Jeremías Ramírez Vasillas
Una de las manías que tengo es
husmear las librerías o las secciones de libros en las tiendas departamentales.
Un día que me invitaron a desayunar unos amigos al Sanborns de Celaya, al salir
decidí quedarme para curiosear los libros. Como un perro que husmea las viandas
y mordisquea una que otra a ver qué le gusta, así voy mordisqueando letras. Si
hay algún libro que siento que promete un buen rato de diversión, de goce
exquisito, lo compro.
Y en eso andaba cuando
el título de un libro me llamó la atención: Adiós,
Hemingway. Era obvio que la novela prometía narrar algo sobre Ernest
Hemingway (1899-1961), el gran escritor norteamericano, premio nobel 1954,
admirado por muchos escritores, particularmente latinoamericanos, y gran
exponente del cuento. Sus teorías sobre este género siguen influyendo a muchos
cuentistas.
Leí el nombre del
autor: Leonardo Padura; no me sonaba. Yo desconfío de los escritores
desconocidos, aunque estén publicados por un conocido sello editorial. Sin
embargo, la palabra Hemingway me atrapó. Soy fan de Hemingway, un escritor que
admiro y al que le sigo los pasos desde que era estudiante de preparatoria. Por quién doblan las campanas me hizo
beber unas buenas copas de vino tinto mientras lo leía. El viejo y el mar me mantuvo anclado dos horas en el baño hasta que
lo acabé de leer. Admiré mucho Adiós a
las armas y me deslumbró su París es
una fiesta. Varios de sus cuentos, como Los
asesinos, me parecieron una genialidad.
Obviamente
Adiós, Hemingway hace referencia a Adiós a las armas, una de las primeras
novelas de Hemingway, y que lo llevó a la fama.
Quienes hayan
estudiado a Hemingway saben que vivió largas temporadas en la Habana. La vez
que yo estuve en esa ciudad asomé mis naricitas al bar El floridita al que iba
Hemingway a sorber, en el ron cubano, la esencia de la isla.
Leonardo Padura,
por su parte, es un escritor cubano, que radica en la Habana, en Mantilla,
particularmente, y cuya fama le ha valido obtener más de 20 premios nacionales
e internacionales. Pero esos éxitos no lo han arrancado de la isla en donde
vive modestamente, como muchos de los cubanos.
Su fama se la
debe a la serie de novelas policiacas que escribió alrededor de su personaje
emblemático: Mario Conde, un investigador policial, un hombre ordinario lleno
de conflictos personales.
En Adiós, Hemingway involucra al gran
escritor norteamericano en un crimen (nada real, pura ficción), pues, según en
la novela, encuentran una osamenta enterrada en el jardín de su casa (hoy
convertida en museo y propiedad del gobierno cubano). Una osamenta que, según
pruebas de laboratorio, ya tenía treinta años de haber muerto, es decir, databa
de la época en que Hemingway aún residía en esa casa, es decir, a finales de
los años cincuenta.
Cabe recordar que
Hemingway abandonó Cuba en julio de 1960 dejando tras de sí, en su casa de la
Habana, obras de arte, objetos personales, fotografías, muebles… Un año
después, tras empezar a sufrir síntomas graves de hemocromatosis (la enfermedad
que lo obligó a ponerle punto final a su vida), la cual consiste en la
incapacidad de metabolizar el hierro, y que lleva al enfermo a un deterioro
mental y físico terrible. Los primeros síntomas de esta enfermedad lo empujaron
a abandonar la isla y establecerse en Florida, sin embargo, la ciencia médica
de su tiempo no pudo ayudarle, y en su estado más crítico, se quita la vida en
la madrugada del 2 de julio de 1961.
Para resolver el
caso de la osamenta encontrada en el jardín de su hoy Casa Museo Hemingway, las
autoridades cubanas convocan el investigador policiaco Mario Conde (personaje
que protagoniza muchas de sus novelas) que lleva ya siete años de que se ha
jubilado. Un tanto a regañadientes acude y le explican el motivo de haberlo
llamado. La justificación de este llamado es doble: es un buen investigador y
es un aspirante a escritor, amante de la literatura, y admirador de Hemingway.
A medida que va
investigando nos va mostrando el estilo de vida de Hemingway, sus rutinas, sus manías
y dificultades para escribir, sus visitas exóticas como Ava Gardner, y sus
hábitos etílicos. Estas revelaciones son lo mejor de la novela.
He leído mucho
sobre Hemingway, pero nunca había encontrado una semblanza tan cruda, tan
desagradable, de esos años en que su capacidad creativa se estaba menoscabando,
al grado de imposibilitarle proyectos que estaban en proceso, como un libro
sobre tauromaquia.
Leonardo Padura,
en esta etapa de la vida de Hemingway, lo describe como un hombre viejo,
acabado, de costumbres sucias que dan asco. Y afirma algo que me sorprendió
mucho: dice que Hemingway tenía poca imaginación. Para escribir necesitaba
experimentar las situaciones que pretendía escribir; tal vez como consecuencia
de su profesión de periodista. Al experimentar, al vivir lo que iba a escribir,
lograba mayor impacto emocional, de modo que, afirma Padura, sus mejores libros
no son obras de la imaginación sino una especie de reportajes de sus experiencias.
Tal vez Hemingway
tenía una débil imaginación, pero la maestría de trasladar al papel sus
vivencias es donde está la magistralidad de su escritura. La esencia de la
literatura no está en lo que se narra sino en cómo se narra, como se usan sus recursos,
y las palabras. Y no cualquiera puede manejarlas como lo hizo Hemingway.
También nos
muestra cuánta admiración y cariño le prodigó el pueblo cubano a Hemingway,
sobre todo en la zona en la que vivía. Y podríamos afirmar que el pueblo cubano
le sigue brindando ese mismo cariño y admiración a más de 50 años de su muerte,
de modo que Hemingway aún sigue vivo en la Habana. Como diría en su canción Hemingway delira el gran músico cubano
Eliades Ochoa: “En el Caribe, se vive como se escribe, en el Caribe… Bajo la
noche guajira, Hemingway delira, Hemingway delira…”
Regresando a la
novela. La investigación de Mario Conde finalmente logra identificar al asesino
y sus motivaciones, pero ya nada se puede hacer: el asesino también ha
muerto... Además, qué importa, concluyen, si eso sucedió más de 50 años atrás.
Yo disfruté mucho
este libro y con mucho gusto lo volvería a leer, a pesar de que hizo trizas mi
imagen de Hemingway. Quizá a nuestros héroes no los queremos ver acabados,
derrotados, víctima de los mismos males que acaecen a los seres ordinarios,
pues la vejez doblega hasta al más fuerte. Aun así, la novela me gusta porque
logra mostrar con enorme fidelidad ese ambiente cubano y esas vivencias que
vivió Hemingway que le permitieron crear una novela magistral y admirable en su
brevedad: El viejo y el mar, que leí
de una sentada (repito) en el baño, pues no me dejó salir de allí hasta que
llegué a la última página.
No hay comentarios:
Publicar un comentario