Por Jeremías Ramírez Vasillas
Cuando era muy joven y trabajaba en una constructora,
recuerdo que a mis compañeros y a mí nos gustaba especular sobre realidades
desconocidas: los extraterrestres, la Atlántida, los viajes en el tiempo, los
fantasmas, las otras dimensiones, el universo, el infinito, todo ello, creo yo,
alimentado por nuestra curiosidad extrema que era saciada en parte en la
escuela (preparatoria o profesional) y en parte por las desordenadas lecturas
de publicaciones como las de la editorial Posada y particularmente de la
revista Duda que ellos publicaban y de libros de ciencia ficción y de la
frecuencia al cine.
Habíamos
visto, para entonces, algunas películas memorables sobre lo fantástico: 2001 Odisea del espacio, El exorcista, Viaje fantástico (una película en el unos científicos se hacen
microscópicos para extirpar un tumor cerebral de un personaje importante) y aún
estaba fresca en nuestra memoria las series televisivas Tierra de gigantes y La
dimensión desconocida, y transmitieron por ese tiempo (los años setenta y
ochenta) la series Crónicas marcianas
y Cosmos de Carl Sagan. Era yo,
particularmente, adicto a las novelas y al cine de ciencia ficción.
En suma,
había materia de dónde cortar.
Una de las
discusiones que recuerdo vívidamente fue sobre el paralelismo de la vida
humana, es decir, de la existencia de un mundo igual al nuestro donde, como en
los espejos, existiera lo mismo que aquí pero al revés. No recuerdo cuánto
tiempo debatimos al respecto.
Todas estas
discusiones se me vinieron de golpe a la memoria con la película Otro planeta, que recién acabo de ver,
del director Mike Cahill, en donde la humanidad despierta un buen día con una
noticia extraordinaria: ha aparecido en el firmamento un nuevo planeta. Nadie
sabe de dónde salió. Y resulta que tal planeta no es más que una replica exacta
del nuestro, razón por la que se le bautiza como Tierra 2.
La historia
comienza cuando es trasmitida esta noticia por radio y una adolescente oye
cautivada el reporte mientras maneja de regreso a casa. Es de noche y ha estado
bebiendo en una fiesta. Intrigada, hurga el cielo para constatar con sus ojos
la noticia de la radio y no advierte que el semáforo está en rojo y se estrella
contra el auto de un profesor universitario. En el aparatoso choque muere la
familia del profesor (su esposa e hijo) y él queda en coma. La muchacha, con
heridas leves, es llevada al reclusorio donde purga una pena de 4 años por
homicidio culposo.
Cuando sale
de la cárcel es ya una joven de 22 ó 23 años cuya conciencia atormentada la
lleva a buscar al profesor (quien recién ha salido del coma) para pedirle
perdón. La actitud huraña del profesor le impide cumplir su cometido y lo único
que logra para buscar esa oportunidad es emplearse con él como doméstica
gratuita.
Las
noticias del mundo paralelo inundan los noticieros y se lanza un concurso para
que quien escriba un buen ensayo, tenga la oportunidad de viajar en la primera
tripulación de exploración a dicho planeta. La joven se inscribe en el
concurso.
Mientras el
certamen se desarrolla, ella va intimando con el profesor hasta establecer el
principio de una relación amorosa. Cuando han llegado a un grado profundo de
intimidad, ella se entera que ha sido ganadora del concurso.
Acude a ver
al profesor para anunciarle su partida y confesarle quién es ella.
Este tema
se prestaba para una película fantasiosa y retorcida apta para adolescentes
distraídos, pero no. El director Cahill tiene el acierto de hacer una obra de
calidad en la que logra un equilibrio perfecto entre el fenómeno externo y los
fenómenos íntimos de los personajes y los va a entrelazando con acierto y profundidad.
Se agradece películas de este tipo.
El hilo
conductor del drama es la culpa y el perdón, conceptos harto caros en el
cristianismo, pero cada vez más estigmatizados en las nuevas corrientes
psicologistas de la superación personal y la autoestima. Como si al borrar el
sentimiento de culpa y la necesidad del perdón fuese, así de golpe,
mágicamente, a mejorar la vida de los seres humanos. Estas teorías, a medida
que se popularizan, lo que están logrando en cambio es la generación de
personas cínicas y egoístas. Es cierto que hay que combatir la culpa nociva, la
culpa enfermiza y psicótica. Pero la culpa que surge de hechos negativos
cometidos por uno, no.
La
capacidad del ser humano de sentir el peso del daño que ha provocado y la
búsqueda del perdón a través del intento de resarcir el daño, tienen efectos
benéficos en el ser humano. En primer lugar, permiten recobrar el equilibrio
social y mental de quien comete el daño pues cuando finalmente logra equilibrar
las cosas, experimentará una sensación de libertad indescriptible, aunque las
cicatrices nunca se borren. Es decir, recobra su integridad y la paz interior.
Y el agraviado, a pesar de los daños que le han cambiado y afectado la vida,
recobra parte del equilibrio perdido y el sentido de esperanza, vital para
enfrentar las vicisitudes de la vida cotidiana.
Películas
como Otro planeta ponen en evidencia
la vigencia e importancia de ambos conceptos en el ser humano del siglo XXI y
la necesidad de profundizar en la conciencia del hombre moderno. Pues como dice
el cineasta Michelangelo Antonioni: "...a pesar de todos los progresos que
ha ido haciendo la humanidad, nuestros sentimientos y pasiones, virtudes y
defectos, siguen siendo los mismos que tenían los hombres antiguos, los
griegos, por ejemplo” (citado por Enrique Vila-Matas en El viento ligero en Parma).
¿Quiere ver
una buena película? Vea Otro planeta.
En verdad, se la recomiendo.
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