lunes, 30 de mayo de 2011

EL FIN DEL MUNDO: THE ROAD


¿El 21 de diciembre del 2012 se va a acabar el mundo? Tantas veces nos han dicho esto que cuando de verdad se acabe nos va a agarrar de sorpresa que ni tiempo nos va a dar de ponernos los pantalones.
El fin de mundo es uno de los fantasmas que recorren al mundo poniendo a temblar a la humanidad desde tiempos antiguos. Cada catástrofe o fenómeno natural es suficiente para pensar que nuestra frágil casa se va a derrumbar. Al pasar de los años este temor ha sido cultivado particularmente por las diversas religiones, de modo que es posible encontrar escatologías (teorías o profecías apocalípticas) no solo cristianas sino budistas, hinduistas, islámica, mazdeístas, hebreas y hasta marxistas. Pero a pesar de tantos anuncios el necio mundo no se acaba. Aquí sigue, resistiendo los violentos embates del ser humano. Claro que de vez en cuando se defiende y nos pone unos sustos que aceleran nuestras obsesiones apocalípticas.
Tanto la Biblia como el Popol Vuh y otros libros reportan ya un fin del mundo a través del diluvio universal. Después de esta catástrofe, se vaticina un final aun peor, tanto en el libro del Apocalipsis como en textos de diversos profetas como Nostradamus. Y ahora nos dicen que también los mayas vaticinan un fin del mundo que se va a cumplir el 21 de diciembre del 2012.
De que eso suceda está en duda sobre todo porque estos vaticinios (los mayas) como de los Nostradamus no son claramente específicos. Quienes determinan las fechas son los intérpretes de dichas profecías, e interpretan muy caprichosamente.
Pero, ¿realmente se va a acabar el mundo? La respuesta simple y llana es sí, algún día, pues todo lo que se mueve en la dimensión espacio y tiempo tiende a cambiar y desaparecer. Los seres vivos, nos decían en las clases de primaria cuando el fantasma de Elba Esther Gordillo no rondaba por el sistema nervioso de la educación, nacen, crecen, se multiplican y mueren.
Un día, inevitablemente, nuestro planeta, agotado, se transformará en algo diferente lo cual significará el fin de las cosas como las conocemos. ¿Cuándo? Nadie sabe, a pesar de que ya el mundo da signos de agotamiento.
Esta idea del fin del mundo ha provocado la creación de muchas novelas y películas, la mayoría de un nivel muy elemental, aunque de pronto aparecen ciertas obras de calidad, que se atreven a imaginar una realidad posible, probable, pero sin afirmar que esa es la verdad.
Una novela de este tipo es The Road (El último camino) escrita por Cormac McCarthy, un buen novelista norteamericano. McCarthy, en ese libro, se atreve a construir un escenario probable de un futuro cuando quizá tras una probable guerra nuclear (nunca lo dice) destruya la vida tal y como la conocemos. Ante tal hecho cabe preguntarnos ¿Qué sucedería si en un futuro cercano los terribles vaticinios apocalípticos se cumplieran? ¿Qué haríamos? ¿Seguiríamos siendo civilizados o nos convertiríamos en salvajes y no dudaríamos en matar a quien ponga en riesgo nuestra sobrevivencia? ¿O nos uniríamos, ante tal desgracia, para construir un mundo mucho mejor?
En los setenta películas como Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, Richard Fleischer, 1973) me estremecía haciéndome pensar en el posible advenimiento de un apocalipsis en el cual la humanidad tendría que recurrir al canibalismo industrial para dotarse de alimentos después de que la vegetación y los animales se hubieran acabado.
Yo, lector silvestre que me había iniciado con las novelas de ciencia ficción, me volví fan de estos relatos catastrofistas. 2001 Odisea del Espacio me hizo aullar aunque no logré entenderla hasta que leí la versión novelada de su guionista Arthur C. Clark. Y devoré Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, y cazaba cuanta película sobre el tema aparecía en pantalla, buena o mala, no importaba.
En The Road, Cormac McCarthy se dio a la tarea de recrear un mundo post-apocalíptico bastante desesperanzador. En un futuro no determinado, un hombre y su hijo de 10 años, emprenden una marcha hacia el sur de los Estados Unidos, a través de una carretera. Es una travesía enloquecida y sin sentido ni esperanza pues el entorno ha sido devastado por algún cataclismo no mencionado. La vegetación ha sido carbonizada y los incendios consumen lo poco que queda. La mayoría de los seres humanos han muerto y los que quedan sobreviven de los alimentos que han quedado en casas y comercios. Y cuando estos se acaban, se desata el canibalismo más feroz. Bandas de hombres armados y salvajes andan a la caza personas indefensas. El hombre y su hijo tienen que sortear estos peligros sin la posibilidad de confiar en alguien y enfrentando el fantasma terrorífico del hambre y del frío que los acosa. Todo su peregrinar ha estado orientado hacia el sur, buscando un clima más benigno y así encontrar mejores condiciones de sobrevivencia. La novela traza un arco dramático sutil pero efectivo en el que casi sin percibirlo se les van mermando al hombre y a su hijo el agua, el alimento, sus propias fuerzas y su esperanza. Cada vez es más difícil encontrar algún tipo de víveres y abrigo. En estas condiciones, el clima es otro adversario más y refugiarse en casas es más peligroso que dormir oculto entre rocas, árboles, troncos, hierbas renegridas y secas, pues así pasan inadvertidos a los caníbales.
El día que compré esta última novela de Cormac descubrí que había una versión fílmica de este libro en cartelera en ese momento (octubre o noviembre del año pasado). Es la primera vez que me sucede. La novela empieza con un tono casi lineal y va aumentando poco a poco su dramatismo de modo que azuza la curiosidad por ver la versión fílmica (titulada en México como El último camino). Esta película fue realizada por el director australiano John Hillcoat. Con acierto, la película logra recrear el ambiente sórdido y desesperado de la novela y no traiciona su espíritu. Ni la novela ni la película ofrecen un final feliz. Dice Carlos Bonfil: “El último camino es un relato sostenido por actuaciones de primer orden (Mortensen, con la solvencia acostumbrada; el niño Smit-Mc Phee, toda una revelación), muy eficaz en su manejo de emociones en ese largo ritual de duelo anticipado que ofician las dos últimas generaciones del planeta, y que ofrece más pasto a la reflexión que a los estímulos del entretenimiento masivo”.
En efecto, es una película que deja pensando en la posibilidad de que estemos ya viviendo el comienzo de un mundo devastado, violento, cruel y sin futuro. Los abusos al medio ambiente y el recrudecimiento de la violencia mandan avisos.
No es una película (y libro) esperanzador, sino desolador aunque muy en el fondo, al final, hay una sugerencia de esperanza, pero una esperanza que deberá ser alcanzada después de un largo periodo de agonía.
Ambas, la película y el libro, me dejaron satisfecho. Muy recomendables y relativamente fáciles de conseguir en México y Guanajuato.

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