sábado, 18 de noviembre de 2017

JUANA INÉS: MÁS ALLÁ DEL BILLETE DE 200 PESOS


 
Por Jeremías Ramírez Vasillas

Los nuevos modelos de la televisión han encumbrado a la serie como paradigma de los nuevos tiempos y cuyo reinado vive y se desarrolla en las plataformas digitales en streaming.
En Netflix, por ejemplo, se difunden las series de mayor éxito. Algunas nos sorprenden, como en Juego de tronos por su enorme calidad cinematográfica, sus efectos especiales, y parecen que son producciones inalcanzables de realizar en un país tercermundista (que no en desarrollo) como México.
Sin embargo, oh sorpresa que nos da la vida —como reza un refrán moderno surgido de alguna canción—, recién descubrí una serie llamada Juana Inés que me ha dejado impactado por varias cosas:
1) es una serie sobre una de las mujeres que más admiro: Sor Juana Inés de la Cruz, una intelectual y poeta inigualable (¡Qué mujer, qué portento de mujer!).
2) Es una serie mexicana.
3) Está realizada por un canal público mexicano, el admirable Canal 11 del IPN, un Bravo Films, una dinámica casa productora mexicana dirigida por Patricia Arriaga, hermana de Guillermo Arriaga, guionista de las primeras películas de González Iñárritu.
4) Está estupendamente realizada con un admirable casting y una ambientación impresionante, lejos de las construcciones históricas de televisa.
La serie sólo cuenta con una temporada integrada por 7 capítulos. Se entiende esta limitación por las condiciones de nuestro país para hacer algo de mayor alcance, y sin los instrumentos de mercado para productos de este tipo. ¡Qué lástima!
Sin embargo, como diría Fito Páez, no todo está perdido. Bravo Films tiene en su portafolio creativo varias series históricas como: Porfirio Díaz, 100 años sin patria, Réquiem por Leona Vicario,  Sor Juana Inés de la Cruz, la peor de todas, El asesinato de Villa: la conspiración.
Alegra el corazón ver este tipo de producciones en nuestro país, lo cual demuestra que sí se puede, que hay calidad, que estamos a la altura, con todas las distancias económicas, a la par de los mejores del mundo.
Juana Inés se empezó a realizar el 4 de noviembre de 2015, en la Ex-Hacienda Santa Mónica, en la Ciudad de México. Se estrenó por televisión (en Canal 11 por supuesto) el 26 de marzo de 2016, y desde enero de 2017 está disponible en Netflix, que fue mi última sorpresa.
La historia se va narrando en saltos temporales retrospectivos. A la vez que vamos viendo a Sor Juana agónica  en su lecho de muerte (Sor Juana fue atacada por el tifus exantemático epidémico[1], epidemia que asoló el convento de San Jerónimo en donde estaba recluida), vamos viendo también a Sor Juana jovencita ingresando a la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, y admirada y amada por la virreina, Leonor de Carreto.
Sobre la serie declara Patricia Arriaga, directora de la serie, para la revista Proceso[2]: “No es un tratado sobre Sor Juana, es la personificación de Sor Juana. Entones, lo abordé cono un ser humano. En ese sentido, creo es una de las virtudes de la serie, porque tratamos de sacar a la poeta del billete de a 200 pesos. Los episodios hablan de la virtud y genialidad de esta mujer. Era una mujer superdotada pero también con su fragilidad, su orgullo, sus contradicciones, sus pasiones, su sentido del humor. Se exploran los diferentes matices de su vida y quedó un personaje con muchos matices, con muchos colores. Es un personaje de carne y hueso. Así es la mejor manera de proponérselo al espectador para que se pueda apropiar de ella.”
Y concluye diciendo: “Cuando lees su obra debes regresarte para saber de qué está hablando, para ver: ‘Esta palabra se está refiriendo a cuál’. Sus sonetos, poemas y ensayos, en fin, son laberínticos. Es una literatura complicada que ahora imagínate con los 140 caracteres (se refiere al Twitter) y con toda esta banalidad en el lenguaje en que vivimos, de repente si te pones frente a un soneto de Sor Juana, te vuelves nada. Estás totalmente incapacitado de entrarle y devolverle el golpe. Pero independientemente de eso, creo que a la hora de apropiarnos de un personaje tan vasto y maravilloso como este, lo que esperamos es que el público se anime a ir al material literario de Sor Juana. A lo que escribió, a sus poemas, etcétera, y que tenga muchas ganas de leerlo y darle la batalla a todos esos sonetos. Abrazar a ese personaje, el aprendérselo, el aprender muchísimo”.
Si se sintió orgulloso de la cultura mexicana y de México con Coco, la película de Pixar, aquí le tenemos varios motivos de orgullo de ser mexicano: es una excelente serie mexicana en Netflix (bueno sería que la pusieran en Blim, le mejoraría la imagen a la plataforma de Televisa) y aborda una de las mujeres más extraordinarias que ha dado este país, una mujer cuya estatura intelectual y artística va más allá de los 200 pesos del billete.
Véala y, como dice Patricia Arriaga, que le entren ganas de leer a Sor Juana, sus bellísimos poemas, sus deslumbrantes muestras de un gran intelecto, como en el libro Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (libro que encuentra usted hasta en Soriana publicado por Editores Unidos Mexicanos a minúsculos 49 pesos) y a las novelas que se han hecho de su vida como Yo, la peor de todas, escrita por Mónica Lavín.



[1] El tifus exantemático epidémico, enfermedad del piojo verde, piojo verde; es una forma de tifus, llamada así porque la enfermedad a menudo causa epidemias después de guerras y desastres naturales. El agente causal es la bacteria Rickettsia prowazecki, transmitida por el piojo del cuerpo humano (Pediculus humanus corporis).
[2] Texto escrito por Columba Vértiz y publicado el 21 marzo de 2016.

jueves, 9 de noviembre de 2017

UN RICO ATOLE DE “COCO”


He leído algunos y análisis de la película Coco, la recién producción de Pixar-Disney, y muchos comentarios en redes sociales. Y encuentro en muchas de ellas declaraciones categóricas, como que “Si no lloras con la película es que estás muerto y no mereces estar en el mundo de los vivos”. Como si llorar fuera el indicador de calidad. “Dime cuántas lágrimas tiras y te diré qué tan humano eres”, parecen decir.
Algunos que me conocen saben que durante mucho tiempo me dediqué al análisis cinematográfico y me preguntan: ¿Es buena o no es buena? ¿Voy  no voy? Dime tu opinión de la película. Tímidamente me atrinchero y cuando el pasmo empieza a ceder les empiezo a dar algunas balbuceantes opiniones.
En primer lugar hay que subrayar que un producto artístico (perdón que diga producto pero si estamos dentro de una lógica de mercado este es el nominativo más preciso,  es decir, es una obra cuyo fin último es recabar dinero) no se puede calificar de una manera contundente y definitiva. Hay obras que se logran valorar muchos años después, Blade Runner, la de 1982 de Ridley Scott, por ejemplo.
Yo les contesto que su calidad (es decir, si es buena o no) dependerá de sus gustos, de su formación estética, de su formación cultural (entiéndase por cultura costumbres, tradiciones, formas de vivir). De modo que para muchos Coco será una de las mejores películas que haya visto, y la valorará más si se enterneció y soltó el llanto.
Para otros, con un sentido más crítico, conocimientos más profundos sobre la dramaturgia y la estética fílmica, le encontrarán muchos asegunes, y la sensiblería (el llanto) será un indicador negativo.
Estas dos posturas no son las únicas. En medio habrá muchos matices, y muchos argumentarán su gusto o su disgusto y lo defenderán incluso con calificativos altisonantes (mentadas, pues).
En un intento de respuesta a mis amigos que me han preguntado, les he propuesto primero separar los elementos para tratar de ser un poquito más objetivo, sin que ello signifique que vayamos a obtener la verdad absoluta.
En primer lugar, como animación 3D, es un producto con una factura de altísima calidad, en el que cuidaron muchos detalles, como la digitación del niño al pulsar la guitarra: su trabajo es de una enorme pulcritud. En este plano, por supuesto que es una buena película de animación.
En cuanto a su construcción dramática, podemos ver que es una película construida como una efectiva máquina de conmoción emocional. Y para lograrlo usa uno de los sentimientos más universales: el amor y sus elementos contrarios: el odio, la traición, la oposición familiar. Esta lucha de opuestos es lo que le da intensidad al drama. Y en la película están perfectamente dispuestos. Si tomamos un poco de distancia, podemos ver que muchas de las películas taquilleras justamente usan estos mismos resortes emocionales, algunas de forma más superficial; otras, más profunda. De modo que podríamos poner esta misma estructura dramática e historia en un trasfondo cultural japonés, nórdico, y funcionaría de maravilla. Cualquiera se conmocionaría ante el tesón de un niño en busca férrea de su sueño, al grado de ir al mismísimo lugar de los muertos.
Ahora, para que atrapara más al público mexicano, Coco está arropada en una de las formas culturales muy arraigadas en el alma nacional y hoy potenciada por una especie de contagio de modo que no hay sitio que se libre de tener un altar. Es decir, ha habido una sobrevaloración de la conmemoración mortuoria que nos llega desde los aztecas, pero que se ha ido alimentando en el camino de otras prácticas culturales.
Y para que la película amarre se le agrega un fiel retrato de las conductas familiares propias de los mexicanos: la familia extendida viviendo bajo el mismo techo y por ello la convivencia de varias generaciones en un mismo espacio, los férreos códigos de honor y fidelidad familiar y el estricto respeto a sus costumbres.
Por ello, tal vez, choca un poco ese Mictlán de Coco tan moderno, lleno de luces y bullicio, con equipo electrónico de reconocimiento facial (que se siente gracioso), y cuyas urbes son una mezcla de ciudades latinoamericanas con otras del primer mundo. Hubo momento en que me recordaron las ciudades de Blade Runner y algunas otras películas futuristas.
Y un elemento más: un retrato hiperrealista de algunos pueblos de Oaxaca o Guanajuato que nos hacen reconocer nuestra tierra.
A pesar de ello, no podía entender el furor de la gente por ver la película. Poco a poco me ha ido cayendo el veinte: lo que vende Coco al público nacional es un maravilloso espejo. Un espejo que tiene la virtud de no devolvernos crudamente nuestra imagen, como realmente es, sino que nos regala una imagen de como quisiéramos vernos: un México lleno de color, de calor humano, de alegría, de solidaridad, de amor fraterno y familiar. Es decir, nos devuelve nuestra desportillada identidad rejuvenecida y barnizada.
Lejos está de películas que también retratan el alma nacional, como las de Arturo Ripstein (La calle de la amargura, El castillo de la pureza, El imperio de la fortuna), Carlos Raygadas (Japón, Batalla en el cielo) o Amat Escalante (Heli, Los bastardos, Sangre), o incluso las de Luis Estrada (La ley de Herodes, La dictadura perfecta, El infierno).
La imagen de esas películas, aunque sea mucho más fiel, no nos gustan. Eso me hizo recordar una anécdota que don Luis Buñuel cuenta en su libro Mi último suspiro. Dice que cuando estrenó Los olvidados, Guadalupe Marín, esposa en ese entonces de Diego Rivera, se le fue con las uñas por delante y gritándole que había ofendido a México, por el retrato tan crudo de un sector de la población.
Repito: ese cine que nos retrata con mayor nitidez, más cruda, desagradable, decadente, cruel de nosotros mismos, no nos gusta y no queremos verlas. Algunas de las cintas mencionadas han sido muy exitosas, pero ninguna alcanzó ni el 10 por ciento de la taquilla que ha logrado Coco.
Coco es una historia tierna, familiar, en la que un niño lucha por alcanzar su deseo y para ello baja al inframundo para, no sólo encontrar su destino, sino además logra la reconciliación familiar entre vivos y muertos, desatando nudos que se estaban hundiendo en la ignorancia y el olvido, todo ello empaquetado en un bellísimo envoltorio con tintes nacionales.
Coco es en sí, una hermosa película, pero que tiene la misma consistencia nutrimental de una golosina, de un algodón de azúcar; es decir, es deliciosa pero poco nutritiva culturalmente hablando, aunque ponga en relieve una de las tradiciones más apreciadas por los mexicanos. Y tal vez ponga riesgo para quien valoran y sobre valoran estas tradiciones— a arrumbar otros aspectos más propios de nuestra cultura. Quizá a partir de ahora la celebración de los muertos tendrán un barniz pixar o disneyano, como el desfile en la ciudad de México ahora emula a la dela película de James Bond.
En fin, lo hecho, hecho está. Cuando nos haga digestión el platillo (para los que les haga digestión) podrán ver con mayor claridad el valor nutrimental de este rico atole de coco.

Jeremías Ramírez Vasillas


EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...