sábado, 5 de julio de 2014

EFRÉN HERNANDEZ Y EL CINE

Por Jeremías Ramírez Vasillas

Prácticamente no hubo escritor en el siglo XX  que se haya resistido a los encantos del cine. Algunos fueron críticos (Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Cabrera Infante), otros argumentistas o guionistas (José Revueltas, Juan de Cabada, Mauricio Magdaleno, García Márquez, José Agustín) y otros, incluso, directores de cine como Guillermo Arriaga (The Burning Plain, 2008) o el norteamericano Paul Auster (Smoke,).
            Efrén Hernández no fue la excepción. Si su literatura es prácticamente desconocida (pocos, creo yo, han leído su obra) su incursión en el cine o en el teatro son francamente insospechadas. Cuando revisaba el segundo tomo de sus Obras Completas (FCE, 2012) fue una sorpresa encontrarme en la sección denominada “teatro” con un guión de largometraje: Dicha y desdichas de Nicocles Méndez. Tragiburledia cinematográfica.
            Dice Alejandro Toledo, prologuista de esta edición de las Obras completas de Hernández, que es “un libreto fílmico escrito o concebido a ocho manos por Dolores Castro, Rosario Castellanos, Marco Antonio Millán y Efrén Hernández”. Agrega Toledo que este guión “Al parecer fue un encargo de Andrés Serra Rojas, que dirigía el Banco Cinematográfico, quien propuso a Efrén trabajar un guión para el comediante Mario Moreno Cantinflas”.
            Este guión debió escribirlo a finales de los cuarenta, cuando Cantinflas era ya una celebridad, cuya fama había empezado al menos diez años antes cuando figuró tres notables películas: ¡Así es mi tierra! (1937), Águila o sol (1937) y El signo de la muerte (1938), y ya había realizado su obra maestra, Ahí está el detalle (1940). Para 1948 ya había actuado en 20 películas.
            Por qué le pidieron a Efrén este trabajo si no tenía experiencia cinematográfica, no se sabe, pero al parecer había gran expectativa sobre esta obra pues hasta apareció una nota periodística que calificaba este trabajo como “obra cumbre para Cantinflas”. Dice la nota: “Los cuatro [se refiere a Dolores Castro, Rosario Castellanos, Marco Antonio Millán y el propio Efrén Hernández], por su lado, idearon situaciones de fina comicidad y luego se reunieron para comunicarse lo que habían elaborado. Para esto ya Efrén había construido la base, la columna dorsal del asunto: la vida de un hombre provinciano muy ingenioso, que poco a poco se va abriendo paso, en diferentes actividades, hasta llegar a triunfar en lo que es su vocación. El teatro. En cierto modo es la biografía del propio Mario. Muchos hechos verídicos de su vida están recogidos ahí”.
            También, en cierto modo, es la biografía del propio Efrén, dice Toledo, pues esa era una constante en su obra, el alto sentido autobiográfico. Y agrega Toledo que Efrén “encontró en el comediante una suerte de alter ego, por el retrato de un provinciano algo pícaro e incluso por la mezcolanza caricaturesca del habla popular con una lengua pretendida (en un caso) o auténticamente culta o literaria (en el otro), que caracterizó a ambos en las diferentes esferas donde se movieron”.
            Cuando me tropecé con este trabajo fílmico me saltaron de inmediato las acotaciones técnicas del guión. Esto me llamó la atención no sólo por mi experiencia fílmica sino además por el desconocimiento absoluto que tenía de Efrén Hernández en el cine. Leí, por ejemplo, en una de la cabezas de la primer secuencia: “ACERCAMIENTO PROGRESIVO / (CÁMARA EN GRÚA DESCENDIENTE OBLICUA). Correlativa a la progresión del acercamiento, y a partir de cierto punto, empieza a entrar, y va creciendo en sonoridad la voz de un pregonero.
            Si bien no tenía experiencia en la creación fílmica en cualquiera de sus especialidades, sabemos que tuvo un acercamiento con este arte (no sé si antes o después de escribir este guión, pero me inclino a creer que fue antes), según relata su hija Valentina Hernández, quien dice que “fue supervisor en cinematografía (censor de películas). En este trabajo  —agrega Valentina— también viajó bastante, pues tenía que estar presente en el rodaje de las películas en la locación que les tocara. Esto le divertía, pues se relacionó con un medio interesante y que le era totalmente desconocido. A su regreso de estas salidas, nos contaba anécdotas sumamente divertidas. Como la vez que estuvieron filmando  en la selva de Yucatán, unos moscos ponzoñosos le picaron en la manos, y la mesera de una fonda de por allá le preguntó asombrada:
            —Ay, señor, ¿qué le pasó a usted en las manos que las tiene tan hinchadas?
            Mi padre, muy serio y viéndoselas con ternura le contestó:
            —Es que van a tener manitas.”[1]

            Esta experiencia seguramente le dio visión para abordar el guión, aunque tuvo que complementar su conocimiento por medio de la investigación y del estudio. Dice la nota periodística que se reproduce en la introducción de este II volumen de sus Obras Completas (cuya fuente no indica): “Efrén, que no había escrito nunca para el cine y que no es un técnico en este arte, elaboró el argumento con una intuición sorprendente. Consultando libros especializados y haciendo rendir un jugo inusitado a sus experiencias de espectador cinematográfico, está por terminar, no sólo el asunto, sino también el script (hoy se le llama a este documento shooting script o guión técnico, es decir, es donde ya van indicaciones específicas de tamaño de encuadre, movimientos de cámara, etc.), el guión. Y su perfección es tal según personas competentes y autorizadas para juzgar que al director de la cinta ya no le costará trabajo realizarla. Todo está previsto, está en su lugar”.
            Y ¿qué sucedió con este trabajo? Pues nunca se filmó. Dice Alejandro Toledo: “No sabemos si el mejor guión que Cantinflas iba a tener en sus manos llegó alguna vez a ellas”. Ante la imposibilidad de que se filmara la película (nos hace falta una investigación sobre el por qué no se realizó, qué sucedió, a quién le llevó el guión, cuáles fueron las razones del rechazo), Efrén Hernández la publicó en la revista América (no. 65, abril de 1951) como obra colectiva, en cuyos créditos iban los nombres de los escritores que colaboraron en la confección del argumento. Pero “seis años después Efrén lo presentó bajo su nombre, según consta en un certificado de registro del libreto del 28 de enero de 1957 que firma Luis Echeverría, abogado, como oficial mayor de la Secretaría de Educación Pública”.
            Esta decisión de Efrén genera dudas de sus propósitos de registrarla sólo a su nombre, a un año antes de su muerte. Escribe Toledo: “Dolores Castro opina que en cuanto a ella y a Rosario Castellanos la invitación a participar en ese proyecto fue un acto de generosidad con dos jóvenes que se iniciaban en el mundo de las letras; generosidad también respecto de Millán, que era su mejor amigo. Sin embargo,  considera que el guión puede acreditarse casi enteramente a Efrén Hernández”.[2]
            Ahora es difícil que alguien se interese en filmarlo: el tono, los personajes, el medio que retrata, es de un México que ya no existe salvo quizá en pequeños poblados alejados de las ciudades. Y su humorismo, exigiría la complicidad de un público que ahora tampoco existe pues requieren de una legibilidad audiovisual prácticamente de analfabetas.
            Y aunque no haya sido su propósito,  es posible disfrutar de esta obra en su forma escrita, literaria; y les aseguro que se van a encontrar con una obra realmente sabrosa —como diría don Quijote, con un personaje memorable que, aunque haya sido escrito para Cantinflas, no puedo imaginármelo diciendo estos parlamentos.

Efrén Hernández, ¿crítico de cine?

Prácticamente no hay nada que me haga suponer que haya ejercido la crítica, pues no he localizado en mi búsqueda en el internet nada al respecto, salvo, en la recopilación de sus Obras Completas, donde consignan en la bibliografía dos artículos periodísticos. Uno titulado Vindicación del argumentista y el otro El mal cine hace campo al buen teatro, ambos de septiembre de 1950 y publicados en el Suplemento Cinematográfico de la revista América. En este libro sólo se publica el segundo artículo, donde vaticina dos hechos hoy harto conocidos: la omnipresencia del cine en el consumo de historias en la gente desplazando otras formas narrativas y la crisis que se avecinaba en cine nacional.
            Dice Efrén: “Quienquiera que se lo proponga puede, con la mayor facilidad, ir encontrando múltiples razones con que explicarse el hecho consistente en que desde el advenimiento, ya por ahora reciente sólo relativamente, el cine comenzará a apoderarse en progresión creciente del favor de los públicos, con visible e irreparable detrimento del milenario y ranciamente ennoblecido espectáculo de teatro”.
            “El creciente favor de los público”, vaticina Efrén, y hoy podemos verlo como un hecho incuestionable, palpable, a veces, triste. El cine hoy por hoy es el vehículo principal escénico en el gusto del público, moviendo con su atractivo un público compuesto por millones de espectadores, suma inalcanzable para el teatro.
            Respecto del segundo tema escribe: “Hace un año (se refiere a 1949) todavía hubiera parecido de poco fundamento la aventura de alguna conjetura; pero para ahora ya no lo parece tanto. La cosa es cada vez más clara: amen de que literalmente estamos ascendiendo hacia la madurez, no hay duda de que la gente ya empieza a encontrar intolerable, y a cansarse de la desvergüenza, y de la falta notable de dignidad, y de la absoluta ausencia de sustancia  humana en la producción de nuestro cine”, características del cine de consumo masivo.
            Como todo negocio, se usa y abusa de la fórmula redituable hasta el hartazgo sin que sus productores se den cuenta, engolosinados con su éxito. Y tal parece que en ese tiempo la realidad les daba la razón pues todavía el cine (pese a que ya había concluido la II Guerra Mundial, razón de que Estados Unidos le dejará en sus manos el mercado latinoamericano) vendrían algunos años más de éxitos, como lo reflejan el número de producciones que en el año de 1954 alcanzara la cifra récord de 118 películas[3]. Pese a ello, el cine mexicano empezaba a entrar en una crisis espoleada por el regreso del cine norteamericano de la cual nunca más hemos podido salir.
             “A finales de los años 1950, una vez que Hollywood se vio desatado de sus compromisos como máquina propagandística, la industria mexicana comenzó a vivir serias dificultades y, aunque se continuaron haciendo películas de interés, su número y su calidad disminuyeron considerablemente”.[4]
            Este artículo, es importante señalar, Efrén Hernández no pretendía hacer un análisis del fenómeno fílmico y su crisis inminente, sino de, ante la pobreza del cine nacional, alertar al deprimido teatro nacional, a que aprovechara este vacío para resurgir y volver a brillar en le gusto del público mexicano. No sé si alguien oyó a Efrén Hernández, pero este artículo señala el fino olfato de este hombre para otear el rumbo de vientos en el arte.






[1] Tramoya. Cuaderno de teatro, num. 23, enero-marzo de 1982, Universidad Veracruzana.
[2] Todas las notas de Alejandro Toledo han sido tomadas del Prólogo de Efrén Hernández, Obras completas II, FCE, México, 2012.
[3] García Riera, Emilio, Historia del cine mexicano, SEP, 1985, p. 194
[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Cine_mexicano

jueves, 17 de abril de 2014

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, SU MUERTE


Es una pena la muerte de cualquier persona, principalmente la de quien su obra fue benefactora para alguien. Los escritores lo son para los lectores, es decir, para aquellos para quienes leer es una forma de vida, no un mero pasatiempo o un motivo para presumir la intelectualidad de la que se carece. Sentimos pena pero al mismo tiempo estamos agradecidos por las largas horas de placer y descubrimiento.
Por ello, para los lectores hay muchas anécdotas en las que un libro, un cuento, un poema marcó un antes y un después en nuestra vida. Gabriel García Márquez, creo, tuvo la virtud de ser definitorio en la vida de muchos y, particularmente, en la mía.
Yo lo conocí en la preparatoria (para los lectores los escritores se vuelven entes familiares cuando su libro toca fibras profundas en nuestro ser). Soy uno de los privilegiados Primera Generación del Colegio Bachilleres. Y digo privilegiado porque inició este proyecto educativo con un plan magnífico y con una expectativa envidiable. Por ejemplo, las materias de literatura iniciaban en el primer semestre con escritores contemporáneos latinoamericanos e íbamos semestre a semestre retrocediendo en el tiempo hasta llegar al Siglo de Oro de las letras hispanas. Para entonces muchos ya estábamos prendados de las letras. Yo creía en ese entonces que todos los escritores cuyos libros nos daban a leer en la escuela estaban muertos, y eran muy aburridos. Oh sorpresa, todos los que leímos ese primer semestre estaban vivos y en plena efervescencia creativa y cuyos textos eran tan magníficamente entrañables, divertidos, y de fácil lectura. Algunos de estos autores, años después, pude conocer en persona como Julio Cortazar, de quien me sorprendió que fuera un hombre tan alto.
En esas clases mágicas conocí entre otros a Gabriel García Márquez. Y fue en ese encuentro que me enrolé con Cien años de soledad. Mi hermano mayor me decía que era muy complicada y enredosa la novela. No lo sentí así. Estaba en mi época devoradora y leí el libro en poco tiempo. Me encantó y me volví fan de GGM. Todo lo que indicaba que era de su autoría lo leía de inmediato, hasta su columna en la Revista Proceso. De su mano, en esos artículos, descubrí a otros autores importantes en mi vida. El que más recuerdo es Kawabata pues Márquez, en una de sus columnas, relataba una anécdota en un en avión en la que le tocó viajar junto a una hermosa mujer que cuando subió estaba dormida, y así se quedó cuando tuvo que descender. Esto lo llevaba a hacer un paralelismo con la novela "La casa de las bellas durmientes", libro que después encontré en un puesto de periódico en la colección de hermosos libros azules donde una editorial española publicaba un ejemplar de ganadores del Premio Nobel.
La única pena en todo esto es que ese proyecto educativo del Colegio de bachilleres se fue al caño, pero tuve el privilegio de que modificara mi primaria vocación por la ingeniería y la re encausara hacia las artes y las letras. Y que me haya regalado la amistad de García Márquez a quien por cierto nunca tuve el privilegio de ver en persona, pero que hoy, al enterarme de su deceso, sólo puedo decirle: ¡Gracias! Te seguiré leyendo.


lunes, 6 de enero de 2014

EL FRÍO

No creo que este año sea más frío que otros; pero ahora lo siento más. Y como todo suceso nos conecta a otros, me hizo recordar algunos pasajes literarios donde el frío es muy vívido: en el Dr Zhivago, Boris Pasternak pinta una memorable escena cuando Zhivago llega a una casa congelada. Dentro, todo es hielo y tiene un hallazgo feliz: encuentra un fajo de papel blanco. Entusiasmado empieza a escribir. Y me pareció muy acertada la versión fílmica de David Lean de esta misma escena.

Otro pasaje que me vino a la memoria fue el inicio de Frankstein, cuando el Dr. Víctor F., persigue a su creación en el Polo Norte (creo) en un barco que navega en aguas congeladas.

Y también recordé una novelita de entretenimiento: El país de las sombras largas, de Hans Ruech, que versa sobre los esquimales. Me gustó la forma en que Ruech describe esos parajes helados.

Dan ganas de leer este tipo pasajes abrigados en casa con un buen café o un buen chocolate caliente, como que el frío externo hace mas realistas estos pasajes. 

Les recomiendo ampliamente Dr. Zhivago, una de las mejores novelas amorosas que he leído. Boris Pasternak era un gran escritor, definitivamente, y un gran poeta.

Saludos congelados.



jueves, 2 de enero de 2014

CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE

El fin de año (2014) el DF me hizo sentir como si fuera parte de la distopía fílmica, Cuando el destino nos alcance  que vi en mi época preparatoriana y que en ese momento me llenó de angustia y me provocaron pesadillas que por varias noches me atormentaron.
    Cuando el destino nos alcance (cuyo título original es Soylent Green, y que dirigida por Robert Fletcher, 1973) es una película que vi en una desaparecida Sala de Arte en la Zona Rosa, un día que me fui de pinta del trabajo. La función fue a las 10 de la mañana. La cinta narra una historia ubicada en el año 2022 (estamos a 8 años de esta fecha) en la que los árboles y las plantas ya sólo se pueden ver en un jardín museo.
    Los protagonistas son un policía llamado Robert Thorn (Charlton Heston) quien vive con su amigo "Sol" Roth (Edward G. Robinson), un anciano ex profesor que rememora el pasado, cuando el planeta era habitable y existía suficiente alimento para todos. En el momento que narra la película la gente vive y duerme hacinada en las calles y sólo unos cuantos privilegiados (la clase media) tienen decrépitos cuartuchos y los muy ricos lujosos departamentos, como siempre.
    No sé que año era cuando la vi, tal vez 1974 ó 75. La película recién se estrenaba. Me impactó de tal manera que salí del cine y me fui de inmediato a Chapultepec como queriendo absorber todo lo que podía del bosque más entrañable para mí. Tirado en el pasto pensaba lo triste que sería llegar a esa situación.
    Este año (2014), no sé si por la pena que me embargaba, me sentí agobiado por los turbulentos ríos de gente en las calles, miles de coches prácticamente varados en las grandes avenidas, avanzando a pequeños empujones. 
    Quizá otro aspecto de la película que me impactó fue que Sol (el viejo profesor) había nacido en el mismo año en que yo nací. Cuando yo tuviera su edad, ¿así sería el mundo? Creo que no. 
    Es muy probable que en 8 años no lleguemos al extremo de alimentarnos de nosotros mismos, siendo procesados como galletitas verdes, aunque si somos alimentados con comida industrial harto dañina. 
    Tal vez no vea la gente durmiendo en los callejones o en los quicios, pero en la ciudad donde nací siento que se acerca peligrosamente a esa situación. Ya no es una ciudad vivible, a pesar de todo su encanto. 
    Me preguntaba, viendo los enormes ríos de gente, si este caos se ve en vacaciones, cuando muchos de sus habitantes salen de la ciudad, qué sería en la cotidianidad laboral. Ahora entiendo la desesperación de los citadinos ante los bloqueos y las manifestaciones, que hacen más tortuoso su traslado.
    Considerando que donde actualmente vivo aun no hay aglomeraciones de este tipo, concluyo que sí, vivo mejor en Celaya... aunque extrañe hasta le médula mi ciudad. 
    
NOTA DEL 2020: Vivía, hasta que la violencia tomó a Celaya y todo Guanajuato por asalto.

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...