domingo, 27 de marzo de 2011

CHEJOV Y PRESUNTO CULPABLE


Al fin llegó Presunto Culpable a las salas de Guanajuato. Por el escándalo derivado de la tentativa de censura, argumentando derechos legales de uno de los retratados (de cuando acá la justicia mexicana vela por los derechos de un sujeto que no tiene ni fama ni fortuna), la película alcanzó una mayor audiencia. Por ello pensé que la sala a la que fui el pasado domingo iba a estar abarrotada. Sorpresa: estaba prácticamente vacía. Cuando empezó la función ya había al menos un tercio de la sala lleno, aun así era muy poca la asistencia. O en Guanajuato no nos preocupan los problemas de la justicia o andaban todos de vacaciones o de parranda.
          Cuando estaba en debate la presunta salida de cartelera de la película por orden de la jueza Lobo Domínguez, se decía que ya la cinta se estaba convirtiendo en la película mexicana más taquillera de la historia, pues ya la habían visto, en ese escaso tiempo de poco más de dos semanas, un millón de personas. A la primera semana de exhibición se dijo que era la segunda película más taquillera de la cartelera comercial de la semana. En primer lugar estaba El Rito (cuya presentación en televisión hizo que López Dóriga se llevara una santa rechifla). Pero cuando daban los datos se pudo dimensionar ese segundo lugar: El rito había recaudado en esa primera semana seis veces más que Presunto Culpable. Lo cual nos indica que su logro, aunque apreciable, era muy limitado. Estaba lejos de ser una película que llegara al menos a la mitad de la población mexicana. Al 15 de marzo había recaudado en taquilla 59 millones 974 mil 268 pesos.
          Pongamos los datos en perspectiva. Según Alberto Aguilar, comentarista económico de TV Azteca , “el año pasado la película mexicana que más taquilla recaudó fue No eres tú, soy yo, de Alejandro Springall con cerca de 126 millones de pesos y una asistencia de más de 2 millones 900 mil personas. Le siguió El Infierno de Luis Estrada con más de 83 millones de pesos y 2 millones de espectadores”. Sin embargo, si contrastamos estos número con lo recaudado por las películas de Hollywood vemos una brecha abismal: “el año pasado la número uno fue —según Aguilar— Toy Story 3, de Disney, con una recaudación de 777.1 millones de pesos y casi 14 millones de concurrentes, seguida de Alicia en el País de las Maravillas y Shrek para siempre, de Paramount, con 385 y 372 millones de pesos respectivamente.
         Gulp. Aún estamos lejos de alcanzar con una película mexicana la aplastante atracción de los cinéfilos mexicanos por los productos norteamericanos. Pero lo grave, en el caso de Presunto culpable es, si esta película alcanzara la cifra de Toy Story significaría que verían la cinta 14 millones de mexicanos, es decir, apenas un poco más del 10 por ciento de nuestra población.
       Ante esos números podemos concluir que el impacto del cine sobre las conciencias de los espectadores es muy baja. Una telenovela como Cuando me enamoro llega a tener 76 mil espectadores diarios. Por eso estamos como estamos, aunque diga lo contrario el secretario de Educación Lujambio. Es más, sus comentarios elogiosos a las telenovelas son un indicador de nuestro nivel educativo.
       Aun así, calculo que hasta el momento (21 de marzo) han visto la película el 5% de los mexicanos, y aún con este margen estrecho ha sido posible provocar algunos cambios en el sistema judicial, o al menos se está haciendo presión para cambiar un sistema tan vetusto como inoperante e injusto. Cuando uno ve expuesto los intestinos del monstruo nos damos cuenta del por qué tenemos esos niveles de impunidad (tanta corrupción y delincuencia rampante) y de ausencia de justicia en nuestro país. Y surgen entonces muchas preguntas.
       Todos sabemos que en México uno es culpable hasta que se demuestra lo contrario, pero para lograrlo hay que pasar por un calvario. Esto quiere decir que nos pueden acusar de lo que sea e ir a la cárcel de inmediato, y sólo podremos salir si demostramos que somos inocentes. Es decir, en México el acusado es quien tiene que demostrar su inocencia aun cuando no haya elementos que lo acusen. Y si no logra reunir las suficientes pruebas que no dejen dudas de su inocencia, entonces uno es inocente. Bueno, si al juez le da la gana de tomar en cuenta esas pruebas (lo cual, como dice la película, casi nunca sucede). Si al juez no le da la gana —dice de nuevo la película— dicta sentencia de culpabilidad. Es decir, para que se tomen en cuenta las pruebas de la inocencia es necesario contar con un equipo de abogados (caros, muy caros) para que entablen una guerra contra el sistema, incluso, lleguen a la corrupción para cambiar la decisión de un juez. La inocencia, en nuestro México, no es suficiente, tampoco la verdad, como dice el protagonista de la película.
        Estamos en las mismas circunstancias que enloquecieron al personaje del relato El Pabellón número 6 del escritor ruso Antón Chéjov. Iván Dimítrich Grómov, el personaje, después de reflexionar sobre el sistema judicial ruso encuentra que no hay nada que prevenga o evite que un inocente llegue a la cárcel. El es inocente y a partir de ese momento le empieza a crecer en él el temor de que tarde o temprano pueda ser encarcelado. Su delirio llega al grado de encerrarse en su habitación de donde es sacado por el sistema de salud para llevarlo a un hospital mental. Cuando eso sucede se dice: Yo tenía razón, yo tenía razón, me llevan a la cárcel.
        Ahora, después de ver esa película y la manera en que Toño fue apresado y acusado, hay razones padecer el mismo delirio persecutorio de Iván Dimítrich y sentirnos amenazados cuando pasemos cerca de un policía o cuando un judicial toque el timbre de nuestra casa. Quién nos asegurará que en “esa lotería”, en esa ruleta rusa, nos haya tocado la bala. El rechazo que ya sentíamos los mexicanos, como animalillos atosigados por los cazadores, por la justicia, es más que fundada. Enfermos de psicosis, de delirios de persecución, caminamos por las calles temiendo que un día la fatalidad nos lleve a los tribunales y seamos encerrados en el infierno de la cárcel (llamados eufemísticamente “Centros de Rehabilitación Social”) donde purguemos una pena que no debemos.
          Por ello es urgente difundir este documental. Si la vía cinematográfica no alcanza a todos, que el video y el internet sean nuestros aliados. Y ya tomada conciencia, organicémonos para cambiar cuanto antes este sistema que nos victimiza hasta los que nunca hemos tenido ningún problema con la justicia.

domingo, 20 de marzo de 2011

MÁS ALLÁ DE LA VIDA (HEREAFTER)


Clint Eastwood demuestra que cada vez es mejor cineasta, aunque tenga la influencia de Steven Spielberg (uno de los productores de su última película: Hereafter), quien tiene el don de endulzar hasta el mar salado.
La primera vez que vi a Eastwood fue en la película el Malo el Bueno y el feo (Sergio Leone, 1966). Luego lo vi como policía rudo (Harry Callahan). Parecía que se iba a quedar enclaustrado como actor y en dos tipos de personajes que encarnaba muy bien: el vaquero y el policía. Quizá nadie pensó (yo menos) que se iba a convertir en uno de los directores más importantes de la cinematografía norteamericana.
No es extraño ver como algunos actores dan el salto a la dirección fílmica. Lo que sí es extraño es que se conviertan en excelentes directores. Y este es el caso de Eastwood, para bien del cine. La primer película de él que me dejó impactado fue Los imperdonables (1992), película efectiva e implacable en los efectos de la vejez en un grupo de gatilleros.
Clint Eastwood nació en San Francisco en 1930. A la fecha tiene 80 años de edad y filma con un enorme vigor (ni se le nota la edad). Como actor ha participado en 66 películas y ha dirigido 35 películas entre las que destacan Los imperdonables (1992), Million dollar baby (2004), Cartas desde Iwo Jima (2006), Torino (2008), Invictus (2009). Empezó a dirigir películas en 1971 con un cortometraje documental: The Beguiled: The Storyteller. Y ha combinado su trabajo de dirección con el de actuación. Y en su currículum se registran incluso créditos como director de sonido, productor, guionistas, entre otros. En suma, es un cineasta completo que entiende a fondo toda la gama de su oficio.
Su última aventura fílmica es Hereafter (2010), que en México titularon Más allá de la vida (traducción literal), y ya se encuentra trabajando en otro film que saldrá en el 2012: J. Edgar.

Independientemente de sí creemos en la vida más allá de la muerte y la posibilidad de comunicarnos con los muertos, la película es una reflexión sobre la fragilidad de la vida y la búsqueda de sentido ante el absurdo de la muerte, una de sus recurrentes preocupaciones puesta en pantalla de formas diversas.
La película abre con una contundente secuencia del Tsunami que devastó Indonesia en la que una periodista, Marie LeLay(Cécile de France), arrastrada por las furiosas olas por las calles de la ciudad, se topa cara a cara con la experiencia de la muerte que la lleva a renunciar a su mundo frívolo de la información televisiva para adentrarse en una investigación en la búsqueda de respuestas a su experiencia. Esta historia se enlaza en dos más: la de un psíquico, George Lonegan (Matt Damon), quien se ha retirado porque se niega a seguir haciendo contacto con personas muertas y la de Jason, un niño que sufre la pérdida de su hermano gemelo.
Las tres historias finalmente tendrán un punto de encuentro: una feria de libros en Inglaterra en donde la periodista presentará su libro sobre esta experiencia que se titula precisamente Hereafter (de aquí el título de la película en inglés). A este lugar llegará George Lonegan, desde Estados Unidos, huyendo de su hermano –que quiere lucrar con su don—y en búsqueda de las huellas de su autor preferido: Charles Dickens (inexplicable afición de este psíquico al que no se le nota su pasión por la literatura). Por su parte, Jason es llevado por sus padres adoptivos a esta feria para que conozca su otro “hermano” (otro hijo adoptivo) que allí trabaja, con el objetivo de conectarse con el retraído y extraño Jason, y tratar de sacarlo de su caparazón.

Si bien la película no va más allá de aquellas que tratan este tipo de problemas, si tiene la virtud de ser contada con precisión, sin dejarse caer en la superficialidad y en los lugares comunes harto gastado de este tema (y de paso criticar a la charlatanería que pulula en este negocio), aunque no va más allá, no devela nada nuevo, y pone énfasis en una preocupación de sus última cintas: la búsqueda incesante por encontrar un sentido a la existencia humana. En Millón dollar baby es la apuesta de una joven a entrar en el violento mundo del box a fin de encontrar una forma digna de vivir; en Torino, la igualdad y justicia en los desvalidos al grado de arriesgar su propia vida; en Invictus el juego como factor de unión de un pueblo: Sudáfrica, y hacer del rugby algo más que un juego de ocio vacío. Y en ésta última cinta: indagar una respuesta el absurdo de la muerte y dedicar la vida a acciones significativas. Ya sea escribir libros que signifiquen algo profundo para uno (Marie), crecer y volverse útil (Jasón) o volver al psiquismo pero con un mejor sentido (Lonegan).
Y aunque no aporte mucho ni siquiera sostenga bien la premisa dramática o temática, se agradece esta película que con la parsimonia, agudeza y maestría habitual de Eastwood va adentrándose en la intimidad de sus personajes para desde allí conmover a sus espectadores.
La película puede decepcionar a aquellos que esperaban una obra mayor como los Imperdonables o Golpes del destino, —que quizá lo haga con J. Edgar—pero no se puede negar que es una película digna y bien lograda.

lunes, 14 de marzo de 2011

UNA PARED PARA CECILIA


El Cine Club de Extensión Universitaria del Campus Celaya-Salvatierra de la Universidad de Guanajuato presentó el pasado jueves 3 de marzo la película Una pared para Cecilia del director mexico-argentino, Hugo Rodríguez.
Este es el tercer año que este cineclub viene presentando mensualmente películas de calidad a la cinefilia celayense, abriendo con ello una ventana a este golpeado arte y que la cartelera comercial no ofrece.
Y como el cine se ve mejor en el cine, la estrategia ha sido rentar una sala comercial de Cinepolis (único complejo fílmico en Celaya) para sus funciones. Y cuando presenta películas mexicanas procura invitar al director o a alguien importante del crew.

En esta ocasión estuvo Hugo Rodríguez, el director, quien platicó con los asistentes a las dos funciones que se ofrecieron. Asistieron a esta cita fílmica al menos unos 400 cinéfilos, cifra más a menos estable que viene siguiendo las actividades del Cine club. Y en cada función se nota como crece la asistencia juvenil, particularmente de estudiantes universitarios tanto de las instituciones públicas como privadas.
Antes y después de la función tuve la oportunidad de platicar con Hugo Rodríguez. Es un hombre que llegó a México hace 30 años, como exiliado, huyendo de la dictadura de Videla que asolaba y perseguía particularmente a la juventud pensante, universitaria.
Hace 15 adoptó la nacionalidad y hoy es más mexicano que argentino. Desde muy joven se dedicó al cine. Estudió en Centro de Capacitación Cinematográfica de cuya escuela fue maestro y como tal participante de talleres que esta institución brinda en diversos estados del país. Hace dos años estuvo como profesor en el Centro de las Artes de Guanajuato en Salamanca, y por ello, tiene un especial afecto por nuestro estado.
Su carrera fílmica es muy abultada. Ha producido 64 filmes y dirigido 5, entre otros roles que ha jugado en el cine. De las películas que ha dirigido la más famosa es Nicotina, en la que actuó Diego Luna.
En la cena que se le ofreció, al calor del vino, entramos en materia y se desbordó su apasionamiento por un arte que conoce a fondo. Me explicó la forma en que logró algunas de las escenas de esta película que rodó enteramente en Tijuana, donde estuvo dando cursos de cine, y con un crew conformado en su mayoría por tijuanenses. Ojalá algún día haga algo así en Guanajuato. Buena falta le hace al estado proyectar su imagen en celuloide y mostrar que Guanajuato es más que momias y el Cervantino.
Actualmente hace sus películas en formato digital, estrategia que le permite una mayor velocidad de realización y una reducción presupuestal, punto crítico y nodal del cine mexicano.
Nos despedimos con la promesa de su regreso como maestro en un taller que ya se estará delineando en Extensión Universitaria del Campus Celaya-Salvatierra.

sábado, 5 de marzo de 2011

PRESUNTOS CULPABLES



Esas son las autoridades judiciales de nuestro país (además de presuntos zoquetes). En 1922 Lenin, cuando ya había logrado restablecer la paz tras la revolución que encabezó, dijo: “El cine, de todas las artes, para nosotros la más importante”. Él había seguido el impacto social que producían películas como El nacimiento de una nación de Griffith, que hizo que renaciera el Ku Kux Klan, y visto lo que el cine le ayudaba en la propagación de sus ideas en la naciente URSS. Y por ello impulsó al cine y lo convirtió en su motor ideológico.
El cine, a pesar de la trivialización que ha hecho Hollywood (acabamos de ver el circo de los Óscares), tiene un potencial que de vez en vez se deja sentir. Sus inventores, los Lumiere, vieron su poder de atracción y se expandieron por el mundo con sus oficinas y unidades de filmación que recorrían el mundo y lo llevaban a Paris y viceversa. El cine, con ellos, se inauguró como una ventana al mundo. Y ávidos, los espectadores, iban a sus proyecciones a ver como era el mundo en otras partes, o como eran ellos mismos.
Desde hace algunos años hemos visto el crecimiento del cine documental (arrinconado por mucho tiempo como cine escolar, educativo, propagandístico o informativo noticioso), crecimiento que se genera por la misma razón que descubrieron los Lumiere: la avidez de la gente por asomarse a su realidad. De ahí el éxito las película de Michael Moore (Fahrenheit 9/11), entre muchas otras.
En México, una cámara de cine se ha internado como aparato de laparoscopía en los intestinos de la justicia mexicana y ha puesto al descubierto una descomposición escandalosa. Ya lo sabíamos, pero no así de brutal y en conjunto.
Los afectados obviamente no se iban a quedar con los brazos cruzados, pero se vieron lentos: dejaron que pasaran muchas semanas de promoción. Y ahora ya no podrán detener el fenómeno. Es más, se han convertido en sus mejores impulsores. Y la piratería (que ha crecido al amparo de la impunidad, es decir, por fallos en el sistema de justicia), en el caso de progresar su veto, será el arma que les aseste el golpe letal: los múltiples tentáculos de este pulpo serán como autopistas donde este documental correrá para llegar a los ojos de muchos mexicanos que, como dice el evangelio: “tienen hambre y sed de justicia”. No confundir lo legal con la justicia. Esto es precisamente lo que muestra esta película, que nuestra legalidad lejos está de la justicia.

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...