martes, 11 de mayo de 2010

VIOLINES EN EL CIELO


Se necesita una gran dosis de valor y de coraje para asumir la circunstancia de que uno no es bueno para lo que uno cree es su vocación; y más en esta época en que nos llenan de basura de “pseduosuperación personal y autoestima". Es mucho más valioso, asumir que nos hemos equivocado, que no tenemos talento, que por más que le rasquemos la panza del cochinito no saldrá de él ni un quinto. Pero bombardeados por cadenitas (fw’s) en Internet, que además tienen la desfachatez de amenazar de que si no embarramos con esa basura a otros no se cumplirá la promesa o nos caerá una maldición china. Y se atreven además a firmar su basura con grandes nombres de la literatura: Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, etc.
Eso fue lo que me conquistó de Violines en el cielo en los rigurosos primeros 10 minutos de hook (como se dice en el argot del cine a esa entrada que atrapa la atención del espectador). Daigo, el protagonista, es un violonchelista del montón que a la disolución de su orquesta no ve expectativas ni futuro como músico. Y no es porque no haya orquestas en el Japón donde continuar sino que él sabe que no tiene la estatura suficiente para competir por un puesto en una mejor orquesta de la que estaba. Y tiene las agallas de renunciar a la profesión que la ha dedicado muchos años de su vida. Cárajo, este es valor, esto es sublime. Y precisamente, cuando renuncia a la música es cuando encuentra el arte, y el sentido a su existencia.
Daigo tienen que vender un vilonchello carísimo que había comprado a crédito recientemente y regresar a su pueblo natal donde tiene una casa, herencia de su madre, donde puede vivir sin pagar renta. Y allá van él y su mujer. Pero, no sabe de qué puede trabajar. Revisando los diarios le llama la atención una oferta de trabajo que no exige experiencia ni conocimientos específicos y el sueldo es muy atractivo. No sabe de qué se trata, pero acude y es contratado de inmediato y le pagan su primer sueldo aun sin hacer nada. Pronto descubrirá que el trabajo consiste en preparar cadáveres para ser cremados.
Acuérdense que vive en Japón. Allí se asume la muerte de una manera diferente. Cuando alguien muere (creo que es una costumbre sólo en cierto sector de la población) preparan al difunto, limpian el cuerpo, lo visten dignamente y lo arreglan (maquillan esmeradamente a las mujeres). Esta es una labor que se realiza con una enorme delicadeza y en presencia de los familiares, pues creen que ello ayuda al difunto. Para no descubrir la desnudez ni los aspectos grotescos de la preparación hacen una serie de movimientos, cambios de ropa, etc., con sumo cuidado y discreción. Es prácticamente un artilugio artístico.
A pesar de ello, muchos consideran el oficio como denigrante. Hasta los dueños de las funerarias lo consideran así, pues ellos contratan a otros para realizar esta tarea. Uno de los más solicitados y bien pagados es el nuevo jefe de Daigo, el señor Sasaki, un enigmático y silencioso anciano. Con asco al principio y luego con respeto, Daigo va descubriendo una faceta importante de la vida: la muerte y su misterio. Y la importancia de ponerse en paz con quien se despide, y al mismo tiempo, ponerse en paz con uno mismo.
Cuando se entera su esposa (a quien le oculta sus labores) lo abandona pues Daigo no tiene intenciones de dejar un oficio en el cada día es mejor. Y es mejor debido a su sensibilidad musical y artística. Es en este enfrentamiento con la muerte que tiene un reencuentro intenso con el violoncello y la música.
Hasta aquí parecía que la película ya nos había dicho todo, pero aun faltaba una vuelta de tuerca de una gran intensidad emocional: su esposa, embarazada, regresa para tratar de convencer a Diago de que abandone su trabajo chantajéandolo emocionalmente con su embarazo, pero la sorpresiva muerte de una conocida hará que ella perciba a su esposo y su oficio con respeto. Y será ella quien llevara a Daigo a hacer la ceremonia más importante de su vida. El fue un niño a quien su padre abandonó y por ello le guarda mucho rencor y nunca más ha sabido nada de él. Una sorpresiva llamada a su esposa le informa que el desaparecido padre ha muerto. Daigo deberá enfrentar el hecho, ver de nuevo a su padre y ponerse en paz con el hombre que le abandonó, con el hombre cuyo rostro se ha borrado, con el hombre que creyó que lo había olvidado.

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