Jeremías Ramírez Vasillas
Una niña de 12 años descubre que, tras el rostro ajado de una anciana en
una silla de ruedas, que ellos y sus amigos han apodado “La Rusa”, hay un
personaje con una historia compleja, enmarañada, como una madeja de estambre
revuelta por un gato, y que ella irá desenredando para entender a esa mujer que
vive solitaria en un país ajeno, extraño, inhóspito. Este es el tema de la
novela Mar Mediterráneo de la
escritora mexicana Susana Glantz, una novela autobiográfica en la que relata
sus aventuras de niña judía en el pueblo de Tacuba, a mediados de los años
cuarenta, cuando aún no se convertía en una colonia de la ciudad de México.
Lo interesante de esta
novela es que nos da una visión del modo de vida de esta zona de la ciudad de
México, en aquellos años, la cual aún tenía tintes rurales, pero ya iba poco a
poco amoldándose a la vida citadina.
La novela nos narra su vida familiar y la
fascinante vida social de una niña inquieta que en compañía de un grupo de
amigos se entretienen en hacer travesuras, pero también en ir descubriendo un
mundo nada simplista.
Y en este mar de
anécdotas, como eje vertebrador, la historia de su amistad con esa peculiar y
enigmática señora, es la que articula esas otras historias que se dan allende
los muros que encierran a La Rusa.
El acercamiento entre
ambas mujeres, tan distintas y tan dispares, se da de manera casual. Un día que
la niña sube a la azotea de su casa oye el sonido de un clavecín o
clavicémbalo. Este es un instrumento antecesor del piano, y que como éste,
tiene teclas y una caja con cuerdas, aunque a diferencia del piano, al
presionar cada tecla, “una púa de pluma de ganso, de cuervo o cóndor (llamada
plectro), que se encuentra en una pequeña estructura de madera llamada
martinete o saltador, eleva la cuerda correspondiente, pulsándola”. Mientras
que, en el piano, son martillos de madera los que golpean las cuerdas
produciendo el sonido.
Atraída por ese sonido
extraño pero dulce va en busca de su origen y descubre, tras los vidrios de un
tragaluz, a la Rusa tocando un clavicémbalo. Aquí empieza a cambiar el concepto
que tiene de ella. Pero entrará en contacto con ella cuando el afinador del
piano de su casa le comenta que la conoce y que si gusta lo acompañe pues tiene
que afinar el instrumento de la señora. Curiosa, como muchos niños, acude y
para su buena suerte la Rusa, que se llama Lottie, la invita a que la visite
cuando quiera. Estas visitas se establecen y la niña se vuelve asidua a la
señora; y es, en esas tardes que pasa con ella, que va descubriendo la historia
de esta mujer de origen europeo, con un pasado amoroso turbulento que la lleva
a emigrar de su natal Viena a Chile; y allí, tras un accidente en el que muere
su esposo (un rico industrial) y en el que ella queda inválida, es recluida en
la ciudad de México por sus familiares, en una casona donde vive solitaria,
atendida sólo por Honoria, su criada, quien está a su servicio las 24 horas del
día, pues dada su invalidez, le es imposible valerse por sí misma para
satisfacer sus necesidades más elementales.
La niña va conociendo la
historia de la Rusa a través de las largas conversaciones y de las fotografías
que hay en su casa, en esas tardes en la que la visita, aunque Lottié no
siempre tiene humor para contar historias; hay días en los que le da conciertos
particulares; otros, se la pasan jugando y en ocasiones le escatima detalles de
las historias que la niña encuentra interesantes.
Un día que Honoria tienen
que arreglar asuntos personales en su pueblo, le pide a la niña que se encargue
de Lottie. Las tareas son sencillas así que con gusto acepta. Por la noche,
cuando sus tareas terminan, trata de dormir, pero la cama, demasiado blanda, no
le permite conciliar el sueño y se levanta. Acicateada por la curiosidad entra
al único cuarto que no conoce, un cuarto envuelto en el misterio, un cuarto
prohibido. Allí descubrirá en una fotografía la relación que Lottié tuvo con
Hitler. Ella sabía que había tocado en plena era de la Segunda Guerra Mundial
para políticos alemanes de alto nivel, pero nunca se la imaginó lo que una
fotografía le iba a revelar: Lottié caminando amigablemente del brazo de
Hitler, el monstruo, el enemigo del pueblo judío, y ella, como judía, se siente
afectada.
Cabe señalar que esta
novela es la primera que escribe Susana Glantz, poco antes de llegar a los 80
años de edad. Nunca antes había incursionado en la ficción, pues se había
dedicado la mayor parte de su vida profesional a escribir tratados de
antropología, tale como: El ejido
colectivo de Nueva Italia, Manuel:
una biografía política, El hombre de
su tiempo: Lewis Henry Morgan y No es
tan difícil leer a Marx, entre otros.
Ella ha declarado que no
es capaz de inventar historias y personajes de ficción, por ello el libro es
básicamente testimonial, autobiográfico. Y quizá por ello no tiene un arco
narrativo en el que la historia mantenga una progresión en el tiempo; en
ocasiones se siente que se regresa, o avanza o salta en su línea narrativa. Y
es muy probable que la haya publicado Penguin Random House en parte por el
valor testimonial del relato y en parte a que es hermana de Margo Glantz, una
de las grandes escritoras de México, cuya obra está formada por más de 40
libros de cuento, poesía, ensayo, además de haber obtenido en el campo de las
letras múltiples premios y distinciones.
A pesar de los fallos de Mar Mediterráneo, es un libro
recomendable que permite asomarse a ese México, que como dice la autora, ya no
existe. Antes de escribir el libro fue a su barrio, a su pueblo de Tacuba y
para tristeza suya vio que ya no existe ni la casa de su infancia.
Es pues este libro de
memorias una manera de rescatar una historia que pudo haberse perdido para
siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario