miércoles, 24 de febrero de 2010

LA ULTIMA VIDA EN EL UNIVERSO

No hay cine que me cautive más que el cine oriental: su forma tan peculiar, creativa y arriesgada de abordar las historias son una muestra que es posible hacer un cine muy atractivo sin la parafernalia de los efectos y sin las formulitas argumentales propias del cine de entretenimiento. Directores como Takesi Kitano, Park Chan-wook, Takeshi Mike, Kim ki Duk, Wong Kar Wi, entre los más interesantes, me tienen con la baba colgando.Acabo de ver La última vida en el universo, del director Tailandés Pen-Ek Ratanaruang, una coproducción Japón-Tailandia.
    En su aparente simplicidad narrativa y argumental se anida un propuesta novedosa, interesante y compleja. La película nos narra la historia de Keni, un chavo introvertido que trabaja en Tailandia, en una biblioteca de un centro cultural japonés y al parecer se aloja en un departamento dentro del mismo complejo. La película arranca de una manera inusitada: con el suicidio del protagonista, suicidio que vive y se alimenta en la mente de Kenji pero que por diversas causas no se puede concretar. Tan pronto vemos su cuerpo colgando de un lazo amarrado al cuello pensamos que la películas nos va a contar como llegó a su suicidio, pero de inmediato el director nos quita esa idea: Kenji aun no se ha suicidado, es como si se contemplara a sí mismo ya muerto, pero la verdad es que apenas va a empezar. En eso llega un amigo con cervezas y frustra su intento. Kenji es un obsesivo del orden y la limpieza: su departamento está extremadamente ordenado. Y ese orden tan cuidado en el interior no es más que un indicador del desorden y desequilibrio en que vive Kenji: su amigo es miembro de los Yakuza y en una de las vistas que le hace a Kenji llega con un amigo de la misma mafia y por causas que no descubrimos el amigo acribilla allí mismo al amigo de Kenji. El amigo de Kenji, en la primer visita que vimos, le había dejado un oso de peluche a Kenji. Dentro del oso hay una pistola, la cual ha sacado kenji cuando oye la pelea entre sus visitantes y al salir a la sala ve como su amigo es acribillado. El agresor lo encañona pero Kenji logra dispararle antes. Limpia el desorden y guarda los cadáveres en un saco y lo pone debajo de una mesa y sale a la ciudad a suicidarse. Se sube a un puente y cuando se contempla hundiéndose en el río, llega una muchacha que al tratar de detenerlo es arrollada y muerta por un auto. Su hermana, que viaja con ella en un vocho descapotable, presencia la escena y termina con Kenji en el hospital a donde fue llevado el cadáver de su hermana. Este hecho los une: ella se lleva a Kenji a su casa y entablan una curiosa relación entre polos opuestos: ella no habla japonés y ni el tailandés. Ambos deberán comunicarse en inglés. Ella es extrovertida y él silencioso. Ella vive en el desorden absoluto: su casa llena de mugre y desorden parece una casa abandonada. A pesar de ello, empiezan a construir una relación disímbola pero firme.
    La película sobresale por una acertada fotografía que construye puntualmente el clima de la película y una sorprendente narrativa con secuencias imaginarias inusitadas que reflejan la subjetividad del protagonista con efectividad y el uso continuo de elipsis externas que evitan que la película caiga en secuencias soporíferas, pero al mismo tiempo exige al espectador estar a las vivas para no perderse del hilo narrativo. Pareciera que la película va a terminar en una especie de comedia romántica, pero el director Ratanaraug inteligentemente concluye la cinta con una secuencia imaginaria que deja abierta la puerta a la especulación del espectador.
    Excelente película, una más que se suma a las grandes obras fílmicas del cine oriental contemporáneo.

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