Jeremías Ramírez Vasillas
Después muchos años de dominio humano, los insectos se alían
para recobrar lo que —dicen— siempre ha sido de ellos: el planeta. Y para lograr
derrotar a los humanos, van tomando posesión de ellos, como si fueran espíritus
malignos. El cuerpo invadido empieza de pronto a comportarse como insecto:
algunos son como hormigas, otro como termitas y se comen el papel, o como
arañas… Y investidos como insectos van cometiendo crímenes terribles. La meta
es lograr derrotar a los humanos… con los humanos.
La idea es
interesante y si estuviera bien desarrollada, con inteligencia y bien narrada, estaríamos
ante una gran novela negra, de ciencia ficción y horror, pero en el caso de La octava plaga, de Bernardo Esquinca, no sucede así. Tal
parece que la ciencia ficción aún no arraiga en nuestro país. Del género policiaco ya
hay ejemplos memorables como El complot
mongol.
El
personaje principal de esta novela es un desencantado periodista que cuando se cierra la
sección de cultura donde trabaja es introducido, sin desearlo él, a cubrir la
nota roja, Es el único de la sección de cultura que no lo despiden, aunque no
se nos explica por qué.
El enigma
principal, y problema a resolver, son una serie de asesinatos en moteles en los cuáles
empiezan a aparecer hombres atados a la cama con la cabeza cercenada. Se cree
que es una prostituta asesina.
Me gustó el
inicio de la novela: un entomólogo descubre a un insecto inclasificable, aunque
no nos muestra ni explica porqué no es posible clasificarlo. Eso hubiera
consolidado el argumento que va a desarrollar.
Pese a que
el autor se documentó más o menos bien, su interés por jugar con el realismo a
pesar de que el relato es mueva hacia lo fantástico, hace que la novela sufra
en varios momentos con la verosimilitud. Por ejemplo, nos dice que los humanos
se comportan como insectos, pero no vemos si en esta conducta hay un
transformación de cuerpo, como en el caso de La metamorfosis de Kafka. Y a pesar de que son varios personajes
que sufren la posesión de los insectos, no logra el autor que los sintamos definidos.
Por otro
lado, otra falla de verosimilitud es el oficio de su personaje, Casasola, de quien nunca
vemos sus virtudes en el uso de la pluma o el por qué lo trasladan a otra
sección del periódico. Pudo mostrarnos, tal vez, su habilidad para la investigación o su gusto
por la nota roja o la literatura policial, pero nada. En toda la novela
apenas si garrapatea una mala nota. Al parecer el autor no conoce el oficio
periodístico (aunque leyendo su biografía dice que es periodista), de ahí que se sienta falso al personaje y más aún que tras su
encuentro infortunado con un mujer-insecto que secuestró a su ex mujer, pague
su asistencia médica y hospitalaria y, además, que se afiance en su trabajo. Pero
no sólo eso: a pesar de no demostrar ninguna habilidad periodística, al final
lo contrata otro medio dedicado especialmente a la nota roja, sin darnos razón
alguna del por qué.
Además hay
personajes sacados de la nada, subtramas que no confluyen a un mismo punto
terminal, y giros dramáticos no generados por la necesidad. En fin, un escritor
más que se da de baja de mi estima. Lástima, era muy prometedor su inicio.