domingo, 26 de diciembre de 2010

EL ESCRITOR DE ÉXITO


Hace unos días, en el último concierto del 2010 de la Orquesta Sinfónica Juvenil Silvestre Revueltas de Celaya “, platicaba con Sergio Luna, amigo entrañable y buen poeta, sobre qué tipo de literatura ganaba los certámenes literarios, y hablamos particularmente de algunas novelas que yo había leído y que habían ganado premios como el Alfaguara. Yo le decía que no me parecían grandes novelas y algunas de dudosa calidad. Él me decía que las obras ganadoras actualmente en los muchos de los certámenes literarios y apoyadas por los fondos estatales no eran las de mayor altura literaria sino las que buscaban provocar emociones en los lectores, las novelas efectistas, las novelas que hurgaban en el morbo como Diablo Guardián. En suma, novelas que respondían a una sola variable, curiosamente, no literario: el impacto emocional a fin de lograr la aceptación del mercado mayoritario del mercado lector, ese que busca a la literatura como una diversión, más que un goce profundamente estético. Para ejemplo basta revisar someramente el fenómeno Pérez Reverte.
Me fui a mi casa pensando en que quizá el mercado había corrompido en muchos sentidos el arte literario al haberlo convertido en una mercancía, como había sucedido con el cine y otras artes, como la música. Y pensaba que este tipo de literatura había tomado carta de ciudadanía a finales del siglo XIX en la literatura por entregas que explotaban los diarios de tirajes masivos. Este fenómeno marcó el rumbo de la literatura comercial actual.
Y en esas estaba cuando, al buscar información en el internet sobre Phillip Roth, un escritor norteamericano de quien recién había comprado el libro: Zuckerman encadenado, di con un artículo titulado Sale el espectro, de Philip Roth, escrito por Juan Gabriel Vásquez y publicado por Letras Libres (http://www.letraslibres.com/index.php?art=12791) donde el articulista reflexionaba en el mismo sentido de mis preocupaciones y reproducía una cita del New York Times muy esclarecedora: “Hubo un tiempo en que las personas inteligentes usaban la literatura para pensar. En cuanto se entra en las simplificaciones ideológicas y el reduccionismo biográfico del periodismo cultural, se pierde la esencia del artefacto. Su periodismo cultural es chismorreo de publicación sensacionalista disfrazado de interés por ‘las artes’ y todo cuanto toca se contrae y reduce a aquello que no es. ¿Quién es la celebridad, cuál es el precio, cuál es el escándalo? ¿Qué transgresión ha cometido el escritor, y no contra las exigencias de la estética literaria, sino contra su hija, hijo, madre, padre, cónyuge, amante, amigo, editor o mascota?”
Vaya, vaya, qué les parece. El periodismo, disfrazado de crítico literario, también había contribuido a engordar al monstruo.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

LUZ, MÁS LUZ


Escribiste en la tabla de mi corazón: desea.
Y yo anduve días y días loco y aromado y triste.Del poema "De la ilusión",
Jaime Sabines

Los amorosos andan como locos...
Jaime Sabines.


El amor es la droga más poderosa, un motor de incalculable potencia, porque tan pronto nos inocula su virus, el mundo que nos rodea se transforma de inmediato: la rutina diría se convierte en una aventura memorable y cualquier jardín o árbol se troca en un universo. La corteza de un árbol se convierte en la piel de un lagarto, una escritura, un código secreto. Y si revisamos una hoja descubrimos una serie de vías que se entrecruza, se bifurcan, entrechocan, creando en su verde piel una geografía interesante. Y las personas, que hasta unos instantes previos eran alguien más, se convierten en singularísimos personajes al que gracias a los nuevos lentes podemos detectar virtudes que nos eran desconocidas y todo lo que hace llama nuestra atención. Aunque se corre el riesgo de otorgarle atributos que sólo existen en nuestra imaginación.

La pasión amorosa nos empuja encontrar la esencia de la vida. Y es que el ser humano no sólo es movido por sus necesidades, sino por un mecanismo latente en nuestro interior que sólo se activa cuando la droga del amor lo toca con su mágico dedo.

Y cuando hablo del amor, no sólo es aquella pasión que poderosamente nos mueve hacia una persona, sino la fuerza que nos mueve a apasionarnos por actividades y cosas diversas y descubrir más allá de su superficie el universo que nunca se abriría si no es con esta llave. El amor, entonces, es la fuerza que nos impulsa a crear las obras de arte. El artista es un amoroso que ama lo que hace. Y la intensidad de ese amor se transforma en objetos hermosos y que nos conmueven. Y lo mismo pasa con cualquier actividad que realizamos. Amar lo que hacemos le da significado a nuestras actividades y estas obras resultantes son ventanas que muestran la vida y el universo a esos otros amorosos beneficiarios de estas obras de la pasión.

Todas aquellas actividades realizadas sin esta pasión, sólo son repeticiones mecánicas, frías y muertas, cuya mejor expresión se encuentra en la burocracia. Cadáveres haciendo obras muertas, carentes de alma y sentido, que sólo mantienen el movimiento gracias a su inercia, pero cuya labor no transforma, cambia, sublima.

Cuando a los seres humanos se les muere el alma no sólo quedan lisiados para el amor, sino lisiados para la vida. Son cadáveres que pululan las calles, los antros, las oficinas, cumpliendo un ritual vacío, y sus rostros muestran tan sólo un rictus no una sonrisa. Pueden ser estudiantes o oficinistas, deportistas, policías, obreros, ejecutivos que cumplen sus tareas de la misma forma que van a evacuar o comen sin saborear, sólo porque su estómago les pide alimento. Son máquinas vacías. Tan vacías que buscan en sus diversiones un poco de calor que les recuerde que son seres vivos aunque sus actos nieguen la vida a cada paso. Nada les emociona y sólo algunas cosas los excitan. Y su vacuidad los hace adictos de la excitación Tan pronto su un apetito es saciado vuelven nuevamente al frío sarcófago de sus actividades rutinarias. Son los que tan pronto entran al trabajo ya buscan la hora de salida o tan pronto inicia una clase ya buscan el recreo.

Es cierto que la cultura consumista y hedonista de nuestro tiempo es responsable en gran medida de este desastre espiritual, pues a veces nos somete a realizar tareas que no nos transforman. La necesidad del salario que devengaremos por esta obra fría, nos empuja a soportar la rutina. En estas circunstancias, el corazón va agonizando de miedo, miedo de cambiar, de salir, de buscar aire fresco, de buscar y encontrar aquello que nuestro ser pide realizar, aquello que anhelamos en secreto o que ni siquiera hemos intuido, que quizá ni sospechamos, que sabemos que esto, lo que hacemos, no es la vida. Entonces vendemos el alma al diablo y nos convertimos en esclavos de la necesidad, de la pensión, del salario, de la seguridad de las 30 piezas de plata con la vendemos y traicionamos nuestra libertad. Porque amor y libertad siempre van de la mano aunque el amor nos encadene a lo que amamos. Es en este encadenamiento donde —paradójicamente— encontramos la libertad. El pianista sin la esclavitud de las horas y horas insoportables de ensayo, luchando contra sí mismo, contra sus ganas de salir, contra sus dedos que se niegan, contra el sueño que lo acecha, nunca alcanzará la libertad de sus dedos que algún día volarán sobre el teclado, como aves sobre las ramas de los árboles, arrancando al piano hermosas melodías. En suma: el amor es una esclavitud libertaria.

Pero como en la naturaleza hay aves de carroña, en el amor son aquellos que a pesar de estar secos, lisiados e imposibilitados del amor ven los resultados mágicos del amor en otros. Es decir, son capaces de ver las hermosas obras de arte que surgen del artista, la intensidad vívida de los amantes, la elaboración de un magnífico edificio, de un platillo extraordinariamente delicioso y ponen su mirada de halcón en el posible beneficio que obtendrán de estas obras. Entonces, estos lisiados del amor, de la pasión creadora, se lanzan a elaborar obras, obras de oropel que logran engañar a los cautos, y son estos cautos quienes los elevan a la fama. Pero estos impostores tienen el corazón frío. No aman lo que hacen sino que se aman a sí mismo, los maestros del egoísmo. La obra de arte les importa un bledo, su verdadero salario es la fama y el elogio. Son los menesterosos del elogio, de la reputación social, del aplauso fácil. Y como no aman, todo lo que tocan solo lo utilizan y luego lo desechan. El ser amado, en ellos, no es más que un cuerpo para lucir o para gozar, nunca una persona. El amor penetra a la esencia de las cosas o de las personas. El amor hace de que un Stradivarius pase de ser un simple carpintero, en un creador de maravillosos violines, en un extraordinario ser perceptivo que le bastaba tocar un trozo de madera para intuir el potencial sonoro que vive bajo sus vetas.

Y si revisamos la historia de la humanidad encontraremos muchos de estos amorosos que dieron materialmente su vida por lo que amaba. Cristo, un gran amoroso, dijo que no había amor más grande que dar la vida por sus amigos. Dar la vida. Dar la vida. Eso es lo que hace el que ama. Goethe, uno de los grandes amorosos de la literatura, entregado a su arte, pedía luz, más luz, cuando la muerte lo estaba alcanzado justo en su mesa de trabajo, pluma en mano, entregado a su trabajo escritural. Más luz, denme más luz, pedía Goethe, mientras moría trabajando.

Si bien un gran amor también es un gran sufrimiento, el saldo de vida que arroja en el balance final, es el indicador de no sólo vale la pena dar la vida por lo que se ama, sino que es la actividad más importante de la vida. Y por ello, pese al sufrimiento, podríamos decir como Violeta Parra: "Gracias a la vida".

Cuando el amor entra por alguna de las grietas. Ya sea amor al trabajo, a los amigos, a la familia, a una persona, a las naturales, a los animales, a la ciencia, tiene un efecto expansivo: contagia las demás áreas de la vida dándoles color y calor.

Y si bien nos deja conocer también el horror de la muerte y de la pérdida, sigue siendo con todo la mejor opción para vivir.

sábado, 18 de diciembre de 2010

ARPA ABANDONADA

A veces sueño que tus dedos
rozan delicadamente
las cuerdas de un arpa abandonada
y de su corazón enmohecido
fluye un caudal inmensurable
de sonidos mariposa
que cantan
una canción de amor
para tus ojos.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

DIBUJO

Dibujo tus labios
en la humedad de cristal
de la ventana,
beso la mancha
que dejó mi dedo
en el agua.

Dibujo un beso
en el espeso
grosor
de una dona;
la muerdo con furia
como si fuera tu
boca.

Dibujo un cero tras otro
en el cheque ficticio de tus labios
para incrementar
al infinito
la cifra de tu aroma.

Dibujo la tristeza
en el mecanismo
turbio
de la vena.

Dibujo
una sombra
con sombrero de
paja y espuma.

Dibujo
una pena.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

COMO UNA DAGA

Como una daga
el tiempo se introduce por las grietas de la carne
inoculando el gusano de la muerte

Animal extraño y voraz
que va carcomiendo huesos venas sangre
sueños apenas vislumbrados

Exhala de su aliento un aroma amargo mientras come.

Desesperado,
derramo lágrimas, palabras huecas y besos cancelados
que se desprenden de mi boca como escarcha

Maldigo mi deambular en juegos solitarios en los que busqué afanoso
como matar el tiempo que me mata

sin lograrlo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

FIN DE CAZA DE LETRAS: Crónica de la clasura



Caza de letras culminó sus actividades en El hijo del Cuervo (bar que fundó el poeta Alejandro Aura) este miércoles 17 de noviembre por la noche. De esta forma llegó a su fin otro Reality Literario más. Este certamen lo instauró la Dirección de Literatura de la UNAM en el 2007, bajo la idea y diseño del escritor Saltiel Alatriste (actual Coordinador de Difusión Cultural de la UNAM), cuya singularidad consiste en someter a un grupo de escritores, bajo la conducción de tres jueces, a desarrollar en un breve tiempo (seis semanas), una obra literaria de alta calidad. Este grupo es seleccionado de una convocatoria abierta, a la cual los aspirantes deberán entregar la obra que servirá de base para el concurso, esperando que al término de éste la obra ganadora esté en condiciones de ser publicable.
Los tres primeros Realities versaron sobre Novela corta, novela y cuento, respectivamente. Este año estuvo dedicado a la minificción, y se inscribieron 128 aspirantes de los cuales fueron seleccionados 8 finalistas, entre los que se encontraba quien esto escribe.
Este concurso empezó el 5 de octubre, justo a las 12 del día. A esa hora dio comienzo una enloquecida carrera de imaginación ¡Qué locura, verdad de Dios! En las primeras dos semanas se les pidieron que escribieran 33 minificciones, en cuatro jornadas de trabajo: dos por semana. Al final de las cuales fueron eliminados dos (entre ellos a quien esto escribe). A la siguiente semana eliminaron a otros dos (habían dicho que iban a ser tres pero les tembló la mano y sólo eliminaron a dos). Y faltando dos semanas se eliminaron otros dos quedando en competencia hacia la recta final, quien se hacía llamar Androidruida (Pavel Ubaldo Pérez Brito) e Infinitas Cosas (Hugo López Araiza Bravo).
La recta final fue literalmente una carrera esquizofrénica sólo apta para cardiacos, principalmente para los últimos dos contendientes que no sólo tuvieron que trabajar bajo condiciones cada vez más difíciles y cumpliendo con tareas más arduas, sino además, cuando hubieron cumplido con su última entrega, como bono adicional adrenalítico, tuvieron que soportar la larga espera para saber el fallo definitivo. En las etapas anteriores se publicaban los resultados (tabla de posiciones) los martes. Pero para la final el último martes del concurso (16 de noviembre), no salían y no salían los resultados (no sé si por ponerle más emoción al concurso o simplemente porque no se ponían de acuerdo) y los organizadores del certamen tuvieron que publicar esta nota: “Debido a un problema técnico, la votación estuvo suspendida. Pedimos disculpas a concursantes y lectores”. Y anunciaron que hasta el miércoles a las once de la mañana iban a dar la noticia. A las once publicaron la tabla de posiciones y resultó que ambos contendientes estaban empatados (Ora sí me la hicieron buena). Los organizadores volvieron a publicar una nota para amainar la posible tormenta: “Androidruida tuvo el voto del público y un voto del jurado. Infinitas Cosas dos votos del jurado. Mónica Lavín, Alberto Chimal y Álvaro Enrigue están deliberando para elegir un ganador, tal como señalan las reglas de Caza de Letras. El dictamen con el seudónimo del vencedor definitivo será publicado a la una de la tarde”.
Y a la una de la tarde, finalmente, declararon al ganador: “Haciendo consideraciones más cuidadosas y delicadas hemos decidido votar unánimemente por Infinitas Cosas y su libro Laterna mágica…” De inmediato el otro contendiente, Androidruida, publicó su despedida donde se dejaba ver su tristeza, su desencanto (quién no, yo hubiera hecho un dramón de aquellos). Evidente estado de ánimo para alguien que estaba prácticamente rebasando a su contrincante, por lo menos esa era la opinión del público que votó más por Androidruida que por Infinitas Cosas, e iba tomando vuelo en el score de la tabla de posiciones.
Y aunque ese escalofriante martes y la mañana de ese terrible miércoles no había resultados, la pachanga ya se había definido desde la semana anterior (¡Qué tal!). Otra vez los adelantados organizadores: “La ceremonia de premiación de este Cuarto Virtuality Literario ya tiene fecha, hora y lugar: Miércoles 17 de noviembre / El Hijo del Cuervo / Jardín Centenario núm. 17, Coyoacán / 19:00 a 21:00 horas.
Picado por la curiosidad —ya que había estado en las entrañas del monstruo, y había sentido sus hirientes dentelladas yo quería ver qué era lo que arrojaba al final de su bocota de fuego— y allá voy, corriendo al DF, cancelando una clase en laUniversidad en la que trabajo y sudando la gota gorda para alcanzar un camión al DF a tiempo. El esfuerzo valió la pena: llegué justo antes de que comenzara la ceremonia. El bar El hijo del Cuervo, a las 7 de la noche, estaba ya abarrotado. Alcancé con trabajos la última mesa, simbólico lugar para quien había sido el último de los ocho. Ya estaba en allí Mónica Lavín y los organizadores, no así dos jueces. Uno definitivamente no llegó; el otro, ya cuando había comenzado la ceremonia y tuvieron que abrirle un huequito en la mesa que también ya estaba llena. A las 7:15 aproximadamente dieron inicio. Habló primero Rosa Beltrán, Directora de Literatura de la UNAM (cabeza organizadora) e hizo un breve recuento de este Cuarto certamen y presentando al ganador: Hugo López Araiza Bravo, alias Infinitas Cosas. Allí vimos por fin el rostro del ganador. Para sorpresa, incluso de los organizadores, se trataba de un joven de apenas 21 años (a esa edad yo aun no terminaba la prepa, tan lento que soy), estudiante de filosofía de la UNAM. Insultante edad, consideró la funcionaria de la UNAM, para ganar este premio. Tan pronto terminó, le dio el micrófono a Mónica Lavín quien narró brevemente lo que fue para ella el concurso. Alberto Chimal (ahora enfundado en una infaltable gorra que apareció en su cabeza después de que estuvo retirado un tiempo por una enfermedad, creo yo, causante de tal gorra, gorra que no traía cuando dio la tutoría de narrativa en el Centro Estatal de las Artes en Salamanca en el 2009) también hizo un recuento de este certamen aclarando que la minificción es un género tan difícil como sus hermanos mayores: el cuento y la novela. A falta del tercer juez, Alvaro Enrigue, tomó la palabra la editora de Alfaguara, quien anunció que la obra ganadora se publicará en junio del 2011, y finalmente le cedieron el micrófono al ganador. El chavo se veía muy nervioso pues desde el inicio no dejaba de lanzar sonrisitas nerviosas. Al tomar el micrófono balbuceó (literalmente) algunas palabras. La elocuencia le falló. Lo que demostró en el papel se negaba ahora a salir. Así que para librarse del apuro se dio a la tarea de complacer a sus fans leyendo algunos de sus cuentos que ya le pedían a coro. A la mitad de la lectura de pronto hizo un paréntesis para pedir la presencia de su más cercano contendiente: Androidruida (Pavel Ubaldo Pérez Brito). ¿Estaba allí? Yo estaba seguro que sí, pues ya lo había anunciado en su blog desde que supo que había sido derrotado. Él o ella, si está aquí —dijo Hugo—que suba, por favor. Detrás de mí (yo me había adelantado para tomar fotos y me había colocado junto a la cámara de televisión de TV UNAM) se levantó un joven (poco más de 30 años) chaparrito, moreno, pelo lacio, ojos pequeños y rasgados, quien subió al estrado sin hacerse del rogar y le dieron un lugar en la mesa. Se veía notablemente perturbado, con los ojos hinchados (tal pareciera que toda la tarde la había consumido en llorar; y quien no, hasta el más machito lo hubiera hecho. Yo, al menos, sí). Le dieron el micrófono y sólo balbuceó (menos palabras que el ganador) frases sueltas, se veía notablemente incómodo. Terminado al apuro de las cabezas concursantes, hicieron entrega del cheque al ganador (tanta lucha, tanto sufrimiento, tantas palabras hirientes, tanto pecho adolorido para este minúsculo y envidiable papelito) y vinieron los apapachos. ¡Viva el rey!
El acto ceremonial, hay que subrayarlo, estuvo enfocado al ganador. Y si no es porque él pidió la presencia de Androidruida, éste, como algunos de los otros participantes que habían acudido al Bar, hubiera pasado desapercibido. En suma, a los otros no los pelaron (déjenme tirar una lágrima).
Ese quizá fue el pelo en el arroz: ignorar a los otros participantes. A mí (como afectado directo) me hubiera gustado que nos hubieran presentado para que la gente y la prensa nos hubiera conocido, también fuimos expuestos al escarnio de un público rijoso e insultante y todos –unos más otros menos—recibimos una buena andanada de palos, particularmente Noema, con quien me sentí identificado en esa carnicería. Ella fue la más agredida y hasta en el blog alternativo (No oficial, decían los apedreadores) le daban palo después de que había sido eliminada. E incluso me hubiera gustado que nos hubieran pedido que también nosotros que contáramos nuestras impresiones, que también teníamos cosas importantes que compartir, principalmente con los aspirantes a ser escritores que quizá sueñan con participar en un certamen como éste. Pero nada, no nos dieron ni un papelito que certificara que habíamos sido participantes. Al final, fuimos nosotros, los pocos participantes que asistimos a la ceremonia, quienes nos dimos a la tarea de desenmascararnos unos con otros, aunque no todos lo hicieron. Para algunos, creo yo, más valió salirse temprano a buscar queso a otra ratonera. Hasta eso escaseó en la ceremonia.
Creo que el concurso fue bueno (es muy bueno, desarrolla un músculo bárbaro y eso necesitamos para elevar la calidad del arte en México y en Guanajuato), pero necesita pulir muchas cosas para que se convierta en una experiencia aun más gratificante, más fructífera, que el habernos empujado a producir historias en lapsos tan estrechos (tarea sumamente ingrata y difícil y que nadie se rajó, todos cumplimos) que hasta la misma Mónica Lavín expreso su incapacidad para hacer tal hazaña.
Por eso pensaba yo en aquel momento: si esto es una hazaña por qué no presentar a los 8 “héroes” (vean como me levanto el ego) que también estuvimos dispuestos a rajarnos la cara durante esas seis semanas, sólo que las eliminatorias no nos dejaron mostrar todo lo que éramos y somos: también estábamos dispuestos a partirnos la cara. Al final de la segunda —en mi caso—me dejaron con un ímpetu escritural que ya no se satisface ahora ni con entradas al blog personal o los comentarios de libros o películas que escribo. Mi gula creativa ya probó carne y quiere carne. Así que a la fecha me ando inventando retos para dejar en paz a la bendita bestia que han despertado.
A pesar de todo, yo sí puedo decir que estuve en las entrañas de ese monstruo, donde me trituraron, hicieron polvo mi ego, redujeron a nada mis textos, pero al final encuentro que todo ese atropellamiento me gustó y que fue altamente fructífero: escribo más.
Compañeros de letras, esto fue Caza de letras y este el testimonio de un toro (Pepe el Toro fue mis seudónimo) que hoy más que nunca se resiste a declinar. Seguiré luchando, ya no tengo otra, ya no hay marcha atrás.

Saludos.

domingo, 14 de noviembre de 2010

SOBRE LA FELICIDAD



Desde que se desató el boom harto indigesto de la superación personal, al grado de instalarse en las currícula universitarias como “Desarrollo Humano”, he andado con la tripa volteada cada que alguien (siempre alguien de buena voluntad que cree hacernos un bien soltándonos una andanada de frases trilladas salidas de sus insignes profetas) me llega con ese cuento. Y lo más sufrible es que muchas veces llega en la boca de alguien cercano y apreciado. Dan ganas, como dice la Biblia, de esconderse debajo de las piedras.

Hace poco sostuve una charla con una amiga sobre la tristeza y salió a relucir el tema. De pronto, en esos vericuetos de la vida, llegan al canasto del pensamiento hallazgos afortunados. Uno de ellos ha sido un libro que recién me encontré en un centro comercial de Celaya (Oh benditos centros, alimentados por empleados ignorantes que tanto bien nos hacen a los lectores poniendo de pronto libros magníficos y a precios irrisorios) un libro del filósofo inglés Bertrand Russell: La conquista de la felicidad. Me llamó la atención que un filósofo de esa talla se ocupara de un tema que se revuelca en las bocotas de los profetas de la superación personal. Intrigado, lo compré. De entrada tuve dos gratas sorpresas. La primera, en el prólogo escrito por Fernando Savater. Y la segunda, un poema que reproduce Russell del gran poeta norteamericano Walt Withman.

Reproduzco tres citas de Fernando Savater que vienen al caso: "Querer ser feliz es uno de los tantos espejismos propios de la sociedad de consumo, un tópico ingenuo de canción ligera, el rasgo complaciente que degrada el final de muchas películas americanas, en una palabra: una auténtica horterada. Y sólo hay algo más hortera o más vacuo que querer llegar a ser feliz: dar consejos sobre cómo conseguirlo".

La segunda cita altamente jocosa es esta: "Nunca ha estado del todo claro si el secreto de la felicidad consiste en no ser completamente imbécil o en serlo". Y finalmente remata su prólogo con esta otra: "En cuanto a conquistar la felicidad, la felicidad propiamente dicha... sobre eso yo no me haría demasiadas ilusiones".

Y complementa estupendamente la discusión de Savater el poema de Withman:

Creo que podría transformarme y vivir con los animales: ¡Son tan tranquilos y mesurados!
Me complace observarlos largamente.
No se afanan ni se quejan de su suerte.
No se despiertan en la noche con el remordimiento de sus culpas.
No me aburren discutiendo sus deberes para con Dios.
Ninguno está descontento, a ninguno le enloquece la manía de poseer cosas.
Ninguno venera a los otros, ni a su especie, que cuenta miles de años de existencia.
Ninguno es respetable ni desgraciado en toda la ancha Tierra.

Walt Whitmann
Ya empecé a leerlo. Me complace como empieza. Cuando lo termine comentaré aquí mis impresiones.


domingo, 7 de noviembre de 2010

THE ROAD


¿Qué sucedería si en un futuro cercano los terribles vaticinios apocalípticos se cumplieran? ¿Qué haríamos? ¿Seguiríamos siendo civilizados o nos convertiríamos en salvajes y no dudaríamos en matar a quien ponga en riesgo nuestra sobrevivencia?

En los setenta películas como Cuando el destino nos alcance me estremecía haciéndome pensar en el posible advenimiento de un apocalipsis en el cual la humanidad tendría que recurrir al canibalismo industrial para dotar de alimentos después de que la vegetación y los animales se hubieran acabado.

Yo, lector que me había iniciado con las novelas de ciencia ficción, me volví fan de estos relatos, particularmente de los catastrofistas. 2001 Odisea del Espacio me hizo aullar aunque no logré entenderla hasta que leí la versión novelada de su guionista Arthur C. Clark. Y devoré Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

La producción de la literatura apocalíptica cada día va más en aumento. Quizá porque percibimos ahora que no está lejos un mundo donde las guerras se den ya no por los veneros petroleros sino por los recursos acuíferos y alimenticios.

Recién acabo de descubrir una novelita en este tema. Se trata de la obra de uno de los escritores sobresalientes de la actual literatura norteamericana, quien se dio a la tarea de recrear un mundo post-apocalíptico bastante desesperanzador.

Se autor se llama Cormac McCarthy. Y la novela en cuestión es La carretera (The Road, 2006). En ella, en un futuro no determinado, un hombre y su hijo de 10 años emprenden una marcha hacia el sur de los Estados Unidos a través de una carretera. Es una travesía enloquecida y sin sentido ni esperanza pues el entorno ha sido devastado por algún cataclismo no mencionado. La vegetación ha sido carbonizada y los incendios consumen lo poco que queda. La mayoría de los seres humanos han muerto y los que quedan sobreviven de los alimentos que quedan en casas y comercios y cuando estos se acaban, se desata el canibalismo más feroz. Bandas de hombres armados y salvajes andan a la caza personas indefensas. El hombre y su hijo (un chico de 10 años) tienen que sortear estos peligros sin la posibilidad de confiar en alguien y enfrentando el fantasma terrorífico del hambre y del frío que los acosa. Buscan el sur para encontrar un clima más benigno y así encontrar mejores condiciones de sobrevivencia. La novela traza un arco dramático sutil pero efectivo en el que casi sin percibirlo los personajes van mermando sus posibilidades. El agua y el alimento cada vez es más difícil encontrarlo, y el abrigo ante el clima que se avecina tienen que enfrentarlo en la intemperie: las casas son más peligrosas que dormir oculto entre rocas, árboles, troncos, hierbas renegridas y secas, pues así pasan inadvertidos a los caníbales.

El día que compré esta última novela de Cormac descubrí que había una versión fílmica en cartelera en ese momento. Es la primera vez que me sucede. La novela empieza con un tono casi lineal y va aumentando poco a poco su dramatismo me azuzó la curiosidad para ver la versión fílmica (titulada El último camino), realizada por el director australiano John Hillcoat. La película logra recrear el ambiente sórdido y desesperado de la novela y no traiciona su espíritu. Ni la novela ni la película ofrecen un final feliz. Dice Carlos Bonfil: “El último camino es un relato sostenido por actuaciones de primer orden (Mortensen, con la solvencia acostumbrada; el niño Smit-Mc Phee, toda una revelación), muy eficaz en su manejo de emociones en ese largo ritual de duelo anticipado que ofician las dos últimas generaciones del planeta, y que ofrece más pasto a la reflexión que a los estímulos del entretenimiento masivo”.

En efecto, es una película que deja pensando en la posibilidad de que estemos ya viviendo el comienzo de un mundo devastado, violento, cruel y sin futuro. Los abusos al medio ambiente y el recrudecimiento de la violencia mandan avisos.

No es una película (y libro) esperanzador, sino desolador aunque muy en el fondo, al final, hay una sugerencia de esperanza, pero una esperanza que deberá ser alcanzada después de un largo periodo de agonía.

Ambas, la película y el libro, me dejaron satisfecho.

martes, 2 de noviembre de 2010

CRÓNICA DE LAS DESVENTURAS DEL PATITO FEO:

No es buen jinete
quien no se ha caído del caballo.
Dicho Popular


EL PATITO REFEO
El patito feo era tan feo, pero tan feo,
que todos los pollos querían tomarse una foto con él.


El Patito feo que está citado como epígrafe es uno de los cuentos breves —que escribí dentro del concurso Virtuality literario Caza de Letras 2010—, fue el causante, entre otros, que me llovieran críticas a granel. Un amigo me dijo: si tú fuiste el patito feo de este certamen, entonces se cumplió tu cuento. Todos querían retratarse contigo. Lo decía porque fue abundante la cantidad de comentarios que me enviaron: querían tomarse la foto conmigo criticándome.

En este momento el certamen continúa, yo ya estoy fuera. Pero creo que después de todo fue una experiencia interesante y me complace enormemente compartir con todos ustedes, que visitan este blog, mi recién caída del caballo, round por round, hasta el nocaut. Va pues la crónica de este pato.

ANTECEDENTES

El 5 de octubre se abrió por cuarta ocasión este peculiar certamen literario convocado por la Dirección de Literatura de la UNAM. La primera vez que oí algo sobre este concurso fue a través del noticiero de Televisa (cosa rara). Fue cuando se abrió el primer certamen. Decían en ese entonces que era como un reality show pero literario el cual consistía, como los de la televisión, ver como 12 escritores daban cuerpo en vivo a una obra literaria. Los lectores tenían la oportunidad de participar con sus opiniones criticando o animando a alguno de los competidores. Me pareció interesante, pero nunca entré a husmear la contienda. Y pasó el segundo y el tercero sin que me enterara. No así la cuarta ocasión, que recibí la información de las inscripciones por correo electrónico a través de un boletín que se llama: “Cómo leer en bicicleta”.

En esta cuarta ocasión el certamen versaba sobre la minificción. Esta noticia me venía al dedo porque me inicié en la literatura con este género cuando la revista El cuento, fundada por el maestro Edmundo Valadez, me publicó un cuentito que yo les había mandado con el objetivo de recibir un comentario analítico sobre mi trabajo, y con ello saber qué me hacía falta para seguir escribiendo. El objetivo se cumplió pero había algo más: en el número 134 sólo me informaban que “con breve poda que lo amaciza su Creyente entra a concurso”. La revista lanzaba cada número un concurso de cuento brevísimo y, con sorpresa, vi que mi cuento apareció publicado. Caray, esperaba mucho menos. Pero la sorpresa allí no terminó. Al siguiente número me informaban: “Jeremías Ramírez Vasillas se lleva el premio, a su disposición en nuestras oficinas, por su cuento breve El creyente”. Esto era algo inusitado: yo había ganado con un cuentito escrito de manera de tentativa. Animado por este temprano éxito, empecé mi peregrinar por los escasos talleres buenos que nos llegan a Guanajuato. Fui afortunado de entrara dos talleres importantes de narrativa: el Guillermo Samperio que por tres años impartió en Celaya y el de Alberto Chimal en el Centro de la Artes de Guanajuato. Tardaría algunos años para que yo ganara otro reconocimiento. El maestro Chimal, en su página de internet Las historias, convoca mensualmente a un concurso. Gané en el certamen de junio de 2010. Algunos quienes me conocen saben que el primer libro que publiqué (una plaqueta de apenas 30 hojas bastante informal) fue sobre cuento brevísimo. Y el segundo, bajo la sugerencia de Guillermo Samperio, fue una antología de cuento brevísimo que publicó en el 2002 la Casa del Diezmo de Celaya.

Inconforme con la calidad de la primera edición, estuve buscando un editor. Quería que el libro incluyera los cuentos breves ya publicados, con los que se habían ido agregando en el camino. Incluí en el libro una sección de aforismos que escribí tras la estimulante lectura de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna. En suma: era un libro de literatura breve que llevé a dos editoriales y en ambas no hubo respuesta. Y cuando estaba gestionando una cita con la Dirección de Editorial de la Universidad de Guanajuato leí sobre las inscripciones en Caza de Letras. Pedían para la inscripción un libro inédito con 50 minificciones. Como acotaban la extensión de los cuentos a 2500 caracteres con espacios, algunos de mis cuentos los tuve que sacar del libro y completar los faltantes con algunos aforismos. El resto de los aforismos los saqué también.

Para sorpresa mía me informaron que había sido seleccionado. La alegría se mezcló con el terror: “Dios mío, es internacional y voy a estar expuesto al escrutinio de público y de los jueces. Dentro de mí, el reyecillo de la autocomplacencia tembló. Había el riesgo de recibir unos buenos golpes.

Nos pidieron dos cartas compromiso en los que certificáramos que el libro no había sido publicado en su totalidad (los cuentos individualmente o en grupos sí podrían haber sido publicados), que no estaba en certamen alguno y que no estaba en proceso de edición, además de mandar los documentos que certificaran nuestra identidad y un breve currículo literario y referencias de textos publicados o premios. Adicionalmente nos pidieron hacer un exlibris, es decir, un emblema que nos identificara y nos convocaron a estar listos al arranque del certamen.

PRIMER ROUND

El certamen arrancó a las 12 del día martes 5 de octubre. En ese momento debíamos subir un pequeño texto de bienvenida y el público podía empezar a votar. Gracias a la solidaridad de mis amigos y compañeros de la universidad, antes de que publicara algún texto mío, me fui a la cabeza en los votos del público. Oh, espejismo.

La primer tarea fue escribir una serie de 10 minificciones independientes como variaciones sobre un cuento de hadas (Caperucita Roja, La cenicienta, etcétera). Cada minificción no debería exceder los 800 caracteres con espacios. La entrega era para el jueves 7 de octubre a las 10:00 horas. Teníamos escasos día y medio para escribirlas. Siguiendo mi método habitual, dejé que mi imaginación inventara libremente. Cómo ya había olvidado algunos cuentos infantiles clásicos y otros no los había leído (yo no fui un niño lector, ni me durmieron contándome un cuento) tuve que darme a la lectura de algunos de ellos. Me incliné, en esta ocasión, por cuentos muy breves con una salida humorística; el humor me había permitido cosechar buenos aplausos en encuentros literarios. Este es uno de los que escribí:

EL SOLDADITO DE PLOMO
No era lo frío ni lo cojo —dijo la bailarina de papel—. La verdad, te digo, lo abandoné porque era un pesado.


De inmediato me empezaron a llegar dos tipos de comentarios: los que celebraban mi humor y quienes me tachaban de ser el peor de todos, el error del certamen, y pedían a gritos que me expulsaran. Estos comentarios me cayeron como un balde de agua fría: nunca había recibido comentarios tan ácidos y ofensivos. Aguanté palo.

Uno de los compromisos del certamen era contestar TODOS los comentarios (con la excepción de los ofensivos, que incluso podíamos borrar). Con un nudo en el estómago fui dando respuesta a mis admiradores y a mis detractores, procurando guardar siempre la civilidad, como soldado del palacio de Buckingham. Esperé con ansias la valoración de los jueces con la ligera (muy ligera) esperanza de encontrar un análisis preciso pero hasta cierto punto laudatorio (cómo me acordé de mis alumnos, me parecía a uno de ellos). En esta ocasión le tocó examinarme a Alberto Chimal, conocido en Guanajuato, profesor de un taller de narrativa en el Centro de las Artes de Guanajuato, escritor de reputada trayectoria y promotor de la creación cuentística a través de su página lashistorias.com

De plano a Alberto no le gustaron la mitad de mis cuentos. Dijo que en el giro humorístico que adopte había un problema: “El problema con esta estrategia es el riesgo de que el texto deje de contar una historia o de que se limite a ser un chiste: una vuelta humorística que no implica nada más que la reversión de una idea esperada”. Para él, las propuestas no se desarrollaban plenamente como minificciones, salvo el titulado “Satisfacción Comercial”.

SATISFACCIÓN COMERCIAL
No era crueldad lo que impulsaba a Barba Azul a casarse con frecuencia y a matar a sus esposas; era la forma más barata de surtir los pedidos cada vez más exigentes de sus clientes ávidos de sangre que vivían en los Cárpatos.


De este dijo: “Satisfacción comercial”, en cambio, acierta totalmente porque su vuelta, además de ser realmente original, sí se desarrolla por entero.

Acababa de perder el primer round.

SEGUNDO ROUND

El siguiente ejercicio que nos dejaron fue el jueves 7 de octubre y consistía en hacer una serie de 10 minificciones independientes de tema libre pero de tono auténticamente triste. Nos indicaron que deberíamos “evitar los chistes a toda costa. Si alguna de estas minificciones puede integrarse a tu libro, será mucho mejor. Las minificciones no deben exceder los 800 caracteres con espacios”. Y nos marcaron como fecha de entrega el lunes 11 de octubre a las 10:00 horas.

El viernes 8 tenía un compromiso en el DF y tuve que ir y al día siguiente asistir al taller de Dramaturgia que estoy tomando con Ricardo Pérez Quit en el Centro de las Artes de Guanajuato. Cumplí ambos compromiso e inicié mi segunda tarea hasta el sábado en la tarde, en condiciones poco favorables. Esto no justifica el resultado del ejercicio pero si lo condiciona. Escribí mis diez minificciones y terminé el domingo 10 en la noche. Me había costado mucho imaginar diez historias. Hice muchos borradores y tomé prestado de los ejercicios de dramaturgia que había hecho con Pérez Quit algunas ideas y finalmente logré reunir mis diez minificciones, ni una más. Cuando escribí las variaciones de cuentos de hadas tenía unas 30 minificciones a elegir; ahora, apenas reunía el número solicitado. Cansado decidí, para dormir sin cargos de que algo me faltaba, subir esa misma noche mi trabajo. A la mañana siguiente abrí mi blog y ¡Dios mío! tenía una cadena de defenestraciones terribles. El tono de mis detractores había subido notablemente de tono. Unos me acusaban de descuidado; otros, de indolente, de no tomar en cuenta la estatura del certamen. Una muchacha que se nombraba simplemente como “Sofía” me decía que ella, que no había entrado, era más digna de ocupar mi lugar, y otro más pedía mi inmediata expulsión. El tono de las protestas se elevó pues, inhábil en materia de blogs, no activé el botón “aprobar”, de modo que mis respuestas no sólo no se veían, sino que los mensajes que me habían enviado no aparecían ante los ojos de los lectores. Ellos dieron por sentado que estaba eliminando los comentarios incómodos, y atacaron con mayor fiereza. Como la vez anterior, me seguían llegando mensajes de apoyo, pero no lograban balancear el resultado a pesar de ser más que los negativos. Finalmente, con la guía de los técnicos de Caza de Letras, el problema se solucionó saliendo a la luz y de golpe todos los comentarios que no habían aparecido. Y aquí encontraron mis acérrimos enemigos un motivo más para atacar. Aducían que estaba jugando chueco y que como no tenía estatura literaria estaba usando otras estratagemas para no ser eliminado. Vaya, por Dios, que imaginación de estos tipos. Uno más, un crítico mesurado, me daba ánimos, pero soltaba también una sospecha: “¿No serás tú quien está inventando a tus enemigos para causar polémica?”. Una de mis amigas me informó que era yo quien tenía una mayor cantidad de comentarios, no así mis compañeros de travesía. Entendí la sospecha de mi crítico.

Como la ocasión anterior, esperé los comentarios de los jueces. En esta ocasión le tocó a Mónica Lavín, escritora conocida en Guanajuato por su talleres, donde he estado en dos escasas sesiones y con quien platiqué unos minutos a la salida de la presentación de su libro Yo la peor de todas en el Centro de las Artes de Guanajuato el año pasado. También a Mónica no le gustó mi trabajo, me dijo que me había faltado la goma. Citó a un peso pesado de las letras: “Hemingway, maestro en la economía de las emociones y del lenguaje, subrayaba la importancia de usar las dos puntas del lápiz: el grafito y la goma. En la minificción esta exigencia es insoslayable”. Y agregó: “Tú (sic) mejor minificción en esta entrega es La ruta del sol”. Me dijo que habían sido fallidas mis minificiones porque “en todas, asociaste la tristeza a la muerte y ese es el recurso más obvio”. Y remató: “Cosecho dos de estas diez. Coloca la goma sobre esas y trabájalas como un relojero”.

Tuve que aceptar que uno de los errores graves había sido llegar a la meta sin hacer una revisión a fondo del trabajo terminado, es decir, me conformé con cumplir pero no en alcanzar una meta mejor. Es decir, salía a relucir una de mis deficiencias: el descuido; en pocas palabras, la falta de rigor. Caray, y yo me jactaba de lo contrario. Buen hallazgo.

Este es el comentario al cuento que a ella le pareció el mejor: “En La ruta del sol utilizando la goma para quitar ‘última posesión’ y al final ser más contundente eliminando ‘Ya no falta mucho para alcanza mi meta’ (meta es una palabra espantosa si no se trata de una contienda deportiva…), hay un buen cuento.” Este es el cuento tal y como fue publicado:

LA RUTA DEL SOL
Camino por la ruta del sol y mi sombra es mi única compañera. Al amanecer va detrás de mí. Al mediodía me alcanza y por la tarde corre presurosa hacia el descanso, y se alarga hasta que el sol se mete. En la noche se me esconde, pero al día siguiente aquí está, como un cachorro, acurrucada a mi lado. Cuando me levanto se queda estirada en suelo como si quisiera seguir dormida. Hay días, cuando el sol se queda entre las nubes, que pienso que quizá ya no va a regresar conmigo. Entonces detengo mi viaje hasta que aparece. Ella es la última posesión que me queda. Nada tengo, vivo de lo que recojo en el camino, necesito poco. Ya no falta mucho para alcanzar mi meta: pronto, ella y yo, seremos una sola sombra.


El remate para caer a la lona en este segundo round fue la publicación de la tabla de posiciones donde se podía ver los puntos otorgados por los jueces y por el público. El puntaje se otorgaba de la siguiente manera: un punto por jurado, más un punto del público a los tres que tuvieran mayor votación. En la tablita yo salía hasta el sótano sin ningún punto a mi favor, lo que decía que a los jueces (cada uno repartía tres puntos) no habían evaluado mi trabajo como merecedor de punto alguno. Esto me ponía en riesgo de que en la primera eliminatoria, que se iba a hacer el martes 19 de octubre, fuese yo uno de los candidatos favoritos a la expulsión.

TERCER ROUND

Para el tercer ejercicio se nos pedía leer El Horla de Guy de Maupassant, con la idea que los cuentos se pudieran integrar en el libro en proceso, e indicaban: “propón 5 minificciones que utilicen de algún modo a un personaje invisible. Éste no tiene que ser el Horla, pero si consigue parecerse a él en algo más que la invisibilidad o integrar cualquier elemento adicional del cuento de Maupassant, mejor. Las minificciones no deben pasar de 800 caracteres con espacios. La fecha límite de entrega: jueves 14 de octubre a las 10:00 horas”.

Tomando en consideración las críticas del público (que me acusaron de descuidado señalándome errores evidentes de redacción) y de Mónica sobre la falta de uso de la goma, me di a la tarea de escribir estas cinco historias con el propósito de ser más cuidadoso. De nuevo se presentó el fantasma de la aridez imaginativa que me había acosado en el ejercicio anterior y que sólo dio para diez historias. Para el martes en la noche mi imaginación apenas daba para cinco pero que en nada me satisfacían. Me fui el miércoles a mi trabajo con una espina clavada. Con esas cinco historias podía cumplir el compromiso, pero no se trataba de eso. Por la tarde de ese día, me llegaron súbitamente dos historias que a mi entender eran buenas: tenían gracia y cumplían bien con el cometido: “Este no tiene que ser el Horla, pero si consigue parecerse a él en algo más que la invisibilidad o integrar cualquier elemento adicional del cuento de Maupassant, mejor”. Me sentí bien. A las 8 de la noche ya estaban mis historias terminadas. Hasta las 12 de la noche las trabajé como relojero y decidí no cometer el mismo error del ejercicio anterior: el apresuramiento en la entrega. Las dejé reposar toda la noche y temprano, a las 7 de la mañana, con la mente fresca y descansada, me di a la tarea de revisar milimétricamente los cuentos. Sorpresa: había muchos errores. Carajo, por eso me crucificaron en el ejercicio anterior los críticos de guadaña. Después de más de una hora ya sentí que estaban listas las historias, y las subí. Al poco tiempo llegó la retroalimentación. Uno de mis más duros críticos me elogiaba. Oh, qué bien, ya la hice. Otro de ellos, replicó de inmediato al elogio del primero, y dijo categórico que estaba rotundamente equivocado, que todo el ejercicio era plenamente fallido. Coincidió con él una muchacha. Y como siempre, llegaron elogios cada vez más precisos: señalaban qué les gustaba y qué no. De nuevo me senté a esperar a mi juez en turno. Ahora le tocó examinarme a Álvaro Enrigues. A este escritor no tengo el gusto de conocerlo.

En el internet descubrí que Álvaro estudió Comunicación, como yo, pero a diferencia de mí tiene una maestría y un doctorado en letras y es profesor de letras y composición en universidades de Estados Unidos, además de haber sido galardonado por sus novelas.

A este juez, igual que Mónica y Alberto, no le gustó mi trabajo: “para decirlo rapidito: cuatro de tus cinco minificciones carecerían de sentido si el lector no se hubiera recetado de manera muy reciente ‘El Horla’. Casi me dan ganas de gritar, como esos niños intragables del patio de la escuela: ‘¡Trampa, trampa!’ No por nada más que por el hecho de que una serie de minificciones que deriva directamente de un relato y utiliza sus elementos sin transformarlos, no supuso un ejercicio de concentración. Más que relatos mínimos, tus cuentos de esta entrega son apostillas”. Sólo le pareció bien uno de mis cinco cuentos:

PREOCUPACIÓN

Soy feliz con él. Es tan gentil. Al principio solo venía cuando yo no estaba y me dejaba flores. Un día me espero. Me asustó no verlo. Es difícil vivir con alguien que sólo se sabe que está porque hace ruido, aunque debo decir que al final una se acostumbra a todo. A pesar de que es mudo me hizo aprender portugués para que hablara con él y leyera sus recados. Un día me pidió acostarse en mi cama. Accedí. No sabía si era hombre o no, no me atrevía a preguntarle. Durante más de una semana no pasó nada, pero una noche sentí su fuerte aliento a leche y en segundos me hizo arder como una flama. Han pasado nueve meses. Todos me dicen que quieren conocer al padre de mi hijo. No sé qué hacer, pero lo que más me preocupa es el niño. ¿Podré verlo cuando nazca?


“Preocupación” es la única minificción que es un relato en sí misma, sin depender del cuento original: tiene arranque, nudo, desenlace. Además el desenlace presenta un problema genuino y para colmo divertido: si el hijo se parece al padre, estamos en problemas. Más grave, eso sí, hubiera sido que del padre sacara sólo el color de piel”. Y remató categórico: “Hay que pensar más antes de sentarse a escribir. O mientras se escribe. O al corregir”.

¡Zaz!, estaba perdido. Era claro que mi expulsión era prácticamente un hecho.

Lección: Mi error en esta ocasión había sido cumplir a rajatabla, casi mecánicamente, con las acotaciones del ejercicio en vez de soltarme y jugar con la imaginación. El avance es que ya no me señalaban problemas con la goma, sino de mayor esfuerzo. Mi primer reacción ante la solicitud de “pensar más”, me hizo decir: “Carajo, me pasé estos días devanándome el seso, y ahora éste me sale con que no pensé las historias. Poco a poco fui cayendo en cuenta que a lo que se refería era a no quedarme en el mero cumplimiento de la tarea, por esmerada que ésta hubiese sido. Ya iba 4 a cero.

CUARTO ROUND Y ULTIMO

El cuarto ejercicio fue: “Atendiendo a una sola de las siguientes tres imágenes (una fotografía era de un anuncio de buscadores de tesoros; la otra, una mujer sentada en la caja de una camioneta pick up en circulación y la última, unos angelitos ebrios con una copa gigante, algunos de ellos, dentro) escribe una serie de ocho minificciones que coloquen al lector en un estado de ánimo exaltado: pueden ser cómicas, eróticas, incómodas, dolorosas. Escribe cuatro de ellas (que deberás señalar) con miras a integrarlas a tu libro en proceso. Las minificciones no deben pasar de 800 caracteres con espacios. La fecha límite de entrega: lunes 18 de octubre a las 9:00 horas”.

Asumiendo, por un lado, las sugerencia de Álvaro y, por otra, que esta era mi última carta, decidí hacer un esfuerzo extraordinario a pesar del ánimo abollado por los ataques de los críticos (que ya iban amainando pero cuyo daño aún seguía vivo) y la carencia de calificaciones positivas de los jueces. Si me iban a sacar, no iba a ser sin dar la batalla.

Levanté las armas que ya estaban en el suelo y me dediqué el viernes a explorar las dichosas imágenes y a hacer un listado de vías posibles de creación. Me di cuenta que ya me estaba saliendo callo y mi cerebrito ya respondía disciplinado al combate. El sábado en la mañana me decidí por una de las fotos: la de los buscadores de tesoros.

Ya tenía algunos embriones escritos en las tres imágenes pero en la de los buscadores de tesoros era donde empezaba brotar mucho más agua. Buena parte de la mañana escribí hasta que me di cuenta que estaba especulando en el vacío. ¿Realmente había gente dedicada a la búsqueda de tesoros? ¿Por qué lo hacía? ¿Qué habían logrado? Decidí darme a la tarea de investigar. ¡Dios mío! Descubrí que había, al respecto, un vasto mundo insospechado por mí. La búsqueda de tesoros en México es una profesión, con metodologías de trabajo bien fundamentadas, que cuidan hasta los últimos detalles desde la ubicación de los lugares potenciales hasta el reparto de lo hallado y hay una amplia gama de productos para cualquiera de las fases, desde la exploración hasta la extracción. Gracias a estas estrategias ha habido logros importantes, pero no todo es tirar campanas al vuelo; hay también muchas batallas perdidas. Quizá por ello, algunos han optado por echar mano de la de la magia. Este mundo no lo exploré.

Con esta información mi cerebro empezó, como máquina de moler café, a arrojar historias. Salieron finalmente 12. De esas fui puliendo las que me parecieron más solidas hasta quedarme el domingo trabajando solo en 8 de ellas con todo rigor y minuciosidad, consultando en todo momento mi manual de redacción. Esta fue otra de las valiosas lecciones: no dar por sentado nada, hacía mucho tiempo que no estudiaba a fondo la gramática y las técnicas de redacción. En pocos días aprendí mucho. A la par, leía a varios cuentistas para recibir de ellos inspiración. La lectura de los cuentos de Chejov me regalaron un idea para un cuento que transcribo al final. Chejov, en sus cuentos, hace una exposición de las ridiculeces sociales y lo expone de una forma magistral. Eso traté de hacer yo con El marido de Susana.

Igual que la vez anterior, no me precipité y dejé que las historias reposaran la noche del domingo. El lunes me levanté temprano para hacer la revisión exhaustiva final. 20 minutos antes del cierre del plazo, las subí.

Este es uno de los ocho cuentos de este cuarto round:

EL MARIDO DE SUSANA

Mario se quedó observando el anuncio: Voy a llamar. Quién quita y… Qué haría con tanta lana… Primero, remodelaría la casa; o mejor, compraría una con alberca y cochera. Ah, y un buen carro de lujo para ir a la chamba. Puta, ya veo la cara de mis cuates y del jefe. Pero por qué trabajar si ya soy rico. Nada de eso. A pasarse unas buenas temporadas en Acapulco, Cancún, Las Vegas. Puta, qué chingón; con unas buenas viejas, no como Susana que ya se puso gorda y gritona. O me caso con Matilde. Ahorita voy a la delegación a preguntar los trámites de divorcio. Ah, pero antes me compró un buen traje, y tan pronto llegue a la casa le pongo unas buenas cachetadas a Susana si me grita. Pendeja, a un cabrón de lana como yo, se le respeta. Ahorita que llegue me va a oír la cabrona.


Como el perro apaleado, me fui a trabajar con el temor de que al abrir el blog en mi oficina me encontrara con algunas cuantas dentelladas de los lobos que merodeaban la Caza. Sorpresa: ninguno de los críticos escribió, sólo mis lectores que expresaban su beneplácito con la nueva entrega, albergando la esperanza de seguirme e leyendo, pues ellos también intuían mi próxima salida.

Mientras tanto, en los votos otorgados por el público se desató una lucha encarnizada por lograr la mayor cantidad de votos. Era notorio que la mayoría de los participantes, temerosos de ser expulsados, estaban haciendo una red de conocidos para que votara por ellos. Los más avezados eran como esos expertos en subirse a los camiones o al metro: sabían cómo colarse. La tentación de hacer lo mismo era grande. Pensé alguna estrategia para ganar votos, y tímidamente empecé a azuzar a mis amigos y conocidos: “No se te olvide votar por mí, eh” Cuando vi la rebatinga de los votos decidí claudicar; allí sí, en ese terreno me pareció inmoral luchar. Como me había acusado una de mis detractoras, que ante la falta de talento estaba usando armas extra literarias, concluí que eso estaba pasando y decidí dedicarme solo a escribir. Si me iba a quedar, me dije, que fuese solo por mis méritos literarios. Cabe decir que quedé en antepenúltimo lugar en la votación del público, es decir, ocupé el lugar número 6.

La fatídica hora de mi ejecución se fue alargando cuando llegó el martes. No quise abrir el blog antes de ir al trabajo. Llegué, prendí mi máquina, fui al baño, por agua, por un café y luego revisé. Ya eran las once de la mañana: no había aún resultados. Yo estaba tranquilo sabiendo que ya estaba fuera. Me sentía liberado. Decidí no consultar más y dedicarme a trabajar: tenía mucho trabajo rezagado. Antes de salir de trabajar consulté la página y confirmé mis sospechas: mi exlibris estaba tachado por una espantosa X, junto a Perengano, otro de los competidores.

Me sorprendió que empezaran a llegar más comentarios. Algunos de mis lectores me escribían para alentarme a seguir escribiendo. Y algunos de mis críticos, que también escribieron, casi me pedían disculpas, alaban mis virtudes (que nunca antes reconocieron) y me desearon éxito en mi carrera literaria, por lo pronto, bastante abollada. Me avisaron que mi blog se iba a cerrar el miércoles 20 de octubre a las 12 del día. Antes de que eso sucediera, decidí escribir una nota final a manera de despedida. Si ellos me pidieron una nota de bienvenida, justo era cerrar el círculo. Y la hice agradeciendo a todos, absolutamente a todos. Esto fue lo que escribí:

DESPEDIDA

Cómo ya de todos es bien sabido, este escribidor (sin tía Julia en el horizonte) ha sido eliminado de la contienda en Caza de Letras. A manera de despedida, quiero agradecer a la Dirección de Literatura de la UNAM la oportunidad que me dio de participar en este certamen, al jurado: gracias Mónica, Alberto y Álvaro, por sus análisis. Me hubieran gustado continuar para seguir recibiendo lecciones de ustedes, pero lo que me llevo es bueno, aunque en momentos me hubiera gustado que los análisis hubiesen sido más puntuales y profundos, como por ejemplo en el análisis que Álvaro hizo de mi libro: me deja muy poca luz para seguirlo trabajando.

Agradezco los comentarios de los lectores lectores, es decir, aquellos que no llevaban la lupa bajo el brazo, a la caza del gazapo, de error, de la pifia de mi trabajo, sino que armados solo con su interés emocional de encontrar una historia que les conmoviera o les hiciera reír entraron a mi blog. Gracias, particularmente a los que me hicieron saber su opinión.

Agradezco a los críticos que si entraron con una lupa bajo el brazo pero no con una guadaña. A ellos les estoy sumamente agradecido porque su minucioso análisis, casi entomológico, me ayudará a concentrarme no sólo en el bosque sino también en los árboles. Gracias, su ayuda es invaluable aunque los hayan tachado de buscadores de definición de su imagen.

Agradezco a los críticos que si entraron con guadaña. El arte es como la salud, no le hacemos caso hasta que no nos duele. Sus críticas despiadadas dolieron y por ello son de agradecer, pues hicieron que le prestara atención a detalles de mi trabajo que se estaban pudriendo por mi indolencia. Gracias por su valiosa labor profiláctica.

Agradezco a los críticos por ardor y envidia. Me permitieron ver que dentro de todos nosotros vive un torvo jorobado que se rasca sus propias llagas y proyecta sus males en aquellos que sienten les has usurpado su lugar. Hay que matar ese monstruo que vive dentro de nosotros para dedicarnos a lo que Ezra Pound decía en unos de sus poemas era lo propio del artista: el trabajo. Y remataba, el éxito no depende de nosotros. Nadie está exento del monstruo amargado de la envidia, yo menos. Gracias compañeros.

Ahora lo que me queda es trabajar y desearle a mis compañeros de combate que han quedado en Caza a que sigan luchando, particularmente en el terreno que nos hizo inscribirnos en este certamen: el literario. El voto del público es lo más endeble del concurso, ustedes lo saben. Pártanse el alma en las palabras.

Gracias, nos seguimos leyendo en alguna parte, de eso deben de estar seguros todos.


CONCLUSIÓN: LECCION APRENDIDA

Han pasado dos semanas ya. He seguido con atención el desarrollo del concurso. Otros dos de mis compañeros han salido. De los ocho quedan cuatro. Dos de ellos, creo, van a dar la batalla final (bien por ellos). A estas alturas, siento que el concurso ha perdido cierto brillo, pues los ejercicios ya no están orientados a la creación. Ahora mis compañeros han tenido que hacer un decálogo del minificcionista y están trabajando en la autocrítica y en la crítica de un trabajo de un compañero. Hay cosas interesantes, pero la emoción del concurso ya se ha ido. Ojalá al final haya drama.

Ya más sereno he tratado de digerir con detalle la experiencia y absorber lo más que puedo de esta lección. Recordé los juegos que me permití en esos dias de presión. Por ejemplo, enojado ante los juicios más severos de mis críticos que me tachaban de mal escritor, en uno de los cuentos del tercer ejercicio (sobre el Horla), jugué a darles con qué entretenerse haciendo una declaración de inicio de que yo era un mal escritor y me jactaba de ello. Nadie lo advirtió. Este es el cuento:

EL ESCRITOR

Yo, confieso, soy un mal escritor. Mi éxito no radica en mi capacidad literaria sino en mi capacidad de gestión. Cada triunfador tiene su secreto. Algunos escritores tenían “negros”; el mío se llama Horla. Como su ancestro, viene de Brasil, pero a diferencia de Maupassant, yo me hice su amigo. Él escribe y yo recojo las ganancias y los premios. Me gusta más esta parte del trabajo que la talacha de teclear y teclear, y consultar libros para sacar un dato y volver a teclear. Me gusta ver como las teclas solas se hunden sin parar: me salió muy productivo. He tenido que pagar mucho en traductores: nunca aprendió a escribir en español. Pero todo tiene un fin. Hoy voy a presentar mi última obra y anunciaré mi retiro. Y cuando regrese, decidiré dónde enterrar mi secreto.


Uno de mis críticos le sacó provecho y en su blog (donde ataca fieramente al concurso) ha tomado la idea para ironizar a quien considera mal escritor y apela a que invoquen al invisible para que les ayude a escribir.

En el cuarto ejercicio incluí otro cuento con este mismo sesgo irónico al comparar la experiencia de Caza de Letras con un concurso de televisión donde los participantes tienen que meterse a una cloaca para ganar el premio mayor. La cloaca, el lodazal, era el que habían construido los críticos que solamente se dedicaban a embarrar de estiércol a los participantes. Y no escondía quién era el protagonista: yo, pues le puse mi pseudónimo: Pepe. Este es el cuento:

PREMIO MAYOR

Las cámaras dan cuenta de su cara, del agua turbia y del fondo de la piscina de cristal donde apenas se distinguen los cofres de madera. Y ahora por un millón de pesos… Madrecita mía, de Guadalupe, ayúdame. Nuestro amigo Pepe deberá bajar y elegir uno de los cofres. ¿Y si me quedo con lo que llevo ganado? Pepe, por un millón de pesos, ¿estás dispuesto a bajar? Pepe mueve afirmativamente la cabeza y tiembla. Un aplauso a nuestro valiente competidor. Esto es Buscadores de Tesoros. La orquesta empieza a tocar y el público corea: Pepe, Pepe. Pepe se ajusta el cierre del traje de buzo, se cala el visor, aprieta con los dientes la boquilla del oxígeno y brinca. Mientras se sumerge siente los trozos de excremento que se le pegan al traje, al pelo, a las mejillas.


Este cuento pasó inadvertido: había llegado justo cuando la atención se centraba en conocer quiénes éramos los primeros expulsados.

Me hubiera gustado permanecer y continuar en la batalla pues ya le empezaba a tomar el gusto y veía como mi trabajo mejoraba. Eso fue lo que más me dolió. Desafortunadamente no reaccioné a tiempo. Me queda de ganancia que en ese tiempo pensé y reflexioné como nunca lo había hecho y aprendí, a su vez, tantas cosas en ese breve tiempo, al grado de que veo lo que escribo y lo que leo ya con otros ojos, más profundos. Por ello le di las gracias a todos los que contribuyeron a tal cambio.

Una de las cosas que reflexioné cuando empecé a ver los beneficios en mi trabajo fue sobre el beneficio de un rigor extremo. Me dije: si los escritores que vivimos en Guanajuato tuviésemos la oportunidad de tener un taller con este rigor durante un año, estoy plenamente seguro que nos convertiríamos en escritores de primera línea. No descalifico los talleres que hemos tenido ni la calidad de nuestros maestros. Sin ellos, no hubiera aprendido lo que sé. Pero sí creo que en la manera en que están diseñados no es posible entrar en un proceso de trabajo intenso, de muchísimo rigor, que nos permitiera desarrollar a fondo el músculo. Bajo las condiciones actuales aprendemos pero no nos fortalecemos ni logramos un buen nivel competitivo. Ya sea por iniciativa del estado o por iniciativa nuestra, debemos crear ese espacio de trabajo rigorista para el bien de nuestras letras y del arte en Guanajuato.

Ojalá algún día lo podamos hacer. Por lo pronto, los dejo descansar de mi lloriqueo y le agradezco a quienes se hayan detenido a leer estas cuitas. Gracias, en verdad. Saludos a todos. Y sigamos en la batalla.

viernes, 29 de octubre de 2010

Cuento a partir de una imagen


PROMESA CUMPLIDA

En la plaza del pueblo le prometió que volvería y que nadie lo iba a mover de este sitio. Pasaron los años. Él se hizo famoso; ella, vieja. Finalmente cumplió su palabra. Ahora, él custodia la plaza con la mirada fija, el gesto adusto y un brillo metálico en la sonrisa.

viernes, 22 de octubre de 2010

EL ESCRITOR FRACASADO: Roberto Arlt


Recién tuve dos experiencias intensas que se unen: la lectura del cuento Escritor fracasado de Roberto Arlt y mi accidentada participación en el concurso Virtuality Literario Caza de Letras, que convoca la Dirección de Literatura de la UNAM.
Una de las sorpresas desagradables que me encontré en Caza de Letras fue la virulencia de los ataques de los “críticos” que visitaban mi blog, ataques que me fue difícil entender. Es más, me fue imposible comprender las motivaciones que movían a tales sujetos a ese ataque feroz, como de lobos furiosos.
En la lectura de Escritor fracasado de Arlt encontré las respuestas a dichos ataques. Déjenme decirles, antes de continuar, que ya hace tiempo había comprado el libro El jorobadito (donde viene este cuento), pero nunca me enganchó su lectura y la postergué para mejor ocasión. La ocasión llegó. Leí El Jorobadito y me gustó mucho y seguí con el que estaba inmediato: El escritor fracasado, cuyo título me hacía guiños. Al fin de cuentas, yo era un escritor fracasado, y quería ver otra dimensión de mi derrota o al menos recibir una palmadita en el hombro.
La lectura del cuento fue una palmadota. Intrigado con lo que leía, busqué saber más de Arlt y me encontré que él fue un escritor singular, autodidacta, que fue vilipendiado en su momento y tachado de escritor descuidado, justamente como a mí me dijeron. Hoy es considerado un renovador del cuento y escritores reconocidos se consideran “herederos directos de algunas de sus búsquedas literarias”, tales como Ricardo Piglia, César Aira o Roberto Bolaño. Y Julio Cortázar lo consideró su maestro.
El escritor fracasado es el relato en primera persona de un escritor frustrado luego de su fulminante éxito temprano, quien descubre casi de inmediato que ha gastado en una sola fiesta lo que tenía dentro, es decir, se ha vaciado. Ante el horror del vacío, lucha contra sí mismo y proyecta hacia los demás su frustración con una virulencia inusitada. Ensaya todas las formas posibles de bajeza para con los de su gremio, y, aún en este terreno, fracasa. Lucha para que regrese a él el canto de las musas, pero éstas guardan silencio. Después de tanto esfuerzo concluye: “¿Para qué afanarse en estériles luchas si al final del camino se encuentra como todo premio un sepulcro profundo y una nada infinita?”
Dios mío. Es creíble, por tanto, que estos detractores del esfuerzo literario, estos lobos rapaces de caza de letras, estos amos de la verdad, estos custodios de la pureza del arte literario, estos guardianes de la virtud de las letras, no son más que escritores fracasados que le buscan un sentido a su existencia haciendo infortunada la vida de quien —pecado mayor— se atrevieron a ser creadores, escritores, tarea que es de ellos, solo de ellos”. Dios mío.
En breve publicaré una crónica de este accidentado viaje.

jueves, 30 de septiembre de 2010

INFIERNO, LA PELÍCULA


Recién Luis Estrada, el director de esta película, ha declarado que cuando se baje la nube de la controversia por el contenido de su cinta, espera que se valore por sus virtudes fílmicas.
Virtudes fílmicas tienes, pero el tema hace tanto ruido que va a ser difícil que se adopte una postura más o menos objetiva. Luis Estrada, desde La Ley de Herodes, ha tocado las fibras más sensibles de México al exponer tan vivamente sus defectos ligados inevitablemente a la política y la corrupción rampante que prácticamente es parte de su cultura nacional.
Pero hablando d sus virtudes fílmicas mi deformación profesional inevitablemente me lleva a ver los aspectos fílmicos de las películas.
Infierno es una película hecha con efectividad, en la que sobresale la construcción del personaje principal (Benjamín García) que evoluciona verosílmente de modo que no suena ilógico que en al final de la película el pusilánime fracasado como mojado en Estados Unidos se convierta en un gatillero implacable. Las motivaciones están muy bien articuladas.
Sin embargo, tiene una pata que cojea: con el lenguaje del cine es posible construir espacios nuevos (ponerle mar a la ciudad de México), y dar la impresión de un tiempo largo en pocos minutos o viceversa, o dar la ilusión de que hay una multitud cuando el contingente es escaso. Y esto último es la deficiencia más evidente que le veo a la película: el contingente armado del capo Don José, es apenas de 5 personas, y el hijo de Don José, contingente que se va reduciendo hasta darla imagen de un capo casi de farsa, ridículo, cuando el lenguaje de cine puede hacernos creer que tiene muchos gatilleros sin que aparezcan en pantalla.
Pero esto es peccata minuta ante la denuncia explicita que si estremece al espectador, al grado de hacerle reír ante las incomodidad de los hechos violentos. Cuando vi la cinta me preguntaba ¿de qué se ríe la gente? ¿de qué se ríe? ¿de qué? Y en las escenas cómicas, silencio. Y me contestaba si ya estamos tan dañados que nuestras reacciones ya no son lógicas. No lo sé, no lo sé. ¿Y tú?

miércoles, 29 de septiembre de 2010

JUSTIFICACION DRAMÁTICA




“…nadie puede probar una copa de agua o
partir un trozo de pan sin justificación”.
Jorge Luis Borges, Deutsches Requiem.

En la creación fílmica de ficción –y por extensión todas las artes narrativas—la justificación de las acciones es un factor esencial si se desea que dicha acción tenga dos resultados importantes: la comprensión de las acciones y la comprensión del peso dramático de las mismas.

La desatención a la justificación de las acciones da como resultado acciones gratuitas, es decir, aquellas que se pueden eliminar o cambiar sin alterar la estructura de la obra. Un hombre entra a una tienda y si no sabemos por qué y para qué, lo mismo da que entre a una vulcanizadora, que camine por un parque o que descienda en una alcantarilla.

Para darle sentido a esas acciones es necesario justificarlas, es decir, si un hombre lo vemos escribiendo, de pronto se busca en los bolsillos algo y saca una cajetilla de cigarrillos y encuentra que está vacía, cuando veamos la acción de que entra a una tienda entenderemos que va a comprar unos cigarrillos. Claro que podemos sorprender al espectador haciendo que el personaje compre unos plátanos. Luego, debemos justificar por qué los compró, de lo contrario será una acción gratuita, sin sentido.

La justificación es aun más importante si la acción es dramática. Dice Ricardo Pérez Quit en sus lecciones de dramaturgia Petit Atelier (Revista Autores, Año X, número 27, mayo 2010, p. 24) que no todas las acciones son dramáticas. Las dramáticas son aquellas que “generan un inconveniente” para alguien. Por ejemplo, cerrar una puerta no es una acción dramática, pero cerrarla dejando a alguien atrapado sí lo es. Barrer no es una acción dramática, pero barrer pequeños diamantes que a alguien se le cayeron o un documento valioso, de modo que cuando el dueño regresa a recuperar lo suyo ya no está.

Claro que hay acciones que no necesitan una justificación demasiado explícita, o quizá ninguna. Por ejemplo, en la película Búfalo 66 de Vincent Gallo (EU, 1998), Billy Brown, el personaje principal, desciende de un autobús y se dirige al baño y lo encuentra cerrado. Por sus gestos es evidente que su necesidad de orinar es muy fuerte. Va a un siguiente baño y no puede entrar, de modo que vemos que empieza a sufrir. Esta acción no necesita justificación pues es evidente la causa de que quiere entrar al baño.

Si dice Borges que nadie puede hacer ninguna acción por minúscula que sea sin una justificación, ésta se debe hacer patente, visible, en el drama para que se entienda el peso de las acciones. Las habrá simplemente de elemento transicional o complementaria, pero habrá las cruciales, las que quiten el aliento al espectador. Estas son importantes que se justifiquen. De modo que si alguien quiere escribir un drama, fílmico o teatral, sin justificar las acciones de sus personajes, su obra será una propuesta confusa o floja.

domingo, 26 de septiembre de 2010

COSAS CON SENTIDO

Cada ves estoy más convencido de que decir 
cosas con sentido no tiene sentido". 
Ramón Gómez de la Serna.

Qué frase tan magnífica, pero a la vez retadora porque decir cosas sin sentido no siempre catapulta la imaginación a algun sentido determinado y la ilumina. Si así fuera, Adal Ramones sería un Cervantes moderno. La literatura es un arte de decir cosas, muchas veces disparatadas, pero geniales, que nos enseñan y le dan sentido a nuestra razón mejor que los libros doctrinales y la sentencias engoladas.

Esta frase la encontré en un librito que me tiene encantado: Ramonólogos, libro que publica una entrevista imaginaria (pero verdadera) con Ramón Gómez de la Serna, es decir, que nunca se llevó a cabo pero que las respuestas si las dijo el genial escritor español en diversos escritos suyos. Es muy atractiva la forma de sistematizar sus ideas. Recomendable. Está editado por la UAM. El libro fue escrito por Francisco Castañeda Iturbide y me pasó unas fotocopias de él mi amigo Salvador Rodríguez, quien estudia letras en la UAM Ixtapalapa, y que él no encontró ni en la biblioteca ni en las librerías de dicha Universidad. Vaya cosa, que ya lo reediten.

EMMA ZUNZ


Si algo hay que aprender de los grandes maestros es la habilidad para hacer las cosas transparentes y hacerlo de manera inusual, novedosa, que sólo a ellos se les habría ocurrido. Jorge Luis Borges (insisto con él porque la lectura de sus textos revela muchas cosas) escribe en el cuento Emma Zunz: “No durmió aquella noche, y cuando la luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba el plan perfecto”. ¿Observan? “Cuando la luz DEFINIÓ el rectángulo de la ventana”. Es el uso del este verbo el que me dejó pasmado. Me dije, si yo hubiese escrito esa frase quizá habría dicho “Cuando la luz ENTRO”, o Cuando la luz PENETRÓ… etc. Pero definió, no se me había ocurrido. Y en efecto, la luz revela las cosas, ocultas e invisible por las sombras de la noche, la luz las hace visible. No por nada Borges era un poeta, es decir, alguien que sabía usar las palabras de una manera nueva, novísima.

martes, 21 de septiembre de 2010

POSEÍ POR PRIMERA Y ÚLTIMA VEZ LA IMAGEN DE ULRICA



Escribe Borges en la última línea de su cuento Ulrica:“Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica”.

¿La imagen? Me sorprendió esta palabra de Borges. Me quedé pensando y poco a poco una posible explicación se me fue develando. Cuando una mujer se va, qué nos queda, me pregunto: una imagen, sólo una imagen, y caemos en cuenta sin enterarnos, que eso es lo único tangible que nos ha dejado: una impronta en los dedos, en la piel, en la boca, en el olfato, en el oído, en las pupilas. Baila el fuego de la pasión en las pupilas. Y es la carne y el vino que digerimos larga, largamente.

domingo, 19 de septiembre de 2010

HACE 25 AÑOS Y AUN TODO SIGUE DERRUMBÁNDOSE



Hace 25 años me preparaba para ir a trabajar. Sentado en mi cama me ponía los calcetines. De pronto, todo se empezó a mover. Ah, Dios, qué fuerte estaba el temblor. Terminé de calzarme y corrí a la cocina para avisarle a mi madre. Allí estaban mi hermano Enoc y ella viendo estupefactos como el tinaco del baño (un cuartito fuera de la casa al estilo ranchito que había construido mi papá) como se meneaba (como bailarín alcoholizado) amenazando con irse de bruces al patio. Terminó y respiramos aliviados: no había pasado nada. ¿Nada?

Nos fuimos a trabajar y oímos en la radio del transporte (las viejas combis que para beneficio de la columna vertebral ya desaparecieron) de algunos edificios derrumbados. En Tacubaya (nosotros vivíamos en una colonia cerca de Cuajimalpa, cerca de los cerros del Desierto de los Leones, hacia Toluca) tomábamos otro camión para ir a la Roma Sur, donde trabajamos. Nos despedimos cuando llegamos a nuestro destino, y qué destino. El hacia la constructora y yo hacia el Instituto de Investigaciones Agrícolas. En el edificio no había alma ni luz, salvo uno que otro extraviado como yo. MI hermano me habló por teléfono para informarme que cerca de su trabajo había muchos edificios derrumbados. Y nos avisaron que nos fuéramos a casa. En las calles no había transporte. La gente caminaba silenciosa en ambos sentidos de la Avenida insurgentes, donde estaba el Instituto. Caminé hacia el norte por la avenida. A medida que me acercaba al centro, el drama se iba revelando en todo su horror. Llegando al monumento a la revolución lloré ante el horror. Nunca había visto, como dice Octavio Paz, tantos edificios arrodillados.

Ya han pasado 25 años, 25 años carajo, y las heridas aun laten bajo la piel y el recuerdo al compás de una canción de Rockdrigo González, autor hasta entonces poco conocido, pero que su temprana muerte le dio una fama que bien le hubiera caído en vida. En el jardín frente al edificio Juárez, donde él vivía, una de esa noches de dolor y confusión, honramos tempranamente sus memoria y de los muertos ahí caídos, con veladoras, lecturas poéticas y un sentimiento profundo que otros edificios iban air cayendo, pues el terremoto no sólo había dejado al descubierto la debilidad de nuestra ciudad, sino al profunda corrupción que había engrandado la tragedia.

Hace 25 años y los edificios siguen cayendo bajo las balas de la miseria, de la inseguridad, de la avaricia de los dueños de este país, de … 25 años y aun no hemos encontrado la manera de poner en pie este país que se nos desmorona.

NO ME IRÉ SIN TI


Los caminos del amor son como el agua, caprichosos e inciertos. Su futuro siempre es nebuloso y, en mi experiencia, nunca he podido anticipar su posible destino. De haberlo podido quizá…

Esto me ha hecho pensar el cuento “No me iré sin ti” de Rafael Pérez Gay que viene en su libro Llamadas nocturnas, donde narra un hecho singular en esos vericuetos del amor.

Un hombre va con su esposa al supermercado. Como ya es costumbre en su familia, el va por las verduras y su esposa por los abarrotes y mientras palpa los jitomates y elige los espárragos una voz femenina resuena en el sistema de altavoces como si fuera la voz de la conciencia o la voz de un dios cuya omnipresencia llena por completo la tienda: “Abarrotes y servicios, favor de pasar a la caja siete”. El llamado que se repite tres veces sin que el aludido haga caso. La cuarta ocasión, después de la frase dicha, agrega: “No te escondas entre la muchedumbre. Sé que estás aquí. Siempre supe que no tenías vergüenza. Vienes hasta aquí con tu mujer y tus mentiras como si no hubiera pasado nada entre nosotros”. El tono de reclamo de la mujer va aumentando en intensidad, y va dando detalles: “...un día, te lo confieso, me descubrí aterrada estar sin ti. Lloraba por las noches y el sol traía la certeza de que ya no estabas conmigo…”. La confesión provoca que la gente empiece a debatir y a tomar partido por alguno de los contendientes sin dejar de elegir sus mercancías. El final... el final no se los cuento, ustedes deben leerlo, o vivirlo, como prefieran. Ah, pero sí decide vivirlo, no olvide que hay un riesgo para el cual no hay seguros ni nada que amortigüe la caída, y ésta puede ser funesta.

Y es que debe usted entender que los caminos del amor son como el discurrir del agua: caprichosos e inciertos que prometen o vaticinan el cielo pero con frecuencias nos regalan el infierno, uno nunca sabe.

domingo, 12 de septiembre de 2010

LOS CUATRO CICLOS


¿Será que son cuatro historias las que de una u otra forma se abordan en la literatura, el teatro o el cine?

Borges en su texto “Los cuatro ciclos”, texto que aparece en El oro de los tigres, dice que “cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas”.

Estas son las cuatro historias que menciona:

1) Una ciudad fuerte que cercan y defienden hombres valientes. Troya es el gran modelo.

2) El regreso. Y puede tener muchas variantes: regreso de un héroe, de un villano, de una plaga, de un tirano, etc. Ese que regresa puede ser recibido con alegría, con odio, con tristeza, con resignación, con miedo.

3) La búsqueda. Igual que la anterior, la búsqueda puede ser de un tesoro, de una persona, de un hijo, de una madre, de una ciudad, de un reino, etc.

4) El sacrificio de un dios. En este tipo de historia no veo variantes y mi ignorancia solo me permitía recordar un ejemplo, pero Borges nos ilustra con varios: “Attis, en Friggia, se mutila*. Odín sacrificado a Odín. El Mismo a Sí Mismo, pende del árbol nueve noches enteras y es herido de lanza. Cristo es crucificado por los romanos. ¿Hay ficciones, cuentos, dramas, películas en este modelo?

Además, cabría preguntar si sólo estos cuatro modelos son los que usamos en nuestra narrativa. Cuando era estudiante de la UNAM, un maestro nos dijo que sólo había dos tipos de historias o de temas: el amor y la muerte.


*Attis, en la mitología griega, era una deidad de vida, muerte y resurrección. Era el amante de Cibeles. Él enloqueció por causa de ella y se castró a sí mismo.

sábado, 11 de septiembre de 2010

BORGES Y EL LENGUAJE


Escribe Jorge Luis Borges al final de su prólogo de su libro El oro de los tigres que “un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos”. ¿Será por eso que la mexicanidad, la hispanidad, la argentinidad, etc., es algo que se define con y por el lenguaje? Si bien, mexicanos, españoles, latinoamericanos, hablamos español ¿podríamos decir que cada país ha transformado el idioma para convertirlo en un sistema que responde a su propio modo de sentir? ¿Será por eso que las traducciones, si no son traiciones son —en el mejor o peor de los casos—, reinvenciones? ¿Y será también posible que cada grupo social, que cada familia y que cada persona ajuste el idioma a su modo particular de sentir, de tal modo que las palabras tienen un significado similar entre los hablantes de un idioma pero nunca igual?

lunes, 6 de septiembre de 2010

JOHN RABE...


SONATA DE UN HOMBRE BUENO Y DE UN CINEASTA LIMITADO

Los nazis son un filón inmensurable de historias. Por mucho tiempo sus múltiples aristas nos van a estar dando películas, libros, obras de teatro, leyendas, mitos.
Recién vi una película que toca una arista un tanto distante. Las empresas alemanas, como todas las potencias colonialistas europeas en el siglo XIX habían extendido su dominio político o económico hacia el oriente. La empresa alemana Siemens había sentado sus reales en China en Nankin, ciudad antigua e importante que en un par de ocasiones ha sido asiento de la capital de China. En 1937 fue atacada y ocupada por los japoneses, masacrando a la población. Se dice que asesinaron a uno 300 mil chinos.
En ese momento, fungía como director de la Siemens John Rabe, un hombre que había permanecido al frente de esta empresa más de 25 años. Justo en el momento que se está despidiendo para regresar a Berlín sucede el ataque japonés y contra su voluntad, al principio, se ve envuelto en la defensa de la población civil china, abriendo las puertas de la planta generadora de energía como refugio, escudándose en el hecho de que Japón era aliado del régimen nazi. Ante el feroz ataque, un grupo de extranjeros entre los que está un médico, la directora de una escuela para niñas y algunos embajadores, forman un grupo de defensa designando a Rabe como presidente y negociando con los japoneses una zona de seguridad para refugio de la población civil.
A dicha zona de refugio llegan unos 2000 mil chinos, para los cuales pasan por una serie de dificultades para mantener a salvaguarda a tal población y suplirles sus necesidades ante el acoso continuo de los japoneses.
La película narra justamente estas dificultades. Ciertamente es una película emotiva e interesante, más por la historia que por sus virtudes fílmicas.
Uno de los mejores aciertos fílmicos es la mezcla de pietaje documental original con la puesta en cámara, enlaces que logra coser con habilidad dándole un rasgo de verosimilitud y validación a la película. Para pasar del pietaje documental utiliza una toma enlace en blanco y negro con movimientos inciertos la cual de pronto se torna a color dándonos a entender que estamos viendo ahora la recreación fílmica.
De sus desaciertos está la ausencia en muchos momentos de lo estrictamente cinematográfico: un uso más acertado de la elipsis interna. Nunca sentimos que en esa ciudad albergaba 200 mil personas. Sólo sabemos eso porque los protagonistas lo dicen pero el lenguaje visual se ve torpe para hacérnoslo sentir. Asimismo, hay secuencias desaprovechadas, verdaderos callejones sin salida. Por ejemplo, los soldados que tiene resguardados en una bodega la maestra que nunca juegan un verdadero rol dramático. Sí, son descubiertos, pero no se dejan sentir en la intensidad del drama. O la secuencia de la fotógrafa cuya labor queda al final en una mención de que les fueron decomisadas las fotos. Sin quitan esta secuencia la película no pierde nada.
Al final nos quedamos con una cierta insatisfacción que logramos dimensionar hasta que descubrimos las torpezas fílmicas del director.

viernes, 3 de septiembre de 2010

POSIBILIDADES DE LA ABSTRACCIÓN

Jeremías Ramírez Vasillas

 

Soy un admirador de la literatura de don Julio Cortázar, una admiración que nació desde que leí en la preparatoria “La autopista del sur”, en unas hojas mimeografiadas que nos repartió el profesor.

Le fui siguiendo los pasos y conseguí tres libros: Bestiario, Fin de juego y Las armas secretas. Y me divertí mucho con Historias de cronopios y de famas.

Dice la canción que a vida da sorpresas. Cuando estaba en la UNAM tuve el privilegio de ver a don Julio en una de esas visitas que hizo a la Universidad donde fue invitado a leer alguno de sus cuentos. El auditorio Che Guevara estaba a reventar. Él tuvo que llegar a la mesa que le habían colocado en el escenario saltando cuerpos y librando piernas.

Julio Cortázar tenía una gran capacidad imaginativa, casi enfermiza. El escribió en El último round esta frase: "Todo cuento breve […], y en especial los cuentos fantásticos, son productos neuróticos, pesadillas o alucinaciones…”.

En su cuento “Posibilidades de la abstracción” esa cualidad imaginativa alcanza un nivel supremo.

Pero antes de entrar en materia, veamos que es la abstracción. La palabra viene del latín abstrahere, 'alejar, sustraer, separar', e indica la operación mental destinada a aislar conceptualmente una propiedad o función concreta de un objeto.

El protagonista de este cuento es un empleado de la UNESCO “y de otros organismos internacionales”. Es decir, tiene un trabajo de burócrata, un trabajo aburrido, un trabajo que le quita el buen humor a cualquiera. Sin embargo, el personaje dice: “pese a lo cual conservo un sentido del humor y especialmente una notable capacidad de abstracción, es decir, que si no me gusta un tipo lo borro del mapa con sólo decidirlo…”.

Yo, que he trabajado de burócrata, hubiese deseado tal habilidad pues son trabajos aplastantes que sólo esta capacidad nos salvaría del desastre emocional.

El personaje del cuento pasa esas aburridas horas de lo más divertido. Le gusta mentalmente eliminar partes de los cuerpos de la gente. A veces deja las orejas que aisladas las cuales parecen mariposas que se alinean, se agachan, a veces al unísono, a veces en desorden. “A la hora de la entrada era extraordinario el número de orejas que se desplazaban en la galería de acceso... En la cantina, a mediodía, había más de quinientas, simétricamente ordenadas en doble fila. Era divertido ver de cuando en cuando dos orejas que remontaban, salían de la fila y se alejaban. Parecían alas”.

Y así le da por ver, de pronto, sólo los relojes de pulsera o los botones “¡Oh espectáculo! El aire de la galería lleno de cardúmenes de ojos opacos que se desplazaban horizontalmente, mientras que a los lados de cada batallón horizontal se balanceaban pendularmente dos, tres o cuatro botones".

Y así juega cada día a ver sólo un objeto o una parte corporal o las lágrimas de su secretaria: “…por un rato me deleité con esas diminutas fuentes cristalinas que nacían en el aire y se aplastaban en los biblioratos, el secante y el boletín oficial”.

A pesar de que lo despiden, él se reivindica con la vida gracias a su capacidad de abstracción que le permite ver “llena de hermosuras así”.

Hoy por hoy, Julio Cortázar sigue siendo un modelo, un paradigma, un faro de luz para quien quiere dedicarse al cuento.

La editorial Punto de lectura hace algunos años publicó todos sus cuentos en tres tomos. Sii no quiere comprar la obra completa o algunos de sus libros, en el internet es muy fácil encontrar sus cuentos y leerlos gratuitamente.

En esta pandemia, no se aburra, lea a don Julio Cortazar y pásesela bien, muy bien.

EL GARABATO: Vicente Leñero

Jeremías Ramírez Hace no sé cuántos años que compré este libro, quizá unos 30. Fue a mediados de los ochenta cuando el FONCA sacó a la venta...