martes, 10 de mayo de 2016

TARZÁN EN ACAPULCO



La figura mítica de Tarzán, el buen salvaje rousseaniano, capturó la imaginación de niños y adultos en las décadas de los treintas a sesentas por conducto de uno de los actores más emblemáticos que encarnó a este selvático héroe: Johnny Weissmüller.
Yo tuve contacto (visual) con es Tarzán en 1962, cuando iba a la escuela primaria Aquiles Serdán, ubicada justo detrás de la segunda sección del Parque de Chapultepec y junto al panteón Dolores, en el DF.
Por iniciativa de quiensabequién se organizaron en la escuela funciones de cine en el enorme salón que servía para darnos esos memorables desayunos escolares implementados por la esposa del entonces presidente de México, Adolfo López Mateos. Desde mi pequeña estatura me parecía tan grande el salón como el de cualquier cine comercial. Allí vi la trilogía que se adhiere a mi memoria como una calcomanía: Tarzán el hombre mono (1932), Tarzán y su compañera (1934) (no recuerdo si pasaron los desnudos de torso de Jane —Maureen O´ Sullivan— o los quitaron) y El hijo de Tarzán (1939). Luego pasaron algunas de Jim de la Selva, con este mismo actor, pero esas se perdieron en la memoria. Seguramente no me gustó verlo en pantalón y sombrero de explorador.
Ese Tarzán llenó nuestro imaginario africano con una selva (cual jardín exquisito) amable, deliciosa, con ciertos peligros (cocodrilos, leones, rinocerontes enfurecidos) pero nada que nuestro héroe no pudiera vencer, además si era ayudado por sus amables amigos animales como los elefantes o los inquietos simios.
Toda esta añoranza viene a cuento porque hace poco me encontré en un centro comercial un librito titulado Tarzán en Acapulco, escrito por el español Marcos Ordoñez. Me atrajo del libro dos de mis debilidades: el cine (particularmente, el guionismo) y ese viejo Tarzán de mi infancia: Johnny Weissmüller.
El libro prometía la aventura de un guionista que, por azares de su trabajo, va a dar a Acapulco a encontrarse con esa leyenda viviente (que vivió en Acapulco sus últimos años hasta su muerte).
El cine (confieso) es para mí una aventura tan emocionante como las expediciones al África salvaje. Y la aventura de un guionista no lo es menos. Quizá esta aventura es más gratificante que hacer la película, como diría Alfred Hitchcock, que para él rodar era lo más aburrido pues ya había visto la película al escribir el guión. Hitchcock era una de esos extraños cineastas que al momento del rodaje se sabía de memoria el guión, y podía recitar textualmente hasta el mínimo parlamento.
Empecé a leer Tarzán en Acapulco. El libro tenía cierto encanto a pesar de lo inverosímil del arribo de Cosmo (el personaje principal) a la industria del cine. Juzguen ustedes: sucede que un día, un amigo suyo que quería rodar su primera película, le cuenta el principio de su historia y Cosmo lo interrumpe para dar rienda suelta a sus fantasías. Cuando termina, su amigo le dice: “Por qué no escribes todo eso”. “¿Un guión, un guión de cine?”. “Claro”. Y así, de golpe y porrazo, sin saber nada de guionismo ni de dramaturgia, tras la consulta de algunos manuales, escribe Casa cerrada, el cual tiene tal éxito que lo lleva a ganar un premio.
Lleno de envidia seguí leyendo la meteórica carrera de Cosmo que en breve, sin saber nada de lenguaje fílmico, ni de dirección de actores, ni de técnica cinematográfica, también se hace director y anda por los festivales dándose la gran vida. En uno de ellos conoce a Ariel Levine, productor norteamericano y también guionista, que lo invita a trabajar a Hollywood. Vaya suerte del crío, dirían los españoles.
Instalado en la meca del cine le llega la aridez y de pronto ya nada se le ocurre. Y para desgracia personal, lo abandona su novia española. Como león enjaulado da vueltas persiguiendo una inexistente pulga en su cola hasta que Ariel Levine le pide que escriba una historia de amor, adaptando una novela mal hecha. A regañadientes acepta, pues Ariel le ofrece, además de pagarle bien, que se vaya a la casa de sus padres en Acapulco. Allá llega, a un Acapulco de principios de los 80’s. El destino lo llevará a conocer al viejo Walter Chávez, quien lo llevará a la casa de Weissmuller (llamado en la novela sin razón alguna Johnny Wasserstein). Allí vivirá una enloquecida aventura con un Tarzán decrépito que muere en este último trance en el que cree que Cosmo es su hijo, el mítico hijo de Tarzán de la película. Vaya que si don Marcos se sacó el argumento de los pelos. Pero no sólo eso, sino que desaprovecha el alucine del acabado Tarzán que ha construido en su casa una escenario como el de la selva, con todo cabaña y lago, al que se entra por un túnel. Y en este alucine de Tarzán participa como cómplice su última esposa María Brock Mandel (llamada Ilse Marie Von Kellen en la novela).
El pepino se le fue de las manos a don Marcos Ordoñez que al parecer tiene una forma irregular y poco afortunada de escribir, y que al parecer también (dicen sus fans) esta es una de sus mejores logradas novelas. Por mi parte, prometo no leer más de Don Marcos.
Y tampoco quiero ver más en cine a ese Tarzán tan interesante en mis recuerdos, pero cuyas películas se ven bien falsas, en la que no se esconden ni los trapecios colgados de los árboles, como un selvático circo, ni se oculta que los simios sean unos extras mal disfrazados.
El buen Johnny Weissmüller de mis recuerdos, tras dos derrames cerebrales entre 1976 y 1978, estableció su residencia definitiva en Acapulco donde se rodó su última película de Tarzán.
Reza una nota del diario español El País del 21 de enero de 1984: “El actor Johnny Weissmüller murió ayer de madrugada en su mansión de Acapulco, donde pasó los últimos años de su vida evitando visitas, pues quiso ser recordado como el joven y esbelto personaje que encarnó en el cine. En el ocaso de su vida, Weissmüller tuvo problemas psiquiátricos e inclusive se afirma que aún recientemente se ponía a aullar como el personaje de Tarzán que le llevó a la fama. El actor, que nació en junio de 1904, fue un extraordinario deportista, ganó cinco medallas de oro de natación en los Juegos Olímpicos de París y Amsterdam y realizó una serie de televisión, El rey de la selva, que le ayudó a conservar su popularidad. El cuerpo de Tarzán, embalsamado, fue sepultado ayer en el cementerio Valle de la Luz de este puerto. Weissmüller llegó hace siete años a la ciudad porque su clima era propicio para su recuperación, ya que padecía un mal vascular degenerativo e irreversible. Últimamente era visitado por personajes del cine para animarle y verificar su estado de salud. Su muerte ocurrió en presencia de su esposa, María Brock Mandel.”
Había muerto el Rey. Larga vida al Rey. Hasta la próxima.

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