lunes, 8 de abril de 2013

OTRO PLANETA




Por Jeremías Ramírez Vasillas

Cuando era muy joven y trabajaba en una constructora, recuerdo que a mis compañeros y a mí nos gustaba especular sobre realidades desconocidas: los extraterrestres, la Atlántida, los viajes en el tiempo, los fantasmas, las otras dimensiones, el universo, el infinito, todo ello, creo yo, alimentado por nuestra curiosidad extrema que era saciada en parte en la escuela (preparatoria o profesional) y en parte por las desordenadas lecturas de publicaciones como las de la editorial Posada y particularmente de la revista Duda que ellos publicaban y de libros de ciencia ficción y de la frecuencia al cine.
            Habíamos visto, para entonces, algunas películas memorables sobre lo fantástico: 2001 Odisea del espacio, El exorcista, Viaje fantástico (una película en el unos científicos se hacen microscópicos para extirpar un tumor cerebral de un personaje importante) y aún estaba fresca en nuestra memoria las series televisivas Tierra de gigantes y La dimensión desconocida, y transmitieron por ese tiempo (los años setenta y ochenta) la series Crónicas marcianas y Cosmos de Carl Sagan. Era yo, particularmente, adicto a las novelas y al cine de ciencia ficción.
            En suma, había materia de dónde cortar.
            Una de las discusiones que recuerdo vívidamente fue sobre el paralelismo de la vida humana, es decir, de la existencia de un mundo igual al nuestro donde, como en los espejos, existiera lo mismo que aquí pero al revés. No recuerdo cuánto tiempo debatimos al respecto.
            Todas estas discusiones se me vinieron de golpe a la memoria con la película Otro planeta, que recién acabo de ver, del director Mike Cahill, en donde la humanidad despierta un buen día con una noticia extraordinaria: ha aparecido en el firmamento un nuevo planeta. Nadie sabe de dónde salió. Y resulta que tal planeta no es más que una replica exacta del nuestro, razón por la que se le bautiza como Tierra 2.
            La historia comienza cuando es trasmitida esta noticia por radio y una adolescente oye cautivada el reporte mientras maneja de regreso a casa. Es de noche y ha estado bebiendo en una fiesta. Intrigada, hurga el cielo para constatar con sus ojos la noticia de la radio y no advierte que el semáforo está en rojo y se estrella contra el auto de un profesor universitario. En el aparatoso choque muere la familia del profesor (su esposa e hijo) y él queda en coma. La muchacha, con heridas leves, es llevada al reclusorio donde purga una pena de 4 años por homicidio culposo.
            Cuando sale de la cárcel es ya una joven de 22 ó 23 años cuya conciencia atormentada la lleva a buscar al profesor (quien recién ha salido del coma) para pedirle perdón. La actitud huraña del profesor le impide cumplir su cometido y lo único que logra para buscar esa oportunidad es emplearse con él como doméstica gratuita.
            Las noticias del mundo paralelo inundan los noticieros y se lanza un concurso para que quien escriba un buen ensayo, tenga la oportunidad de viajar en la primera tripulación de exploración a dicho planeta. La joven se inscribe en el concurso.
            Mientras el certamen se desarrolla, ella va intimando con el profesor hasta establecer el principio de una relación amorosa. Cuando han llegado a un grado profundo de intimidad, ella se entera que ha sido ganadora del concurso.
            Acude a ver al profesor para anunciarle su partida y confesarle quién es ella.
            Este tema se prestaba para una película fantasiosa y retorcida apta para adolescentes distraídos, pero no. El director Cahill tiene el acierto de hacer una obra de calidad en la que logra un equilibrio perfecto entre el fenómeno externo y los fenómenos íntimos de los personajes y los va a entrelazando con acierto y profundidad. Se agradece películas de este tipo.
            El hilo conductor del drama es la culpa y el perdón, conceptos harto caros en el cristianismo, pero cada vez más estigmatizados en las nuevas corrientes psicologistas de la superación personal y la autoestima. Como si al borrar el sentimiento de culpa y la necesidad del perdón fuese, así de golpe, mágicamente, a mejorar la vida de los seres humanos. Estas teorías, a medida que se popularizan, lo que están logrando en cambio es la generación de personas cínicas y egoístas. Es cierto que hay que combatir la culpa nociva, la culpa enfermiza y psicótica. Pero la culpa que surge de hechos negativos cometidos por uno, no.
            La capacidad del ser humano de sentir el peso del daño que ha provocado y la búsqueda del perdón a través del intento de resarcir el daño, tienen efectos benéficos en el ser humano. En primer lugar, permiten recobrar el equilibrio social y mental de quien comete el daño pues cuando finalmente logra equilibrar las cosas, experimentará una sensación de libertad indescriptible, aunque las cicatrices nunca se borren. Es decir, recobra su integridad y la paz interior. Y el agraviado, a pesar de los daños que le han cambiado y afectado la vida, recobra parte del equilibrio perdido y el sentido de esperanza, vital para enfrentar las vicisitudes de la vida cotidiana.
            Películas como Otro planeta ponen en evidencia la vigencia e importancia de ambos conceptos en el ser humano del siglo XXI y la necesidad de profundizar en la conciencia del hombre moderno. Pues como dice el cineasta Michelangelo Antonioni: "...a pesar de todos los progresos que ha ido haciendo la humanidad, nuestros sentimientos y pasiones, virtudes y defectos, siguen siendo los mismos que tenían los hombres antiguos, los griegos, por ejemplo” (citado por Enrique Vila-Matas en El viento ligero en Parma).
            ¿Quiere ver una buena película? Vea Otro planeta. En verdad, se la recomiendo.

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