sábado, 28 de agosto de 2021

MALA LECHE: POR QUÉ LOS ALIMENTOS ULTRA PROCESADOS NOS ENFERMAN DESDE CHICOS


Jeremías Ramírez

El titulo de este libro llama la atención desde que está en el estante. Como podemos ver en la foto, sobre un fondo verde sobresalen las dos palabras iniciales: Mala Leche, que en nuestro lenguaje coloquial significa: "Hacer algo con malas intenciones"; pero, además, por el color de esas letras (rosa mexicano), el de la portada (un verde fosforescente) y el enorme tamaño de su tipografía es inevitable no verlo. 

Lo tomé, revisé los textos de la portada, de la contraportada y mi primera valoración fue que se trataba de un libro con un título llamativo, pero con un contenido sin profundidad.  Estuve tentado a dejarlo en su lugar, pero pensé que tal vez pudiera tener alguna información interesante, y decidí darle el beneficio de la duda. Aún así me pesó pagar casi 300 pesos por él.

Como es mi costumbre, tan pronto salí del centro comercial le quité el celofán y empecé a leerlo; llegué a mi casa y seguí leyendo. No me gustó que iniciara con un drama familiar: la autora relata la resistencia de su hijo de unos ocho años por cambiar sus gustos por los jugos, pastelillos, galletitas y resistirse a aceptar comida nutritiva. 

De ahí da paso a hacer una semblanza, en un tono un tanto de queja, de los productos de las grandes industrias que inundan los centros comerciales con empaques llamativos y promesas grandilocuentes. Paré la lectura. 

Dejé  sobre el libro sobre la mesa del comedor y cada que lo veía pensaba si debía seguir leyendo o sería mejor ponerlo en el librero y esperar a que algún día me interesara. 

Sin embargo, en menos de una semana volví a la lectura. De pronto, el reportaje (en se momento me di cuenta de que el libro era un trabajo de investigación periodística) da un giro, traspasa una puerta y, sin previo aviso, entra a un laboratorio donde se preparan las imágenes publicitarias atractivas y se definen ciertas recetas con sabores con un alto poder de seducción para lo sectores juveniles. 

En este capítulo la autora abría un pestilente bote de la basura y hundía mis narices en esos aromas penetrantes dulces que se tornaban de pronto en fétidos.

Barruti me acababa de introducir a la antesala del escabroso mundo de las grandes marcas de alimentos procesados para de ahí bajar a los sótanos de una industria que, pese a que son famosas y bien conocidas, pocos han ido más allá de sus fachadas y han penetrado al inframundo industrial alimentario y descubrir los terribles mecanismos de poder y manipulación que ahí se definen.

De los laboratorios, Barruti nos adentra a la pampa argentina en un tour a force por las granjas lecheras para mostrarnos un escabroso cuadro de maltrato animal donde las vacas son, como esclavas productoras leche, sobreexplotadas y exprimidas, literalmente, hasta la última gota, tras llevar una vida miserable en un encierro carcelario terrible donde sufren al grado máximo. El cuadro que nos muestra Barruti no está lejos de los campos de concentración nazi. 

Esto le permite informarnos lo que contiene cada litro de esa sustancia blanca, pura, impoluta que encontramos en el supermercado sin advertir que es un caldo nocivo de antibióticos, pus y toxinas que a diario ingiere el consumidor pensando que es comida saludable.

Hundidos en el cieno de la podredumbre, Barruti ahora nos lleva, cual Virgilio, a un círculo más del infierno y nos sumerge en la selva amazónica para descubrir como las marcas han ido devorando la vida vegetal de la selva para impulsar el cultivo del maíz y obtener uno de sus componentes más peligrosos y dañinos de los productos ultraprocesados: el jarabe de maíz de alta fructuosa, la cual, advierten muchos médicos, es la responsable en la generación de graves enfermedades como la diabetes.

Paso a paso nos adentramos en la selva hasta llegar a los pueblos más recónditos que no han podido evitar que el largo brazo del capitalismo alimentario los alcance y se instale en sus comunidades, en las tienditas de sus escuelas y lleguen a los desayunos escolares seduciendo a los niños con sus colores y sabores llenos de azúcar.

Pero el fondo de este infierno no está en la selva o en los laboratorios, sino en los basureros argentinos en donde los sin nada, los pobres de los pobres, van a buscar comida y encontraban muchos productos ultra procesados, aun en sus empaques intactos, con los que paliaban el hambre. Ah, pero un día los dueños de las marcas se dan cuenta de lo que sucede: los parias consumen sus productos sin pagar y se les ocurre una idea genial para extraer ganancias de estos productos caducos: los bancos de alimentos.

A través de estos bancos exprimen aún más el trapo financiero para arrancarle las últimas gotas de monedas tintineantes, pues los productos, que antes iban a la basura, ahora son ofrecidos a precios muy bajos a los miserables. Ya no más comida gratis. Y estos bancos, además, les sirve para justificar impuestos y crearse una imagen de almas caritativas que se preocupan por el bienestar de los pobres y colocan en sus empaques la leyenda de que son empresas socialmente responsables.

Barruti, imparable, llega a Colombia donde nos muestra los esfuerzos de luchadores sociales en contra de las marcas y aterriza en México, en la selva lacandona, para embarrarnos la tragedia de los indígenas chiapanecos esclavizados al consumo de la “sagrada coca”, como ellos la llaman, y quienes tienen el récord más alto de consumo per cápita: 2.5 litros por persona, y por ello, han sido afectados por un ramillete de bonitas enfermedades: diabetes, enfermedades cardiovasculares, etc.

Las últimas páginas del libro las reserva para regalarnos un poquito de oxígeno. En medio de lo que parece una tragedia sin fin, surgen finalmente en la escena los superhéroes, los pequeños Davids que, armados con sus hondas, intentan derribar a los Goliats empresariales. 

Sus pequeñas hondas son su conciencia, su necesidad de salir de las garras y sus conocimientos en agroecología con las cuales han podido avanzar metro a metro con cultivos orgánicos plantados, bien en campos agrícolas reducidos, o en pequeñas parcelas citadinas, en donde han visto crecer sus esfuerzos, generando un movimiento que poco a poco va atravesando fronteras y permitiendo el surgimiento de un movimiento en favor de la vida en muchos países tercermundistas. 

Vaya viaje a los que nos ha llevado esta periodista argentina. Al llegar a la última página nos damos cuenta que ya no somos los mismos. La tragedia que se camufla en la normalidad cotidiana, ahora nos brinca desenmascarada cuando vemos a un niño, un anciano, un albañil, una ama de casa, cargados de botellas de refrescos y sentimos algo que nos hiere por dentro. Ahí van inocentemente a disfrutar “la chispa de la vida” llenando sus cuerpos de enfermedad, dolor y muerte. 

Tras la lectura de este libro, ya no podemos ser insensibles ante la tragedia que se va fraguando sin que podamos hacer algo más allá que contemplar con ojos de tristeza la absurda realidad.

El consumo de estos productos es la razón, afirma el Doctor colombiano Carlos Jaramillo, del alto índice de muertes por enfermedades cardiovasculares, diabetes y del COVID.

Este libro es fácil de encontrar en las grandes librerías, en portales de internet, como Amazon, y hasta en las secciones de libros en las tiendas de autoservicio. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...