Desde que me inicié como lector (cuando cursaba la prepa), Agatha Christie
era una de las autoras cuyos libros me salían al paso, pero siempre le tuve
cierto recelo y nunca quise comprar uno de sus libros, quizá por prejuicios
tempranos: no quería leer novelas populares, de consumo masivo. Estaba
encantado con los grandes autores que recién estaba descubriendo y esos libros
de altas ventas no me llamaban la atención.
Pero finalmente el futuro (o el pasado) me alcanzó
y hace poco me di la oportunidad de leer, al menos una de sus novelas, de su
cuantiosa obra escrita (publicó 66 novelas policiales, seis novelas rosas y 14
historias cortas —bajo el seudónimo de Mary Westmacott—, además de incursionar
como autora teatral en obras como La
ratonera o Testigo de cargo, dice
Wikipedia).
Y todo fue porque hace
poco, en una exposición de nieve en Celaya, donde también había una micro feria
del libro, observé que habían algunos libros de Agatha Christie. Tomé uno de
ellos. No me gustó la tipografía, un tanto pequeña (la edad nos empuja a buscar
tipografías grandes) ni el interlineado un poco cerrado. Los libros tenían una
uniformidad en el diseño de portada e interiores. Al parecer es una colección
de todas sus novelas. Me decidí por el título que me pareció más sugerente: Muerte en el Nilo; no por la muerte,
sino por el Nilo, ese majestuoso río, el más largo del mundo, a cuya vera
floreció uno de los imperios de mayor duración, lleno de misterios, hasta en su
escritura. Quería saber qué cosas me podía mostrar del Nilo la señora Christie.
Creo, ahora que he leído la novela, que en cualquiera de los títulos hubiera encontrado
la misma historia: un crimen, un investigador, muchos personajes secundarios
(posibles culpables), una circunstancia que detona el crimen y un hallazgo
develado por la autora.
Intuyo que debía escribió bajo un mismo esquema todas
sus novelas policiacas, pues en esta novela, el Nilo queda como escenografía de
fondo, no lo aprovecha dramáticamente, se aisla la presencia incluso de
egipcios. La historia que narra podría haberse escenificado en cualquier parte
del mundo. La escenografía, el Nilo, Egipto, las Pirámides, los faraones,
apenas están dibujados, y muy pronto pierden presencia. La acción más
importante sucede a bordo de un barco que surca las aguas del Nilo llevando un
reducido grupo de ociosos ingleses y uno que otro francés o norteamericano.
De entrada, me cansó. La
señora se perdía en descripciones larguísimas de los personajes relatando sus trivialidades
y sus manías y prejuicios, los cuales jamás juegan un papel relevante en la
historia. El drama importante llega, finalmente, cerca de la página 100. Doña
Cristhie usó muchas páginas en plantear los elementos constitutivos dando
detalles intrascendentes, repito, triviales. Es claro que el objetivo de la
autora era complacer a una audiencia que se refocilaba en estos detalles
sociales intrascendentes, prejuiciosos a veces. Y todo ello, porque doña Agatha
escribía para que los ingleses de clase media o media alta se sintieran
retratados en sus manías y nimiedades, y se creara una empatía con la autora.
Una vez que el conejo
salta a la escena, la narración se centra en la acción. Esta acción inicia con
el descubrimiento de una mujer que ha sido asesinada en su camarote. La señora
Cristhie se tardó mucho en sembrar el señuelo: una mujer celosa, a quien la
muerta le dio baje con el novio para casarse con él.
La novela no es muy larga: apenas 213 páginas. Y
tiene la virtud de que cautiva una vez soltada la liebre para que el lector
trate de darle caza al culpable. Me gustó el hecho de que sabe complicar el
enigma de modo que el clue (la pista,
la clave) se enrarece, se pierde y el lector empieza a elaborar hipótesis al no
encontrar una respuesta clara. No he leído más obras de ella, pero casi estoy
seguro que ese es elemento o característica de su obra y el secreto de su éxito
allende las fronteras angloparlantes. Es como un buen crucigrama que reta a la
habilidad lógica del lector para que juegue a descubrir al culpable.
Donde la puerca tuerce el rabo, como diría mi
abuela, es en la forma es en el desenlace: el investigador es quien revela cómo
fue que descubrió al culpable, pero el lector jamás lo hizo partícipe, como
para, en caso de acertar, se sintiera gratificado. Es como si le dijera al
lector: como sé que nunca vas a adivinar, yo te digo. Me sentí defraudado.
Tampoco me pareció muy atractivo su Sherlock
Holms, que aquí se llama Hércules Poirot. Me parece más interesante el
extrañísimo Holmes o Auguste Dupin o muchos otros como Hector Belascoarán
Shayne de Paco Ignacio Taibo II.
No sé si me atreva a leer otra de sus novelas.
Tal vez no, pues nada más de pensar que tendré que recorrer ese largo pasillo
de 100 páginas para llegar a lo divertido, no me atrae. Me gusta más, en el
caso de las novelas policiales, que prácticamente empiecen con el elemento
principal, al estilo de Henning Mankell, el escritor sueco creador del
investigador policial Kurt Wallander o Petros Márkaris y su investigador Kostas
Jaritos que el intrigoso Héctor Poirot de Agatha Christie, pero en gustos nunca
hay uniformidad, así que si usted le gustan los relatos llenos de detalles que
poco tienen que ver con el eje central de la novela, aquí tiene a una maestra
consumada de ese estilo.
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