Jeremías Ramírez Vasillas
No se trata de un
libro de teología, sino una antología de cuentos suizos, publicado en México en
el 2005 por la UNAM y la Universidad Autónoma de Chiapas. El título completo
es: Si el buen dios fuera suizo: cuentos
suizos del siglo XX y contiene 19 cuentos de autores prácticamente
desconocidos en México, o por lo menos, para mí.
Deseoso
de conocer la cuentística helvética compré este libro hace varios años. Jamás
había leído literatura suiza, salvo un libro a medias de Hans Küng: En busca de nuestras huellas. Küng es un
sacerdote católico, sumamente incómodo y controversial.
Hay
libros que son como los acertijos: inexpugnables. Esta antología es uno de
ellos. Es el libro de cuentos más extraños que he encontrado. Traté varias
veces de leerlo sin pasar más allá del primer cuento. No había manera de
internarme por la puerta de entrada, es decir, desde la página uno. Lo
abandoné. Recientemente decidí intentarlo de nuevo.
Mientras
estaba en una sala de espera médica lo saqué, vi el título y me pregunté: ¿De
qué tratará el cuento que le da título a la antología? Es el treceavo cuento y
está en la página 123. Lo empecé a leer. Era igual de extraño que el primero,
pero me llamó la atención que no tenía una narrativa convencional: no había una
trama, ni personajes, ni nudos dramáticos, etc. El hilo conductor era la
posible respuesta que el narrador va encontrando en su disertación reflexiva.
Me pareció curioso. Tratando de ver en qué terminaba, seguí leyendo. Me hizo reír
en varios momentos. Después de varias vueltas, concluye: “¡qué bueno que Dios no
es suizo!” Este cuento hace un perfil de los suizos: meticulosos, ordenados,
que todo planifican, y no dejan nada al azar. De modo que teniendo esto en
cuenta el autor afirma que si Dios fuera suizo hubiese planificado el momento
preciso de la creación, para que no tuviera las fallas que de inmediato se
presentaron: Adán y Eva desobedecen muy pronto y luego uno de sus hijos mata al
otro; es decir, puras fallas, todo por no esperar el momento más apropiado para
que todo saliera bien. Pero si Dios lo hubiera hecho a la manera de los suizos
el mundo no existiría; por tanto, tampoco existirían los suizos. Así que, concluye
el autor, “qué bueno que Dios no es suizo”.
Roto
el muro de la impenetrabilidad, seguí leyendo los cuentos en desorden, como
nunca leo un libro de cuento o cualquier otro. Muchos cuentos ni parecían
cuentos. Paré mi lectura al azar y me fui al inicio. Ahora sí no hubo extrañeza
que me detuviera. Los primeros cuentos me siguieron pareciendo extraños: un
hombre busca algo que no sabe ni qué es lo que busca hasta que llega al
cementerio (Schwendimann). Otro
cuento nos habla de un judío que no es judío pero que cuando muere despreciado
por los que creen que es judío, se dan cuenta que todos tienen su misma cara de
judío (El judío andorrano). Otro: un
hombre viejo que cansado de usar las mismas palabras decide cambiar el nombre a
todas las cosas: la cama los nombra cuadro; a la silla, reloj, a la mesa,
alfombra… Con el tiempo, olvida los nombres originales y ya no le es posible
comunicarse con los demás (Una mesa es
una mesa). De pronto, cerca de la mitad, aparece un cuento sumamente encantador:
El canto de la casa. Una voz que
canta irrumpe una noche en unos departamentos. Indagan quién es o de dónde sale
esa hermosa voz. No logran localizar de dónde sale ni quién canta. Es sólo una
voz, una misteriosa y hermosa voz. En breve se convierte en noticia y empieza a
ser transmitido por radio y televisión. De pronto, justo cuando todo mundo
espera que se oiga la voz como cada noche, el canto desparece.
Siguen
cuentos extraños, pero también cuentos que sí cuentan una historia (normales si
quieren llamarlos así). Y dentro de esos, unos cuentos maravillosos,
entrañables, curiosamente, los que narran la vida de seres miserables, como Para que los ricos ayuden a los pobres
que cuenta la triste existencia de una mujer que vive en la miseria; Sección cerrada que narra magistralmente
la vida en un manicomio; Confederados helvéticos
viendo una adversidad que narra el
espectáculo de un hombre que arrastra sus pertenecías en un carrito que se le
desbarata y vuelve a acomodar y atar sus cosas, un suceso curioso en un país de
ricos, pero totalmente normal en los países tercermundista, y El poeta, un hombre que con sus palabras
recrea al mundo, lo pone en pie.
Cierra
el volumen un cuento maravilloso, La
reconquista, en el que los animales y la naturaleza vegetal se apoderan de
Zurich, en una especie de venganza de la naturaleza, de reconquista de un
territorio perdido, y que la civilización queda impotente ante la fuerza de la
reconquista.
Cerré
el libro satisfecho. Tal vez pensando como suizo, este era el momento exacto
para leer estos cuentos. No sé si para todos sea el momento preciso, el kairós, dirían los griegos. Para mí lo
fue y fui feliz.
El
libro fue editado por la UNAM y es posible que pueda conseguirse en una de las
librerías de la UNAM que se pueden encontrar en varias partes del DF: en librería
en Ciudad Universitaria, en el Tienda UNAM, cerca del Metro Copilco; en El
Palacio de Minería, en la Casa Universitaria del Libro (Orizaba y Puebla, Col.
Roma); entre otras.
Es
un libro muy recomendable a quien busca literatura no convencional y para
quienes se quieran dedicar a este hermoso género.
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