El género policiaco, pese a que
ha sido considerado como un género menor, propio de la literatura de masas, ha
ido ganando terreno en la aceptación del público lector y han ido surgiendo exponentes
en diversos países donde parecía impensable que este género floreciera.
Este
género nació en Estados Unidos de la mano de Edgar Allan Poe con sus cuentos Los crímenes de la calle Morgue (1841), El misterio de Marie Rogêt (1842-1843), La carta robada (1844) y El escarabajo de oro (1843). En
Inglaterra, en 1887, aparece uno de los personajes más influyentes del género:
Sherlock Holmes. En este país, en el siglo XX, surgieron grandes exponentes:
Agatha Christie, P.D. James, Ann Perry, entre otros. En Estados Unidos, también
ha tenido un enorme desarrollo con grandes escritores como Dashiell Hammett y
Raymond Chandler, Jim Thompson, Patricia Highsmith, James M. Cain, Stanley
Ellin, y James Hadley Chase, James Ellroy, entre muchos otros.
Y después empezó
a germinar en diversos países como Suecia: Henning Mankell; Francia: Maurice Leblanc; Grecia:
Petros Márkaris; Chile: Eduardo Contreras; México: Paco Ignacio Taibo II, Rafel
Bernal o Élmer Mendoza), incluso en países socialistas como China: Qiu Xiaolong
o el premio nobel Mo Yan; o Cuba: Leonardo Padura).
Y
cada uno de estos escritores han creado sus propios personajes emulando a
Sherlock Holmes: Markaris creó al teniente Jaritos; Agatha Christi, al
detective Hércules Poirot; Qiu Kiaolong, al inspector Chen Cao; Henning Mankell
al inspector Kurt Wallander, etc.
El que más me sorprendió fue Mario Conde, en
Cuba, personaje del escritor Leonardo Padura. Me agradó que se pareciera al
inspector Wallander de Mankell, en cuanto a su evidente vulnerabilidad y
decrepitud, sobre todo cuando ya ha envejecido, lo cual sucede en las últimas
novelas de la serie de Mario Conde. Esto logra mayor tensión emocional que si
fuese un superhéroe.
La primera
novela que leí de Padura fue la quinta (de las ocho) de la serie de Mario
Conde: Adiós Hemingway y recién acabo
de terminar Vientos de cuaresma, la
segunda de la serie.
Adiós Hemingway me pareció una novela
reveladora que lograba mostrar una faceta poco conocida de Hemingway, aunque
bastante desagradable. Aun así me gustó la novela, tiene un buen pulso y va
develando los misterios con precisión, a la par que va mostrando aspectos
desconocidos de la vida de Hemingway. Y Mario Conde es en esta novela un
investigador policiaco retirado, avejentado, un tanto amargado y flaco en
amores.
Vientos de cuaresma, por su parte, a
medida que iba avanzando en la lectura me fue decepcionando: no me pareció que
tuviera una buena arquitectura narrativa. El eje de la trama es el asesinato de
Lissette Núñez Delgado, una maestra de preuniversitario (el equivalente a la
preparatoria en México). A Mario Conde (aquí se nos presenta a mediana edad,
activo, y sediento de amor, pero ya con signos de desgaste emocional) se le
indica que es un caso de alta prioridad pues hay una solicitud y un apremio de
las altas esferas del gobierno cubano, altas esferas que jamás revelan cuál es
su interés en el esclarecimiento del asesinato y la captura del agresor.
Esta
trama está envuelta como tamal en varias subtramas y aderezado con algunas
reflexiones filosóficas, largas y tediosas, que frenan y empantanan la
narrativa, y que no ayudan al desarrollo del conflicto.
Una subtrama
interesante es un encuentro erótico amoroso con Karina, una hermosa mujer (que
encuentra casualmente en la calle intentando reparar su auto y Conde le ayuda),
que termina en un fiasco después de intensas jornadas de pasión y sexo. Otra
subtrama o sub tramas son sus amigos con los que tiene una relación profunda,
como una especie de hermandad: Candito el Rojo, que se dedica a fabricar chancletas,
el Flaco Carlos, que ya no está flaco además anclado a una silla de ruedas,
parálisis ganada en Angola cuando estuvo enrolado en la milicia. Esta es una
subtrama interesante que le da tridimensionalidad al personaje y va develando
su personalidad y ponen un acento social y humano en la historia: todos ellos
son compañeros del preuniversitario, curiosamente del mismo en el que trabaja
la maestra asesinada. Y también le sirven estos personajes para introducir de
manera natural una crítica social.
Como
cualquier investigación policiaca, la madeja empieza a ser desenrollada con el
principal sospechoso: su novio, que aunque terminó con ella, encuentran rastros
de semen en la muchacha; sin embargo, después de varios interrogatorios,
confiesa que tuvo relaciones con ella, pero un día antes. Poco a poco, a partir
de rastros de marihuana en la escena del crimen, interrogatorios a sus alumnos,
al director de la escuela, a los maleantes que distribuían la droga, se va
desentrañando el misterio, un misterio que se queda en segundo plano pues las
subtramas, como su ligue amoroso con Karina o la relación de hermandad con sus
amigos, va ganando terrero, es decir, se vuelven más interesantes. Por ejemplo,
en su relación amorosa con Karina hace buen manejo de la intensidad y el
suspenso; en la subtrama de sus amigos, va construyendo una semblanza social y
las expectativas de vida y desarrollo de los jóvenes en la Isla, que a pesar de
que el gobierno cubano les brinda educación, salud, vivienda y los artículos de
primera necesidad, se asumen como fracasados, como parias, como bagazo social,
bien por falta de oportunidades o por oportunidades canceladas al participar en
la milicia y regresar lisiado de una lucha en un país extranjero al que el
gobierno cubano le brindó apoyo militar.
Si
la novela le suprimiéramos las subtramas y las reflexiones filosóficas podría
tener una extensión de no más de 30 páginas, es decir, quedaría reducida a un
cuento un tanto largo. Aunque tal vez sin las reflexiones filosóficas (que poco
abonan a la novela) ganaría en mucho esta novela, que de cuaresma (yo esperaba
alguna semblanza o análisis de la religiosidad en un país que de manera oficial
se instauró el ateísmo, pero sin erradicar las profundas raíces religiosas
católicas o africanas como el yoruba) sólo haga referencia al clima, al calor,
que no logra establecerse del todo como parte del ambiente, ni tampoco aporta
algún grado de tensión.
A
pesar de ello, es interesante en esta novela, ver como emerge una imagen de la
Habana que no aflora en los discursos oficiales ni en la publicidad
gubernamental.
Quizá
esto último es lo más agradable. Padura hace una crítica sin apasionamiento en
pro o en contra, sino como una realidad innegable, quizá esto es así porque él acepta
esa realidad en que vive todos los días, pues a pesar del éxito que ha tenido
como escritor (es un autor sumamente prolífico; tiene registrado 12 novelas 8
libros de cuento, 12 libros de ensayo y reportaje y cinco guiones de cine),
sigue viviendo en la Habana, en Mantilla (uno de los diez Consejos Populares
del barrio de Arroyo Naranjo, en el territorio de la provincia de La Habana).
Sus
libros han sido publicados por Tusquets y son fácilmente conseguibles en las
librerías de Celaya, bueno, en una de ellas, quizá ya la única que queda en la
que hay una buena variedad de literatura: Libelli, o en cualquier librería de
Querétaro, León, Irapuato o en la Ciudad de México.
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