domingo, 21 de noviembre de 2010

FIN DE CAZA DE LETRAS: Crónica de la clasura



Caza de letras culminó sus actividades en El hijo del Cuervo (bar que fundó el poeta Alejandro Aura) este miércoles 17 de noviembre por la noche. De esta forma llegó a su fin otro Reality Literario más. Este certamen lo instauró la Dirección de Literatura de la UNAM en el 2007, bajo la idea y diseño del escritor Saltiel Alatriste (actual Coordinador de Difusión Cultural de la UNAM), cuya singularidad consiste en someter a un grupo de escritores, bajo la conducción de tres jueces, a desarrollar en un breve tiempo (seis semanas), una obra literaria de alta calidad. Este grupo es seleccionado de una convocatoria abierta, a la cual los aspirantes deberán entregar la obra que servirá de base para el concurso, esperando que al término de éste la obra ganadora esté en condiciones de ser publicable.
Los tres primeros Realities versaron sobre Novela corta, novela y cuento, respectivamente. Este año estuvo dedicado a la minificción, y se inscribieron 128 aspirantes de los cuales fueron seleccionados 8 finalistas, entre los que se encontraba quien esto escribe.
Este concurso empezó el 5 de octubre, justo a las 12 del día. A esa hora dio comienzo una enloquecida carrera de imaginación ¡Qué locura, verdad de Dios! En las primeras dos semanas se les pidieron que escribieran 33 minificciones, en cuatro jornadas de trabajo: dos por semana. Al final de las cuales fueron eliminados dos (entre ellos a quien esto escribe). A la siguiente semana eliminaron a otros dos (habían dicho que iban a ser tres pero les tembló la mano y sólo eliminaron a dos). Y faltando dos semanas se eliminaron otros dos quedando en competencia hacia la recta final, quien se hacía llamar Androidruida (Pavel Ubaldo Pérez Brito) e Infinitas Cosas (Hugo López Araiza Bravo).
La recta final fue literalmente una carrera esquizofrénica sólo apta para cardiacos, principalmente para los últimos dos contendientes que no sólo tuvieron que trabajar bajo condiciones cada vez más difíciles y cumpliendo con tareas más arduas, sino además, cuando hubieron cumplido con su última entrega, como bono adicional adrenalítico, tuvieron que soportar la larga espera para saber el fallo definitivo. En las etapas anteriores se publicaban los resultados (tabla de posiciones) los martes. Pero para la final el último martes del concurso (16 de noviembre), no salían y no salían los resultados (no sé si por ponerle más emoción al concurso o simplemente porque no se ponían de acuerdo) y los organizadores del certamen tuvieron que publicar esta nota: “Debido a un problema técnico, la votación estuvo suspendida. Pedimos disculpas a concursantes y lectores”. Y anunciaron que hasta el miércoles a las once de la mañana iban a dar la noticia. A las once publicaron la tabla de posiciones y resultó que ambos contendientes estaban empatados (Ora sí me la hicieron buena). Los organizadores volvieron a publicar una nota para amainar la posible tormenta: “Androidruida tuvo el voto del público y un voto del jurado. Infinitas Cosas dos votos del jurado. Mónica Lavín, Alberto Chimal y Álvaro Enrigue están deliberando para elegir un ganador, tal como señalan las reglas de Caza de Letras. El dictamen con el seudónimo del vencedor definitivo será publicado a la una de la tarde”.
Y a la una de la tarde, finalmente, declararon al ganador: “Haciendo consideraciones más cuidadosas y delicadas hemos decidido votar unánimemente por Infinitas Cosas y su libro Laterna mágica…” De inmediato el otro contendiente, Androidruida, publicó su despedida donde se dejaba ver su tristeza, su desencanto (quién no, yo hubiera hecho un dramón de aquellos). Evidente estado de ánimo para alguien que estaba prácticamente rebasando a su contrincante, por lo menos esa era la opinión del público que votó más por Androidruida que por Infinitas Cosas, e iba tomando vuelo en el score de la tabla de posiciones.
Y aunque ese escalofriante martes y la mañana de ese terrible miércoles no había resultados, la pachanga ya se había definido desde la semana anterior (¡Qué tal!). Otra vez los adelantados organizadores: “La ceremonia de premiación de este Cuarto Virtuality Literario ya tiene fecha, hora y lugar: Miércoles 17 de noviembre / El Hijo del Cuervo / Jardín Centenario núm. 17, Coyoacán / 19:00 a 21:00 horas.
Picado por la curiosidad —ya que había estado en las entrañas del monstruo, y había sentido sus hirientes dentelladas yo quería ver qué era lo que arrojaba al final de su bocota de fuego— y allá voy, corriendo al DF, cancelando una clase en laUniversidad en la que trabajo y sudando la gota gorda para alcanzar un camión al DF a tiempo. El esfuerzo valió la pena: llegué justo antes de que comenzara la ceremonia. El bar El hijo del Cuervo, a las 7 de la noche, estaba ya abarrotado. Alcancé con trabajos la última mesa, simbólico lugar para quien había sido el último de los ocho. Ya estaba en allí Mónica Lavín y los organizadores, no así dos jueces. Uno definitivamente no llegó; el otro, ya cuando había comenzado la ceremonia y tuvieron que abrirle un huequito en la mesa que también ya estaba llena. A las 7:15 aproximadamente dieron inicio. Habló primero Rosa Beltrán, Directora de Literatura de la UNAM (cabeza organizadora) e hizo un breve recuento de este Cuarto certamen y presentando al ganador: Hugo López Araiza Bravo, alias Infinitas Cosas. Allí vimos por fin el rostro del ganador. Para sorpresa, incluso de los organizadores, se trataba de un joven de apenas 21 años (a esa edad yo aun no terminaba la prepa, tan lento que soy), estudiante de filosofía de la UNAM. Insultante edad, consideró la funcionaria de la UNAM, para ganar este premio. Tan pronto terminó, le dio el micrófono a Mónica Lavín quien narró brevemente lo que fue para ella el concurso. Alberto Chimal (ahora enfundado en una infaltable gorra que apareció en su cabeza después de que estuvo retirado un tiempo por una enfermedad, creo yo, causante de tal gorra, gorra que no traía cuando dio la tutoría de narrativa en el Centro Estatal de las Artes en Salamanca en el 2009) también hizo un recuento de este certamen aclarando que la minificción es un género tan difícil como sus hermanos mayores: el cuento y la novela. A falta del tercer juez, Alvaro Enrigue, tomó la palabra la editora de Alfaguara, quien anunció que la obra ganadora se publicará en junio del 2011, y finalmente le cedieron el micrófono al ganador. El chavo se veía muy nervioso pues desde el inicio no dejaba de lanzar sonrisitas nerviosas. Al tomar el micrófono balbuceó (literalmente) algunas palabras. La elocuencia le falló. Lo que demostró en el papel se negaba ahora a salir. Así que para librarse del apuro se dio a la tarea de complacer a sus fans leyendo algunos de sus cuentos que ya le pedían a coro. A la mitad de la lectura de pronto hizo un paréntesis para pedir la presencia de su más cercano contendiente: Androidruida (Pavel Ubaldo Pérez Brito). ¿Estaba allí? Yo estaba seguro que sí, pues ya lo había anunciado en su blog desde que supo que había sido derrotado. Él o ella, si está aquí —dijo Hugo—que suba, por favor. Detrás de mí (yo me había adelantado para tomar fotos y me había colocado junto a la cámara de televisión de TV UNAM) se levantó un joven (poco más de 30 años) chaparrito, moreno, pelo lacio, ojos pequeños y rasgados, quien subió al estrado sin hacerse del rogar y le dieron un lugar en la mesa. Se veía notablemente perturbado, con los ojos hinchados (tal pareciera que toda la tarde la había consumido en llorar; y quien no, hasta el más machito lo hubiera hecho. Yo, al menos, sí). Le dieron el micrófono y sólo balbuceó (menos palabras que el ganador) frases sueltas, se veía notablemente incómodo. Terminado al apuro de las cabezas concursantes, hicieron entrega del cheque al ganador (tanta lucha, tanto sufrimiento, tantas palabras hirientes, tanto pecho adolorido para este minúsculo y envidiable papelito) y vinieron los apapachos. ¡Viva el rey!
El acto ceremonial, hay que subrayarlo, estuvo enfocado al ganador. Y si no es porque él pidió la presencia de Androidruida, éste, como algunos de los otros participantes que habían acudido al Bar, hubiera pasado desapercibido. En suma, a los otros no los pelaron (déjenme tirar una lágrima).
Ese quizá fue el pelo en el arroz: ignorar a los otros participantes. A mí (como afectado directo) me hubiera gustado que nos hubieran presentado para que la gente y la prensa nos hubiera conocido, también fuimos expuestos al escarnio de un público rijoso e insultante y todos –unos más otros menos—recibimos una buena andanada de palos, particularmente Noema, con quien me sentí identificado en esa carnicería. Ella fue la más agredida y hasta en el blog alternativo (No oficial, decían los apedreadores) le daban palo después de que había sido eliminada. E incluso me hubiera gustado que nos hubieran pedido que también nosotros que contáramos nuestras impresiones, que también teníamos cosas importantes que compartir, principalmente con los aspirantes a ser escritores que quizá sueñan con participar en un certamen como éste. Pero nada, no nos dieron ni un papelito que certificara que habíamos sido participantes. Al final, fuimos nosotros, los pocos participantes que asistimos a la ceremonia, quienes nos dimos a la tarea de desenmascararnos unos con otros, aunque no todos lo hicieron. Para algunos, creo yo, más valió salirse temprano a buscar queso a otra ratonera. Hasta eso escaseó en la ceremonia.
Creo que el concurso fue bueno (es muy bueno, desarrolla un músculo bárbaro y eso necesitamos para elevar la calidad del arte en México y en Guanajuato), pero necesita pulir muchas cosas para que se convierta en una experiencia aun más gratificante, más fructífera, que el habernos empujado a producir historias en lapsos tan estrechos (tarea sumamente ingrata y difícil y que nadie se rajó, todos cumplimos) que hasta la misma Mónica Lavín expreso su incapacidad para hacer tal hazaña.
Por eso pensaba yo en aquel momento: si esto es una hazaña por qué no presentar a los 8 “héroes” (vean como me levanto el ego) que también estuvimos dispuestos a rajarnos la cara durante esas seis semanas, sólo que las eliminatorias no nos dejaron mostrar todo lo que éramos y somos: también estábamos dispuestos a partirnos la cara. Al final de la segunda —en mi caso—me dejaron con un ímpetu escritural que ya no se satisface ahora ni con entradas al blog personal o los comentarios de libros o películas que escribo. Mi gula creativa ya probó carne y quiere carne. Así que a la fecha me ando inventando retos para dejar en paz a la bendita bestia que han despertado.
A pesar de todo, yo sí puedo decir que estuve en las entrañas de ese monstruo, donde me trituraron, hicieron polvo mi ego, redujeron a nada mis textos, pero al final encuentro que todo ese atropellamiento me gustó y que fue altamente fructífero: escribo más.
Compañeros de letras, esto fue Caza de letras y este el testimonio de un toro (Pepe el Toro fue mis seudónimo) que hoy más que nunca se resiste a declinar. Seguiré luchando, ya no tengo otra, ya no hay marcha atrás.

Saludos.

domingo, 14 de noviembre de 2010

SOBRE LA FELICIDAD



Desde que se desató el boom harto indigesto de la superación personal, al grado de instalarse en las currícula universitarias como “Desarrollo Humano”, he andado con la tripa volteada cada que alguien (siempre alguien de buena voluntad que cree hacernos un bien soltándonos una andanada de frases trilladas salidas de sus insignes profetas) me llega con ese cuento. Y lo más sufrible es que muchas veces llega en la boca de alguien cercano y apreciado. Dan ganas, como dice la Biblia, de esconderse debajo de las piedras.

Hace poco sostuve una charla con una amiga sobre la tristeza y salió a relucir el tema. De pronto, en esos vericuetos de la vida, llegan al canasto del pensamiento hallazgos afortunados. Uno de ellos ha sido un libro que recién me encontré en un centro comercial de Celaya (Oh benditos centros, alimentados por empleados ignorantes que tanto bien nos hacen a los lectores poniendo de pronto libros magníficos y a precios irrisorios) un libro del filósofo inglés Bertrand Russell: La conquista de la felicidad. Me llamó la atención que un filósofo de esa talla se ocupara de un tema que se revuelca en las bocotas de los profetas de la superación personal. Intrigado, lo compré. De entrada tuve dos gratas sorpresas. La primera, en el prólogo escrito por Fernando Savater. Y la segunda, un poema que reproduce Russell del gran poeta norteamericano Walt Withman.

Reproduzco tres citas de Fernando Savater que vienen al caso: "Querer ser feliz es uno de los tantos espejismos propios de la sociedad de consumo, un tópico ingenuo de canción ligera, el rasgo complaciente que degrada el final de muchas películas americanas, en una palabra: una auténtica horterada. Y sólo hay algo más hortera o más vacuo que querer llegar a ser feliz: dar consejos sobre cómo conseguirlo".

La segunda cita altamente jocosa es esta: "Nunca ha estado del todo claro si el secreto de la felicidad consiste en no ser completamente imbécil o en serlo". Y finalmente remata su prólogo con esta otra: "En cuanto a conquistar la felicidad, la felicidad propiamente dicha... sobre eso yo no me haría demasiadas ilusiones".

Y complementa estupendamente la discusión de Savater el poema de Withman:

Creo que podría transformarme y vivir con los animales: ¡Son tan tranquilos y mesurados!
Me complace observarlos largamente.
No se afanan ni se quejan de su suerte.
No se despiertan en la noche con el remordimiento de sus culpas.
No me aburren discutiendo sus deberes para con Dios.
Ninguno está descontento, a ninguno le enloquece la manía de poseer cosas.
Ninguno venera a los otros, ni a su especie, que cuenta miles de años de existencia.
Ninguno es respetable ni desgraciado en toda la ancha Tierra.

Walt Whitmann
Ya empecé a leerlo. Me complace como empieza. Cuando lo termine comentaré aquí mis impresiones.


domingo, 7 de noviembre de 2010

THE ROAD


¿Qué sucedería si en un futuro cercano los terribles vaticinios apocalípticos se cumplieran? ¿Qué haríamos? ¿Seguiríamos siendo civilizados o nos convertiríamos en salvajes y no dudaríamos en matar a quien ponga en riesgo nuestra sobrevivencia?

En los setenta películas como Cuando el destino nos alcance me estremecía haciéndome pensar en el posible advenimiento de un apocalipsis en el cual la humanidad tendría que recurrir al canibalismo industrial para dotar de alimentos después de que la vegetación y los animales se hubieran acabado.

Yo, lector que me había iniciado con las novelas de ciencia ficción, me volví fan de estos relatos, particularmente de los catastrofistas. 2001 Odisea del Espacio me hizo aullar aunque no logré entenderla hasta que leí la versión novelada de su guionista Arthur C. Clark. Y devoré Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

La producción de la literatura apocalíptica cada día va más en aumento. Quizá porque percibimos ahora que no está lejos un mundo donde las guerras se den ya no por los veneros petroleros sino por los recursos acuíferos y alimenticios.

Recién acabo de descubrir una novelita en este tema. Se trata de la obra de uno de los escritores sobresalientes de la actual literatura norteamericana, quien se dio a la tarea de recrear un mundo post-apocalíptico bastante desesperanzador.

Se autor se llama Cormac McCarthy. Y la novela en cuestión es La carretera (The Road, 2006). En ella, en un futuro no determinado, un hombre y su hijo de 10 años emprenden una marcha hacia el sur de los Estados Unidos a través de una carretera. Es una travesía enloquecida y sin sentido ni esperanza pues el entorno ha sido devastado por algún cataclismo no mencionado. La vegetación ha sido carbonizada y los incendios consumen lo poco que queda. La mayoría de los seres humanos han muerto y los que quedan sobreviven de los alimentos que quedan en casas y comercios y cuando estos se acaban, se desata el canibalismo más feroz. Bandas de hombres armados y salvajes andan a la caza personas indefensas. El hombre y su hijo (un chico de 10 años) tienen que sortear estos peligros sin la posibilidad de confiar en alguien y enfrentando el fantasma terrorífico del hambre y del frío que los acosa. Buscan el sur para encontrar un clima más benigno y así encontrar mejores condiciones de sobrevivencia. La novela traza un arco dramático sutil pero efectivo en el que casi sin percibirlo los personajes van mermando sus posibilidades. El agua y el alimento cada vez es más difícil encontrarlo, y el abrigo ante el clima que se avecina tienen que enfrentarlo en la intemperie: las casas son más peligrosas que dormir oculto entre rocas, árboles, troncos, hierbas renegridas y secas, pues así pasan inadvertidos a los caníbales.

El día que compré esta última novela de Cormac descubrí que había una versión fílmica en cartelera en ese momento. Es la primera vez que me sucede. La novela empieza con un tono casi lineal y va aumentando poco a poco su dramatismo me azuzó la curiosidad para ver la versión fílmica (titulada El último camino), realizada por el director australiano John Hillcoat. La película logra recrear el ambiente sórdido y desesperado de la novela y no traiciona su espíritu. Ni la novela ni la película ofrecen un final feliz. Dice Carlos Bonfil: “El último camino es un relato sostenido por actuaciones de primer orden (Mortensen, con la solvencia acostumbrada; el niño Smit-Mc Phee, toda una revelación), muy eficaz en su manejo de emociones en ese largo ritual de duelo anticipado que ofician las dos últimas generaciones del planeta, y que ofrece más pasto a la reflexión que a los estímulos del entretenimiento masivo”.

En efecto, es una película que deja pensando en la posibilidad de que estemos ya viviendo el comienzo de un mundo devastado, violento, cruel y sin futuro. Los abusos al medio ambiente y el recrudecimiento de la violencia mandan avisos.

No es una película (y libro) esperanzador, sino desolador aunque muy en el fondo, al final, hay una sugerencia de esperanza, pero una esperanza que deberá ser alcanzada después de un largo periodo de agonía.

Ambas, la película y el libro, me dejaron satisfecho.

martes, 2 de noviembre de 2010

CRÓNICA DE LAS DESVENTURAS DEL PATITO FEO:

No es buen jinete
quien no se ha caído del caballo.
Dicho Popular


EL PATITO REFEO
El patito feo era tan feo, pero tan feo,
que todos los pollos querían tomarse una foto con él.


El Patito feo que está citado como epígrafe es uno de los cuentos breves —que escribí dentro del concurso Virtuality literario Caza de Letras 2010—, fue el causante, entre otros, que me llovieran críticas a granel. Un amigo me dijo: si tú fuiste el patito feo de este certamen, entonces se cumplió tu cuento. Todos querían retratarse contigo. Lo decía porque fue abundante la cantidad de comentarios que me enviaron: querían tomarse la foto conmigo criticándome.

En este momento el certamen continúa, yo ya estoy fuera. Pero creo que después de todo fue una experiencia interesante y me complace enormemente compartir con todos ustedes, que visitan este blog, mi recién caída del caballo, round por round, hasta el nocaut. Va pues la crónica de este pato.

ANTECEDENTES

El 5 de octubre se abrió por cuarta ocasión este peculiar certamen literario convocado por la Dirección de Literatura de la UNAM. La primera vez que oí algo sobre este concurso fue a través del noticiero de Televisa (cosa rara). Fue cuando se abrió el primer certamen. Decían en ese entonces que era como un reality show pero literario el cual consistía, como los de la televisión, ver como 12 escritores daban cuerpo en vivo a una obra literaria. Los lectores tenían la oportunidad de participar con sus opiniones criticando o animando a alguno de los competidores. Me pareció interesante, pero nunca entré a husmear la contienda. Y pasó el segundo y el tercero sin que me enterara. No así la cuarta ocasión, que recibí la información de las inscripciones por correo electrónico a través de un boletín que se llama: “Cómo leer en bicicleta”.

En esta cuarta ocasión el certamen versaba sobre la minificción. Esta noticia me venía al dedo porque me inicié en la literatura con este género cuando la revista El cuento, fundada por el maestro Edmundo Valadez, me publicó un cuentito que yo les había mandado con el objetivo de recibir un comentario analítico sobre mi trabajo, y con ello saber qué me hacía falta para seguir escribiendo. El objetivo se cumplió pero había algo más: en el número 134 sólo me informaban que “con breve poda que lo amaciza su Creyente entra a concurso”. La revista lanzaba cada número un concurso de cuento brevísimo y, con sorpresa, vi que mi cuento apareció publicado. Caray, esperaba mucho menos. Pero la sorpresa allí no terminó. Al siguiente número me informaban: “Jeremías Ramírez Vasillas se lleva el premio, a su disposición en nuestras oficinas, por su cuento breve El creyente”. Esto era algo inusitado: yo había ganado con un cuentito escrito de manera de tentativa. Animado por este temprano éxito, empecé mi peregrinar por los escasos talleres buenos que nos llegan a Guanajuato. Fui afortunado de entrara dos talleres importantes de narrativa: el Guillermo Samperio que por tres años impartió en Celaya y el de Alberto Chimal en el Centro de la Artes de Guanajuato. Tardaría algunos años para que yo ganara otro reconocimiento. El maestro Chimal, en su página de internet Las historias, convoca mensualmente a un concurso. Gané en el certamen de junio de 2010. Algunos quienes me conocen saben que el primer libro que publiqué (una plaqueta de apenas 30 hojas bastante informal) fue sobre cuento brevísimo. Y el segundo, bajo la sugerencia de Guillermo Samperio, fue una antología de cuento brevísimo que publicó en el 2002 la Casa del Diezmo de Celaya.

Inconforme con la calidad de la primera edición, estuve buscando un editor. Quería que el libro incluyera los cuentos breves ya publicados, con los que se habían ido agregando en el camino. Incluí en el libro una sección de aforismos que escribí tras la estimulante lectura de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna. En suma: era un libro de literatura breve que llevé a dos editoriales y en ambas no hubo respuesta. Y cuando estaba gestionando una cita con la Dirección de Editorial de la Universidad de Guanajuato leí sobre las inscripciones en Caza de Letras. Pedían para la inscripción un libro inédito con 50 minificciones. Como acotaban la extensión de los cuentos a 2500 caracteres con espacios, algunos de mis cuentos los tuve que sacar del libro y completar los faltantes con algunos aforismos. El resto de los aforismos los saqué también.

Para sorpresa mía me informaron que había sido seleccionado. La alegría se mezcló con el terror: “Dios mío, es internacional y voy a estar expuesto al escrutinio de público y de los jueces. Dentro de mí, el reyecillo de la autocomplacencia tembló. Había el riesgo de recibir unos buenos golpes.

Nos pidieron dos cartas compromiso en los que certificáramos que el libro no había sido publicado en su totalidad (los cuentos individualmente o en grupos sí podrían haber sido publicados), que no estaba en certamen alguno y que no estaba en proceso de edición, además de mandar los documentos que certificaran nuestra identidad y un breve currículo literario y referencias de textos publicados o premios. Adicionalmente nos pidieron hacer un exlibris, es decir, un emblema que nos identificara y nos convocaron a estar listos al arranque del certamen.

PRIMER ROUND

El certamen arrancó a las 12 del día martes 5 de octubre. En ese momento debíamos subir un pequeño texto de bienvenida y el público podía empezar a votar. Gracias a la solidaridad de mis amigos y compañeros de la universidad, antes de que publicara algún texto mío, me fui a la cabeza en los votos del público. Oh, espejismo.

La primer tarea fue escribir una serie de 10 minificciones independientes como variaciones sobre un cuento de hadas (Caperucita Roja, La cenicienta, etcétera). Cada minificción no debería exceder los 800 caracteres con espacios. La entrega era para el jueves 7 de octubre a las 10:00 horas. Teníamos escasos día y medio para escribirlas. Siguiendo mi método habitual, dejé que mi imaginación inventara libremente. Cómo ya había olvidado algunos cuentos infantiles clásicos y otros no los había leído (yo no fui un niño lector, ni me durmieron contándome un cuento) tuve que darme a la lectura de algunos de ellos. Me incliné, en esta ocasión, por cuentos muy breves con una salida humorística; el humor me había permitido cosechar buenos aplausos en encuentros literarios. Este es uno de los que escribí:

EL SOLDADITO DE PLOMO
No era lo frío ni lo cojo —dijo la bailarina de papel—. La verdad, te digo, lo abandoné porque era un pesado.


De inmediato me empezaron a llegar dos tipos de comentarios: los que celebraban mi humor y quienes me tachaban de ser el peor de todos, el error del certamen, y pedían a gritos que me expulsaran. Estos comentarios me cayeron como un balde de agua fría: nunca había recibido comentarios tan ácidos y ofensivos. Aguanté palo.

Uno de los compromisos del certamen era contestar TODOS los comentarios (con la excepción de los ofensivos, que incluso podíamos borrar). Con un nudo en el estómago fui dando respuesta a mis admiradores y a mis detractores, procurando guardar siempre la civilidad, como soldado del palacio de Buckingham. Esperé con ansias la valoración de los jueces con la ligera (muy ligera) esperanza de encontrar un análisis preciso pero hasta cierto punto laudatorio (cómo me acordé de mis alumnos, me parecía a uno de ellos). En esta ocasión le tocó examinarme a Alberto Chimal, conocido en Guanajuato, profesor de un taller de narrativa en el Centro de las Artes de Guanajuato, escritor de reputada trayectoria y promotor de la creación cuentística a través de su página lashistorias.com

De plano a Alberto no le gustaron la mitad de mis cuentos. Dijo que en el giro humorístico que adopte había un problema: “El problema con esta estrategia es el riesgo de que el texto deje de contar una historia o de que se limite a ser un chiste: una vuelta humorística que no implica nada más que la reversión de una idea esperada”. Para él, las propuestas no se desarrollaban plenamente como minificciones, salvo el titulado “Satisfacción Comercial”.

SATISFACCIÓN COMERCIAL
No era crueldad lo que impulsaba a Barba Azul a casarse con frecuencia y a matar a sus esposas; era la forma más barata de surtir los pedidos cada vez más exigentes de sus clientes ávidos de sangre que vivían en los Cárpatos.


De este dijo: “Satisfacción comercial”, en cambio, acierta totalmente porque su vuelta, además de ser realmente original, sí se desarrolla por entero.

Acababa de perder el primer round.

SEGUNDO ROUND

El siguiente ejercicio que nos dejaron fue el jueves 7 de octubre y consistía en hacer una serie de 10 minificciones independientes de tema libre pero de tono auténticamente triste. Nos indicaron que deberíamos “evitar los chistes a toda costa. Si alguna de estas minificciones puede integrarse a tu libro, será mucho mejor. Las minificciones no deben exceder los 800 caracteres con espacios”. Y nos marcaron como fecha de entrega el lunes 11 de octubre a las 10:00 horas.

El viernes 8 tenía un compromiso en el DF y tuve que ir y al día siguiente asistir al taller de Dramaturgia que estoy tomando con Ricardo Pérez Quit en el Centro de las Artes de Guanajuato. Cumplí ambos compromiso e inicié mi segunda tarea hasta el sábado en la tarde, en condiciones poco favorables. Esto no justifica el resultado del ejercicio pero si lo condiciona. Escribí mis diez minificciones y terminé el domingo 10 en la noche. Me había costado mucho imaginar diez historias. Hice muchos borradores y tomé prestado de los ejercicios de dramaturgia que había hecho con Pérez Quit algunas ideas y finalmente logré reunir mis diez minificciones, ni una más. Cuando escribí las variaciones de cuentos de hadas tenía unas 30 minificciones a elegir; ahora, apenas reunía el número solicitado. Cansado decidí, para dormir sin cargos de que algo me faltaba, subir esa misma noche mi trabajo. A la mañana siguiente abrí mi blog y ¡Dios mío! tenía una cadena de defenestraciones terribles. El tono de mis detractores había subido notablemente de tono. Unos me acusaban de descuidado; otros, de indolente, de no tomar en cuenta la estatura del certamen. Una muchacha que se nombraba simplemente como “Sofía” me decía que ella, que no había entrado, era más digna de ocupar mi lugar, y otro más pedía mi inmediata expulsión. El tono de las protestas se elevó pues, inhábil en materia de blogs, no activé el botón “aprobar”, de modo que mis respuestas no sólo no se veían, sino que los mensajes que me habían enviado no aparecían ante los ojos de los lectores. Ellos dieron por sentado que estaba eliminando los comentarios incómodos, y atacaron con mayor fiereza. Como la vez anterior, me seguían llegando mensajes de apoyo, pero no lograban balancear el resultado a pesar de ser más que los negativos. Finalmente, con la guía de los técnicos de Caza de Letras, el problema se solucionó saliendo a la luz y de golpe todos los comentarios que no habían aparecido. Y aquí encontraron mis acérrimos enemigos un motivo más para atacar. Aducían que estaba jugando chueco y que como no tenía estatura literaria estaba usando otras estratagemas para no ser eliminado. Vaya, por Dios, que imaginación de estos tipos. Uno más, un crítico mesurado, me daba ánimos, pero soltaba también una sospecha: “¿No serás tú quien está inventando a tus enemigos para causar polémica?”. Una de mis amigas me informó que era yo quien tenía una mayor cantidad de comentarios, no así mis compañeros de travesía. Entendí la sospecha de mi crítico.

Como la ocasión anterior, esperé los comentarios de los jueces. En esta ocasión le tocó a Mónica Lavín, escritora conocida en Guanajuato por su talleres, donde he estado en dos escasas sesiones y con quien platiqué unos minutos a la salida de la presentación de su libro Yo la peor de todas en el Centro de las Artes de Guanajuato el año pasado. También a Mónica no le gustó mi trabajo, me dijo que me había faltado la goma. Citó a un peso pesado de las letras: “Hemingway, maestro en la economía de las emociones y del lenguaje, subrayaba la importancia de usar las dos puntas del lápiz: el grafito y la goma. En la minificción esta exigencia es insoslayable”. Y agregó: “Tú (sic) mejor minificción en esta entrega es La ruta del sol”. Me dijo que habían sido fallidas mis minificiones porque “en todas, asociaste la tristeza a la muerte y ese es el recurso más obvio”. Y remató: “Cosecho dos de estas diez. Coloca la goma sobre esas y trabájalas como un relojero”.

Tuve que aceptar que uno de los errores graves había sido llegar a la meta sin hacer una revisión a fondo del trabajo terminado, es decir, me conformé con cumplir pero no en alcanzar una meta mejor. Es decir, salía a relucir una de mis deficiencias: el descuido; en pocas palabras, la falta de rigor. Caray, y yo me jactaba de lo contrario. Buen hallazgo.

Este es el comentario al cuento que a ella le pareció el mejor: “En La ruta del sol utilizando la goma para quitar ‘última posesión’ y al final ser más contundente eliminando ‘Ya no falta mucho para alcanza mi meta’ (meta es una palabra espantosa si no se trata de una contienda deportiva…), hay un buen cuento.” Este es el cuento tal y como fue publicado:

LA RUTA DEL SOL
Camino por la ruta del sol y mi sombra es mi única compañera. Al amanecer va detrás de mí. Al mediodía me alcanza y por la tarde corre presurosa hacia el descanso, y se alarga hasta que el sol se mete. En la noche se me esconde, pero al día siguiente aquí está, como un cachorro, acurrucada a mi lado. Cuando me levanto se queda estirada en suelo como si quisiera seguir dormida. Hay días, cuando el sol se queda entre las nubes, que pienso que quizá ya no va a regresar conmigo. Entonces detengo mi viaje hasta que aparece. Ella es la última posesión que me queda. Nada tengo, vivo de lo que recojo en el camino, necesito poco. Ya no falta mucho para alcanzar mi meta: pronto, ella y yo, seremos una sola sombra.


El remate para caer a la lona en este segundo round fue la publicación de la tabla de posiciones donde se podía ver los puntos otorgados por los jueces y por el público. El puntaje se otorgaba de la siguiente manera: un punto por jurado, más un punto del público a los tres que tuvieran mayor votación. En la tablita yo salía hasta el sótano sin ningún punto a mi favor, lo que decía que a los jueces (cada uno repartía tres puntos) no habían evaluado mi trabajo como merecedor de punto alguno. Esto me ponía en riesgo de que en la primera eliminatoria, que se iba a hacer el martes 19 de octubre, fuese yo uno de los candidatos favoritos a la expulsión.

TERCER ROUND

Para el tercer ejercicio se nos pedía leer El Horla de Guy de Maupassant, con la idea que los cuentos se pudieran integrar en el libro en proceso, e indicaban: “propón 5 minificciones que utilicen de algún modo a un personaje invisible. Éste no tiene que ser el Horla, pero si consigue parecerse a él en algo más que la invisibilidad o integrar cualquier elemento adicional del cuento de Maupassant, mejor. Las minificciones no deben pasar de 800 caracteres con espacios. La fecha límite de entrega: jueves 14 de octubre a las 10:00 horas”.

Tomando en consideración las críticas del público (que me acusaron de descuidado señalándome errores evidentes de redacción) y de Mónica sobre la falta de uso de la goma, me di a la tarea de escribir estas cinco historias con el propósito de ser más cuidadoso. De nuevo se presentó el fantasma de la aridez imaginativa que me había acosado en el ejercicio anterior y que sólo dio para diez historias. Para el martes en la noche mi imaginación apenas daba para cinco pero que en nada me satisfacían. Me fui el miércoles a mi trabajo con una espina clavada. Con esas cinco historias podía cumplir el compromiso, pero no se trataba de eso. Por la tarde de ese día, me llegaron súbitamente dos historias que a mi entender eran buenas: tenían gracia y cumplían bien con el cometido: “Este no tiene que ser el Horla, pero si consigue parecerse a él en algo más que la invisibilidad o integrar cualquier elemento adicional del cuento de Maupassant, mejor”. Me sentí bien. A las 8 de la noche ya estaban mis historias terminadas. Hasta las 12 de la noche las trabajé como relojero y decidí no cometer el mismo error del ejercicio anterior: el apresuramiento en la entrega. Las dejé reposar toda la noche y temprano, a las 7 de la mañana, con la mente fresca y descansada, me di a la tarea de revisar milimétricamente los cuentos. Sorpresa: había muchos errores. Carajo, por eso me crucificaron en el ejercicio anterior los críticos de guadaña. Después de más de una hora ya sentí que estaban listas las historias, y las subí. Al poco tiempo llegó la retroalimentación. Uno de mis más duros críticos me elogiaba. Oh, qué bien, ya la hice. Otro de ellos, replicó de inmediato al elogio del primero, y dijo categórico que estaba rotundamente equivocado, que todo el ejercicio era plenamente fallido. Coincidió con él una muchacha. Y como siempre, llegaron elogios cada vez más precisos: señalaban qué les gustaba y qué no. De nuevo me senté a esperar a mi juez en turno. Ahora le tocó examinarme a Álvaro Enrigues. A este escritor no tengo el gusto de conocerlo.

En el internet descubrí que Álvaro estudió Comunicación, como yo, pero a diferencia de mí tiene una maestría y un doctorado en letras y es profesor de letras y composición en universidades de Estados Unidos, además de haber sido galardonado por sus novelas.

A este juez, igual que Mónica y Alberto, no le gustó mi trabajo: “para decirlo rapidito: cuatro de tus cinco minificciones carecerían de sentido si el lector no se hubiera recetado de manera muy reciente ‘El Horla’. Casi me dan ganas de gritar, como esos niños intragables del patio de la escuela: ‘¡Trampa, trampa!’ No por nada más que por el hecho de que una serie de minificciones que deriva directamente de un relato y utiliza sus elementos sin transformarlos, no supuso un ejercicio de concentración. Más que relatos mínimos, tus cuentos de esta entrega son apostillas”. Sólo le pareció bien uno de mis cinco cuentos:

PREOCUPACIÓN

Soy feliz con él. Es tan gentil. Al principio solo venía cuando yo no estaba y me dejaba flores. Un día me espero. Me asustó no verlo. Es difícil vivir con alguien que sólo se sabe que está porque hace ruido, aunque debo decir que al final una se acostumbra a todo. A pesar de que es mudo me hizo aprender portugués para que hablara con él y leyera sus recados. Un día me pidió acostarse en mi cama. Accedí. No sabía si era hombre o no, no me atrevía a preguntarle. Durante más de una semana no pasó nada, pero una noche sentí su fuerte aliento a leche y en segundos me hizo arder como una flama. Han pasado nueve meses. Todos me dicen que quieren conocer al padre de mi hijo. No sé qué hacer, pero lo que más me preocupa es el niño. ¿Podré verlo cuando nazca?


“Preocupación” es la única minificción que es un relato en sí misma, sin depender del cuento original: tiene arranque, nudo, desenlace. Además el desenlace presenta un problema genuino y para colmo divertido: si el hijo se parece al padre, estamos en problemas. Más grave, eso sí, hubiera sido que del padre sacara sólo el color de piel”. Y remató categórico: “Hay que pensar más antes de sentarse a escribir. O mientras se escribe. O al corregir”.

¡Zaz!, estaba perdido. Era claro que mi expulsión era prácticamente un hecho.

Lección: Mi error en esta ocasión había sido cumplir a rajatabla, casi mecánicamente, con las acotaciones del ejercicio en vez de soltarme y jugar con la imaginación. El avance es que ya no me señalaban problemas con la goma, sino de mayor esfuerzo. Mi primer reacción ante la solicitud de “pensar más”, me hizo decir: “Carajo, me pasé estos días devanándome el seso, y ahora éste me sale con que no pensé las historias. Poco a poco fui cayendo en cuenta que a lo que se refería era a no quedarme en el mero cumplimiento de la tarea, por esmerada que ésta hubiese sido. Ya iba 4 a cero.

CUARTO ROUND Y ULTIMO

El cuarto ejercicio fue: “Atendiendo a una sola de las siguientes tres imágenes (una fotografía era de un anuncio de buscadores de tesoros; la otra, una mujer sentada en la caja de una camioneta pick up en circulación y la última, unos angelitos ebrios con una copa gigante, algunos de ellos, dentro) escribe una serie de ocho minificciones que coloquen al lector en un estado de ánimo exaltado: pueden ser cómicas, eróticas, incómodas, dolorosas. Escribe cuatro de ellas (que deberás señalar) con miras a integrarlas a tu libro en proceso. Las minificciones no deben pasar de 800 caracteres con espacios. La fecha límite de entrega: lunes 18 de octubre a las 9:00 horas”.

Asumiendo, por un lado, las sugerencia de Álvaro y, por otra, que esta era mi última carta, decidí hacer un esfuerzo extraordinario a pesar del ánimo abollado por los ataques de los críticos (que ya iban amainando pero cuyo daño aún seguía vivo) y la carencia de calificaciones positivas de los jueces. Si me iban a sacar, no iba a ser sin dar la batalla.

Levanté las armas que ya estaban en el suelo y me dediqué el viernes a explorar las dichosas imágenes y a hacer un listado de vías posibles de creación. Me di cuenta que ya me estaba saliendo callo y mi cerebrito ya respondía disciplinado al combate. El sábado en la mañana me decidí por una de las fotos: la de los buscadores de tesoros.

Ya tenía algunos embriones escritos en las tres imágenes pero en la de los buscadores de tesoros era donde empezaba brotar mucho más agua. Buena parte de la mañana escribí hasta que me di cuenta que estaba especulando en el vacío. ¿Realmente había gente dedicada a la búsqueda de tesoros? ¿Por qué lo hacía? ¿Qué habían logrado? Decidí darme a la tarea de investigar. ¡Dios mío! Descubrí que había, al respecto, un vasto mundo insospechado por mí. La búsqueda de tesoros en México es una profesión, con metodologías de trabajo bien fundamentadas, que cuidan hasta los últimos detalles desde la ubicación de los lugares potenciales hasta el reparto de lo hallado y hay una amplia gama de productos para cualquiera de las fases, desde la exploración hasta la extracción. Gracias a estas estrategias ha habido logros importantes, pero no todo es tirar campanas al vuelo; hay también muchas batallas perdidas. Quizá por ello, algunos han optado por echar mano de la de la magia. Este mundo no lo exploré.

Con esta información mi cerebro empezó, como máquina de moler café, a arrojar historias. Salieron finalmente 12. De esas fui puliendo las que me parecieron más solidas hasta quedarme el domingo trabajando solo en 8 de ellas con todo rigor y minuciosidad, consultando en todo momento mi manual de redacción. Esta fue otra de las valiosas lecciones: no dar por sentado nada, hacía mucho tiempo que no estudiaba a fondo la gramática y las técnicas de redacción. En pocos días aprendí mucho. A la par, leía a varios cuentistas para recibir de ellos inspiración. La lectura de los cuentos de Chejov me regalaron un idea para un cuento que transcribo al final. Chejov, en sus cuentos, hace una exposición de las ridiculeces sociales y lo expone de una forma magistral. Eso traté de hacer yo con El marido de Susana.

Igual que la vez anterior, no me precipité y dejé que las historias reposaran la noche del domingo. El lunes me levanté temprano para hacer la revisión exhaustiva final. 20 minutos antes del cierre del plazo, las subí.

Este es uno de los ocho cuentos de este cuarto round:

EL MARIDO DE SUSANA

Mario se quedó observando el anuncio: Voy a llamar. Quién quita y… Qué haría con tanta lana… Primero, remodelaría la casa; o mejor, compraría una con alberca y cochera. Ah, y un buen carro de lujo para ir a la chamba. Puta, ya veo la cara de mis cuates y del jefe. Pero por qué trabajar si ya soy rico. Nada de eso. A pasarse unas buenas temporadas en Acapulco, Cancún, Las Vegas. Puta, qué chingón; con unas buenas viejas, no como Susana que ya se puso gorda y gritona. O me caso con Matilde. Ahorita voy a la delegación a preguntar los trámites de divorcio. Ah, pero antes me compró un buen traje, y tan pronto llegue a la casa le pongo unas buenas cachetadas a Susana si me grita. Pendeja, a un cabrón de lana como yo, se le respeta. Ahorita que llegue me va a oír la cabrona.


Como el perro apaleado, me fui a trabajar con el temor de que al abrir el blog en mi oficina me encontrara con algunas cuantas dentelladas de los lobos que merodeaban la Caza. Sorpresa: ninguno de los críticos escribió, sólo mis lectores que expresaban su beneplácito con la nueva entrega, albergando la esperanza de seguirme e leyendo, pues ellos también intuían mi próxima salida.

Mientras tanto, en los votos otorgados por el público se desató una lucha encarnizada por lograr la mayor cantidad de votos. Era notorio que la mayoría de los participantes, temerosos de ser expulsados, estaban haciendo una red de conocidos para que votara por ellos. Los más avezados eran como esos expertos en subirse a los camiones o al metro: sabían cómo colarse. La tentación de hacer lo mismo era grande. Pensé alguna estrategia para ganar votos, y tímidamente empecé a azuzar a mis amigos y conocidos: “No se te olvide votar por mí, eh” Cuando vi la rebatinga de los votos decidí claudicar; allí sí, en ese terreno me pareció inmoral luchar. Como me había acusado una de mis detractoras, que ante la falta de talento estaba usando armas extra literarias, concluí que eso estaba pasando y decidí dedicarme solo a escribir. Si me iba a quedar, me dije, que fuese solo por mis méritos literarios. Cabe decir que quedé en antepenúltimo lugar en la votación del público, es decir, ocupé el lugar número 6.

La fatídica hora de mi ejecución se fue alargando cuando llegó el martes. No quise abrir el blog antes de ir al trabajo. Llegué, prendí mi máquina, fui al baño, por agua, por un café y luego revisé. Ya eran las once de la mañana: no había aún resultados. Yo estaba tranquilo sabiendo que ya estaba fuera. Me sentía liberado. Decidí no consultar más y dedicarme a trabajar: tenía mucho trabajo rezagado. Antes de salir de trabajar consulté la página y confirmé mis sospechas: mi exlibris estaba tachado por una espantosa X, junto a Perengano, otro de los competidores.

Me sorprendió que empezaran a llegar más comentarios. Algunos de mis lectores me escribían para alentarme a seguir escribiendo. Y algunos de mis críticos, que también escribieron, casi me pedían disculpas, alaban mis virtudes (que nunca antes reconocieron) y me desearon éxito en mi carrera literaria, por lo pronto, bastante abollada. Me avisaron que mi blog se iba a cerrar el miércoles 20 de octubre a las 12 del día. Antes de que eso sucediera, decidí escribir una nota final a manera de despedida. Si ellos me pidieron una nota de bienvenida, justo era cerrar el círculo. Y la hice agradeciendo a todos, absolutamente a todos. Esto fue lo que escribí:

DESPEDIDA

Cómo ya de todos es bien sabido, este escribidor (sin tía Julia en el horizonte) ha sido eliminado de la contienda en Caza de Letras. A manera de despedida, quiero agradecer a la Dirección de Literatura de la UNAM la oportunidad que me dio de participar en este certamen, al jurado: gracias Mónica, Alberto y Álvaro, por sus análisis. Me hubieran gustado continuar para seguir recibiendo lecciones de ustedes, pero lo que me llevo es bueno, aunque en momentos me hubiera gustado que los análisis hubiesen sido más puntuales y profundos, como por ejemplo en el análisis que Álvaro hizo de mi libro: me deja muy poca luz para seguirlo trabajando.

Agradezco los comentarios de los lectores lectores, es decir, aquellos que no llevaban la lupa bajo el brazo, a la caza del gazapo, de error, de la pifia de mi trabajo, sino que armados solo con su interés emocional de encontrar una historia que les conmoviera o les hiciera reír entraron a mi blog. Gracias, particularmente a los que me hicieron saber su opinión.

Agradezco a los críticos que si entraron con una lupa bajo el brazo pero no con una guadaña. A ellos les estoy sumamente agradecido porque su minucioso análisis, casi entomológico, me ayudará a concentrarme no sólo en el bosque sino también en los árboles. Gracias, su ayuda es invaluable aunque los hayan tachado de buscadores de definición de su imagen.

Agradezco a los críticos que si entraron con guadaña. El arte es como la salud, no le hacemos caso hasta que no nos duele. Sus críticas despiadadas dolieron y por ello son de agradecer, pues hicieron que le prestara atención a detalles de mi trabajo que se estaban pudriendo por mi indolencia. Gracias por su valiosa labor profiláctica.

Agradezco a los críticos por ardor y envidia. Me permitieron ver que dentro de todos nosotros vive un torvo jorobado que se rasca sus propias llagas y proyecta sus males en aquellos que sienten les has usurpado su lugar. Hay que matar ese monstruo que vive dentro de nosotros para dedicarnos a lo que Ezra Pound decía en unos de sus poemas era lo propio del artista: el trabajo. Y remataba, el éxito no depende de nosotros. Nadie está exento del monstruo amargado de la envidia, yo menos. Gracias compañeros.

Ahora lo que me queda es trabajar y desearle a mis compañeros de combate que han quedado en Caza a que sigan luchando, particularmente en el terreno que nos hizo inscribirnos en este certamen: el literario. El voto del público es lo más endeble del concurso, ustedes lo saben. Pártanse el alma en las palabras.

Gracias, nos seguimos leyendo en alguna parte, de eso deben de estar seguros todos.


CONCLUSIÓN: LECCION APRENDIDA

Han pasado dos semanas ya. He seguido con atención el desarrollo del concurso. Otros dos de mis compañeros han salido. De los ocho quedan cuatro. Dos de ellos, creo, van a dar la batalla final (bien por ellos). A estas alturas, siento que el concurso ha perdido cierto brillo, pues los ejercicios ya no están orientados a la creación. Ahora mis compañeros han tenido que hacer un decálogo del minificcionista y están trabajando en la autocrítica y en la crítica de un trabajo de un compañero. Hay cosas interesantes, pero la emoción del concurso ya se ha ido. Ojalá al final haya drama.

Ya más sereno he tratado de digerir con detalle la experiencia y absorber lo más que puedo de esta lección. Recordé los juegos que me permití en esos dias de presión. Por ejemplo, enojado ante los juicios más severos de mis críticos que me tachaban de mal escritor, en uno de los cuentos del tercer ejercicio (sobre el Horla), jugué a darles con qué entretenerse haciendo una declaración de inicio de que yo era un mal escritor y me jactaba de ello. Nadie lo advirtió. Este es el cuento:

EL ESCRITOR

Yo, confieso, soy un mal escritor. Mi éxito no radica en mi capacidad literaria sino en mi capacidad de gestión. Cada triunfador tiene su secreto. Algunos escritores tenían “negros”; el mío se llama Horla. Como su ancestro, viene de Brasil, pero a diferencia de Maupassant, yo me hice su amigo. Él escribe y yo recojo las ganancias y los premios. Me gusta más esta parte del trabajo que la talacha de teclear y teclear, y consultar libros para sacar un dato y volver a teclear. Me gusta ver como las teclas solas se hunden sin parar: me salió muy productivo. He tenido que pagar mucho en traductores: nunca aprendió a escribir en español. Pero todo tiene un fin. Hoy voy a presentar mi última obra y anunciaré mi retiro. Y cuando regrese, decidiré dónde enterrar mi secreto.


Uno de mis críticos le sacó provecho y en su blog (donde ataca fieramente al concurso) ha tomado la idea para ironizar a quien considera mal escritor y apela a que invoquen al invisible para que les ayude a escribir.

En el cuarto ejercicio incluí otro cuento con este mismo sesgo irónico al comparar la experiencia de Caza de Letras con un concurso de televisión donde los participantes tienen que meterse a una cloaca para ganar el premio mayor. La cloaca, el lodazal, era el que habían construido los críticos que solamente se dedicaban a embarrar de estiércol a los participantes. Y no escondía quién era el protagonista: yo, pues le puse mi pseudónimo: Pepe. Este es el cuento:

PREMIO MAYOR

Las cámaras dan cuenta de su cara, del agua turbia y del fondo de la piscina de cristal donde apenas se distinguen los cofres de madera. Y ahora por un millón de pesos… Madrecita mía, de Guadalupe, ayúdame. Nuestro amigo Pepe deberá bajar y elegir uno de los cofres. ¿Y si me quedo con lo que llevo ganado? Pepe, por un millón de pesos, ¿estás dispuesto a bajar? Pepe mueve afirmativamente la cabeza y tiembla. Un aplauso a nuestro valiente competidor. Esto es Buscadores de Tesoros. La orquesta empieza a tocar y el público corea: Pepe, Pepe. Pepe se ajusta el cierre del traje de buzo, se cala el visor, aprieta con los dientes la boquilla del oxígeno y brinca. Mientras se sumerge siente los trozos de excremento que se le pegan al traje, al pelo, a las mejillas.


Este cuento pasó inadvertido: había llegado justo cuando la atención se centraba en conocer quiénes éramos los primeros expulsados.

Me hubiera gustado permanecer y continuar en la batalla pues ya le empezaba a tomar el gusto y veía como mi trabajo mejoraba. Eso fue lo que más me dolió. Desafortunadamente no reaccioné a tiempo. Me queda de ganancia que en ese tiempo pensé y reflexioné como nunca lo había hecho y aprendí, a su vez, tantas cosas en ese breve tiempo, al grado de que veo lo que escribo y lo que leo ya con otros ojos, más profundos. Por ello le di las gracias a todos los que contribuyeron a tal cambio.

Una de las cosas que reflexioné cuando empecé a ver los beneficios en mi trabajo fue sobre el beneficio de un rigor extremo. Me dije: si los escritores que vivimos en Guanajuato tuviésemos la oportunidad de tener un taller con este rigor durante un año, estoy plenamente seguro que nos convertiríamos en escritores de primera línea. No descalifico los talleres que hemos tenido ni la calidad de nuestros maestros. Sin ellos, no hubiera aprendido lo que sé. Pero sí creo que en la manera en que están diseñados no es posible entrar en un proceso de trabajo intenso, de muchísimo rigor, que nos permitiera desarrollar a fondo el músculo. Bajo las condiciones actuales aprendemos pero no nos fortalecemos ni logramos un buen nivel competitivo. Ya sea por iniciativa del estado o por iniciativa nuestra, debemos crear ese espacio de trabajo rigorista para el bien de nuestras letras y del arte en Guanajuato.

Ojalá algún día lo podamos hacer. Por lo pronto, los dejo descansar de mi lloriqueo y le agradezco a quienes se hayan detenido a leer estas cuitas. Gracias, en verdad. Saludos a todos. Y sigamos en la batalla.

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...