martes, 29 de junio de 2010

6º Encuentro de Escritores Salvatierra 2010


Hace ya 3 años que no acudía al encuentro literario en Salvatierra. Diversas circunstancias me habían alejado. El deseo de encontrarme con amigos entrañables, personas notables que se empeñan en seguir en la noble tarea de construir una nueva realidad, más bella, con sus palabras. Y que trabajan incasables, a pesar de los obstáculos, a pesar de los que se oponen, a pesar del olvido, a pesar de las políticas anticulturales. Este deseo de verlos me impulsó a ir.

Llegué tarde. El encuentro había empezado desde las 10 de la mañana. La sede del encuentro era, en esta ocasión, las instalaciones de la Escuela de Música de esa ciudad. Yo no sabía dónde estaba. En el Google Earth localicé la calle, el número y una foto de la fachada. Yo llegué a las 5:30 de la tarde. Una mesa de lectura estaba instalada en ese momento. Tímidamente, como quien llega tarde a una clase, busqué un asiento sigilosamente, sin llamar la atención. No había mucha gente. Exploré a los asistentes. Descubrí algunos rostros conocidos que me sonrieron. Algunos de los asistentes que me reconocieron se acercaron para saludarme efusivamente, como la poeta Nataly Montiel, el Dr. José H. Velázquez, también poeta, Miguel Cibrián (quien hace unos años me regaló su poemario Los reinos del aire), y Baudelio Camarillo, entre otros. En breve lapso estaba ya instalado como en casa.

La Escuela de Música de Salvatierra es una joven institución de apenas 16 de existencia, que al parecer estrena edificio, pequeño, pero acogedor. Es una construcción cuadrangular de una sola planta. En la parte central tiene un patio con un piso de loza blanca que le da un aspecto pulcro y ordenado. Alrededor del patio se construyeron algunos salones que sirven de aula pero que en esta ocasión se adecuaron, uno de ellos como comedor; otro, de sala de exposición de obras pictóricas. Del lado izquierdo hay un pequeño auditorio donde se llevaron a cabo las lecturas.

Un acierto del Encuentro fue la convocatoria que hicieron los organizadores a libreros y editores que instalaron mesas de libros con las obras de muchos de los presentes. Después de oír a los poetas se despertaba el deseo de continuar el diálogo con ellos. Para lograrlo bastaba abordarlos o bien comprar algunas de sus obras.

Tan pronto terminó la mesa a la que llegué a la mitad, se instaló una más a la cual fui invitado a leer lo que llevaba: tres cuentos breves, dos epigramas y un poema. La mesa estaba compuesta por algunos escritores conocidos como Ramón Granados (poeta sensible y cordial) que despertó las carcajadas con sus comentario pero particularmente con su poema “Bien fría, te quiero más”, que expresa su amor por esa bebida amarga y deleitable. También estaba la narradora Berónica (no es error, así se escribe su nombre) Palacios, directora de la revista literaria de Guadalajara Papalotzi, quien leyó unos de sus cuentos.

La noche nos alcanzó pero la palabra seguía activa. Terminada nuestra lectura, se presentó el libro sobre matemáticas que escribió Lucina Kathmann. Lucina es un gran personaje, es quizá la mujer más sonriente que he conocido en la vida. No sé donde nació, pero su acento marcadamente extranjero no le impide expresarse con vivacidad y precisión. Ella ha sido presidenta de Pen Internacional, la organización más grande de escritores que luchan por la libertad de expresión en todo el mundo. Su edad es plenamente incierta para mí. Sé que debe rebasar los 60 años pero su rostro, surcado hermosamente por marcadas arrugas, nunca lo he visto deteriorarse en los 10 años que tengo de conocerla. No es una anciana, sino una mujer madura y vigorosa que lucha incansablemente por los escritores perseguidos; pero además, escribe maravillosamente. En esta ocasión presentó un libro para niños cuyo propósito es enseñarle a los niños las matemáticas a través de las peripecias de un grupo de animalitos simpáticos de un bosque X que tienen la virtud de enseñar un tema tan árido en un envoltorio mágico. No recuerdo el título del libro y el internet (desafortunadamente) guarda silencio. A petición del público leyó un fragmento. Nos cautivó con su estrategia para enseñar los números negativos con unos canguros que tenían la afición de contar sus saltos como unidad de medida, pero uno de ellos, por extraña razón, sólo podía brincar para atrás.

Nos fuimos a cenar con la literatura prendida en los labios y en la mirada.
Al día siguiente se siguieron presentado libros, como el de poesía de Javier Malagón, Rosa Canela del Desierto, que tuvo el honor de ser presentado por Baudelio Camarillo; el de Francisco Moreno: Esperar el Alba, presentado por Aniceto Balcázar. Este es un libro duro como una piedra, filoso como el pedernal, que rompe el alba con su frases implacables: “Soy una rama de follaje, un pedazo de cieno atrapado en la voz, insomne construyo barcos con las cuatro paredes de mi cuarto” Y en otra parte dice: “No puedo quitarme de la mente que ‘La noche es el mar que nos separa’. Pienso que la noche es un río desbordado que nos destruye”.

Pero el Encuentro nos depararía una sorpresa mayúscula. Tuve que ir al baño mientras la actividad comenzaba. No oí la introducción pero cuando regresé en la mesa solo había una solitaria mujer junto a Miguel Cibrián. Se notaba en su rostro un trato duro con la vida. Su voz firme, categórica, cortaba el aire y el aliento. Sin cortapisas daba cuenta de sus primeros años de vida por las letras al lado de un hombre que buscaba ser su dueño más que su marido. ¿Quién era esta mujer que alzaba así su voz y estallaba en un machismo absurdo haciéndolo añicos? De pronto irrumpía su charla para leer algunos de sus poemas, sus descarnados poemas en los que no tenía piedad consigo misma, pero al mismo tiempo desbordaban una ternura, una pasión por la vida. Poco a poco, de mano de su voz y de sus poemas se me fue revelando una poetisa gigante, extraordinaria. Patricia, Patricia, repetía con frecuencia nominándose a sí misma. Patricia Medina es su nombre. Con desparpajo declaraba su sentir. Frente a sí tenía un montón de libros de poesía que ella había escrito y publicado a lo largo de su vida, libros en que daba cuenta de su duro itinerario por la vida. ¡Qué honestidad! ¡’Qué valentía! había entre sus tapas. Poco a poco fui admirando a esta mujer hasta hacerla, para mí, entrañable. Su vida no ha sido nada fácil ni aun después de ser una poeta multilaureada en certámenes nacionales e internacionales. Cuenta anécdotas crueles las cuales las exprime para sacar de allí una joya. Cuenta que un día caminaba por una calle de Guadalajara y que un joven venía en sentido contrario a ella con sus audífonos instalados en sus oídos. Al llegar frente a la poeta simplemente le dio un manotazo, la sacó de su camino y la botó al arroyo y siguió su camino como si se hubiera espantado una mosca. Por qué hizo eso, se pregunta Patricia, ¿será que cuando ya no producimos hijos ni deseos no servimos para nada? Este hecho la dejó reflexionando y en vez de sentirse víctima, pasó del pensamiento al papel ese detonador de la reflexión y la imaginación y escribió un libro que le valió un premio internacional. Y cuando recibió el premio agradeció a ese hijo de su madre (que seguramente ya no registraba en su memoria a la mujer que echó al arroyo) porque la había llevado a pensar, a descubrir y descubrirse cosas insospechadas y a escribir esta obra y a ganar ese premio. Terminó su charla en medio un prolongado aplauso. ¡Qué gran poeta es Patricia Medina!
Por la noche tuve la oportunidad de platicar largamente con ella. Mi admiración creció más y aun sigue creciendo a través de la lectura de sus poemas de un libro que de ella me traje, “Tras tornar”, donde encuentro joyas como esta:

55
Sin el agua
¿el pez sería el pez?
¿Qué sería yo
si se prohibieran todas las palabras?


O este otro:

54
¿La cáscara es el vestido?
Le pregunto al mendigo
y me responde:
la mugre me protege contra el frío.
La naranja me dice:
sin la cáscara escaparía mi jugo.
¿Cuál es el verdadero rostro?
le pregunto al transeúnte
y me responde:
¿cuál necesitas hoy?
El payaso me dice:
el real es el que avala mi trabajo.

¿Cuál límite crucé
que hice la piel trinchera
y al vestido lo volví subterfugio?


El encuentro terminó entre abrazos y sonrisas, aderezados con la música de la banda infantil del esta escuela de música.

Cuando viajaba de regreso traía conmigo el buen sabor de no sólo haber estado en un encuentro memorable, sino además de haber hecho nuevos amigos como Walter Jay Nava, Patricia Medina y su hija, Patricia Velasco y Lorena Rodríguez, buena cuentista y buena guionista.

Estupendo evento literario fue este 6º Encuentro. En hora buena. Felicito calurosamente al Dr. Velázquez por su insistencia, a sus no menos aguerridos colaboradores: Luz Elena y Miguel Cibrián, entre los pocos que identifico como organizadores.

Hasta dentro de un año volveremos a encontrar cobijados por la mano amorosa de Salvatierra y de sus anfitriones. GRACIAS.

lunes, 14 de junio de 2010

UN DIA EN LA VIDA DE UN OBRERO


Hace poco, vagando en la Comercial Mexicana, descubrí unos libros de una editorial que no conocía: Belcqva; libros gris oscuro, buen tamaño y buena letra, con una serie de autores para mi desconocidos, salvo uno: Guillermo Arriaga, el guionista de Amores Perros, cuya editorial le publica El búfalo de la noche.
Compré dos libros de esta editorial, uno de ellos de una escritora china: Chi Li, autora para mi desconocida. Dice la contratapa que es “una figura importante en la literatura china”. También dice que “Es miembro de la Asociación de Escritores de Wuhan”. En uan página de internet leí que es catalogada como una de las mejores exponentes del nerorrealismo literario chino. Wuhan es la capital de la provincia de Hubei, una región situada en el centro del país. Dicha ciudad es atravesada por el río Yangtzé.
La novela que compré de esta autora se titula Triste vida y narra un día en la vida de un obrero. No es una novedad este lapso en la literatura. Stephan Zwieg escribió la novela 24 horas en la vida de una mujer.
Esta novela narra un día en la vida de Yin Jiahou, casado con una rijosa mujer que le hace la vida difícil, particularmente porque el dinero que gana Yin no es suficiente para tener una vida sin aprietos y carencias.
La novela, justamente realista, retrata con detalle las penurias que vive su personaje: comienza desde que se despierta en la madrugada y lo sigue en su preparación para ir a la fábrica, y la narración viaja con él en el trayecto bastante largo para llegar a su trabajo en diversos medios de transporte: camión y barco, todos atestados de gente que va a su trabajo.
A las penurias de su viaje se suma la su penosa vida de obrero mal pagado, las injusticias de su trabajo (este día, precisamente, le disminuyen el bono que debe recibir y cuyo dinero ya ha sido destino por él y su mujer). Otra losa que pesa sobre su ánimo es una vieja relación amorosa frustrada que le es despertada por una joven maestra que ese día cuida a su hijo que se lo ha llevado con él y lo ha puesto en la guardería de la fábrica. Y se agrega también la tentación de enrolarse amorosamente con una de sus compañeras de trabajo que lo acosa y lo reta a una aventura intensa.
De regreso a su casa debe rumiar sus derrotas y frustraciones para pasar las últimas ¡horas del día con cierta armonía con su mujer.
Es una novela corta escrita con melancolía y verosimilitud. No hay en ella ningún hallazgo formal; sigue una línea narrativa cronológica, cuyo interés se genera desde el principio cuando su hijo se cae de la cama y su mujer pelea con él por este hecho. De aquí arrancan sus dificultades cotidianas.
La novela termina con el deseo del personaje de que todo sea un sueño, un sueño que terminará en algo mejor cuando despierte. Y esto me hizo recordar la vieja canción de chava flores: A que le tiras cuando sueñas mexicano.
Es una novela sencilla, simple, como su personaje, que tiene la virtud de transparentar un hecho conocido: las penurias de la clase trabajadora inclusive en un régimen que se instituyó a favor precisamente de los trabajadores. ¡Vaya cruel ironía!

domingo, 6 de junio de 2010

EN MEMORIA DEL REINO


El pasado sábado 29 de mayo (2010) Baudelio Camarillo presentó la versión bilingüe (español-francés) de su libro En memoria del Reino, en la sala audiovisual de la Unidad de Extensión de la Universidad de Guanajuato campus Celaya-Salvatierra.

Este poemario vio la luz en 1993 tras ganar el Premio Nacional Aguascalientes. Y por primera vez, desde que conozco a Baudelio, tuve el privilegio de presentar un libro suyo.

A Baudelio lo conozco desde 1986 cuando llegué del DF a esta ciudad de Celaya. La experiencia de abandonar mi ciudad natal fue como salir del calor agradable de una casa a un ambiente nevado. Yo, chilango hasta los huesos, me sentía perdido en esta pequeña ciudad, con un ambiente rural fuertemente asentado entre sus calles, contrario plenamente a mi animal urbano.

La amistad de Baudelio, y otros amigos también inclinados al arte, fueron mi tronco que me salvaron de perecer de del naufragio de la abulia que significó abandonar una ciudad que la llevaba (y llevo) sellada en los más hondo.

En 1990 regresé a mi DF querido para encontrarme que el caos de mi ciudad no me amoldaba. Volví a Celaya en 1993, justo cuando Baudelio ganaba el Premio de Poesía Aguascalientes. Me dio mucho gusto saberlo y recibir ese pequeño tomo de poemas delicados y exquisitos.

Baudelio ha seguido produciendo poemas y libros y poco a poco su arte ha ido trascendiendo fronteras. Ahora es autor de un buen puñado de libros: Espejos que se apagan (1989), La casa del poeta y otros poemas (1992), En memoria del reino (1994), y Poemas de agua dulce (2000), entre otros.

En memoria del reino, en esta edición bilingüe, es un pequeño tomo en gris, elegante y sobrio en donde nos encontramos que el poeta, inconforme con algunos versos, ha sacado su caja de herramientas y le ha ajustado las tuercas a algunos de ellos.

El libro está configurado por cuatro secciones que marcan una especie de ruta en el ciclo vital de una persona que va de la infancia a la madurez. Empieza con una sección que denominó “Río Guayalejo”, donde Baudelio revive sus vivencias infantiles con la sutil mirada del poeta:

Todos los días, por la angosta vereda
que nos dejaron los abuelos,
bajamos hasta el río
como bajan los pájaros al atrio de la iglesia.

Este es otro fragmento emblemático:

Un enorme sabino con tres siglos de sombra
hunde sus largas ramas en el río.
Desde su copa el sol salta desnudo al agua.
Se sumerge y emerge y nada hasta la orilla
y nuevamente sube y se lanza.
Así es todos los días.
Cuando llegue el invierno
le haremos un lugar en nuestro patio
y él, que todo lo graba en su memoria,
nos hablará del tiempo en que la luz
andaba por la tierra sonando cascabeles.

La siguiente sección aborda un tema de “río abajo”, como él dice para referirse a la vida adulta: el amor. Se adentra en el dulce río de la mujer y nada en él con el mismo gozo con el que nadó el río Guayalejo:

Más allá de tu nombre están las playas.
Eres agua que abrazo con los cinco sentidos.
Voy hacia todas partes,
bebo en todas tus luces,
te lleno de palabras
y gaviotas

Pero el río de la mujer es un río peligroso que en ocasiones desemboca en la decepción, en el dolor, en la tortura:

He entrado en la ciudad como entrar en la niebla.
Después de haber amado el alma queda a oscuras.
Andaré como el viento tocando viejas puertas,
hiriéndome la sombra contra los largos muros.

Se han quedado en mi voz las últimas estrellas:
lo que escribo es ceniza.

Una vez en río abajo no todo está perdido: se puede remontar río arriba, hacia la redención de quien ha conocido el infierno del abandono. El poeta, hoja mecida por el viento, tiene la facultad de, en medio de los escombros, fijar su mirada en las estrellas y encontrar en lo sublime el camino de salida de la ciudad de los escombros y entrar al reino de las palabras, a la “casa del poeta”, como tituló la última parte de su poemario:

La casa del poeta es tibia
y aroma sus estancias la piel de la Diosa venerada.
Todo ahí son altares donde la luz oficia plenitud
y en el rincón más mínimo
la inteligencia consagra sus ofrendas.

Entrar ahí es conocer por dentro el corazón
de quien canta en la cima más alta del mundo,
es recorrer por dentro el ojo que nos mira,
es olvidar por un instante nuestra ración de sombras.

Este libro de poemas es como una copa de cristal. Hay en su poesía una enorme delicadeza, como si tocara las cosas con las manos tibias. Transcurre por sus poemas una serpiente de agua que recorre y enlaza todos los poemas y los endulza. Pero en entre transcurrir del agua y de la luz, acompañadas por sus damas de cortejo, como la luna, acecha el desierto, el dolor, la ruina, la muerte, el abandono. La noche acecha con su gran sombra pero finalmente triunfa la luz a pesar de la melancolía, del dolor por la ausencia.

Este poeta de voz suave y andar delicado, tiene una potente voz que esperamos se alce aún más alto, con las notas precisa de quien domina con maestría las palabras.

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...