domingo, 17 de febrero de 2019

VIAJE POR EL SCRIPTORIUM





Jeremías Ramírez Vasillas

Paul Auster es un escritor estadounidense con una larguísima trayectoria, mencionado con frecuencia como candidato al Premio Nobel, pero hasta la fecha no se lo han otorgado; tal vez porque sus novelas tienen altibajos. Según mi juicio, y mi frágil memoria, que descarta (olvida) aquellas que no le agradan, tiene buenas y malas novelas.
            De hecho, lo mejor que he leído de Auster son sus libros autobiográficos: La invención de la soledad (1994) y Diario de invierno (2012) y su novela El país de las últimas cosas, una novela futurista sumamente distópica, desesperadamente distópica, en la que plasma una ciudad a la que la ha alcanzado el futuro y padece una terrible hambruna y la desesperación de sus habitantes los lleva a una situación extrema de auto exterminio. Es la descripción de una amarga pesadilla futurista, si no aprendemos a cuidar los recursos naturales, es decir, si dejamos el neoliberalismo se apodere del destino del planeta. Cuando se agoten los recursos naturales, las escenas apocalípticas que describe la novela se harán presentes.
            Viajes por el Scriptorium (2006), por su parte, es su catorceava novela en la que narra la historia de un hombre, un anciano, Mr. Blank, que sufre de amnesia y está encerrado en una habitación que no se sabe si es un cuarto de hospital o una celda. Cuando despierta, no sabe quién es ni qué hace en ese lugar, ni por qué, ni cuantos años hace que está allí. La habitación es toda blanca y de muebles sólo tiene una cama, una silla y un escritorio. Y sobre el escritorio hay unas carpetas con un texto escritos a máquina y un cúmulo de fotos de personas que no reconoce. Se supone que son personas conocidas por él. El cuarto está equipado con cámaras y micrófonos que recogen cada movimiento y cada palabra de Mr. Blank, pero él no lo sabe. Las ventanas, por su parte, están tapiadas y no se puede ver que hay en el exterior.
            A medida que avanza el día, el anciano va revisando los documentos, luego aparecen personas de quienes va recabando escasos datos sobre su identidad. Nosotros, como lectores, vamos descubriendo la identidad de Mr. Blank a la par que Mr. Blank descubre quién es. De esa forma, vamos, junto Mr. Blank, construyendo poco a poco su pasado y su presente. En ese sentido, es una historia llena de misterio y de desconcierto.
En cuanto a las personas que van apareciendo en escena, en primer lugar, es una mujer madura, Ana, aun guapa, que resulta ser alguien que Mr. Blank conoce, pero que no recuerda. La imagen de la mujer, cuando era joven, está en una de las fotos. La mujer está encargada de ayudarlo a iniciar el día: ir al baño, bañarse, vestirse y tomar el desayuno.
Luego, un hombre le llama por teléfono y le pide verse con él. Este hombre le informa a que él le ha echado a perder la vida. Y para tratar de rescatarla le pide que le recuerde lo que dice sobre él una novela perdida de un escritor supuestamente conocido por Mr. Blank, novela que también supuestamente Mr. Blank ha leído. Pero el viejo no recuerda nada. Al parecer, de cada personaje que aparece en la novela, Mr. Blank es responsable de sus sufrimientos, pues él los mandó a cada uno a misiones diferentes de las cuales no salieron indemnes.
Luego llega su médico personal que le pide que imagine cómo debe seguir el texto narrativo inconcluso que está en su escritorio y que Mr. Blank ha leído en las horas que se queda solo en la habitación. El texto narra la historia ficticia de uno invasores o colonizadores que nos recuerda a los ingleses a su llegada a América y la manera como éstos se apoderan del territorio norteamericano, pues igual que en la historia norteamericana, en la novela hay invasión de territorios, acorralamiento o exterminio de los habitantes originarios, saqueo de recursos, masacre indiscriminada bajo pretextos de agresividad y peligrosidad por agresiones ficticias (nada diferente de lo que Mr. Trump acusa a los indocumentados), etc. En esta historia el territorio había sido dividido en dos espacios: uno civilizado y otro, salvaje y ambos territorios han sido divididos con un muro para mantener a los supuestos salvajes lejos de ellos.
Mr. Blank entonces continúa inventando la historia y narra cómo se van develando las artimañas del imperio. Pero no concluye su historia, pues lo interrumpe otra mujer que le trae el almuerzo y el médico tienen que irse. Mr. Blank protesta, quiere terminar la historia. Después de un estire y afloje entre el médico y Mr. Blank, quien le ha prometido regresará al día siguiente, pero como Mr. Blank teme olvidar lo que ha creado de la historia, le pide al médico que se quede, pero el médico se va prometiendo que regresará por la tarde.
A medida que avanza la novela, el espacio y el tiempo se van expandiendo para configurar al personaje y permitirnos ver el contexto, pero nunca nos devela bien a bien qué hizo Mr. Blank y muy poco sobre el lugar en el que está recluido. Y al mismo tiempo asistimos a la construcción de una historia, de un mundo, de una sociedad cuando Mr. Blank a inventando la parte faltante de la historia. Es interesante que este hombre desmemoriado, que no sabemos quién es ni cuál fue su oficio o profesión, se asume como creador y con ello Auster nos da una clase de literatura.
Lo que Auster ha creado en esta novela es una especia de cajitas chinas, es decir, una narración dentro de otra y esta, a su vez, es parte de otra. Es como un juego de espejos. Cuando ya estamos a punto de terminar la novela, vemos con angustia que faltan pocas páginas y la historia aún tienen muchas interrogantes, muchos elementos abiertos y sin resolver, pero las dos últimas páginas hay una vuelta de tuerca que cierra la historia.
Auster maneja con maestría los espacios mínimos. Esta historia está confinada a un solo cuarto cuya puerta no sabemos si está cerrada con llave y cuya ventana no se puede abrir de modo que nunca podemos atisbar el contorno externo; asimismo, el armario sólo se sospecha de su existencia.
A pesar de que sí me gustó esta novelita breve de apenas 142 páginas, me siguen gustando más esos dos libros autobiográficos mencionados, y me gustan mucho sus cuentos. Tal vez es mucho mejor en la narrativa breve. Su poesía (también es poeta y ensayista y guionista cinematográfico) no la he leído ni tampoco sus ensayos, pero de cualquier forma si no quiere llevarse decepciones comprando libros de autores desconocidos, Auster es garantía de literatura consistente.


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