domingo, 28 de abril de 2019

LADRONA DE LIBROS


Jeremías Ramírez Vasillas

La versión cinematográfica de este libro me hizo recordar a uno de mis alumnos que cuando les pedí un resumen de un libro, me entregó un texto sin sentido. Lo que hizo el estudiante fue recortar oraciones y pegarlas una tras otras, sin ilación.
            En la adaptación fílmica de este libro es una selección de fragmentos del libro de modo que no se logra entender el porqué de ciertas acciones, hasta que leemos el libro y obtenemos los fragmentos narrativos ausentes en la película.
El inicio de la novela no me gustó. Me pareció interesante que el narrador fuese la muerte, pero el autor no logra darle consistencia. Hay muchos momentos en que no se siente, ni se oye como la muerte, sino que parece un narrador omnisciente, nada más. Sólo hace patente su presencia hacia el final, cuando las bombas caen implacables.
            Ladrona de libros no es una gran novela, quizá sólo un buen producto para el mercado, quizá por ello es atractiva, emotiva, y logra seducir con un personaje encantador que rescata el libro: Liesel Meminger, encanto sobrecargado que endulcora una de las etapas más oscuras del pueblo alemán: el odio, persecución y exterminio de los judíos, principalmente, pues le pone chispitas de chocolate a la tragedia exagerando las bondades Liesel y de su familia adoptiva. Y en momentos la narración se alarga sin necesidad e introduce, sin justificación, acciones inverosímiles. Y minimiza la barbarie y la crueldad de esa guerra en la ciudad ficticia de Molching. Es decir, hace una versión light de cómo vivieron la guerra los alemanes de a pie que no estaban de acuerdo con Hitler.
El autor tenía la oportunidad de hundir más las tenazas de la imaginación en esta tragedia, que ha sido un filón inagotable de libros, novelas, películas, dramas, poemas, testimonios, ensayos, sin que se haya podido agotar el tema, pero no lo hizo.
            A su favor podemos decir que pudo haber caído en la sensiblería, es decir, en una narración lacrimógena y melodramática de una niña arrancada de su madre y enviada a vivir con una familia adoptiva; adopción, se entiende, temporal, por motivos de la guerra, pues sus padres habían sido castigados por ser comunistas y les habían arrebatado a sus hijos, pero se contuvo el autor y eso se agradece.
            El arranque de la novela es muy dramático: Liesel y su madre biológica viajan en tren. La señora lleva a sus dos hijos para que sean acogidos por una familia de Munich, pero el niño muere en el camino y en un solitario campo nevado es depositado en tierra. Un joven enterrador un tanto descuidado se la cae su manual de enterrador, y Liesel lo recoge. Es el primer libro que “roba”, aunque más bien, recoge.
La familia que la acoge son los Hubermann conformado por una pareja singular de ancianos: Hans, un pintor de casas y acordeonista de fines de semana, hombre afable y paciente; y Rosa, una mujer huraña de agrio carácter, que se expresa con palabras ofensivas a diestra y siniestra. Ambos la consideran de inmediato como hija de la familia y le exigen que les diga: mamá y papá. Y en verdad, se convierten en muy buenos padres adoptivos. De la madre biológica no se sabe más.
            Cuando Lisel llega a Molching entabla una buena relación con Rudy Steiner, un niño que se enamora de ella, y se convierten en grandes amigos y ambos vivirán diversas aventuras: aguerridos juegos de futbol, robo de manzanas, dulces, libros o comida, competencias deportivas y enfrentamientos con los militares nazis, —enfrentamientos un tanto inocentes— y el robo de libros.
            La vida de Liesel transcurre en un ambiente de guerra latente, de odio a los judíos, de estupideces de las autoridades, de quema de libros, pero son estos objetos los que llega pronto a amar a pesar de que no sabe leer y es el noble Hans quien le enseñará a leer y pronto se convertirá en una gran lectora de manera sorprendente e inverosímil.
La familia Huberman pasa, en este periodo bélico, por muchas dificultades derivadas de la falta de empleo de Hans (razón por la que Rosa se dedica a lavar ajeno), y tienen que padecer escasez de alimentos y de muchas cosas indispensables. Pero todo esto se volverá más tenso, más riesgoso por la llegada a la casa de los Hubermann de un personaje singular que ellos no conocían: un joven judío, Max Vandenburg, que se ven obligados a darle refugio. Para protegerlo lo mantienen escondido en su sótano. Y viven atemorizados de ser descubiertos o que su conducta los delate. Sin embargo, poco a poco van acomodándose y superando el miedo y en poco tiempo logran recuperar un estilo de vida casi similar a la que tenían antes de la llegada de Max.
            ¿Pero quién es Max y por qué le dan refugio? Max es el hijo de un antiguo compañero de milicia de Hans quien, durante la I Guerra Mundial, lo salva de morir, pues un día, cuando deben salir a combate, el comandante pide un voluntario con buena letra. Esas tareas adicionales generalmente son desagradables y nadie quiere aceptar, pero el padre de Max le dice que su amigo Hans tiene buena letra (aunque no es verdad). De modo que Hans se queda y el pelotón sale a pelear y todos, ese día, caen en combate. Cuando las autoridades le envían a la familia del padre sus pertenencias, no le mandan el acordeón, sino que se lo dan a Hans. Cuando la guerra termina Hans va a entregar el acordeón, pero no lo aceptan: hay muchos acordeones en esa familia. Hans se compromete a ayudarlos en lo que sea. Nunca le cobran el favor hasta que Max llega una noche, hambriento, temblando de frío, a la casa de Hans.
            Cuando todo parece estar saliendo de maravilla, Hans comete un error: le da un mendrugo de pan a un judío cuyo grupo llevan hacia un campo de concentración. Los soldados nazis se enojan y lo reprenden, y es azotado. Hans cree va a ir a catear su casa. Y Max abandona la casa. Hans queda destrozado por no cumplir su promesa. Además, Max se ha vuelto entrañable para todos, especialmente para Lisa con quien ha entablado una estrecha amistad.
            Pronto los bombardeos harán más tensa y dramática la vida de los habitantes de Molching y en uno de esos bombardeos mueren casi todos. Lisa logra salvarse.
            Cabe señalar que la novela está escrita en diez partes, y cada parte tiene un título de un libro, libros que Liesel ha ido robando de la pila de libros que no lograron quemarse o de la biblioteca de la esposa del alcalde, libros que lee con Max, con Hans o que ella les lee a los atemorizados vecinos cuando se refugian en los sótanos habilitados como refugios antiaéreos.
            El libro tiene como un condimento adicional la fragmentación de la narración con pequeños sub capítulos y estos, a su vez, con pequeñas acotaciones explicativas de palabras o de personas o de hechos, que permiten que la lectura no se vuelva monótona y pesada.
            Si me dieran a escoger entre el libro y la película, me quedo con el libro por los pasajes entrañables y de intenso dramatismo.
            Este libro está de nuevo circulando en las librerías y en los centros de autoservicio, así que, si este breve comentario le motiva a leerlo, no se le dificultará conseguirlo.


domingo, 14 de abril de 2019

LA BIBLIA EN LA LITERATURA


Cuando le preguntó Mario Vargas Llosa a Jorge Luis Borges que “…si tuviera que pasar el resto de sus días en una isla desierta con cinco libros ¿cuáles elegiría?” Borges contestó: “…Bueno, yo creo que llevaría la Historia de la declinación y caída del Imperio Romano de Gibbon. No creo que llevaría ninguna novela sino más bien un libro de historia. […] Luego, me gustaría llevar algún libro que yo no comprendiera del todo para poder leerlo y releerlo, digamos la Introducción a la filosofía de las matemáticas de Russell o algún libro de Henri Poincaré. […] Luego, podría llevar un volumen cualquiera, elegido el azar de una enciclopedia […], algún volumen de Brockhaus o de Mayer o de la Enciclopedia Británica […] para el último, voy a hacer una trampa, voy a llevar un libro que es una biblioteca, es decir llevaría la Biblia.[1]
            Borges, como muchos escritores de su tiempo y de varios siglos antes que él, la Biblia era un libro importante. Hoy, por el contrario, hay un desprecio y un ninguneo como si fuera de idiotas leer la Biblia, por el motivo que sea, y más aún entre los escritores. Y se olvida la enorme riqueza que encierra la Biblia no sólo como ejemplo de literatura antigua, sino de literatura en general, lleno de historias que han marcado el imaginario con símbolos de uso común, como la historia de Jonás, los 10 mandamientos, el Sermón de la Montaña, las parábolas como la del Hijo pródigo, el hermoso poema amoroso El Cantar de los Cantares, el libro de Proverbios, gemas de sabiduría, o el de una muy actual profundidad filosófica como el Eclesiastés, sin contar con la historia de Jesús, contada a cuatro voces en los evangelios.
Y hay que subrayar que la Biblia ha tenido una enorme influencia en la literatura universal y en los más grandes escritores. En un libro emblemático de la literatura hispana, como El Quijote, se pueden encontrar una enorme cantidad de citas bíblicas.
El doctor Juan Antonio Monroy, estudioso del Quijote y gran conocedor de las Sagradas Escrituras, identifica en su libro La Biblia en el Quijote, 62 citas de 20 libros del Antiguo Testamento (el mayor número corresponden al Génesis y a los Salmos, con 10 en cada caso; Proverbios, 8 y 6 de Job) y de 21 libros del Nuevo Testamento: 31 del Evangelio según san Mateo, 16 de San Lucas, 13 de los Hechos de los Apóstoles y 11 del Evangelio según san Juan[2].
            En el blog “El castillo de Kafka”, en la entrada La Biblia y su repercusión literaria, encontramos un listado de obras y autores en los que la Biblia se ve reflejada, bien como referencia bien como tema. Nos dice el autor de este blog (cuyo nombre no aparece) que una de las obras más tempranas es Confesiones de San Agustín. En el Renacimiento identifica a la Divina Comedia de Dante. En la segunda mitad del siglo XVI, nos dice, aparecen los grandes poetas místicos como san Juan de la Cruz, quien escribe Cántico espiritual, y Fray Luis de León, quien tradujo al español el Cantar de los Cantares. En el Barroco, el teatro español pone en escena dramas litúrgicos para enseñar al pueblo sobre el nacimiento de Cristo y este teatro hizo de los temas religiosos un verdadero espectáculo de masas con los autos sacramentales, cuya culminación llegó con Calderón de la Barca. Y en México, con Sor Juana Inés de la Cruz tanto en su obra poética, como en sus ensayos en los que demuestra un profundo conocimiento bíblico, como en la famosa Respuesta a Sor Filotea de la Cruz.
En el siglo XVII “…las obras de inspiración bíblica más importantes son el largo poema épico El paraíso perdido de John Milton (1667) […] y la novela alegórica El progreso del peregrino (1678), del también inglés John Bunyan”.
En el Romanticismo, destaca a Fausto de Goethe (1808-1832), […] y dice que el poema Las tinieblas (Darkness) de Lord Byron, “es una alucinante recreación del fin del mundo con reminiscencias del Apocalipsis”.
En el siglo XIX la temática religiosa no es predominante en la novela realista de ese siglo pues, afirma, y sólo se toca de manera indirecta en Tolstoi y Dostoyevski. Cabe señalar que no estoy de acuerdo, sobre todo cuando afirma que “el cristianismo de Tolstoi era heterodoxo porque fue excomulgado por la Iglesia”. No comprende que fue excomulgado por normar sus actos directamente de las enseñanzas de la Biblia, lo cual no agradó a la iglesia ortodoxa griega, pero esa inquietud espiritual la refleja de una u otra forma en su manera de organizar a sus siervos, y en los temas que desarrolla en sus novelas, como en sus últimas novelas, en especial en Resurrección (1889), cuyo protagonista, nos dice, “‘resucita’ tras la lectura del Sermón de la montaña”.
Pero quizá el mayor escritor místico del siglo XIX fue sin duda Fedor Dostoyevski pues sus novelas, como dice el autor del blog, “…están marcadas por el sentimiento de culpa, el pecado y el remordimiento, como en Crimen y Castigo (1866)” o aún más prístinamente en la leyenda de “El gran Inquisidor” que aparece en el quinto capítulo del Libro V, de su voluminosa novela Los hermanos Karamazov (1880), en el que “el Inquisidor de Sevilla juzga al mismísimo Jesucristo en su segundo regreso y lo condena a morir en la hoguera”.
En el siglo XX, dice que en Franz Kafka hay una “…influencia del Libro de Job, en especial en sus novelas El proceso y La condena”.
Joseph Roth, por su parte, en el Romance de un hombre sencillo (1930), “actualiza la historia de Job contando la vida de un emigrante judío en EEUU a principios del siglo XX, que sufre constantes reveses en su vida”.
En El maestro y Margarita (1966) de Mijaíl Bulgákov, nos dice, podemos encontrar “…ecos del Fausto de Goethe pues relata la llegada a Moscú del Diablo y su estrambótica corte e intercala el encuentro entre Poncio Pilatos y Jesús”.
La influencia de la Biblia se deja notar también en algunos escritores del siglo XX aunque traten de subvertir el texto bíblico, como José Saramago en El evangelio según Jesucristo (1991) donde “reescribe la vida de Jesús con sencillez, sin milagros, dando voz y protagonismo a las mujeres, insistiendo en sus primeros años de vida y ofreciendo a menudo relecturas alternativas de algunos episodios de su vida”. La polémica que generó lo obligó a autoexiliarse en la isla de Lanzarote. En 2009 volvió a revisar la historia de Caín y Abel (Caín, 2009) en la que absuelve a Caín y culpa a Dios”.
Norman Mailer, nos dice el bloguero, en su novela El evangelio según el hijo (1998) hace un relato similar a El evangelio de Saramago.
J. M. Coetzee, el afamado escritor sudafricano, en su novela La infancia de Jesús (2013), “…utiliza los primeros años del nazareno —nos dice el bloguero— para establecer un paralelismo en clave simbólica con la vida de los protagonistas[3].
Con todo lo interesante que pueda resultar este texto digital, se queda sumamente corto. Hay muchas más obras en los que hay una influencia notable de la Biblia, como en Rey Jesús de Robert Graves y  Jesús el hijo del hombre, de Jalil Gibran Jalil que abordan la vida de Cristo; o a personajes bíblicos, como Barrabás de  Pär Lagerkvist o a lugares sagrados como Jerusalén de Selma Lagerloff, o a un personaje que proporciona un conflicto dramático como Absalón, Absalón, de Faulkner, o narran la influencia literal para hacer una crucifixión como en el cuento Evangelio Según San Marcos de Borges o en su poemas Lucas XXIII, en el que Borges centra su mirada en uno de los ladrones que fueron crucificado junto a Cristo, o el drama centrado en la Semana Santa como Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, entre muchas otras obras.
Reproduzco un par de párrafos del artículo La Biblia en la literatura hispanoamericana’: cinco siglos reescribiendo las Escrituras de Juan Carlos Rodríguez: “La presencia de la Biblia en la literatura hispanoamericana es una dimensión al mismo tiempo obvia y oculta, oculta y aun escamoteada’, señalan al unísono Daniel Attala y Geneviève Fabry, coordinadores de un extraordinario y riguroso ensayo colectivo que acaba de ver la luz, La Biblia en la literatura hispanoamericana. Nunca se había abordado, hasta ahora, tan sistemáticamente la presencia del Antiguo y Nuevo Testamento en más de cinco siglos de literatura transatlántica: desde Cristóbal Colón y los cronistas de Indias —Francisco de Vitoria, Juan Ginés de Sepúlveda, fray Bartolomé de Las Casas— hasta la áspera narrativa de los colombianos Gabriel García Márquez y Fernando Vallejo. ‘El universo textual e imaginario de la Biblia —proclaman— irriga amplia y profundamente la literatura del subcontinente. Es algo sabido. Ninguna diferencia, en este sentido, con la literatura española o europea en general’. Lo que le distancia es la negación, el empeño de la crítica académica en esconder y restar valor a la presencia de las Escrituras en la literatura ampliamente entendida: desde la novela y el relato a la poesía, el teatro, la crónica y hasta el ensayo”[4].
Concluyo este largo artículo comentando el libro La Biblia en el pensamiento Hispanoamericano[5], de Luis D. Salem (escritor colombiano radicado en México) un libro que seguramente desconocido por los estudiosos de la literatura, pero que hace un análisis de la influencia de la Biblia en veinte escritores hispanos y latinoamericanos, entre los que destacan Ricardo Rojas, Alonso de Ercilla, Juan Montalvo, León Felipe, Amado Nervo, Rubén Darío, José Santos Chocano, José Enrique Rodó, entre los más importantes.
En fin, como dice Juan Carlos Rodríguez, citando a los investigadores Daniel Attala y Geneviève Fabry, en otra parte del artículo mencionado: “No se trata de examinar la literatura como un ‘lugar teológico’, sino constatar cómo, pese a “la secularización creciente” de la cultura, ‘la huella bíblica es omnipresente en los textos literarios, filosóficos, morales e incluso políticos’”.
Queda pues mucho por analizar y ponderar el valor literario, moral y religioso de un libro que ha jugado un rol importante no sólo en la literatura sino en la configuración de una serie de valores importantes en la sociedad y que se han ido diluyendo, en gran parte, por la ausencia de lectura de este libro.




[1] https://www.milenio.com/opinion/fernanda-de-la-torre/neteando-con-fernanda/libros-borges-vargas-llosa-isla-desierta
[2] Esta información la publica el periodista mexicano Juan Antonio García Villa, en un artículo periodístico titulado La Biblia en el Quijote. https://vanguardia.com.mx/articulo/la-biblia-en-el-quijote
[3] https://elcastillodekafka.wordpress.com/2012/09/27/la-biblia-y-su-repercusion-literaria/
[4] En el nº 2.986 de Vida Nueva. https://www.vidanuevadigital.com/2016/04/29/la-biblia-en-la-literatura-hispanoamericana-cinco-siglos-reescribiendo-la-escritura/
[5] Este libro fue publicado por la editorial bautista Casa Unida de Publicaciones, en 1970.

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...