Un amigo me decía que para cantar tan
profundamente y con ese sentimiento como lo hacen los negros norteamericanos,
se requieren al menos un par de siglo de sufrimiento.
El
dolor no es algo deseable por nadie, pero muchas obras de arte alcanzan una
altura sublime tras el crisol del dolor. Los campos de concentración nazi no
sólo han dejado una estela de sangre y sufrimiento sino también de arte.
El
legado de los campos tenebrosos es inconmensurable. De ese crisol han salido
obras como Sistema periódico del
científico italiano Primo Levi, un
relato con una estructura en torno a diversos elementos de la tabla periódica,
en el que bajo cada símbolo se da paso a un pasaje terrible en los campos de
exterminio. O El hombre en busca de
sentido, del psiquiatra Víctor Frankl,
en el que narra su experiencia en Auschwitz y la utiliza para crear un
técnica de desarrollo personal que él denominó Reflexología la cual permite afrontar con entereza los momentos
difíciles de la vida.
El
cine, para mencionar sólo unos pocos ejemplos, encontramos El pianista, de Roman Polanki, en el que va vertiendo pasajes
enteramente autobiográficos en una trama de ficción en una Polonia invadida por
los nazis. Y él, siendo un niño, ve el horror que va consumiendo una ciudad,
una población, y a su propia familia. O La
Decisión de Sofía, en la que una mujer se le da a escoger, en el umbral de
uno de estos campos de muerte, a quién de sus dos hijos quiere que viva. Esta
decisión la marcará para siempre y la convertirá en un alma en pena. La
actuación de Meryl Streep, en el papel protagónico, reveló a una gran actriz.
De
menos estatura estética, El niño con el
pijama de rayas, de David Heyman, narra la vida de un guardia de un campo
de concentración en el que es un verdugo y, al mismo tiempo, un padre amoroso
en su casa. Y un día sufre en carne propia su propia maldad: su hijo de unos 10
años, ignorante de qué es ese lugar donde todos andan en pijama de rayas, se
hace amigo de un niño en cautiverio y de vez en vez entra para jugar con él, y
un día el niño entra e intercambia sus ropas con su amigo, y es llevado a la
cámara de gas. O La ladrona de libros, de Markus Zusak, que…
Cuando
era estudiante de preparatoria cayó en mis manos Los hornos de Hitler, de Olga Lengyel, en el que se me develó una
realidad para mi insospechada, a pesar haber visto series como Combate. Desde entonces el tema me salta
en libros de diversa índole.
Todo
esto venía a mi memoria cuando recién estaba leyendo el libro Liquidación, de Imre Kertész. El
personaje principal, aunque no el protagónico, es un escritor que se ha suicidado
y ha dejado una obra inédita, y quien tiene una vida turbulenta a raíz de su
origen: es judío, aunque lo que determina su inestabilidad emocional es su
pasado personal: nació en un campo de concentración, en cuyo lugar sus padres
fueron liquidados, exterminados, y pasa su vida en orfanatos. Por qué le
permitieron vivir, no lo sabe. Pero su existencia queda alterada y nunca
encontrará la paz.
¿Cuánto
más se escribirá sobre este tema? No lo sé, pero mientras las llagas sigan supurando,
el arte, como un bálsamo, seguirá curando las viejas y dolorosas heridas infringidas
en la persecución y exterminio judío y en los campos de concentración no hayan
sanado.
Sí,
así seguirá, con esta y otras llagas emocionales, pues el arte es el aceite
balsámico contra el dolor humano.