domingo, 7 de noviembre de 2010

THE ROAD


¿Qué sucedería si en un futuro cercano los terribles vaticinios apocalípticos se cumplieran? ¿Qué haríamos? ¿Seguiríamos siendo civilizados o nos convertiríamos en salvajes y no dudaríamos en matar a quien ponga en riesgo nuestra sobrevivencia?

En los setenta películas como Cuando el destino nos alcance me estremecía haciéndome pensar en el posible advenimiento de un apocalipsis en el cual la humanidad tendría que recurrir al canibalismo industrial para dotar de alimentos después de que la vegetación y los animales se hubieran acabado.

Yo, lector que me había iniciado con las novelas de ciencia ficción, me volví fan de estos relatos, particularmente de los catastrofistas. 2001 Odisea del Espacio me hizo aullar aunque no logré entenderla hasta que leí la versión novelada de su guionista Arthur C. Clark. Y devoré Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

La producción de la literatura apocalíptica cada día va más en aumento. Quizá porque percibimos ahora que no está lejos un mundo donde las guerras se den ya no por los veneros petroleros sino por los recursos acuíferos y alimenticios.

Recién acabo de descubrir una novelita en este tema. Se trata de la obra de uno de los escritores sobresalientes de la actual literatura norteamericana, quien se dio a la tarea de recrear un mundo post-apocalíptico bastante desesperanzador.

Se autor se llama Cormac McCarthy. Y la novela en cuestión es La carretera (The Road, 2006). En ella, en un futuro no determinado, un hombre y su hijo de 10 años emprenden una marcha hacia el sur de los Estados Unidos a través de una carretera. Es una travesía enloquecida y sin sentido ni esperanza pues el entorno ha sido devastado por algún cataclismo no mencionado. La vegetación ha sido carbonizada y los incendios consumen lo poco que queda. La mayoría de los seres humanos han muerto y los que quedan sobreviven de los alimentos que quedan en casas y comercios y cuando estos se acaban, se desata el canibalismo más feroz. Bandas de hombres armados y salvajes andan a la caza personas indefensas. El hombre y su hijo (un chico de 10 años) tienen que sortear estos peligros sin la posibilidad de confiar en alguien y enfrentando el fantasma terrorífico del hambre y del frío que los acosa. Buscan el sur para encontrar un clima más benigno y así encontrar mejores condiciones de sobrevivencia. La novela traza un arco dramático sutil pero efectivo en el que casi sin percibirlo los personajes van mermando sus posibilidades. El agua y el alimento cada vez es más difícil encontrarlo, y el abrigo ante el clima que se avecina tienen que enfrentarlo en la intemperie: las casas son más peligrosas que dormir oculto entre rocas, árboles, troncos, hierbas renegridas y secas, pues así pasan inadvertidos a los caníbales.

El día que compré esta última novela de Cormac descubrí que había una versión fílmica en cartelera en ese momento. Es la primera vez que me sucede. La novela empieza con un tono casi lineal y va aumentando poco a poco su dramatismo me azuzó la curiosidad para ver la versión fílmica (titulada El último camino), realizada por el director australiano John Hillcoat. La película logra recrear el ambiente sórdido y desesperado de la novela y no traiciona su espíritu. Ni la novela ni la película ofrecen un final feliz. Dice Carlos Bonfil: “El último camino es un relato sostenido por actuaciones de primer orden (Mortensen, con la solvencia acostumbrada; el niño Smit-Mc Phee, toda una revelación), muy eficaz en su manejo de emociones en ese largo ritual de duelo anticipado que ofician las dos últimas generaciones del planeta, y que ofrece más pasto a la reflexión que a los estímulos del entretenimiento masivo”.

En efecto, es una película que deja pensando en la posibilidad de que estemos ya viviendo el comienzo de un mundo devastado, violento, cruel y sin futuro. Los abusos al medio ambiente y el recrudecimiento de la violencia mandan avisos.

No es una película (y libro) esperanzador, sino desolador aunque muy en el fondo, al final, hay una sugerencia de esperanza, pero una esperanza que deberá ser alcanzada después de un largo periodo de agonía.

Ambas, la película y el libro, me dejaron satisfecho.

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