domingo, 26 de diciembre de 2010

EL ESCRITOR DE ÉXITO


Hace unos días, en el último concierto del 2010 de la Orquesta Sinfónica Juvenil Silvestre Revueltas de Celaya “, platicaba con Sergio Luna, amigo entrañable y buen poeta, sobre qué tipo de literatura ganaba los certámenes literarios, y hablamos particularmente de algunas novelas que yo había leído y que habían ganado premios como el Alfaguara. Yo le decía que no me parecían grandes novelas y algunas de dudosa calidad. Él me decía que las obras ganadoras actualmente en los muchos de los certámenes literarios y apoyadas por los fondos estatales no eran las de mayor altura literaria sino las que buscaban provocar emociones en los lectores, las novelas efectistas, las novelas que hurgaban en el morbo como Diablo Guardián. En suma, novelas que respondían a una sola variable, curiosamente, no literario: el impacto emocional a fin de lograr la aceptación del mercado mayoritario del mercado lector, ese que busca a la literatura como una diversión, más que un goce profundamente estético. Para ejemplo basta revisar someramente el fenómeno Pérez Reverte.
Me fui a mi casa pensando en que quizá el mercado había corrompido en muchos sentidos el arte literario al haberlo convertido en una mercancía, como había sucedido con el cine y otras artes, como la música. Y pensaba que este tipo de literatura había tomado carta de ciudadanía a finales del siglo XIX en la literatura por entregas que explotaban los diarios de tirajes masivos. Este fenómeno marcó el rumbo de la literatura comercial actual.
Y en esas estaba cuando, al buscar información en el internet sobre Phillip Roth, un escritor norteamericano de quien recién había comprado el libro: Zuckerman encadenado, di con un artículo titulado Sale el espectro, de Philip Roth, escrito por Juan Gabriel Vásquez y publicado por Letras Libres (http://www.letraslibres.com/index.php?art=12791) donde el articulista reflexionaba en el mismo sentido de mis preocupaciones y reproducía una cita del New York Times muy esclarecedora: “Hubo un tiempo en que las personas inteligentes usaban la literatura para pensar. En cuanto se entra en las simplificaciones ideológicas y el reduccionismo biográfico del periodismo cultural, se pierde la esencia del artefacto. Su periodismo cultural es chismorreo de publicación sensacionalista disfrazado de interés por ‘las artes’ y todo cuanto toca se contrae y reduce a aquello que no es. ¿Quién es la celebridad, cuál es el precio, cuál es el escándalo? ¿Qué transgresión ha cometido el escritor, y no contra las exigencias de la estética literaria, sino contra su hija, hijo, madre, padre, cónyuge, amante, amigo, editor o mascota?”
Vaya, vaya, qué les parece. El periodismo, disfrazado de crítico literario, también había contribuido a engordar al monstruo.

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