jueves, 17 de abril de 2014

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, SU MUERTE


Es una pena la muerte de cualquier persona, principalmente la de quien su obra fue benefactora para alguien. Los escritores lo son para los lectores, es decir, para aquellos para quienes leer es una forma de vida, no un mero pasatiempo o un motivo para presumir la intelectualidad de la que se carece. Sentimos pena pero al mismo tiempo estamos agradecidos por las largas horas de placer y descubrimiento.
Por ello, para los lectores hay muchas anécdotas en las que un libro, un cuento, un poema marcó un antes y un después en nuestra vida. Gabriel García Márquez, creo, tuvo la virtud de ser definitorio en la vida de muchos y, particularmente, en la mía.
Yo lo conocí en la preparatoria (para los lectores los escritores se vuelven entes familiares cuando su libro toca fibras profundas en nuestro ser). Soy uno de los privilegiados Primera Generación del Colegio Bachilleres. Y digo privilegiado porque inició este proyecto educativo con un plan magnífico y con una expectativa envidiable. Por ejemplo, las materias de literatura iniciaban en el primer semestre con escritores contemporáneos latinoamericanos e íbamos semestre a semestre retrocediendo en el tiempo hasta llegar al Siglo de Oro de las letras hispanas. Para entonces muchos ya estábamos prendados de las letras. Yo creía en ese entonces que todos los escritores cuyos libros nos daban a leer en la escuela estaban muertos, y eran muy aburridos. Oh sorpresa, todos los que leímos ese primer semestre estaban vivos y en plena efervescencia creativa y cuyos textos eran tan magníficamente entrañables, divertidos, y de fácil lectura. Algunos de estos autores, años después, pude conocer en persona como Julio Cortazar, de quien me sorprendió que fuera un hombre tan alto.
En esas clases mágicas conocí entre otros a Gabriel García Márquez. Y fue en ese encuentro que me enrolé con Cien años de soledad. Mi hermano mayor me decía que era muy complicada y enredosa la novela. No lo sentí así. Estaba en mi época devoradora y leí el libro en poco tiempo. Me encantó y me volví fan de GGM. Todo lo que indicaba que era de su autoría lo leía de inmediato, hasta su columna en la Revista Proceso. De su mano, en esos artículos, descubrí a otros autores importantes en mi vida. El que más recuerdo es Kawabata pues Márquez, en una de sus columnas, relataba una anécdota en un en avión en la que le tocó viajar junto a una hermosa mujer que cuando subió estaba dormida, y así se quedó cuando tuvo que descender. Esto lo llevaba a hacer un paralelismo con la novela "La casa de las bellas durmientes", libro que después encontré en un puesto de periódico en la colección de hermosos libros azules donde una editorial española publicaba un ejemplar de ganadores del Premio Nobel.
La única pena en todo esto es que ese proyecto educativo del Colegio de bachilleres se fue al caño, pero tuve el privilegio de que modificara mi primaria vocación por la ingeniería y la re encausara hacia las artes y las letras. Y que me haya regalado la amistad de García Márquez a quien por cierto nunca tuve el privilegio de ver en persona, pero que hoy, al enterarme de su deceso, sólo puedo decirle: ¡Gracias! Te seguiré leyendo.


EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...