Jeremías Ramírez Vasillas
¿Es una foto un fragmento de la realidad? ¿Un fragmento de la verdad? Eso
se pregunta Harry Beech, el protagonista de la novela Como de otro mundo del escritor inglés Graham Swift (1949).
Harry Beech es un
fotógrafo profesional que ha trabajado como corresponsal gráfico para diarios
ingleses y le ha tocado cubrir tanto la Segunda Guerra Mundial como la Guerra
de Vietnam, así como algunos otros conflictos armados, y diversas situaciones
poco gratas. En breves capítulos, esta novela nos va narrando la historia de
Harry, sus relaciones amorosas, sus conflictos con su padre y con su hija. Y, a
su vez, su hija, Sophie, casada con un empresario de viajes, con quien vive en
Nueva York, nos va contando su distante relación con su padre desde el diván de
su psicoanalista. Ella y su padre se hablan poco y hay cierto rencor en contra
de él por sus ausencias cuando era niña, y cuya presencia era más importante
cuando su madre se separa de ellos.
Volviendo a la pregunta
inicial sobre la fotografía, el protagonista nos dice que no, que la fotografía
no nos revela la verdad, ni siquiera un fragmento de la verdad, pues sólo capta
un momento, un instante. Tratar de conocer la verdad a partir de una fotografía
es como intentar conocer el diseño de un zarape a partir de una hebra.
Lo mismo sucede con la
vida. La forma parcial en que la vemos y experimentamos no nos permite tener
una visión objetiva de la realidad, incluso de nuestra realidad circundante. Y
esto es lo que nos muestra Swift en la arquitectura narrativa de esta novela.
Cada capítulo es un fragmento, una imagen del diseño total de varias
generaciones de los Beech y, al mismo tiempo, de la realidad que les ha tocado
vivir. Quizá por ello al principio no logramos entender por qué los personajes
son como son. Por qué Harry tiene recelo del su padre (un constructor de
bombas) y por qué su padre lo ha tratado a él fríamente durante su infancia. Y
por qué su hija le habla poco y lo abandona y tiene una mayor cercanía con su
abuelo.
La novela se va sucediendo
no cronológicamente, en capítulos cortos a dos voces:
Harry-Sophie-Harry-Sophie. Y casi al final irrumpen dos voces una sola vez: Joe
y Anna, que son el marido y la madre de Sophie, para contarnos la otra cara de
la visión de Harry y Sophie.
Si bien Sophie nos cuenta
su historia, caótica, difícil a través de sus declaraciones en el diván de su
psicoanalista; Harry, por su parte, rememora su vida (que suponemos le cuenta a
su futura segunda esposa con quien se piensa casar siendo ya un hombre de 65
años y ella de 22), y desea que su hija venga a su boda, aunque esto lo
deducimos. Como en una fotografía. Dice Harry, en uno de los últimos capítulos,
cuando descubre una foto de su madre y observa que ella tiene un sombrero en la
mano y deduce que se lo ha quitado para la foto pues tiene parte de su pelo en
desorden. Y a esa misma deducción no obliga la novela al sugerirnos detalles
cuyo significado está fuera del texto.
Por otra parte, hay
capítulos muy emotivos, por ejemplo, cuando conoce a su primera esposa. Ella
trabaja como traductora en Nuremberg en los famosos juicios a los grandes
asesinos de la Segunda Guerra Mundial. Y a ese lugar han mandado a Harry a
fotografiar a esos asesinos. Y en esa ciudad y en esas circunstancias se
conocen, se enamoran y deciden casarse. Pero no está en eso lo fuertemente
emotivo sino en cómo describe a los asesinos, a esos monstruos terribles; y nos
dice que son tan comunes, tan vulgares que no parecen monstruos. Como diciéndonos
que la monstruosidad en el ser humano no está en su apariencia sino en su
interior. Y basta para comprobarlo que buscar en Google las fotografías de los
doce enjuiciados a ahorcamiento es Nuremberg. Pasé varios minutos observando
los rostros de Hermann Göring, Ribbendtrop, Wilhelm Frick, Alfred Rosenberg… En
efecto, podríamos encontrarlos en la calle sin saber, sin sospechar que, tras esa
cara, que podría ser la de un gerente de banco, un ingeniero, se esconde una
bestia inhumana. Uno de ellos, cuando se dio la sentencia, lloró y dijo que era
injusto, que él no era cruel.
Otro capítulo emotivo es
cuando el padre de Harry pierde uno de sus brazos en la Primera Guerra Mundial,
pues coincide con el nacimiento de Harry, en cuyo parto muere su madre. Y eso
explica la complicada relación de su padre con él: pierde un brazo, pierde su
esposa, y nada compensa la pérdida: ni la medalla de honor, ni el hijo que
sobrevive, ni la cuantiosa herencia que recibe.
Uno más: cuando se entera
que su esposa lo engaña con un socio de su padre y él, al descubrirlo en un
hotel de playa de manera casual, guarda silencio y regresa a la playa.
Como de otro mundo, es una novela de reflexión sobre la historia,
la herencia, la incomprensión generacional, sobre las coplicadas relaciones
familiares y sobre la fotografía.
Esta novela fue la cuarta
que escribió Graham Swift, un autor modesto, pero que es uno de los grandes
autores ingleses contemporáneos (cuyas novelas, como Last Orders, fue llevada al cine), perteneciente a la generación de
un grupo de grandes escritores, como el recién premio nobel de literatura, Kazuo
Ishiguro, Salma Rushdie (el autor de los Versos
Satánicos, por la que sido repudiado por los musulmanes y han querido
asesinarlo), Ian McEwan, Martin Amis, Julian Barnes, entre otros.
Como de otro mundo fue publicada por Alianza Editorial y relanzada
por Conaculta en una memorable y maravillosa colección denominada Fin de Siglo, a precios sumamente
asequibles, y en cantidades respetables que en promedio estaban alrededor de
los 8 mil ejemplares. Por esa razón muchos ejemplares no se lograron vender en
su momento y era posible encontrarlos en mesas de saldo a precios aún más económicos.
No sé cuántos compré, pero debo de tener muchos ejemplares de esta colección que
he ido leyendo poco a poco.
Por lo pronto les
recomiendo Como de otro mundo, que ha
publicado Anagrama con el título Fuera de
este mundo. O bien, pueden comprarlo en Mercado Libre cuyo precio oscila
entre 60 a 189 pesos.