Intenté
leer primero Hambre pero su narración
en primera persona de manera errática pues narra los frecuentes giros de rumbo
del pensamiento del personaje, no me atrapó y las tres novelas se fueron a
dormir al estante.
Leyendo la
novela Gog de Giovanni Papini, cuenta
que su personaje tiene un encuentro con Hansum ya viejo que vive recluido en
una isla alejado de fans y periodistas, a quienes repele como la peste. Y su
plática me encantó y me motivó a desempolvar las novelas. Cuando empezaba a
leer Hambre, advertí por qué lo había
dejado de leer, y abrí La bendición de la
tierra y me atrapó de inmediato la historia de ese hombre que camina por un
paraje solitario —aunque considerando que se trata de Noruega me imaginé unos
bosques maravilloso, sugeridos por la canción de los Beatles Bosque noruego, y comprobado en el
internet—
y quien de pronto se detiene en uno de esos parajes, al pie de un bosque y
cerca de un lecho pantanoso y un lago, donde decide empezar a construir su
hogar. Es decir, a echar raíces en una tierra fértil y prometedora.
Hamsun no
nos dice de dónde viene este hombre, pero si va poco dejándonos ver hacia dónde
va y como trabaja ardorosamente por construir su hogar luchando amorosa y
responsablemente con el medio ambiente para que este lugar le de todo lo que
necesita.
Es decir,
la novela nos habla de Isak, un hombre que echa raíces, crece y se ramifica, y
de otro, su hijo, Eliseo, a quien le cortan las raíces llevándoselo un tiempo a
la ciudad, y sucumbir ante los encantos de la vida holgada y orgullosa y vacua
de la urbe y con ello pierde un suelo sólido para crecer, llevado cual barcaza
por los vientos de un puñado de sueños disparatados.
La novela
es encantadora y a lo largo de 346 páginas nos va mostrando cuál es la esencia
de la vida: el trabajo y el respeto al medio ambiente, a la tierra, al bosque,
a su familia, y en tener una idea clara de la vida y luchar por ella, nada de
sueños disparatados.
Esto me
hizo recordar lo que ya es un lugar común: lucha por tus sueños, nos dicen
hasta el hartazgo, como si cualquier sueño fuese bueno y luchar por él lo
mejor, pero sin considerar de que hay de sueños a sueños.
El sueño
del Quijote, llegado a él por las lecturas, fue la justicia. El sueño de Madam
Bovary, también sacada de la lectura, fue el gozar de una experiencia amorosa
tal como la pintaban los libros románticos.
Aunque el
Quijote nunca logra su cometido, su sueño, su visión sí. El Quijote es una
libro inspirador en el que nos dice que la ficción es un tan necesario para el
hombre, como el pan.
Pero a Madam
Bovary su sueño la lleva a la ruina y a su muerte vergonzosa y terrible.
Lo que no
nos dicen los predicadores de los sueños es que hay de sueños a sueños. Los
sueños egoístas y disparatados son absurdos y dañinos. Los sueños de justicia,
solidaridad, bienestar de los demás, aunque no se alcancen, dejan un impacto
positivo.
De Isak no
nos dice Hamsun si tiene sueños. Tiene un propósito: crear un hogar. Y primero
empieza a labrar la tierra y a construir una cabaña. Luego, a conseguirse una
mujer que se sume a su propósito: trabajar duro para esperar una buena cosecha.
Consigue a una mujer con labio leporino, nada atractiva, pero noble y
trabajadora. Y ellos dos, poco a poco, van creando un lugar lleno de abundancia
a partir de un trabajo incansable.
Mientras
que el hijo, que sueña con ser un ser distinguido, importante, admirado, nunca
lo logra y se pierde en sus propios sueños.
Al final,
un viejo amigo y benefactor de Isak, le dice a su otro hijo, a Sivert, que
Noruega no requiere de grandes minas, de minerales, de otro o plata, sino de
trabajo: el secreto del éxito y de la prosperidad está en el trabajo, ese trabajo comprometido,
paciente, incansable, amoroso, generoso, particularmente con la tierra.
Acabo de
leer el resurgimiento de Detroit a partir de regresar a lo básico, al cultivo
del suelo, a la agricultura, al cultivo de huertos, que le está permitiendo la
cohesión social y el resurgimiento económico de una ciudad muerta y
desahuciada. Quizá debiésemos regresar a la agricultura, todos, habitantes del
campo y la ciudad.
La novela termina
con una imagen apacible. Nada de tremendismos dramáticos, ni muertes o
triunfos, sino después de habernos contado su trayectoria, sus dificultades,
sus temores, sus amenazas, los suelta en un campo que ya es próspero para que
sigan su vida sin la intromisión de su autor.
Esta novela
la publicó Hamsun en 1920 junto a otras dos, justo en el año en que le
otorgaron el Premio Nobel de Literatura.