miércoles, 13 de abril de 2011

CINE EUROPEO EN GUANAJUATO: PAN NEGRO


Me informan (no lo sabía) que este es el segundo año que Guanajuato es sede del Festival denominado “Guanajuato Cine Europeo” (GUCE), en el que se proyectarán una serie de películas europeas de factura reciente. Dicho festival se realiza en Guanajuato capital del 4 al 10 de abril y que –dicen los organizadores—“constituyen ejemplos relevantes de la realidad cinematográfica de las naciones europeas”, siempre interesante de conocer.
La importancia de este Festival es que exhibe películas que fuera de este marco no se podrán ver.
Paralelo a la proyección de películas hubo algunas actividades más como homenajes a actrices, un encuentro de cineastas (creo que debió abrirse la convocatoria a los realizadores de corto que también tenemos nuestro corazoncito) y la presentación de un libro.
Para fortuna (chiquita) un pedacito de este festival pudo verse en Celaya, tanto en el Campus Celaya-Salvatierra como en la sede de Extensión Universitaria de dicho campus. Aquí sólo se proyectaron cinco de las 53 películas cuyo programa quedó de esta forma: Como celebré el fin del mundo (Rumania-Francia, 2006), Edén al oeste (Francia-Grecia-Italia, 2009), Ella, una joven china (Reino Unido-Francia-Alemania, 2009), Pan negro (España, 2010) y Soul Kitchen (Alemania, 2009).
De este puñado de cintas me ha llamado mucho la atención Pan negro. Esta fue dirigida por Agusti Villaronga, director nacido en Mallorca, España, en 1953. Su carrera como cineasta no ha sido fácil. A los 14 años (dice Wikipedia) decidió ser director de cine y “cuando acabó el colegio escribió a Rossellini, a su escuela de cine en Roma. Le respondieron que antes debería pasar por la universidad”. Entró finalmente al cine por la vía de la actuación, donde conoció a “Pepón Corominas, productor, que le propone llevar el vestuario de La plaza del diamante (Francesc Betriu, 1982). Desde entonces no para de enlazar un rodaje tras otro, conociendo a los técnicos, el oficio y los secretos del cine”. Como director se inicia en 1976 con el cortometraje Anta Mujer. Y será hasta 1986 que dirigirá su ópera prima: Tras el cristal, seleccionada para el Festival de Berlín. Hasta el momento ha dirigido 12 largometrajes, dos de ellos para la TV. En México es conocido por la película Aro Tolbukhin: en la mente del asesino, una producción México-España, que interpretó Daniel Jiménez Cacho.
Pan negro es su última cinta que le ha valido 9 goyas en el pasado Festival de San Sebastián, cuya historia se centra en ese filón inagotable de la literatura y el cine español: la guerra civil.
El inicio es brutal: narrada de forma contundente y cruda plantea el drama que dará empuje a la historia: un atroz asesinato de un comerciante que viaja en su carretón en compañía de su hijo, un niños de unos 8 años. Cuando se detiene un momento en el un bosque lo sorprende un hombre encapuchado que no sólo se contenta en darle muerte reventándole la cabeza contra una piedra sino que lleva el carretón hasta un despeñadero y, después de dar muerte al caballo de un golpe en la cabeza, lo arroja sin advertir que dentro, junto al cadáver de su padre, va el niño aterrorizado.
Abajo del despeñadero, otro niño, Andreu, será testigo de este final desafortunado y será él quien descubra, entre los restos del carruaje, al niño, aún vivo, que lo contempla con un gesto de desesperación.
A partir de aquí empieza la historia. Andreu da cuenta a su familia del hecho y muy pronto las autoridades tomarán cartas en el asunto y llamarán a comparecer a su padre. Su padre, por circunstancias de cierta competencia comercial y ciertos hechos en el pasado que de momento no son revelados, es el principal sospechoso. El niño, antes de morir, mencionó como autor a un ser mítico, legendario, fantasmal, al que se le atribuyen sustos y apariciones en el bosque de ese poblado enclavado en las montañas de Cataluña donde vive Andreu.
A través de los ojos de Andreu seremos testigos de una frágil y tensa relación social entre los habitantes, definida por los recientes hechos de la guerra civil y sus resultados, dividiendo a la población entre vencedores y vencidos. Y ese amasijo de turbias relaciones permiten a Villaronga hacer un análisis crítico de un momento histórico, donde Abreu trata de encontrarle sentido a una realidad construida por una constelación de mentiras que han urdido los adultos. Andreu, poco a poco, irá descubriendo quién es en verdad su padre, un hombre idealista aficionado a la crianza de pájaros, que le enseña que lo mejor en la vida es cuidar como tesoro los ideales. Es testigo como algunos niños, entre ellos sus primos, han sucumbido a ese mundo y de la trágica situación de su familia, que vive en forma servil ante las autoridades y los ricos terratenientes para quienes trabajan como siervos de una gleba medieval. Y es en este contexto que el pan negro (conocido así estar hecho de centeno y mostrar una miga más oscura que el clásico pan de trigo) sea el símbolo entre vencedores y vencidos, entre pobre y ricos. El pan negro es el alimento de los pobres, de los vencidos, y el signo de la ignominia que sufren, aunque ambos bandos sean retratados en su envilecimiento sin que la balanza se incline a uno u otro lado. No hay bueno: todos han sido vencidos, parece decirnos el director.
Sorprende una bien lograda ambientación (gracias a un trabajo de arte extraordinariamente realizado), una estupenda fotografía de tonos poco saturados y de claroscuros precisos y una gramática visual efectiva. Y sorprende también que los espectadores españoles (según comentarios que leí en el internet) descalifiquen la película y pongan en tela de juicio sus premios.
La crítica especializada no comparte esta opinión. Por ejemplo, Jordi Revet , en la butaca.net, nos dice: “Quizá la cinta no pueda librarse de todos los arquetipos que quisiera (el maestro de escuela facha que incorpora Eduard Fernández, ese alcalde de Sergi López, versión soft de su personaje en “El laberinto del fauno”) y se confíe en más de una ocasión a chirriantes metáforas y lugares comunes que hablan de cara a la galería (las alas imaginarias del tísico que aparece como símbolo de la escoria social). Pero su contundencia tonal y ambigüedad discursiva, junto a la perversidad infecciosa de sus protagonistas hacen de ella una necesaria anomalía, la obra siempre interesante de un francotirador.

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