domingo, 19 de septiembre de 2010

HACE 25 AÑOS Y AUN TODO SIGUE DERRUMBÁNDOSE



Hace 25 años me preparaba para ir a trabajar. Sentado en mi cama me ponía los calcetines. De pronto, todo se empezó a mover. Ah, Dios, qué fuerte estaba el temblor. Terminé de calzarme y corrí a la cocina para avisarle a mi madre. Allí estaban mi hermano Enoc y ella viendo estupefactos como el tinaco del baño (un cuartito fuera de la casa al estilo ranchito que había construido mi papá) como se meneaba (como bailarín alcoholizado) amenazando con irse de bruces al patio. Terminó y respiramos aliviados: no había pasado nada. ¿Nada?

Nos fuimos a trabajar y oímos en la radio del transporte (las viejas combis que para beneficio de la columna vertebral ya desaparecieron) de algunos edificios derrumbados. En Tacubaya (nosotros vivíamos en una colonia cerca de Cuajimalpa, cerca de los cerros del Desierto de los Leones, hacia Toluca) tomábamos otro camión para ir a la Roma Sur, donde trabajamos. Nos despedimos cuando llegamos a nuestro destino, y qué destino. El hacia la constructora y yo hacia el Instituto de Investigaciones Agrícolas. En el edificio no había alma ni luz, salvo uno que otro extraviado como yo. MI hermano me habló por teléfono para informarme que cerca de su trabajo había muchos edificios derrumbados. Y nos avisaron que nos fuéramos a casa. En las calles no había transporte. La gente caminaba silenciosa en ambos sentidos de la Avenida insurgentes, donde estaba el Instituto. Caminé hacia el norte por la avenida. A medida que me acercaba al centro, el drama se iba revelando en todo su horror. Llegando al monumento a la revolución lloré ante el horror. Nunca había visto, como dice Octavio Paz, tantos edificios arrodillados.

Ya han pasado 25 años, 25 años carajo, y las heridas aun laten bajo la piel y el recuerdo al compás de una canción de Rockdrigo González, autor hasta entonces poco conocido, pero que su temprana muerte le dio una fama que bien le hubiera caído en vida. En el jardín frente al edificio Juárez, donde él vivía, una de esa noches de dolor y confusión, honramos tempranamente sus memoria y de los muertos ahí caídos, con veladoras, lecturas poéticas y un sentimiento profundo que otros edificios iban air cayendo, pues el terremoto no sólo había dejado al descubierto la debilidad de nuestra ciudad, sino al profunda corrupción que había engrandado la tragedia.

Hace 25 años y los edificios siguen cayendo bajo las balas de la miseria, de la inseguridad, de la avaricia de los dueños de este país, de … 25 años y aun no hemos encontrado la manera de poner en pie este país que se nos desmorona.

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