viernes, 11 de marzo de 2022

LA ORFANDAD


Jeremías Ramírez


Hasta hace algunos días, la palabra “huérfano” era para mí un concepto abstracto. Sabía cuál era su significado, pero nunca había tenido la experiencia real. Además, creía que la orfandad era una situación de la infancia, cuando uno o los dos padres morían.

Mi madre murió el pasado jueves y este sábado fue sepultada. Ya tenía 93 años y su salud se había quebrantado a tal grado que prácticamente estaba la mayor parte del tiempo acostada en su cama. 

A finales del año pasado estuve yendo a su casa a cuidarla y ayudarla en sus tareas elementales de movilidad, pero antes de que el año 2021 terminara el coronavirus impidió que siguiera yendo a pasar algunos días con ella.

Hoy, regresando del panteón, entré a su cuarto, un cuarto que se siente inmensamente vacío. Falta su menudita figura que llenaba ese espacio con su amorosa figura de una gigante.

El vacío que experimenté me hizo comprender qué era la orfandad. Su presencia, aun disminuida con la enfermedad, era como una sombra protectora que tendía sobre mí una coraza, un escudo, que me defendía de las adversidades de la vida. Ahora esa sombra que velaba sobre mí ya no está. Entonces me sentí como un niño desvalido. Y comprendí de golpe por qué hombres adultos o ya casi ancianos, como yo, ante las dificultades, reclaman urgentemente la presencia de su madre.

Nicolás Gogol escribió uno de los dramas más estremecedores en su cuento Diario de un loco: la de un funcionario menor que la aplastante rutina le va afectando sus facultades mentales. Una mañana, a través de los diarios, se entera que España se ha quedado sin rey. Durante varios días este funcionario anda preocupado por España, pero una mañana le llega una feliz noticia: España ya tiene rey, y ese rey es él. Su desvarío es tan grave que vienen de un hospital psiquiátrico y lo recluyen. Él piensa que el personal de salud son funcionarios españoles que lo llevan para que tome posesión, pero hay algo que no le cuadra, que no entiende: el maltrato que sufre en su supuesto reino donde lo desnudan, lo bañan con agua fría, lo golpean y lo encierran. Cuando el sufrimiento se vuelve insoportable este hombre reclama angustiosamente la presencia de su madre.

Así me he sentido hoy sin la presencia de mi madre. Soy como ese funcionario público que al contemplar las adversidades de la vida: corrupción, violencia, tráfico de personas, guerras… mi corazón tiembla de miedo y reclamo la protección de mi madre, pero ella ya no está para cuidarme con su sola presencia. Su presencia bastaba y sobraba para hacerme sentir que alguien acompañaba mis pasos incluso en las horas más oscuras.

Madre, desde ahora en adelante viviré sin tu presencia, y me digo, como decía un poema de Octavio paz, sufriendo “el callado dolor de no tenerte”.

Sé que ahora descansas en los brazos de aquél que te amo desde antes de que nacieras, y me alegro por ello, pero dime cómo le hago para vivir sin ti.


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