera de la policía y de que su trabajo de perseguir a los cristianos ha terminado, el recuerdo de Natacha lo persigue hasta impulsarlo a huir de la URSS. Por cierto, no es tan convincente ni creíble que sea sólo este recuerdo el que lo lleve a arriesgar su privilegiada posición en la milicia y en la sociedad soviética para exiliarse en un país capitalista.

Sin embargo, ahí va, nadando, nadando. De pronto, descubre unas luces que rompen la densa oscuridad, pero cuando se acerca advierte que ha nadado en redondo y ha regresado al barco. Ya no le quedan muchas posibilidades de alcanzar la costa, pero sabe que si regresa al barco le espera un infierno, así que vuelve a emprender su camino hacia Canadá. Prefiere morir antes que regresar. Cuando está a punto de fallecer logra alcanzar una isleta rocosa de donde es rescatado por unos pescadores.

Una vez en tierra es llevado al hospital en donde permanece detenido en espera de que le definan su situación jurídica. Tras un largo periodo de convalecencia, se restablece, pero su condición legal no se define y corre el riesgo de ser deportado a la URSS. Sabe que si eso sucede no le espera una bienvenida. Finalmente, la balanza se inclina a su favor y le conceden la ciudadanía canadiense, gracias a la intervención de un grupo de cristianos que abogan a su favor y lo acogen.

Una vez libre se une a una iglesia en la que finalmente acepta a Cristo como su Señor y salvador, y empieza su labor de divulgar la situación de los cristianos en la URSS y la necesidad de apoyo, tanto presionando políticamente como apoyando financieramente a los cristianos soviéticos para llevarles Biblias y ayudarlos en sus penurias económicas, pues como perseguidos políticos han perdido sus derechos como ciudadanos, y muchos han sido sentenciados a largas condenas o han sido enviados a Siberia.

A pesar de que es ciudadano canadiense sigue siendo objeto de persecución por la KGB que no deja de acosarlo y amenazarlo, particularmente cuando descubren que está escribiendo un libro en cual expondrá públicamente las entrañas del comunismo y la persecución religiosa.

Sin embargo, el libro llega a buen fin y se publica, pero su autor, —así lo señalan varias páginas de internet— muere de manera misteriosa. Algunos creen que se suicidó, pero la mayoría asegura que murió tras un ataque de la KGB y trató de encubrirlo como si hubiese sido un suicidio. 

José de Segovia nos dice en su artículo “Kurdakov: ¿Realidad o Ficción?”, publicado en la revista Entrelíneas  que Serguei  “Tenía apenas veinte años”, cuando “su cuerpo apareció el día primero del año nuevo de 1973, en la habitación de un motel de California, muerto de un disparo a la cabeza”. ¿Era un accidente, o un suicidio? Según la organización Evangelismo Subterráneo: “…fue víctima de un asesinato por otro miembro de la KGB, para silenciarle” .

Suicidio o asesinato, no lo sabemos, pero Serguei murió muy joven tras la publicación del libro. Esta denuncia, aseguran, era un pecado imperdonable para las autoridades soviéticas.

También existen dudas de que su relato sea verdadero, pues algunos investigadores no han podido corroborar los lugares ni las personas mencionadas. Para ellos hay sospechas de que la información sea ficticia.

Yo no sé si son ciertas estas sospechas, pero una cosa me queda clara: lo que este libro nos relata de como fueron perseguidos los cristianos en la URSS coincide con los testimonios de cristianos de China, Bulgaria, Rumanía, Polonia o Checoslovaquia. Creer en Cristo, en esos años en esos países era un asunto de vida o muerte, tan similar a lo que sufren los cristianos en los países musulmanes hoy en día, o en algunos países comunistas aún con ese sistema.

Como el libro fue publicado en 1975 por la editorial Logoi, una editorial ya desaparecida, es difícil de conseguir ejemplares en papel, aunque en Kindle lo he visto disponible en el portal de Amazon; y de segunda mano, hay quien lo ofrece en Mercado libre. 




sábado, 20 de noviembre de 2021

MAGALLANES: LA AVENTURA MÁS AUDAZ DE LA HUMANIDAD


Jeremías Ramírez

Dice Stefan Zweig al final de este libro: “El destino había elegido a este hombre oscuro, taciturno, encastillado en sí mismo, entre la multitud de millones de hombres, para que realice la hazaña por la que estaba dispuesto, inflexiblemente, a sacrificar todo cuanto poseía en este mundo, y quien, además, estaba puesto para dar su vida por su idea”.

Aquí Zweig sintetiza los factores clave de la personalidad de hierro de Fernando de Magallanes que le hicieron capaz —como dice el subtítulo de este libro— de realizar “la aventura más audaz de la humanidad”.

Pero esta hazaña, desafortunadamente, al paso de los años, se fue desdibujando de la memoria colectiva. Afortunadamente, para los curiosos como yo, hay libros como éste que nos narra de manera magistral la vívida, apasionante y dramática aventura para que la vivamos y revivamos con intensidad, y entendamos su dimensión y trascendencia y emulemos su tesón en nuestras luchas cotidianas.

Ahora bien, no hay actos humanos al margen de un contexto histórico, político y social; contexto que determina en muchos sentidos la estatura de la hazaña.

Y el contexto de la aventura de Magallanes estuvo determinado por el comercio altamente lucrativo y codiciado de las especies, las cuales se cultivaban en las ignotas islas de Malasia, a miles de kilómetros de Europa. 

Ahora bien, las especias se habían estado importando desde Oriente a Europa durante varios siglos y los europeos habían desarrollado un gusto especial por ellas y estaban dispuestos a pagar su alto costo.  

Parte del atractivo de estas sustancias residía en el sabor que daban a los platos. La cocina europea sin las especias era sumamente insípida, pero además su rareza, exotismo la había convertido en símbolo de estatus de los más ricos, ya fuesen reyes, condes, duques o príncipes de la iglesia. 

Las especias, cabe señalar, no sólo se utilizaban para dar sabor a las salsas sino también a los vinos; incluso se cristalizaban y se comían solas como dulces. Entre las más valiosas estaban la pimienta, el jengibre, el clavo, la nuez moscada, la canela, el azafrán, el anís, la cúrcuma y el comino. 

El costo elevado radicaba principalmente en dos factores: el largo y penoso traslado desde el oriente, en cuyo trayecto estaba plagado de peligros, y el pago de las aduanas. 

El negocio era tan lucrativo que los europeos anhelaban participar de él, pero el control estaba bajo el poder de los árabes y estos no estaban dispuestos a permitir que alguien les hiciera competencia. 

Para romper esta barrera los reyes y los comerciantes europeos inventaron las Cruzadas bajo el señuelo de la liberación de Tierra Santa. Estas se dieron en un lapso de más de trescientos años, de 1095 a 1291. Sin embargo, pese a la violenta y reiterada embestida en las que Europa ganó algunas batallas, el saldo final fue un fracaso. 

Imposibilitados a ir por tierra los europeos empezaron a buscar una ruta por mar hacia las indias orientales. La tarea no nada fue simple: había obstáculos muy difíciles de vencer, particularmente el desconocimiento geográfico, el miedo a lo desconocido, los prejuicios atávicos, la ignorancia y los errores de los sabios del pasado como Aristóteles, quienes afirmaban que la tierra era plana y que a la altura de Ecuador la temperatura deshacía cualquier navío, además del limitadísimo desarrollo de las ciencias marítimas. 

Por ello, durante 200 años los europeos se dieron a la tarea de desarrollar la tecnología en la construcción de naves de mayor envergadura, el desarrollo de instrumentos de navegación, como la brújula y el astrolabio, y la menos importante ciencia de la cartografía en las que se distinguieron sabios como el alemán Martin Waldseemüller.

También fue muy importante la participación política y financiera de algunos reyes, como el portugués Enrique, el Navegante (1394-1460) —quien por cierto nunca navegó, aunque si financió a muchos marinos temerarios—, que impulsaron a los marinos más osados y cuando lograron encontrar una ruta a las especias rodeando el continente africano Portugal se convirtió, de un insignificante país, a una potencia mundial.

Magallanes participó en varios viajes hacia las Indias y peleó en varias batallas, al grado que cuando cumplió 35 años era un marino experto y un soldado experimentado, aunque nunca había desempeñado un cargo directivo. Pero su experiencia le daba la certeza de sentirse capaz de dirigir una expedición. No sabemos desde cuándo empezó encubar la idea de encontrar una nueva ruta hacia las Molucas buscando un paso a través del continente americano. Y con esa idea se presenta ante el rey, quien no sólo lo rechaza sino además lo humilla.

Truncado su anhelo Magallanes, como el agua de un río, busca su cauce y se une al cosmógrafo Rui Faleiro quien tenía informes de un paso para cruzar el continente americano y juntos afinan un plan. Y una vez que lo terminan, acuden a la corte española para presentarle el proyecto al rey Carlos I. En principio también es rechazado, pero de pronto recibe apoyo de Juan de Aranda, de la Casa de Contratación sevillana, quien se convierte en un importante aliado para abrir la posibilidad de llegar a las Molucas por occidente, sin atravesar mares reservados a los portugueses por el Tratado de Tordesillas y, además de eso, según Faleiro, probar que las «islas de la especiería» se encontraban en el hemisferio castellano. Con la influencia de Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, la maquinaria que impulsará su gran aventura empieza a funcionar.

Con magistralidad, Zwieg narra los largos preparativos y los conflictos que Magallanes tuvo que enfrentar desde tierra, tales como presiones de personeros del rey de Portugal o los saboteos de españoles envidiosos que no aceptaban que un portugués desconocido recibiera un apoyo extraordinario para una de las aventuras más costosas de todos los tiempos. 

A pesar de ello logra vencerlos y el 10 de agosto de 1519 zarpan las cinco naves con que cuenta su expedición, cargadas a tope de víveres e instrumentos. Magallanes, con mano férrea, dirige su flotilla y llega a Brasil y bordeando el continente navega hacia el sur. Cuando llega al Mar de Plata, cree que este es el paso que le permitirá atravesar el continente, pero después de varios días de navegación advierte su error y tiene que regresar. A medida que avanza hacia el sur el clima se vuelve adverso pues el invierno lo acecha y tiene que detener el avance. Decide aguardar en el inhóspito puerto de San Julián a que pase el invierno, pero en ese lugar los capitanes de las otras cuatro naves traman un motín para apoderarse de la expedición y eliminar a Magallanes. Los conspiradores eran: Juan de Cartagena, veedor; Luis de Mendoza, tesorero; Antonio de Coca, contador; Gaspar de Quesada, capitán de la Concepción. Durante la noche los amotinados se apoderan de tres naves y todo parece que Magallanes ha perdido la batalla, pero un golpe maestro logra someter a los amotinados. Fracasado el complot, Magallanes condena a muerte a Gaspar de Quesada, y manda descuartizar su cadáver junto al de Luis de Mendoza, que había muerto durante la revuelta. Y Juan de Cartagena, como castigo, es abandonado en tierra el 21 de agosto de 1520, junto con el clérigo Sánchez de Reina. Durante el reinició del viaje una de las naves se accidenta. ¿Un augurio de lo que pronto vendrá?

Siguen avanzando, pero la esperanza de encontrar el paso al Pacifico se va diluyendo y sus marinos le piden que regresen a España. Sin embargo, Magallanes no retrocede y finalmente encuentra ese paso que hoy se llama “Estrecho de Magallanes”. En este estrecho pierde su segundo barco, pues el San Antonio huye de regreso a España.

Con tres naves continúa la ruta hacia las islas Molucas, cruzando el Pacífico, sin saber que la distancia faltante es mucho más grande que haber cruzado en océano Atlántico. Este es el viaje más terrible que tripulación alguna haya enfrentado antes. Prácticamente sin alimentos —pues el San Antonio llevaba la mayor cantidad de víveres— y con un mar en calma que bien parecía que navegaban en un desierto, hace la travesía más difícil. Ese mar se extiende y parece no tener fin. Los víveres pronto se acaban y el hambre, la sed y el escorbuto empiezan a diezmar a la tripulación. Finalmente, tras 3 meses y 20 días, llegan a las islas de Cebú donde tras una breve resistencia, los nativos los aceptan. Magallanes había logrado con su voluntad de hierro realizar la tarea más difícil que hombre alguno haya hecho. Sin embargo, en la cúspide de su triunfo, al enfrentar a un reyecillo de una de las islas para darle una lección de poderío y autoridad, cae abatido y muere.

El final del viaje es desastroso. Tras la muerte de Magallanes, los miembros de la expedición deciden quemar la Concepción que ya estaba en ruinas, distribuyéndose el cargamento en las dos naves que quedaban. Y para dirigir el regreso es elegido como jefe de la expedición y capitán de la nao Trinidad, a Gonzalo Gómez de Espinosa, y al frente de la Victoria a Juan Sebastián Elcano. Tras arribar a las islas Molucas, objeto del viaje, y cargar con las especias, emprenden el regreso a España por la ruta africana.

La Trinidad navegaba mal y hubo que quedarse en el puerto de Tidore para ser reparada. Elcano toma el mando de la expedición eligiendo navegar hacia el oeste, bordeando África, por rutas conocidas, pero teniendo que esquivar los puertos y flotas portuguesas. Finalmente, el Victoria llega a Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522 concluyendo la expedición tras casi tres años de travesía. De los 234 hombres que partieron solo regresan 18. 

Juan Sebastián Elcano recibe los honores y trata de llevarse todo el mérito de Magallanes. Afortunadamente el cronista italiano, Antonio Pigafetta (1480-1534), quien sobrevivió al viaje y quien registro los pormenores del viaje en un diario, se dio a la tarea de divulgar la hazaña y dar honor a quien honor merece. Es gracias a este hombre que podemos saber con detalle los pormenores del viaje y de quien Stefan Zweig toma muchos datos para este libro. 

Desafortunadamente, al parecer, el diario original de Antonio Pigafetta fue destruido para robarle la corona a Magallanes, pero Pigafetta escribió una segunda versión más reducida, y que ahora, que se han alcanzado los 500 años de esta hazaña, han puesto en circulación de manera gratuita en esta página: http://civiliter.es/wp-content/uploads/Antonio-Pigafetta-Primer-viaje-alrededor-del-Globo.fCiviliter.2pdf.pdf

Esperemos que pronto se inicien las celebraciones de la hazaña de Magallanes porque seguramente se liberará mucha información al respecto. Por lo pronto, usted puede bien consiguiendo el libro que acabo de reseña o este de Antonio de Pigafetta. 


sábado, 13 de noviembre de 2021

GRANDES BIOGRAFÍAS: PITÁGORAS


Jeremías Ramírez


Muchos hemos oído sobre Pitágoras, pero pocos saben realmente quién fue y cuál es su influencia en la cultura y el pensamiento actual. 

Quizá la primera vez que escuchamos su nombre fue en la escuela en alguna clase de matemáticas cuando nos enseñaron su famoso teorema (En todo triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos). 

Quienes estudian música además descubren que este sabio griego no sólo fue un matemático notable, sino que además fue el diseñador de la escala musical (Do, re, mi, fa, sol, la, si, aunque él no les puso nombre a las notas) que todo músico utiliza actualmente. 

Y quienes estudian historia o filosofía descubren que desarrolló una escuela cuyas ideas abarcan un amplio espectro de la actividad humana en diversos ámbitos, tanto políticos como sociales o de pensamiento. 

Pitágoras nació en la isla de Samos (actual Grecia) alrededor del año 582 a.C. y murió en Metaponto, (actual Italia), alrededor del año 500 a.C.). Es considerado el primer matemático puro, pues contribuyó en el avance de la matemática, la geometría y la aritmética, derivadas particularmente de las relaciones numéricas, y aplicadas a la teoría de pesos y medidas, a la teoría de la música o a la astronomía. 

Respecto a la música, sus conceptos fueron los pilares fundamentales en la armonización griega y su escuela fue una sociedad, que, si bien era predominantemente religiosa, se interesaba también en medicina, cosmología, filosofía, ética y política, entre otras disciplinas. 

El pitagorismo formuló principios que influyeron tanto en Platón como en Aristóteles y, de manera más general, en el posterior desarrollo de la matemática y en la filosofía racional en Occidente. De los posibles tratados que escribió no se logró conservar alguno de ellos. Todo lo que sabemos de él nos ha llegado a través de sus alumnos o sus biógrafos (como Jámblico ), y seguidores distantes como Platón y Aristóteles, pues no se lograron conservar ningún escrito original de Pitágoras.

Durante años quise saber más sobre él; por ello, cuando descubrí en un centro comercial su biografía la compré. Empecé a leerlo con mucho entusiasmo, pero pronto advertí que la autora, Patricia Caniff, no profundizaba, y que había cierta incertidumbre y titubeo. Decepcionado abandoné la lectura casi a la mitad. La reanudé mucho tiempo después, aunque empecé de nuevo desde el inicio. Y cuando llegué al punto donde me quedé la vez anterior me di cuenta por qué: yo esperaba que me revelará cómo había descubierto sus grandes teorías matemáticas o como fue que se interesó en la música. 

A pesar de ello, tiene la virtud de darnos una visión panorámica de la vida de Pitágoras. Arranca desde su nacimiento en el seno de una familia pudiente que le prodiga una buena educación inicial. Sin embargo, una vez que las enseñanzas en su isla natal ya no le fueron suficientes, con el apoyo monetario y de relaciones públicas de su padre, se puso en contacto con Tales de Mileto, su primer gran maestro, y con Anaximandro, su segundo maestro y alumno aventajado de Tales. Ellos le dijeron, luego de enseñarle lo que sabían, que si quería aprender más tendría que ir a Egipto y buscar la manera de ser aceptado por los sacerdotes cuyas escuelas estaban en los sótanos de las pirámides, aunque no tan fácilmente le daban acceso a los interesados.

Partió hacia Egipto y primero acudió con el faraón, Amasis, pero este le dijo que no temía ningún poder con los sacerdotes. Para lograr el ingreso utilizó algunas cartas, pero la llave de acceso fue su interés y elevados conocimientos y un extraño defecto personal: un muslo de oro, es decir, una coloración dorada en una de sus piernas, y que él ocultaba celosamente. Ese defecto sorprendió a los sacerdotes y le permitieron el acceso. Con ellos pasó 20 años hasta que Cambiases, hijo de Ciro, rey persa, invadió Egipto y Pitágoras fue llevado a Persia en calidad de prisionero de guerra, pero allí descubrió la excelsitud de los conocimientos de los Persas. Estuvo estudiando con ellos quince años. 

En esos 35 años aprendió los conocimientos de ambos pueblos y desarrolló sus ideas al grado máximo, de modo que cuando regresó a Samos, con más de 50 años, no sólo traía un enorme cúmulo de conocimientos sino además el aura de “divino”, pues además tenía dotes de profeta. 

Una vez establecido en Samos inició su actividad docente inaugurando en unas cuevas (las cuevas de las musas) su primera escuela, que va ganando poco a poco popularidad. Su objetivo era crear una ciudad ideal.

Dice el libro que su estricta dieta vegetariana lo llevó a tener una salud envidiable y una apariencia juvenil de modo que aparentaba una edad de 30 años cuando ya estaba rondado los sesenta.

La ambición de construir una ciudad ideal en Samos se vio truncada porque los poderosos de ese lugar, al ver su progreso e influencia cada vez más extendida, empezaron a obstaculizar su labor. Decidió buscar una nueva sede. Primero llegó a Sibaris, pero fue rechazado, y finalmente se asentó en Crotona, donde desarrolló sus ideas, su filosofía y consolidó una poderosa escuela de hombres sabios. Fue en esta ciudad donde desarrolló toda su capacidad docente y filosófica, creando una generación de alumnos sobresalientes, cuya capacidad intelectual y moral tuvo dos senderos: la excelsitud del conocimiento y la ostentación del poder. 

A pesar de todas sus virtudes y de haber conquistado el pueblo de Crotona, cuando vieron como acrecentaba su poder, fue criticado y atacado, sobre todo después de que sus alumnos empezaron a asumir puestos políticos. 

Pronto se vio envuelto en conflictos que lo obligaron a huir, y murió en las calles en Metaponto. Sobre su muerte hay dos versiones: La primera apunta a que, viendo el ataque que había sufrido él y su comunidad, Pitágoras provocó su muerte deteniendo sus funciones vitales. La segunda versión nos dice que fue asesinado por Cilón, un habitante de la ciudad de

Crotona quien había solicitado unirse a la Sociedad Pitagórica. Sin embargo, al ver que había sido rechazado por no cumplir con los requerimientos que los Matematikoi exigían, a pesar de ser un hombre muy rico, juró perseguir a Pitágoras ya sus seguidores en donde sea que fueran vistos. 

Como esta biografía se queda corta, y nos deja muchos vacíos e interrogantes, nos quedamos con el deseo de saber más. Afortunadamente existen varias biografías, como la de Pedro Miguel González Urbaneja, Pitágoras, el filósofo del número, ed. Nivola (Colección “La matemática en sus personajes”, n. 9), 2001., pero a mí me llama más la atención la novela histórica de Marcos Chicot, El asesinato de Pitágoras, Duomo editorial, 2013.


sábado, 6 de noviembre de 2021

EL CASTILLO DE LOS CÁRPATOS: Julios Verne

Jeremías Ramírez


Reviso en internet la zona de los Cárpatos y descubro montañas agradables y una campiña hermosa e interesante, lo cual me dificulta entender de dónde surgió la imagen terrorífica de que esa zona es vampírica, que se ha impuesto a esta parte de Rumanía a través del cine y la literatura.

Un libro tiene la culpa: Drácula de Bram Stocker. Yo creía que de aquí había arrancado esa imagen, a pesar de que Stocker, dicen, se inspiró en la sangrienta contribución del conde Vlad III, o Vlad "El Empalador", para crear al vampiro más famoso de todos los tiempos.

Ahora encuentro en esta novela de Verne que esa idea de que en esa zona hay vampiros (y otros entes terroríficos) viene desde hace muchos años. Dice Verne: “Así suceden las cosas en algunos parajes supersticiosos de Europa, y Transilvania puede ocupar el primer lugar entre ellos… ¿cómo hubiera podido romper este pueblo de Werst (pueblito ubicado en esta zona e inventado por Verne) con las creencias en lo sobrenatural? ... Afirmaban que los hombres lobo recorren la campiña, que los vampiros beben sangre humana…”.

Ah, sorpresa, la idea de los vampiros transilvánicos ya existía mucho antes de que Bram Stocker creara al conde Drácula. Es más, encontramos que el folclore eslavo (especialmente polaco) había inventado a un tipo de vampiro llamado “estrige” y que se le describe como una mujer que ha sido deformada por una maldición”.

El famoso castillo de la novela —una invención de Julio Verne, para crear un ambiente terrorífico que le permitiera contar una historia de horror— es el personaje principal, pues desde el inicio se impone como un ente capaz de aterrorizar a un pueblo, sobre todo cuando da signos de vida al momento que de una de las torres se eleva una sutil columna de humo. Pero, además, por las noches aparece de pronto un resplandor y se oyen aullidos como el de los “estigres”, que se llaman así porque “lanzan gritos de lechuza”, afirma Verne . 

La narración abre con un personaje singular: el pastor Frik, que cuida los rebaños del juez Koltz, quien gobierna el pueblo. Este rústico hombre de unos sesenta años avizora la columna de humo con el telescopio que un judío trashumante le acaba de vender y lo compra para revendérselo a su amo y obtener así una pequeña ganancia. 

Y Frik acierta pues cuando le muestra el catalejo a su amo para que advierta la columna de humo, este queda encantado con el catalejo, pero al mismo tiempo, queda intrigado por el humo. Pronto se arma un revuelo en el pueblo pues no aciertan a saber si el castillo ha sido ocupado por seres humanos o fantasmales. El enigma necesita ser resuelto, pero ¿quién de ellos se atreverá ir al tenebroso castillo y descubrir el misterio? Todos se echan par atrás, pero de pronto una voz dice: “yo”. Se trata Nic Deck, el guardabosques, futuro yerno del juez Koltz, quien además involucra a Patak, el médico del pueblo, hombrecillo fanfarrón quien dice no creer en fantasmas. 

Al día siguiente emprenden su marcha, que se torna dificultosa por lo agreste del bosque circundante al castillo el cual se eleva en un montículo rodeado de cañadas. Y cuando parece que la aventura culminará con éxito pues el aplomo del guardabosques lo lleva a escalar el muro por una cadena del puente levadizo, sufre una caída al recibir una descarga en la parte superior del muro. Nic Deck, lastimado por la caída, y Patak, aterrorizado, emprenden el regreso, derrotados.

Da la casualidad que cuando Dick y Patak regresan, llegan a la taberna-mesón de Jonás dos viajeros: Franz de Télek , el conde de Krajowa, y su asistente, Rotzko, antiguo soldado. Télek ha reiniciado sus viajes para recuperar su ánimo perdido tras cinco años de pena por la muerte de una famosa cantante italiana, la Stilla, con quien se iba a casar. Mientras Télek está en la taberna se entera que el pueblo está atemorizado por los extraños sucesos en el castillo cuyo dueño, —una segunda casualidad—, es propiedad de su enemigo: el barón Rodolfo de Gortz, quien también estaba enamorado de la Stilla y era su fiel seguidor pues se presentaba en todos los conciertos de la artista, cuya presencia la aterrorizaba y por ello había decido terminar su carrera y retirarse a la vida privada con Franz de Télek. Y justo, en el último concierto, cae muerta en el escenario.

Como buen agnóstico, de Télek les promete que dará aviso a la policía para que investigue qué sucede en el castillo y así devolver la paz y la tranquilidad al pueblo de Werst. Sin embargo, de camino a un poblado donde piensa llegar, se desvía hacia el castillo. Llega con las primeras sombras de la noche y ve que por una de las ventanas se asoma su amada Silla y oye su voz que canta las últimas estrofas de su concierto antes de morir. Esto enciende la pasión del conde y decide entrar.

Cabe señalar que la parte más pobre narrativamente hablando de esta novela es justamente este pasaje que Verne pudo haber explotado creando un ambiente realmente terrorífico, pero se pierde junto con su personaje por los oscuros pasillos del castillo en ruinas y en vez de narrar, de mostrar, en su apresuramiento por llegar a la final de la historia, explica. Oh, qué decepción. Todo iba tan bien…

Esta novela casi me derrumba la imagen de Verne como un narrador, pues era un escritor dotado de una gran imaginación. Al final, su capacidad narrativa no le alcanza para explotar lo que en su cabeza seguramente estaba claro. Pero considerando que su hijo metió mano, es posible que haya empobrecido el texto narrativamente hablando.

Esta mano negra me hace perdonarle a Verne los desbarres porque muerto ni se dio cuenta de lo que su heredero estaba haciendo.

El castillo de los Cárpatos es un intento de Verne por crear una novela de terror con destellos de ciencia ficción, pero como no lo logra, le regala a Bram Stocker el privilegio de ser quien escriba la gran novela de terror teniendo como escenario Los Cárpatos.

Ahora sólo me resta buscar el tomo II (con todo y sus imperdonables erratas) para continuar de pasajero en sus “Viajes extraordinarios”. 

 



EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...