viernes, 11 de enero de 2019

C.S LEWIS: UN GENIO DE LA NARRACIÓN


Jeremías Ramírez Vasillas

C.S Lewis es mayormente conocido por las tres películas sobre Las crónicas de Narnia las cuales se basaron en tres de los 7 libros de la serie narrativa que Lewis escribió a mediados de los años cincuenta. Pero Lewis no sólo fue narrador sino además, poeta, ensayista, profesor de literatura y un gran divulgador del cristianismo.
            Recientemente encontré una biografía de Lewis escrito por Janet y Geoff Benge, y publicado dentro de la serie “Héroes cristianos de ayer y hoy”.
            Independientemente sí uno es cristiano o no, esta biografía permite acercarnos a un gran escritor que nació en Irlanda en 1898 y murió en Inglaterra el 22 de noviembre de 1963, justo el día en que asesinaron a John F. Kennedy. ¡Vaya coincidencia!
            Esta biografía, para mi tristeza, no es un gran relato (me hubiera gustado que tuviera mayor estatura literaria). Me disgusta que de brincos diegéticos y deje de lado muchos momentos importantes de su vida; y otros, apenas roza la superficie, es decir, le falta profundidad, aunque haya pasajes conmovedores que logra cierta penetración que rescatan en parte el libro.
            La biografía está escrita casi en su totalidad en forma cronológica, aunque al inicio se permite un salto temporal pues inicia con una escena bélica en la que Lewis, como soldado, es herido en combate. Luego regresa a su infancia para contar cada etapa de su vida de manera cronológica, hasta su muerte.
            El primer libro que leí de C.S. Lewis fue La silla de plata. Es la cuarta novela de Las crónicas de Narnia. Luego fui encontrando algunos de sus libros de teología; dos de ellos me gustaron mucho: El problema del dolor y Los cuatro amores”.
            Estos dos libros me permitieron vislumbrar libros teológicos que se alejan del acartonado lenguaje religioso para adentrarse en un tono vital y humano y de gran altura intelectual, y que además tienen la virtud de lograr una mayor empatía con el lector.
            Alguna vez en una revista leí un relato de su conversión al cristianismo. Esperaba encontrar en esta biografía mayores detalles de un hecho tan importante en su vida, pues este hecho cambió profundamente el derrotero de su vida literaria y personal. Sin embargo, para decepción mía, lo aborda de una manera tan breve, restando su importancia al hecho, y no permite ver el proceso que tuvo que pasar, su crisis existencial, sus dudas intelectuales y la circunstancia vivencial precisa, para dar ese paso trascendental.
            Lo que es interesante en esta biografía es que deja en claro es que su vida no fue simple y llena de luces, sino todo lo contrario: fue dura, complicada, dolorosa. Quizá por ello inicia con ese relato bélico en el que es herido casi de muerte. Estoy seguro que las dificultades que enfrentó le otorgaron una mayor profundidad a su literatura.
Cuando aún es un niño, su madre muere y eso precipita su ingreso a los internados donde estudiaría las etapas básicas y sufrirá el maltrato de la durísima disciplina de los internados ingleses, disciplina harto cruel denunciada en novelas y películas, como en Pink Floyd the Wall (Alan Parker y Gerald Scarfe, 1982) al grado que busca escapar de esa tortura hasta que logra convencer a su padre de que le permita terminar su educación media con un profesor particular.
Y para colmo de males, cuando entra a la universidad se desata la Primera Guerra Mundial y es enviado al frente en el que sufrirá heridas terribles y la pérdida de prácticamente todos sus compañeros de combate.
            Destaca el libro que su formación intelectual, narrativa e imaginativa inicia en su casa, en la que había una gran biblioteca, pues sus padres eran grandes lectores, particularmente su madre. Por ello, desde su temprana niñez, empezó a escribir relatos fantásticos. Además, estuvo siempre ávido de aprender y pronto pudo dominar varios idiomas como el francés, el alemán, el griego y el latín, y convertirse en su vida adulto un respetado intelectual y medievalista especializado.
            En cuanto a su vida sentimental, fue un tanto solitario y distante en sus relaciones amorosas, aunque era proclive a entablar fuertes lazos familiares y de amistad. Con su hermano Warren mantuvo siempre una gran cercanía. Esta inclinación a entablar relaciones fuertes de amistad lo empuja a aceptar el compromiso de un amigo de la Universidad, Edward Francis Moore, de hacerse cargo de su madre si moría en combate, lo cual sucede, y cargará con la responsabilidad de la madre y la hermana, hasta la muerte de la señora Moore y el casamiento de la hermana, Maureen.
            Cuando rebasa los cincuenta años de edad finalmente conoce a una norteamericana, Joy Gresham, escritora, de quien se enamora y se casa cuando a ella le han detectado cáncer en los huesos. Para entonces C.S. Lewis está cerca de los 60 años.
            Permanece casado sólo un par de años, años que él califica de plenos y los mejores de su vida. Y quizá el dolor de la pérdida de su esposa, lo debilita pues cuando estaba por cumplir los 65 años de edad, muere.
            Como escritor y especialista en temas medievales, estuvo a la par de uno de sus mejores amigos, el ya famoso J.R.R Tolkien, autor de la saga El señor de los anillos. Pero mientras que Tolkien brilló mucho más en la literatura fantástica, C.S. Lewis lo hizo en el ensayo teológico, cuyos libros han sido de una enorme influencia en el pensamiento cristiano contemporáneo. Los títulos más conocidos son: El problema del dolor, Los cuatro amores, Mero cristianismo, Cartas del diablo a su sobrino, El peso de la gloria, Atrapado por la alegría.
            Es una lástima que esta biografía no haya reseñado como fue que Lewis concibió cada uno de estos libros, salvo algunos de ellos, pero de manera muy superficial.
            Empezó a escribir la serie de novelas juveniles por las cuales es mayormente conocido: Las crónicas de Narnia, cuando estaba llegando a los 50 años de edad. La serie está compuesta por siete novelas y fueron publicadas a razón de una por año: El león, la bruja y el armario (1950), El príncipe Caspian (1951), La travesía del Viajero del Alba (1952), La silla de plata (1953), El caballo y el muchacho (1954), El sobrino del mago (1955), La última batalla (1956).
            En colaboración con su esposa escribió: Mientras no tengamos rostro (1956). Y uno de sus últimos libros, o quizá el último fue Reflexiones sobre los Salmos (1958), un bello libro donde plasma sus más íntimos pensamientos religiosos a partir de los salmos más emotivos, particularmente los escritos por el rey David.
            Queda pues esta biografía para acercarnos a uno de los grandes autores que supo vivir de manera sencilla y generosa, que se nota en sus textos, los cuales recomiendo ampliamente.


viernes, 4 de enero de 2019

SPAGHETTI WESTER, SAD HILL Y SERGIO LEONE


Jeremías Ramírez Vasillas

Para muchos “Spaghetti Western”, nada les dice, pero se trata de un subgénero cinematográfico de las películas de vaqueros que nació en Europa y se hizo popular de la mano del director italiano Sergio Leone. Leone es un singular director que hizo de este tipo de películas —destinadas, como producto de baja calidad (serie B), a ser una simple diversión— en un género respetable con obras memorables que han quedado como hitos del cine mundial.
El término Spaghetti Wester nació como un calificativo de cine de baja calidad, cine que “estuvo de moda en las décadas de los años 1960 y 1970, aunque en ésta última década ya se encontraba en decadencia”. Los críticos le pusieron así porque “estas películas fueron financiadas por compañías italianas o españolas. La mayoría se rodaron en Cinecittà (los grandes estudios italianos) y en Almería (España)”, donde se encuentra el desierto de Tabernas. Fue en estos parajes donde construyeron sets —existentes hasta el día de hoy— y cuyo lugar se le llama “Minihollywood”. Muchas películas además tuvieron como escenario el pueblo de Hoyo de Manzanares, en la periferia Madrid. Y en el caso de El bueno, el malo y el feo, la secuencia del hospital se filmó en un valle de Santo Domingo de Silos, en la provincia de Burgos, donde construyeron un cementerio denominado en la película “Sad Hill”, mítico lugar de veneración para los amantes de esta película, que en el 2015 se dieron a la tarea de desenterrar y reconstruir las tumbas y el redondel donde se filmó el duelo más famoso en la historia del cine de vaqueros.
La historia de este rescate fue filmado en el documental Sad Hill Unearthed, dirigido por Guillermo de Oliveira, actualmente disponible en Netflix. Cabe señalar que es un excelente documental que informa cómo se filmaron escenas particulares, cómo se creó la música y cómo se construyeron los sets más emblemáticos, como el cementerio mencionado.
Nos dice el Wikipedia que este género o subgénero “se caracteriza por una estética sucia a la vez que estilizada y por unos personajes aparentemente carentes de moral, rudos y duros, haciéndose servir de los clichés clásicos del western estadounidense y de sus mitos para crear un estilo propio”. No sé a qué le llama “estética sucia”. Tal vez quiso decir “descuidada, malhecha”, pero las películas de Sergio Leone nada tienen de descuidadas, ni malhechas.
Antecedentes antiguos del registro de Sergio Leone data de 1954 cuando Robert Aldrich filma Veracruz, película con una alta dosis de violencia y cuyos personajes tienen un carácter turbio y engañoso. Nada que ver con el vaquero del western tradicional, una especie de justiciero tipo Llanero Solitario, que lucha por el bien y que además es un hombre de noble corazón, que arriesga todo para conseguir un lugar donde vivir o tiene como propósito defender a los desvalidos por los desalmados indios o por los forajidos.
Y agrega el wiki: “La producción en serie de westerns en Europa se inició en 1962, pero no fue hasta un par de años más tarde que, gracias al éxito de Por un puñado de dólares de Sergio Leone, que se convirtió en un género de masas. Al principio la crítica fue reticente, por no decir, claramente despectiva —ellos acuñaron el término spaghetti western— pero con el tiempo tendría que admitir que se trataba de un nuevo género, que tomaba del western estadounidense tradicional los elementos básicos, pero los estilizaba y recomponía de forma totalmente original, mostrando especial atención por aquellos aspectos críticos que Hollywood había camuflado bajo los estereotipos del justiciero bueno y el bandido malo moviéndose dentro de una sociedad en perenne «estado de excepción», sin más ley que las armas. Y Sergio Leone, con una actitud propia de un historiador filmó sus escenas en apego estricto a los registros históricos, como en el caso de El bueno, el malo y el feo, de la guerra civil estadunidense. En esta película cuidó hasta la postura de los muertos según registros fotográficos.
Y seguimos citando: “Entre 1962 y 1976 se produjeron en Italia y España unos 500 títulos, cifra respetable que demuestra la existencia de una indiscutible demanda por parte del público. La mayoría mostraba un digno nivel técnico y artístico —con aportes especialmente relevantes en materia de diseño y música— y algunas han pasado por méritos propios a la historia del cine europeo, influyendo a cineastas de todo el mundo”.
El impacto de la música como tal, y que trascendía a la película misma, se debe particularmente a un compositor descubierto por Leone: Ennio Morricone, que hizo del score algo más que crema en el bolillo, es decir, un acompañante, un coffe mate, para jugar un papel dramático importante y dejar en el imaginario del espectador melodías difíciles de olvidar como, por ejemplo, el tema de la película El bueno, el malo y el feo.
Leone parecía destinado a impulsar este género que le dio fama mundial. Y empezó desde chiquito en el mundo del cine pues fue hijo del director de cine Vincenzo Leone, que a veces filmaba con el seudónimo de Roberto Roberti.
Sergio Leone empezó su carrera a los 20 años como actor y asistente de dirección. Y tuvo el privilegio de aprender de los grandes, como Vittorio de Sica, de quien fue su asistente en Ladrón de bicicletas (1948), obra muy importante en la historia del cine. Y trabajó en películas épicas como Quo Vadis? (1951) de Mervyn Le Roy, Helena de Troya (1955) de Robert Wise, Ben-Hur (1959) de William Wyler o Historia de una monja (1959) de Fred Zinnemann.
En 1959, cuando se enfermó el director Mario Bonnard, durante el rodaje de Los últimos días de Pompeya, tiene la oportunidad de dirigir como sustituto, pero fue hasta 1960 con El coloso de Rodas (1960), que entró de lleno a la dirección.
En 1964, inicia su famosa trilogía del dólar utilizando como escenario la árida región de Tabernas, Almería (España), así como las proximidades de Carazo, en la Sierra de la Demanda, Burgos, con Por un puñado de dólares. Le siguió La muerte tenía un precio / Por unos dólares más, (1965) y concluyó con la más famosa de las tres: El Bueno, el Malo y el Feo, (1966), que lo llevó a la fama, y con él, a actores como Clint Eastwood, cuya caracterización en esta última película como El bueno, consolidó la estampa de vaquero, frío, calculador y certero.
Como director famoso realizó al menos tres grandes películas más: Érase una vez el Oeste (1968), Érase una vez la Revolución o Los héroes de mesa verde (1971), en la que recrea pasajes de la Revolución Mexicana, y culmina con la memorable Érase una vez en América (1984), una de las películas más interesantes sobre gánsteres, con un Robert de Niro en una notable actuación. Esta es una película que está a la par de El padrino (Coppola) o Los buenos muchachos (Scorsesse).
Cada una de estas películas hay una propuesta estética de alto nivel, por ejemplo, en Érase una vez en el Oeste, es una película de planos larguísimos, como esa introducción en una estación de tren donde tres matones aguardan a su víctima. Los planos largos parece que detienen el tiempo y transmiten la pasmosa quietud del desierto. La secuencia de la mosca en la cara de un matón no tiene paralelo. En esta película, que trata de la venganza, aparece Charles Bronson en el único papel digno que le conozco, como matón frío y certero, a la Clint Eastwood, pero más chaparro y menos carismático, y a una bella Claudia Cardinale como prostituta retirada que busca en este desierto la dignificación de su existencia.
Si la cartelera lo tiene hasta no sé dónde, métase a portales de cine de arte on line (MUBI o Netflix, por ejemplo) y busque las películas de este director. No sólo conocerá un género fílmico interesante sino descubrirá joyas del cine que le harán vivir una intensa aventura donde la acción, la diversión y el arte a buen nivel se dan cita para goce de los espectadores.
Como un dato adicional, hay una novela escrita por Francisco Haghenbeck titulada Por un puñado de balas cuya trama se lleva a cabo en los momentos de la filmación de Por un puñado de dólares. No es una gran novela, pero nos permite revivir momentos de la filmación y a acercarnos a algunos actores como Klaus Kinski y Clint Eastwood.


EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...